24-5-20 DOMINGO
DE LA ASCENSIÓN DEL
SEÑOR (A)
Queridos
hermanos:
¿Alguna
vez en la vida os habéis sentido solos? ¿Alguna vez habéis experimentado la
soledad? Esa SOLEDAD que habéis
vivido en vuestra vida en algunas ocasiones, ¿fue buscada o impuesta por las
circunstancias o por las personas?
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La definición más común de soledad es la de carencia de compañía y que se
tiende a vincularla con estados de tristeza, desamor y negatividad. También es
cierto que una soledad ocasional y deseada puede conllevar muchos beneficios.
Se
distingue varios tipos de soledad: a) la emocional, o ausencia de una relación
intensa con otra persona que nos produzca satisfacción y seguridad. b) La
social, que supone la no pertenencia a un grupo que ayude al individuo a
compartir intereses y preocupaciones. Esta soledad está muy relacionada con la
pérdida de relaciones con un conjunto de personas significativas en la vida del
individuo y con las que se interactúa de forma regular. c) La soledad deseada y
buscada por el individuo. Por ejemplo, los monjes la ven como una forma de
iluminación espiritual. También abundan los filósofos que, además de recomendar
llevar una vida tranquila y solitaria, ven la soledad como una forma de alcanzar
la excelencia; así, Arthur Schopenhauer, sostenía que “la soledad es la suerte de todos los espíritus excelentes”.
Igualmente Francis Beaumont decía: “El
que vive retirado dentro de su inteligencia y espíritu, vive en el
paraíso”. O Jean de La Bruyère aseveraba: “Todo nuestro mal proviene de no poder estar solos”. Y otra
idea, esta de María Zambrano: “Solo en
soledad se siente la sed de verdad”. También hay psicólogos y
psiquiatras que recomiendan aprovechar y disfrutar de los ratos de soledad.
Ello, porque la soledad “nos permite
descubrirnos y darnos cuenta de quiénes somos y qué queremos”.
Podemos
sentirnos solos ante la ausencia de un
ser querido. Cuando (por separación en la pareja, fallecimiento de un ser
querido u otra causa) desaparece de nuestra vida alguien a quien hemos amado o
que ocupaba un espacio importante en nuestra vida diaria, nos invade una
particular sensación de soledad, un vacío que nos sume en la tristeza y la
desesperanza. Nos vemos perdidos y sin referencias en las que antes nos
apoyábamos para afrontar la vida. Somos seres sociales que necesitamos de los
demás para hacernos a nosotros mismos. Y no solo para cubrir nuestras
necesidades de afecto y desarrollo personal, sino también para afianzar y
revalidar nuestra autoestima, ya que esta se genera cada día en la
interrelación con las personas que nos rodean.
Existe
también una soledad social, es
decir, la de quien apenas habla más que con su familia, sus compañeros de
trabajo y sus vecinos es una soledad muy común en este mundo nuestro. Nos
sentimos incapaces de contactar con un mínimo de confianza con quienes nos
rodean, tenemos miedo de lo que nos hagan o de que nos rechacen. Plantamos un
muro a nuestro alrededor, nos encerramos en nuestra pequeña célula (en
ocasiones, incluso unipersonal) y vivimos el vacío que nosotros mismos creamos
y que justificamos con planteamientos como “no
me entienden”, “la gente solo quiere
hacerte daño”, “para lo único que les
interesas es para sacarte algo”, “cada
vez que confías en alguien, te llevas una puñalada”. Si la soledad es
deseada, nada hay que objetar, aunque la situación entraña peligro: el ser
humano es social por naturaleza y una red de amigos con la que compartir
aficiones, preocupaciones y anhelos es un cimiento difícilmente sustituible
para asentar una vida feliz. Esa soledad no deseada puede convertirse en
angustia, si bien algunos se acostumbran a vivir solos. Se revestirá esta
actitud de una apariencia de fortaleza, autosuficiencia, agresividad o timidez.
Y todo, para esconder la inseguridad y el miedo a que no se nos quiera o no se
nos respete. Hay también otras soledades indeseadas, como esas a las que se ven
abocadas personas mayores, amas de casa, o quienes sufren ciertas enfermedades,
incapacidades físicas o psicológicas o imperfecciones
estéticas. Para iluminar este apartado, os reseñaré algunas frases: “Si eres orgulloso conviene que ames
la soledad: los orgullosos siempre se quedan solos” (Amado
Nervo). “No hay soledad más triste y
afligida que la de un hombre sin amigos, sin los cuales el mundo
es desierto; el que es incapaz de amistad, más tiene de
bestia que de hombre” (Francis Bacon). “Un hombre solo siempre está en mala compañía” (Paul Valéry). “No es difícil llorar en soledad, pero es
casi imposible reír solo” (Dulce María Loynaz).
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Algunos de vosotros podéis preguntaros por qué hablo de la soledad en un día
como hoy: festividad de la Ascensión de Jesús a los cielos. Pues ha sido un
trozo de la primera lectura quien me dio la idea. Dice así: “Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista.
Mientras miraban fijos al cielo, viéndole
irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron:
‘Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le
habéis visto marcharse’”.
Sí,
al leer este texto, pensé en la tremenda soledad con la que se quedarían los
discípulos de Jesús. Un vacío grandísimo de una persona que había sido su
centro, su razón de existir, su fe y su sentido de la vida. Primero se lo
habían quitado con la crucifixión. Luego lo recuperaron con la resurrección y
lo tuvieron consigo durante 40 días, pero, ahora, en este día de la Ascensión,
Jesús se les va de nuevo y les deja huérfanos. Quien ha experimentado una
soledad profunda[1],
entenderá un poco o un mucho la soledad que sintieron esos discípulos de Jesús
junto con María, la Madre de Jesús.
Contra
esta soledad, Jesús les (nos) da dos remedios: 1) En el evangelio les dice y
nos dice: “Sabed que yo estoy con
vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Sí, Jesús está siempre
con nosotros. Aprendamos a sentirlo a través de la fe. 2) También les (nos)
promete al Espíritu Santo: “Dentro de
pocos días vosotros seréis bautizados
con Espíritu Santo […] Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros,
recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria
y hasta los confines del mundo”. Del Espíritu Santo os hablaré en las
homilías de los domingos siguientes: el 31 de mayo y el 7 de junio.
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Otras frases sobre la soledad: “La
soledad es el precio de la libertad” (Carmen Díez de Ribera). “Sin un corazón lleno de amor y sin
unas manos generosas, es imposible curar a un hombre enfermo de
soledad” (Teresa de Calcuta). “Quizá
la mayor equivocación acerca de la soledad es que cada cual va por el
mundo creyendo ser el único que la padece” (Jeanne Marie Laskas).
“No hay mayor pobreza que la soledad”
(Madre Teresa de Calcuta).
[1] Quien ha perdido un ser querido por
fallecimiento, quien se ha separado y le han apartado a sus hijos de su lado,
quien ha tenido que irse lejos de su ciudad, de su nación a trabajar, quien,
como una niña familiar mía, es acosada en el colegio y no sale al recreo para
que no la insulten ni la peguen, y tenga que cambiar de colegio para huir de
esas agresiones, quien no se sienta amado o no se sienta capaz de entablar
relaciones con otras personas, quien…
Querido cura de San Lázaro,
ResponderEliminarHablas de la soledad y no sabes cómo te entiendo. Hace una hora ha muerto mi hermano y llevo todo el día sintiendo la ausencia, es muy triste porque se que no vamos a comer juntos ni charlar ni cambiar impresiones ni reñir, que también. Estoy muy triste.
Se que nos encontraremos de nuevo y al igual que cuando nací él ya estaba, cuando nos volvamos a ver estará allá también. Tengo esa certeza pero la soledad que siento ahora mismo es grande.
Doy gracias a Dios por el obsequio de una muerte digna y sin sufrimiento.
Gracias por tu trabajo y tu cariño.