16-8-2020 DOMINGO XX TIEMPO ORDINARIO (A)
Is. 56,1.6-7; Slm. 66; Rm. 11,13-15.29-32; Mt. 15,21-28
Queridos hermanos:
Cuando estaba preparando la homilía, me fije en dos frases: una de la segunda lectura y otra del evangelio. Y pensé en predicaros sobre esto, es decir, cosas que a mí me vienen bien y que también a vosotros os vendrán bien. Pues, aunque yo soy cura y vosotros no, estamos hechos de la misma pasta. O sea, lo que vale para uno… vale para los demás.
- Primero voy a predicar sobre esta palabra que dice S. Pablo: “Los dones y la llamada de Dios son irrevocables.” Vamos a profundizar en esta frase y en su significado. La semana pasada una persona me decía que tenía una sobrina, la cual se había enamorado de un chico. Ambos son funcionarios del Estado y trabajaban en un mismo centro de una villa de Asturias. Estos jóvenes empezaron a salir juntos y la “cosa” iba funcionando. Pero… resultó que ella quería pedir cambio de destino para Oviedo, pues aquí tenía su madre y a su familia. El chico, su novio, también estaba de acuerdo en hacer juntos, en la medida de lo posible, el traslado para Oviedo. Mas luego resultó que, cuando a ella le dieron destino en Oviedo, él ya no quiso marcharse de la villa y le dijo a la novia que se quedaba donde está. Total… se acabó su amor. Era un amor eterno, pero ya dejó de existir. Ellos ya se acostaban juntos, aunque esto no es ningún problema. Ahora ya dejaron de quererse. ¡Vaya por Dios! Este es un primer ejemplo que os cuento.
Vamos por un segundo ejemplo. Mirad por vosotros cuántos amigos habéis tenido hace tanto, tanto tiempo: amigos de la infancia, amigos de la adolescencia, amigos de la juventud. Os contabais todo absolutamente y hoy, sin embargo, ya no tenéis ningún trato con ellos. A lo mejor algún enfado se puso por medio, o la distancia, o simplemente cambió la vida. Eran amistades tan profundas, que no os separabais uno de otro. Ibais juntos a todos los sitios. Y resulta que ahora no os veis, no os habláis y se acabó la amistad.
Tercer ejemplo. ¡Cuánta gente hay que tenemos tanta, tanta, tanta fe! ¡Señor, lo que quieras; Señor, como quieras; Señor, cuando quieras! Pero… pasa el tiempo y la fe se va enfriando y en un tiempo tuvimos mucha fe y ahora tenemos menos fe, o incluso no tenemos nada de fe.
¿Qué quiero decir con esto? Quiero decir que todos cambiamos. El hombre cambia. El hombre, en muchas ocasiones, es un “chisgarabís”. Lo que hoy para él es blanco, mañana puede ser negro. Lo que hoy le gusta, mañana puede no gustarle y rechazarlo. Esto es el ser humano. Todos nosotros somos así. Había un minero que se llamaba Vicente y era muy creyente, pero le decía siempre a Dios: “Señor, no te fíes de Vicente que te la juega”. Sí, ¡Señor, no te fíes de nosotros! Dice la Escritura: “Loco aquel que confíe en el hombre” (Jr. 17, 5)..
¿Por qué digo todo esto? Vuelvo a leer lo que dice S. Pablo en la primera lectura: “Los dones y la llamada de Dios son irrevocables”. Dios no es un “chisgarabís”. Dios nos ha bautizado. Pero no va a llegar al cabo de 15, 16 o 20 años, cuando este niño mande a la porra a Dios, y le va a quitar el Bautismo: “Ahora no te junto, ahora te quito el Bautismo”. No, esto no es así. Eso lo hacemos los hombres, pero no lo hace Dios. Cuando Dios nos concede el don del Bautismo, lo hace para siempre. Y si vamos al infierno algún día, hasta en el mismísimo infierno seremos cristianos. Yo soy sacerdote e igual voy al infierno, o dejo el sacerdocio para casarme con una moza o con un mozo y, sin embargo, seré siempre sacerdote, porque Dios, cuando llama, cuando da sus dones y carismas, es para siempre, PARA SIEMPRE. Dios no es un “chisgarabís”. Por lo tanto, por muy desastrosa que haya sido nuestra vida, por muy mal que lo hayamos hecho, por muy gorda que la hayamos armado… sabemos bien que Dios no es un “chisgarabís”. Dios tiene una misericordia eterna para todos y cada uno de nosotros. Lo que Dios nos ha dado es para toda la vida, incluso para después de esta vida. ¿Veis como hemos sacado “petróleo” de las palabras de S. Pablo? ¡Qué cosas más bonitas.
- Vamos ahora a reflexionar sobre el evangelio. Es un texto bastante duro. Hay una mujer en Asturias que se enfada con Jesucristo cuando lee o escucha este evangelio, y me dice: “Oye, ese Jesús tuyo a esta mujer no la trata bien. Además, es un maleducado”. Vamos a verlo.
Se acerca una mujer extranjera a Jesús y le hace una petición: “Ten compasión de mí, Señor Hijo de David”. Como veis trata bien y educadamente a Jesús. “Mi hija tiene un demonio muy malo. Cúrala, por favor”. Pero Jesús no le respondió nada, nos dice el evangelio. Por eso, con razón podemos decir que Jesús es un MALEDUCADO. ¿No nos pasa con frecuencia que le pedimos cosas a Dios y que no nos responde? ¿No es verdad que el teléfono de Dios está con frecuencia comunicando o fuera de cobertura? ¿No es verdad que tantas, tantas, tantas veces hablamos a Dios, le pedimos a Dios… y Dios no nos responde absolutamente nada? ¿Por qué? ¿No os preguntáis el por qué?
¿Sabéis quién es Ingrid Betancourt? Pues es una mujer que en Colombia fue candidata a la presidencia del país y haciendo campaña fue secuestrada por las FARC (guerrilleros terroristas en Colombia). La tuvieron unos seis años secuestrada. Cuenta ella que su padre tenía una fe muy profunda. Antes de ser secuestrada, su padre murió y ella se enfadó terriblemente contra Dios. Cuenta ella que, además, cuando la secuestraron, se enfadó aún más con Dios: ¿Por qué la habían tenido que secuestrar a ella, por qué no la liberaban? Y esto se lo echaba en cara a Dios. Tuvo un enfado tremendo y mandó a la porra a Dios. Pero, con el paso del tiempo y estando aún en manos de la guerrilla, toda esa ira y esa rabia se fueron deshaciendo en su corazón y encontró otra vez la fe. Y dice Ingrid que el secuestro le devolvió a la fe, le devolvió a Dios.
Por lo tanto, cuando yo le pido una cosa a Dios, quizás no estoy en el mejor momento para que me lo conceda. Porque a veces cojo a Dios por las solapas y le exijo que me dé esto o lo otro, y una vez que lo consigo, si te vi, no me acuerdo ¡Cuántas veces yo necesito una cosa y se la pido al santo o a la Virgen de mi devoción particular, o al mismo Dios! Y después de que nos lo ha concedido, nos olvidamos. A lo mejor con la boca no, pero con nuestro comportamiento seguro que sí. Ya no nos ocupamos más de Dios… hasta la próxima vez. Él ha atendido a mis súplicas, a mis ruegos, pero ¿atiendo yo a sus ruegos? ¿No es verdad que Dios es como un jamón del que yo corto cuando tengo hambre y, cuando no tengo hambre, lo dejo olvidado? Porque somos egoístas. Porque a la señora del evangelio lo único que le interesaba era que Jesús curase a su hija. Nada más y Jesucristo quiso darle mucho más. Quiso darle humildad y la señora lo aceptó y se abajó y humilló ante Jesús. Aceptó la humillación de que no la escuchara; aceptó la humillación de que la dijera que no estaba bien echar el pan de los hijos a los perros. Aceptó todo eso, se humilló. Aceptó el silencio de Dios. Y solo, después de todo esto, Dios le concedió todo: le concedió la salud de su hija, la humildad y la fe. Le concedió mucho más de lo que ella le había pedido al principio. Por eso, Ingrid Betancourt se enfadó con Dios en un primer momento, pero después ella reconoció que Dios le concedió la libertad de los terroristas de las FARC, le concedió humildad y le concedió fe. Y para eso necesitó seis largos años. Pero ¿qué es eso por conseguir lo más importante? ¿No estudia un médico seis años o más por tener sus estudios completos? ¿No aguanta una persona seis años o más cuando consigue una oposición y le mandan para Almería, y está allí hasta que consigue puntos suficientes para poder acercarse a su tierra y a su familia? ¿No merece la pena este tiempo por conseguir los estudios de médico o por conseguir volver a mi tierra? Pues repito: ¿no merece la pena unos años para conseguir humildad y fe?
El evangelio de hoy es uno de esos pasajes de la Escritura, que nos revuelve porque nos resulta realmente dura de comprender la actitud de Jesús ante esta mujer. Te agradezco mucho tu explicación en la homilía porque me ha dado mucha luz en mi comportamiento con el Señor, sobretodo cuando siento Su silencio y puedo pensar que mi oración y peticiones no son escuchadas. Me olvido que Dios tiene su momento y tengo que aprender a aceptarlo, pues siempre será para mi bien y como bien dices: Él nos da mas de lo que podamos pedirle y es eso realmente lo que necesitamos; en este caso humildad, mas Fe en Él y ese ánimo para ser perseverantes en la oración.
ResponderEliminarGracias Andrés. Nos haces reflexionar.