En estos días, en que todos estamos sufriendo, asustados, con molestias, dificultades... (y quien no tiene aún esto, tranquilo, que lo tendrá...), voy a procurar seguir haciendo las homilías dominicales y diarias a fin de que nos acompañen y nos alienten.
Todo esto que estamos pasando será para nuestro bien (Rm. 8, 28). Dios está con nosotros.
Un abrazo
Un abrazo
Andrés
15-3-20 DOMINGO III CUARESMA (A)
Vamos
hoy con la segunda y última parte del examen de conciencia, que estamos
haciendo en Cuaresma como preparación para el Triduo Pascual:
¿He
sido egoísta en el trato con los
demás preocupándome tan solo de lo que me venía bien a mí, pasando o dejando de
lado las necesidades de los otros? ¿Soy de los que cojo el mando de la TV y no
lo suelto en modo alguno, y todo el mundo tiene que ver el programa que a mí me
gusta? ¿Al sentarme en el coche o en casa escojo el mejor puesto… sin pensar en
los otros? ¿Pienso en los otros, en lo que les gusta a los otros, en lo que les
viene bien a los otros, o nada más me veo a mí mismo y mis apetencias y mis
necesidades?
¿He
faltado a la pobreza cristiana con
gastos superfluos en cosas que no son del todo necesarias (ropas, tabaco,
cafés, revistas, consumiciones, CD, bisutería, viajes, etc.)? ¿Compro cosas
baratas que no necesito o que ya poseo más que suficientemente? Al comprar
pregunto a mi gusto, a los demás… ¿y a Dios? Porque El tendrá algo que decir,
sobre todo si me confieso cristiano y deseo que su Voluntad se cumpla en mí. Un
cristiano no puede caer en el consumismo igual que otra persona que le dé igual
vivir en su Santa Voluntad o no. ¿Tengo codicia y ansío poseer cosas
materiales? ¿Doy limosnas a la Iglesia o a ONGs o a familias necesitadas (es
bueno aquí comparar cuánto gasto para mí al mes y cuánto doy en limosnas para
los demás al mes; se verá que la diferencia es mucha)? La limosna es lo que yo
llamo el dinero de Dios. Es suyo y yo he de administrarlo según su Voluntad y
no según mi capricho. El dinero de la limosna nunca puede quedarse en mi
bolsillo. Si no lo doy yo directamente, entonces debo de buscar a
organizaciones o personas que busquen donde entregarlo y que conocen mejor que
yo diversas necesidades de otros hombres. ¿Tengo mi corazón pegado a cosas mías
(coche, ropa, objetos), personas, opiniones, mi físico, etc.? Para entender la
pobreza cristiana se ha de partir de que sólo Dios es nuestra riqueza, porque
es lo totalmente Absoluto, lo demás es relativo (Mt. 10, 37). ¿He robado, es
decir, me ha apropiado de cosas que no son mías? Me apropio de cosas que no son
mías, robo, cuando en el hospital en el que trabajo cojo tiritas, esparadrapos,
tijeras... y lo llevo para mi casa o para mis familiares. Robo cuando en el
colegio donde trabajo cojo hojas, bolígrafos... y los llevo para mi casa. Robo
en el trabajo llegando tarde y saliendo temprano. Robo en el trabajo al no
pagar lo justo y debido a mis empleados y no reconocerles sus derechos. El
hecho de que lo hagan los demás no quiere decir que está justificado que lo
haga yo. También robo si no dedico el tiempo y las cualidades que Dios me da en
el servicio de los demás; o cuando le robo su gloria y me apropio de lo que es
de Él: “No se gloríe el sabio en su
sabiduría, ni el rico en su riqueza, ni el soldado en su fuerza. El que se
gloríe que se gloríe en el Señor” (Jr. 9, 22-23).
¿He
sido desobediente en mi casa, con mi
familia, con Dios, con la Iglesia, con mi director espiritual, con las normas
de tráfico, con las cosas que me piden muchas veces por favor; y soy más bien
de los que siempre hace lo que les da "la realísima gana"? La
obediencia no es simplemente hacer sin más lo que me digan o me pidan, también
hay que mirar el modo y las maneras en que lo hago. Por ejemplo, si realizo las
cosas que se me piden pero con protestas, interiores o exteriores, entonces no
estoy obedeciendo. Yo nunca he visto ni he leído que, cuando Dios Padre indicó
a su Hijo que fuera a la Cruz, por el perdón de los pecados de los hombres,
Jesús obedeciera pero diciendo: “¡Vaya, hombre! ¡Siempre me toca a mí!” ¿A
quién tengo que obedecer yo? Pues en primer lugar a Dios, a mis padres, a mis
hijos, a mi marido, a mi mujer...
¿He
faltado a la castidad con
pensamientos, deseos, miradas, actos impuros (solo o acompañado); he respetado
mi cuerpo y el de los demás por ser Templo del Espíritu de Dios, me he
mantenido alejado de aquello que me tentara en este punto como TV, revistas,
conversaciones, etc.?
¿He tenido el pecado de la vanidad de tal manera que estoy
demasiado pendiente de mi aspecto físico, de la moda, y al final soy un esclavo
de ello? Hay personas que son incapaces de salir desconjuntadas de casa o de no
salir a la calle con prendas que no son de marca. Hay personas que visten o se
acicalan de una determinada manera, pero no por convencimiento o gusto propio,
sino por obtener el parabién de la gente con la que están.
¿He tenido soberbia al
considerarme superior a otros, al considerarme inferior y esto me hacía sufrir,
puesto que no me acepto tal y como soy? ¿Me ando siempre quejando de la
sociedad, de los demás, de mí mismo? ¿"Engordo" cuando los demás
hablan bien de mí, y me entretengo después pensando y "repensando" lo
que se dijo bueno de mí? ¿Me enfada el que los demás hablen mal de mí, sea
mentira o verdad, y "despotrico" contra ellos y busco rápidamente el
justificarme? ¿Me cuesta admitir mis errores? ¿Me cuesta pedir perdón? ¿Hablo
de mí mismo (mal o bien) con frecuencia, me pregunten o no? ¿Hago o dejo de
hacer cosas, digo o dejo de decir cosas por el qué dirá la gente, de tal manera
que soy un esclavo de lo que piensen los demás? Veamos algunos de los frutos de
la soberbia: En las relaciones con el
prójimo, el amor propio y la soberbia nos hace susceptibles, inflexibles,
impacientes, exagerados en la afirmación del propio yo y de los propios
derechos, fríos, indiferentes, injustos en nuestros juicios y en nuestras
palabras. Nos deleita en hablar de las propias acciones, de las luces y
experiencias interiores, de las dificultades, de los sufrimientos, aun sin
necesidad de hacerlo. En las prácticas de piedad nos complace en mirar a los
demás, observarlos y juzgarlos; nos inclinamos a compararnos y a creernos mejor
que ellos, a verles defectos solamente y negarles las buenas cualidades, a
atribuirles deseos e intenciones poco nobles, llegando incluso a desearles el
mal. El amor propio y la soberbia hacen que nos sintamos ofendidos cuando somos
humillados, insultados o postergados, o no nos vemos considerados, estimados y
obsequiados como esperábamos.
¿He
faltado en el amor al prójimo hacia
los enfermos, ancianos, familiares, marginados, etc.? ¿Tengo verdadera preocupación por las necesidades materiales, morales y
espirituales de las personas que me rodean, de la gente que vive en Asturias,
en España, en Europa, en el mundo? ¿Considero a las demás personas como
hermanos míos al ser hijos todos del mismo Padre?
¿He
tenido falta de confianza en Dios
buscando yo siempre el encontrar solución a todo y rápida; y cuando no salía
tal y como era mi deseo me enfadaba con Dios o me descorazonaba con El? No tengo confianza en Dios cuando las cosas
positivas o negativas que me suceden me afectan sobremanera. No quiere decir
con esto que tengamos que ser insensibles a las circunstancias que acontecen a
nuestro alrededor, pero sí es cierto que nuestra seguridad total está en Dios y
no tanto en que las cosas me salgan bien o mal.
¿He
dejado mis oraciones de lado, o las
he hecho con rutina y sequedad? ¿He sido fiel a lo que el Señor me iba
mostrando o pidiendo en ellas?
¿He
faltado a la Misa de los domingos, o
he asistido a ella con rutina, falta de fervor, de mala gana y distracciones?
¿He realizado alguna lectura espiritual
para alimentar mi ser y abrirme a otras experiencias y a otros horizontes que
puedan acercarme más a Dios?
Se
podían sacar muchas más cosas, pero de momento yo creo que con esto vale para
tener una guía más o menos exhaustiva.
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