21-6-20 DOMINGO
XII TIEMPO ORDINARIO (A)
Queridos hermanos:
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Escribe S. Pablo en la segunda lectura que “por un solo hombre entró el
pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y la muerte se propagó a todos
los hombres, porque todos pecaron”. Este texto alude al pecado original,
una de las verdades de nuestra fe católica: Todo hombre o mujer al nacer tiene
este pecado original. Pero mucha gente se pregunta: ‘¿Cómo un niño recién
nacido puede tener pecados? Pero si es cuando más inocentes son’. Esta pregunta
es lo misma que decir: ¿Por qué existe el pecado, el mal, la muerte, el
sufrimiento en el mundo? ¿Por qué, si Dios es tan bueno, permite todo esto? Y
aún más radical: Si la Biblia
nos dice que Dios ha hecho al hombre a su imagen y semejanza, si todo era bueno
cuando Dios lo creó, entonces ¿de dónde surgió el pecado en el mundo?
El pecado procede de la libertad humana.
Dios nos hizo tan bien a los seres humanos, que nos creó libres. Libres para amar,
libres para hacer el bien, libres para ayudar, pero también libres para pecar,
si nos da la gana. Esta es nuestra grandeza y nuestra miseria. Si nosotros
no queremos, ni Dios puede obligarnos a nada. Hace un tiempo predicaba que no
fueron los nazis quienes mataron a los judíos durante los 15 años que
estuvieron en el poder en Alemania en el siglo pasado. Quien masacró a los
judíos fueron seres humanos[1].
También decía que no fueron los iraquíes quienes sacaron los ojos con
destornilladores a los kuwaitíes en el verano de 1990, sino que fueron seres
humanos. También decía que no fueron los serbios quienes violaron
sistemáticamente a mujeres y niñas-adolescentes bosnias en 1994, sino que
fueron seres humanos. No fue un austriaco quien violó sistemáticamente a su
hija durante años, fue un ser humano. Y lo que hace cualquier ser humano, yo
mismo soy capaz de hacerlo. Es del interior del hombre de donde salen todas
estas barbaridades y aberraciones.
Decía
S. Francisco de Asís que, cualquier pecado que hiciera cualquier hombre, él
mismo era capaz de hacerlo. Es decir, la condición humana es capaz de lo mejor
y de los peor; lo llevamos en la sangre. Vemos cómo hay niños pequeños que
pegan, rabian, son egoístas, etc. Tenemos el caso, que sucedió hace unos años, en
el que unos niños de Inglaterra torturaron a otro y, finalmente, lo pusieron en
las vías del tren para que este rematara la “faena”. Creo que ahora se puede
entender mejor la frase del principio: El pecado entró en el mundo y todos de
hecho pecamos.
El cristiano no es ni debe de ser alguien
que esté apartado del mundo o sin ver realmente lo que pasa a su alrededor,
pero también es cierto que el cristiano siempre tiene esperanza en algo mejor
que vendrá o que viene. Así, S. Pablo en la misma segunda lectura añade a
sus fatídicas palabras primeras lo siguiente: “Sin embargo,... si por la
culpa de uno murieron todos, mucho más, gracias a un solo hombre, Jesucristo,
la benevolencia y el don de Dios desbordaron sobre todos [nosotros]”. En
efecto, más grande que nuestra maldad es la bondad de Dios, más grande que
nuestras culpas es el perdón de Dios. Para iluminar esto traigo a colación un
texto terrible y a la vez precioso, que me emocionó muchísimo cuando lo leí por
primera vez:
“Dios
mío: Aunque ya tengo 75 años y estoy a punto de juntarme contigo, sé que tú me
conoces desde antes de nacer y sabes los problemas que pasó mi madre, que era
una niña de quince años que, de pronto, se dio cuenta de su embarazo, y cuando
se lo contó a sus padres la echaron de casa, y el novio, que era bastante mayor
que ella, no quiso saber tampoco nada de mí, así que la pobrecita nada más dar
a luz me tuvo que dejar en la beneficencia […] Ahí fue lo más difícil de todo,
cuando yo, que era una niña, tuve que trabajar en la prostitución para poder
pagarme la pensión, y tenía que hacer todas las cosas que los hombres me
pedían, y se enfadaban conmigo porque era sosa, y me pegaban y me echaban y
pedían que fuera otra… Así que la dueña de la pensión me enseñó que había que
sonreír siempre a los clientes, que me comiera mis lágrimas, que ellos pagaban
para divertirse y aprendí a no enseñar a nadie lo que tenía por dentro y a
hacer cosas que nunca me atrevería a contar a nadie, pero que solo tú, Dios,
las sabes perfectamente, porque estabas siempre a mi lado, y a mí me gustaba
ponerme una estampa en la ropa interior para recordarte aún en los momentos más
difíciles y con los clientes más extraños. Siempre te he pedido ayuda y siempre
me la has dado. Estoy segura que, cuando estaba en aquel infierno y empecé a
beber para soportarlo, tú estabas a mi lado ayudándome para que no me quitara
la vida, que era lo que me venía una y otra vez a la cabeza. Yo creo, Señor,
que no pecaba, que pecado es hacer daño a alguien, y yo nunca se lo he hecho más
que a mí misma y tú no estarás enfadado conmigo, porque ya sabes que no sabía
qué otra cosa podía hacer […] También me gusta ir a una iglesia y hablar
contigo, pero no comulgo, ¡que me gustaría!, porque sería un sacrilegio hacerlo
sin confesar. Así que, ya sabes, te pido que me des un par de añitos más para
que me dé tiempo a ponerme a bien contigo. Llevo en mi cartera tu foto, ya
sabes tú bien que me gusta mucho hablarte, como esta mañana, cuando estaba en
la cola de las entradas de toros, para que un señor las revenda, me he pasado
el rato hablando contigo y pidiéndote por todos los borrachines y gente como yo
que andaba en la misma cola. Tú nos conoces bien a todos. Tú eres el rey de los
reyes y el juez de los jueces, pero sé muy bien que tú eres misericordioso, y
yo creo que no nos vas a castigar. Hoy quiero darte las gracias por todo lo que
me has ayudado siempre, y te pido que sigas a mi lado hasta que sea el final.
No me dejes sola ni un momento, por favor, te lo pido, Dios”. En
este texto se vislumbra tanto pecado (del padre de esta mujer, de sus abuelos,
de los hombres que la usaron como prostituta y ahora la usan para sacar un
dinero de la reventa) y tanto sufrimiento (de esta mujer ), pero a la vez se
vislumbra tanta ternura, inocencia y amor a Dios por parte de esta mujer.
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Dice Jesús en el evangelio de hoy: "No tengáis miedo a los que matan el
cuerpo, pero no pueden matar el alma". Este evangelio lo escribió S.
Mateo en un momento en que los cristianos, por el hecho de ser tales, les
quitaban sus bienes, los encarcelaban, los desterraban y los asesinaban. Hubo
cristianos que no resistieron y se echaron atrás en su fe; dejaban de ser cristianos.
¿Qué hubiésemos hecho nosotros?
En
estos momentos de duda, de inquietud, de apatía, de abandono de la Iglesia, de miedo a
confesarse católico, de persecución por el hecho de ser cristiano, es donde S.
Mateo recuerda aquellas palabras de Jesús: “No tengáis miedo a los que matan
el cuerpo, pero no pueden matar el alma”.
Según
Jesús, ¿a quién debemos tener miedo? A aquel “que puede destruir... alma y
cuerpo”. Antes se nos metía miedo con el infierno y ahora casi no se
predica de él. Y, sin embargo, hay que seguir anunciando el evangelio de
Jesucristo, pero no solo lo que agrade a nuestros oídos y sea política o
socialmente correcto en estos tiempos, sino todo el evangelio. Nuestro pecado, nuestra maldad mata poco a
poco nuestro cuerpo y nuestra alma. (Chica de 37 años, soltera, con
trabajo, coche, vacaciones en Grecia y dice no ser feliz. Vive con los padres.
Todo el dinero es para ella y no es feliz. No sabe qué hacer los días por la
tarde saliendo del trabajo).
[1] Cuando estaba diciendo esto, algunas
personas se levantaron y se marcharon de la Misa.
Querido cura de San Lázaro,
ResponderEliminarQué dura la carta de esta mujer pero que gran testimonio de fe y seguridad en Dios. Que tengas buena semana.
Un abrazo para cada un@