29-12-2019 SAGRADA FAMILIA (A)
LA
EDUCACION CRISTIANA (I)
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Hace unos años celebré la boda de unos amigos. Después de la celebración del
sacramento estábamos los invitados en el aperitivo y se me acercó un matrimonio
de mediana edad. Me preguntaron cosas de la homilía y me decían que había
cosas, de las que yo había dicho, con las que no estaban de acuerdo. Se
estableció un diálogo y en un determinado momento les pregunté: ‘Sabiendo lo
que sabéis ahora, si pudierais volver
atrás, ¿os casaríais de nuevo entre vosotros?’ La mujer se quedó
pensativa un momento y enseguida contestó que lo había pasado bastante mal en
el matrimonio, pero que sí se casaría de nuevo con su marido. Luego ella y yo
miramos para el hombre y este, de modo inmediato y firme, contestó que no se
casaría en modo alguno. No se casaría ni con ella ni con ninguna mujer.
En
bastantes ocasiones hay matrimonios, o maridos y/o mujeres que afirman estar
pesarosos de diversas cosas sucedidas en su matrimonio, o con la educación de
sus hijos, o por haber tenido menos hijos o por haber tenido de más, etc.
Sabiendo lo que sabéis ahora –os pregunto
yo-, ¿os casaríais con vuestro marido o con vuestra mujer? ¿Por qué sí o por
qué no? (Yo no necesito saberlo; os lo planteo para que reflexionéis y os
contestéis vosotros mismos).
Sabiendo lo que sabéis ahora, ¿os
habríais comportado con vuestros cónyuges como lo hicisteis? ¿Diríais lo que
dijisteis? ¿Callaríais lo que callasteis?
Sabiendo lo que sabéis ahora, ¿os
habríais casado u os habríais quedado solteros?
Sabiendo lo que sabéis ahora,
¿tendríais más hijos o menos hijos?
Sabiendo lo que sabéis ahora,
¿educaríais a vuestros hijos como lo habéis hecho? ¿Qué cosas cambiaríais?
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Con esta última pregunta quiero entrar propiamente en el núcleo de la homilía
de hoy, es decir, quiero hablaros de la
educación que se da o que se debe dar en una familia cristiana y, desde mi
punto de vista, en toda familia. Pero no se ha de entender la educación
simplemente como aquella que dan los padres a los hijos, sino como aquella que
viven, recrean y buscan todos los miembros que forman parte de la familia,
padres incluidos. Para ello la Iglesia nos propone hoy que nos miremos en el
espejo de la Sagrada Familia formada por S. José, por la Virgen María y por
Jesús.
Llegados a este
punto creo necesario decir una palabra sobre lo que se ha de entender por
educación, pues, de otro modo, podemos hablar en los mismos términos, pero de
cosas muy distintas. Entiendo por educación aquello que viene contenido en el
Concilio Vaticano II, concretamente en el número 1 de la Declaración
“Gravissimum educationis” y que recogió posteriormente el Código de Derecho
Canónico en su canon 795: “Como la
verdadera educación debe procurar la formación integral de la persona humana,
en orden a su fin último y, simultáneamente, al bien común de la sociedad, los
niños y los jóvenes han de ser educados de manera que puedan desarrollar
armónicamente sus dotes físicas, morales e intelectuales, adquieran un sentido
más perfecto de la responsabilidad y un uso recto de la libertad, y se preparen
a participar activamente en la vida social”. Es muy importante que la educación sea integral, no solo en
conocimientos académicos, sino también en el ámbito físico, en el moral y en el
espiritual. En caso contrario, tendríamos monstruos que, sabiendo mucho o
siendo muy fuertes o siendo muy espiritualistas, carecerían de los otros
aspectos necesarios para el correcto crecimiento de toda la persona. Además, en
esta definición de la doctrina de la Iglesia se destacan los fines de la educación en los hombres:
1) el bien común de toda la sociedad y 2) su objetivo último, o sea, la
salvación o lo que es lo mismo la entrada en el Reino de Dios.
Para aterrizar más este tema, pienso que es
muy importante que los matrimonios y las familias eduquen en valores, pero
valores que nos hagan crecer como personas, como ciudadanos y como cristianos o
personas de fe. Pienso que nunca es tarde para empezar a vivirlos personalmente
primero, y para comenzar a transmitirlos a los demás después.
*
El primer valor que reseñaría es el del cariño.
El amor debe estar presente en toda familia, pues de otro modo la convivencia
se convierte en un infierno o aquella casa es simplemente ‘la pensión del
peine’. El amor debe de ser del esposo hacia la esposa y de esta hacia aquel.
El amor debe de ser de los padres hacia los hijos y de estos hacia aquellos. El
amor debe de ser entre los hermanos y demás familiares. Recuerdo que hace unos
años una maestra de Oviedo, que ejercía en una escuela de la zona de La
Tenderina, pidió a sus alumnos, de unos 8 años, que hicieran un dibujo sobre
las primeras palabras que oían al despertarse. Uno de ellos se dibujó a sí
mismo en la cama y a su madre entrando en la habitación para despertarlo
mientras ella le decía: “O te levantas o de doy una os…” Cuando la maestra
enseñó el dibujo a la madre, esta se puso todo colorada. Signo de que debía de
ser cierto.
A continuación voy a
leeros una bonita historia que me vino por Internet y que refleja perfectamente
lo que quiero decir en este punto: “En
una junta de padres de familia de cierta escuela, la directora resaltaba el
apoyo que los padres deben darle a los hijos. También pedía que se hicieran
presentes el máximo de tiempo posible. Ella entendía que, aunque la mayoría de
los padres y madres de aquella comunidad fueran trabajadores, deberían
encontrar un poco de tiempo para dedicar y entender a los niños. Sin embargo,
la directora se sorprendió cuando uno de los padres se levantó y explicó, en
forma humilde, que él no tenía tiempo de hablar con su hijo durante la semana.
Cuando salía para trabajar era muy temprano y su hijo todavía estaba durmiendo.
Cuando regresaba del trabajo era muy tarde y el niño ya no estaba despierto.
Explicó, además, que tenía que trabajar de esa forma para proveer el sustento
de la familia. Dijo también que el no tener tiempo para su hijo lo angustiaba
mucho e intentaba redimirse yendo a besarlo todas las noches cuando llegaba a
su casa y, para que su hijo supiera de su presencia; él hacía un nudo en la
punta de la sabana que lo cubría. Eso sucedía religiosamente todas las noches
cuando iba a besarlo. Cuando el hijo despertaba y veía el nudo, sabía, a través
de él, que su papá había estado allí y lo había besado. El nudo era el medio de
comunicación entre ellos. La directora se emocionó con aquella singular
historia y se sorprendió aún más cuando constató que el hijo de ese padre era
uno de los mejores alumnos de la escuela. El hecho nos hace reflexionar sobre
las muchas formas en que las personas pueden hacerse presentes y comunicarse
entre sí. Aquel padre encontró su forma, que era simple pero eficiente. Y lo
más importante es que su hijo percibía, a través del nudo afectivo, lo que su
papá le estaba diciendo. Algunas veces nos preocupamos tanto con la forma de
decir las cosas que nos olvidamos de lo principal, que es la comunicación a
través del sentimiento. Simples detalles como un beso y un nudo en la punta de
una sábana, significaban, para aquel hijo, muchísimo más que regalos o disculpas
vacías”.
El
próximo miércoles, día 1 de enero, continuaré diciendo más valores en los que
se debe de basar la educación familiar.
Tierna historia llena de amor. Gracias!
ResponderEliminarhola soy nieves de Vilalba
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