28-6-20 DOMINGO
XIII TIEMPO ORDINARIO (A)
Queridos hermanos:
¿Habéis
hecho alguna vez apuestas a los caballos? Yo no. Supongo que uno apostará por
el caballo que cree que tiene más posibilidades de ganar la carrera. Supongo
que uno no apostará por un caballo cojo y viejo y enfermo. Hace un tiempo
bautizaba a una niña y decía a sus padres que habían apostado, al querer
bautizar a su hijita, por un caballo perdedor. Pues hoy muchos se retiran de la
fe, de la creencia en Dios, del amor y la creencia y la aceptación de la
Iglesia. Ejemplos: muchas llamadas a la curia diocesana para borrarse de la
Iglesia católica; hace un tiempo unos borrachos sacaron sus penes al aire y se
los enseñaron a unas religiosas.
Ante
todo esto, creo sinceramente que todos los que estamos en este templo estamos
apostando por un caballo perdedor y que los que tienen toda la razón son los
que ahora están en sus camas durmiendo o descansando, o en casa trajinando, o
paseando por la ciudad, o camino de las playas. No merece la pena seguir
perdiendo más el tiempo aquí en el templo, y con esta Iglesia, ni con Dios. Yo
voy a dejar el sacerdocio. Tengo casi 61 años y todavía me quedan unos años
para poder vivir y disfrutar. Al fin y al cabo, si yo dejo el sacerdocio no
haría más que seguir los pasos de tantos curas y monjas que lo han dejado, de
tantos seglares que pasan de la Iglesia y de la fe. Dejaría de tener que
defender cosas absurdas como no a los preservativos, a los divorcios, a los homosexuales,
a la discriminación de las mujeres… Decidido; voy a dejar la fe y la Iglesia y
el sacerdocio… Y os aconsejo que vosotros hagáis lo mismo. De todas formas,
haced lo que os dé la gana.
Pero,
si lo tengo decidido, entonces ¿por qué no estoy tranquilo? Pienso en aquellas
palabras de Pedro a Jesús: “Señor, ¿a
dónde vamos a ir? Solo tú tienes palabras de vida eterna”. También leo en
el evangelio de hoy: “El que pierda su
vida por mí, la encontrará”. O esta otra: “El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí”.
No,
no puedo dejar el sacerdocio, ni la Iglesia, ni la fe, ni a Dios. ¿Por qué? No
dejo nada de esto porque…
1) estoy enamorado
de Dios. Él me enseñó lo que es el amor. El besó mis labios con sus labios. Él
me estrechó entre sus brazos y contra su corazón cuando yo aún no había nacido
y nunca ha dejado de hacerlo. Él siempre ha estado conmigo. ¿Qué sería de mi
vida sin Él? Él es como el aire que respiro. Él es mi origen, mi y mi fin. Lo
descubro en el mundo, en las personas, en los sacramentos, en su Palabra. Es Él.
2) No dejo nada de
esto por mi amor la Iglesia, esa tan pecadora y con tantas contradicciones,
pero que me recibió en sus brazos al nacer por el bautismo, que me alimenta con
la Eucaristía y me perdona los pecados por la confesión, que me ordenó
sacerdote para sus hijos, sin yo merecerlo (o más bien merecer todo lo
contrario por mis muchos pecados), que me cuida y rezará por mí cuando yo
fallezca.
3) No dejo nada de
esto, porque merece la pena luchar y vivir solo para el ser humano dejando
todas las posibilidades que este mundo te ofrece. El ser humano merece la pena,
incluso los del pene o los que dejan la Iglesia o los nazis, iraquíes, serbios
de los que hablaba el domingo pasado…. Merecen la pena, porque son hijos de mi
Dios y hermanos míos. Y esto solo se comprende desde Él, desde su amor.
¿Vosotros
vais a quedaros, vais a luchar o vais a dejar todo o vais, peor aún, a vivir
mediocremente vuestra fe?
Os
voy a leer un trozo de un correo electrónico que una chica, que es monja, mandó
a diversas personas antes de irse a Mozambique. Esta chica, esta monja no
piensa en sí misma, sino en Dios y en los demás, y no quiere tampoco abandonar,
porque quiere perder su vida por Jesús: “Por fin se va a realizar mi sueño... desde que era pequeña
quería ser monja...y también misionera, con los negritos,... han pasado muchos
años desde entonces, pero el Señor ha dispuesto que vaya este año, cuando yo ni
me imaginaba que podría ir, pues ya tenía todo el verano programado con distintas
actividades. Me hubiera gustado saberlo con más tiempo, para poder prepararme
mejor...estudiando portugués, repasando algo de enfermería, y más de inglés, y
teniendo más tiempo para prepararme interiormente, pero bueno, nuestros
pensamientos no son los Suyos, ni nuestros caminos los Suyos...ÉL lo ha querido
así, y así quiero aceptarlo, deseando dejarme conducir por Él. Me acabo de
confesar, y el sacerdote me ha repetido varias veces que todo aquello cuanto
haga he de hacerlo en Su nombre... Pues sí... en el nombre del Señor me voy a
Madrid, y me subiré al avión, y en su nombre estaré en Mozambique como ÉL lo
disponga. No voy con grandes pretensiones... Solo quisiera ser transmisora de
su gran amor para con todos. Rezad por mí, no tanto para que no me pase nada,
sino para que en todo lo que viva, todo lo que acontezca pueda ser un reflejo
de su bondad, de Su amor, de Él mismo que habita en mí: Dios Uno y Trino. No sé
lo que me espera, pero lo que sí tengo claro es que el Señor siempre va a
estar conmigo, a mi lado, dándome fuerzas y sosteniendo mis pasos. Y también
estará a vuestro lado, confortándoos, ayudándoos, manteniéndonos unidos
en el amor. Cuando alguien entrega su vida al Señor tiene que estar dispuesto a
todo, a lo que sea, pues ya no se pertenece, la vida es del Señor, y de los
demás... Así que todo sea para mayor gloria Suya, y sea lo que Él quiera. Aquí
estoy, Señor, dispón según tu Voluntad. Que la Santísima Trinidad sea nuestra
mayor alegría, en Ella vivimos, nos movemos, existimos... Ella nos habita, está
en nosotros, y nos une...y hacia la plena comunión con Ella caminamos. Que no
desperdiciemos este gran regalo de su presencia en nosotros, regalo que
llevamos en vasijas de barro... regalo inmerecido, pero que por su gran amor
nos da cada día, en cada momento”.
Amén
(¡Que así sea!)
Gracias Andrés por tu homilía.
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