8-3-20 DOMINGO II
CUARESMA (A)
En
este segundo domingo de Cuaresma quiero, como otras Cuaresmas, exponer un
examen de conciencia. Lo haré en este domingo y en el siguiente.
No
quisiera que este examen de conciencia fuera una especie de losa sobre
nosotros. No. La miseria humana, en cristiano, va siempre acompañada de la
misericordia de Dios. Sólo a través de los ojos y del corazón de Dios el hombre
puede y debe mirar sus propios pecados. El nos los descubre, y al mismo tiempo
nos los perdona. Pero yo no puedo cambiar y caminar hacia Dios si no veo dónde
estoy de verdad, y esto me lo hace ver Dios con su luz admirable y con la paz
maravillosa que nos concede su perdón.
¿He
sentido envidia hacia alguien por
las cosas que tenía, por su carácter más simpático o por su saber más grande
que el mío, por su físico; de tal manera que me alegraba de sus fallos o cuando
las cosas le iban mal, y me entristecía cuando las cosas le salían bien? El
sentimiento de la envidia en muchas ocasiones no es buscado por nosotros, pero
es algo que surge en nuestro interior y nos da mucha vergüenza. En determinados
momentos la envidia que sentimos es fruto de la tentación a fin de quitarnos la
paz.
¿He
sentido celos ante otras personas
porque ellas son más valoradas que yo, más tenidas en cuenta que yo, más
apreciadas que yo? ¿He sentido celos porque a los demás se les reconoce
enseguida lo ‘poco’ que hacen, y a mí no se me reconoce todo lo que hago (al
cuidar a unos padres, al hacer las tareas de casa, en el lugar de trabajo…)?
¿He
hecho juicios en mi interior acerca
de otras personas, descalificando las actuaciones de los otros, como si todo o
casi todo lo de ellos fuese malo? El juicio interior supone ponerse en una
posición de superioridad y desde ahí considerar como negativo lo que los demás
dicen, hacen o dejan de decir y/o de hacer.
¿He murmurado contra alguien, bien
iniciando yo la conversación o siguiendo lo comenzado por otros? ¿He sacado
los defectos de los demás a la luz pública? La murmuración presupone un juicio
previo. El juicio queda en mi interior, mientras que la murmuración sale al
exterior por la lengua. Lo malo o negativo que veo en los demás, ¿soy capaz de
decírselo al interesado o interesada? La mayoría de las veces no, entonces ¿por
qué lo digo?: ¿Porque me interesa de verdad esa persona y que mejore; por pasar
el rato; por despecho; por quedar por listo o gracioso ante quien estoy
murmurando? Si no soy capaz de decir lo negativo al interesado, entonces es
mejor que me calle o en todo caso que se lo diga a Dios rezando por esa
persona. Lo peor de la murmuración no es lo que decimos, que en muchas
ocasiones es cierto, sino el ‘tonillo’ con el que decimos esas cosas, es decir,
no hay caridad. Y la verdad que no va acompañada de la caridad-amor, no es la
verdad de Cristo. Yo no he descubierto nunca a Dios diciéndome las cosas, ni a
mí ni a nadie, restregándolas por las narices. Dios me muestra las cosas, mi verdad,
mis defectos, pero lo hace con tanto amor, que veo lo que me dice, lo acepto y
mi amor hacia Él crece más. Aprendamos a hacerlo así y, si no lo hacemos así,
es que estamos murmurando.
¿He difamado, es decir, he dicho cosas
negativas de los demás que son falsas, bien porque exagere lo que digo o porque
no me cercioro y aseguro de la veracidad de lo que escucho sobre los otros y
‘alegremente’ lo suelto sin más? CUANTO DAÑO HACE LA LENGUA, NUESTRA LENGUA. Ya
leemos en la epístola del apóstol Santiago que “la lengua ningún hombre es capaz de domarla: es dañina e inquieta,
cargada de veneno mortal; con ella bendecimos al que es Señor y Padre; con ella
maldecimos a los hombres creados a semejanza de Dios; de la misma boca salen
bendiciones y maldiciones”. “Todos
faltamos a menudo, y si hay alguno que no falte en el hablar, es un hombre
perfecto, capaz de tener a raya a su persona entera”.
¿Soy una persona mal hablada con
frecuentes tacos, con blasfemias, con palabras soeces o hirientes (‘cada día te
pareces más a tu madre…’, ‘cállate, gorda…’); buscando siempre el insulto, el
dejar mal a los otros, el decir la palabra graciosa, aunque sea a costa de los
demás?
¿He mentido a alguna persona, a mi
familia, en el trabajo para no quedar mal, por aprovecharme de otros, por
venganza, etc.? ¿He dicho medias verdades por las mismas motivaciones? Cuando
Jesús fue condenado a muerte por los judíos del Sanedrín, para ello utilizaron
sus propias palabras. Le preguntaron si Él era el Hijo de Dios y Jesús contestó
que sí, que lo era. Y esto le ocasionó su muerte. Podía haber dicho una mentira
piadosa. Total esa mentira piadosa le hubiera permitido vivir más años, curar a
muchos enfermos, hacer muchos milagros, enseñar mejor a los apóstoles, asentar
mejor la Iglesia que quería fundar, anunciar mejor el mensaje de Dios Padre.
Pero no, Él dijo siempre la verdad, aún a costa de ser muerto, aún a costa del
fracaso de su misión entre nosotros. Y su verdad le llevó a la cruz, y esta
cruz, fracaso entonces, es salvación para todos nosotros.
¿He
sido impaciente con los demás y
conmigo mismo? Él impaciente es aquél que no tiene paz en su corazón y por eso
‘salta’ con frecuencia. Estoy impaciente cuando no soy capaz de esperar con
sosiego y tranquilidad que llegue el ascensor al que he llamado, a que el
semáforo se ponga en verde, a que te atiendan en el médico, o que atienden en
el supermercado a la persona que está por delante de mí. Estoy impaciente
cuando no me pongo en el lugar de los otros y quiero que ellos hagan las cosas
como yo las hago y en el tiempo en que yo las hago. No aguanto los fallos de
los demás, pero los míos propios… tampoco.
¿He
tenido ira, rabia, enfados hacia
alguna persona (familiar, amigo, en el trabajo, etc.), y he manifestado esta
ira externamente con expresiones hirientes o soeces, con voces, o incluso
también en mi interior?
¿Tengo
rencor hacia alguna persona, de tal
modo que no hablo con esa persona, ni la perdono de ningún modo y, cuando la
veo o surge una conversación sobre ella, siempre se nota mi inquina contra
ella? ¿Llevo mi ‘agenda’ de los agravios que me han hecho los demás y las
fechas en que me las han hecho y ante quien me las han hecho? ¿Hay alguien a
quién no salude ni tenga intención de hacerlo? ¿Soy una persona vengativa; las
cosas que me han hecho las tengo bien guardadas y presentes, y ante la más
pequeña oportunidad se las ‘restriego’ en la cara o suelto mi ‘veneno’ ante
otras personas?
¿He
tenido pereza para levantarme, para
acostarme, para hacer los estudios, el trabajo, mis oraciones, asistencia a la
Misa, etc.? Perezoso es aquel que hace las cosas que le gustan, y las que no,
las va dejando siempre de lado: el cesto de la plancha, los azulejos, tareas en
el trabajo, escribir cartas, visitar a personas, enfermos. Con frecuencia la pereza
va asociada al egoísmo, pues saco tiempo para las cosas que me gustan y me
interesan, pero las otras cosas quedan las más de las veces sin hacer o a medio
hacer.
¿He perdido el tiempo? Tenía diversas
cosas que hacer y las he ido dejando de lado para hacer lo que me gusta: ver la
Tv, hablar por teléfono, leer una novela, dar la lengua con alguien… y mientras
tanto las cosas sin hacer.
¿He
tenido gula, es decir, me dominan
las apetencias y los gustos por encima de mi voluntad: domina el dulce sobre mi
voluntad, domina el alcohol sobre mi voluntad, domina el café sobre mi
voluntad, domina el tabaco sobre mi voluntad…? Seguramente que en muchas
ocasiones pensamos como el gallego: ‘perdono o mal que me fai, por o ben que me
sabe’. Tengo gula cuando como entre horas por el simple hecho de picar, o como
nada más de lo que me gusta, o no como jamás lo que no me gusta, o protesto por
la comida, o como o bebo con ansia, etc.
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