22-12-2019 DOMINGO IV
ADVIENTO (A)
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El primer domingo de Adviento os propuse que hicierais un plan para este tiempo
como preparación las fiestas del Nacimiento de Jesús, nuestro Señor. No puede
ser que nuestra preparación para la Navidad sea igual que la de las personas
que no tienen fe o que no practican la fe de modo regular.
¿Los
habéis intentando llevar a cabo? Sí ha sido así, seguro que habéis hecho la
vida más agradable a los que os rodeaban; seguro que os habéis sentido mejor
con vosotros mismos; y seguro que Dios ha estado mucho más a gusto dentro de
vuestro ser. ¡Ha merecido la pena!
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En la primera lectura que acabamos de escuchar se nos presenta la figura del rey Acaz de Israel. Él es
un hombre religioso, que reza, que da culto a Dios, que practica sus leyes,
pero… que no confía en Él. Su fe llega solo a la mente y a los labios, pero no
al corazón ni a su espíritu. Acaz reza, pero no se fía y no pone su vida en
manos de Dios. Para explicar mejor esto voy a narraros una historia que retrata
muy bien la fe de Acaz… y la nuestra, pues en Acaz estamos todos retratados de
algún modo: “Cuentan que un alpinista se
preparó durante varios años para conquistar el Aconcagua. Inició su travesía
sin compañeros, en busca de la gloria solo para él. Empezó a subir y el día fue
avanzando; se fue haciendo tarde y más tarde, y no se preparó para acampar,
sino que decidió seguir subiendo para llegar a la cima ese mismo día. Pronto
oscureció. La noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña y ya no se
podía ver absolutamente nada. Subiendo por un acantilado, a unos cien metros de
la cima, se resbaló y se desplomó por los aires. Caía a una velocidad
vertiginosa; solo podía ver veloces manchas más oscuras que pasaban en la misma
oscuridad. Seguía cayendo...y en esos angustiantes momentos, pasaron por su
mente todos los gratos y no tan gratos momentos de su vida. Pensaba que iba a
morir, pero de repente sintió un tirón muy fuerte que casi lo parte en dos...
Como todo alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con
candados a una larguísima soga que lo amarraba de la cintura. En esos momentos
de quietud, suspendido por los aires sin ver absolutamente nada en medio de la
terrible oscuridad, no le quedó más que gritar: ‘¡Ayúdame, Dios mío; ayúdame,
Dios mío!’ De repente una voz grave y profunda desde los cielos le contestó:
‘¿Qué quieres que haga?’ Él respondió: ‘Sálvame, Dios mío’. Dios le preguntó:
‘¿Realmente crees que yo te puedo salvar?’ ‘Por supuesto, Dios mío’. Y Dios le
respondió: ‘Entonces, corta la cuerda que te sostiene’. Siguió un momento de
silencio y quietud. El hombre se aferró más a la cuerda... Al día siguiente, el
equipo de rescate que llegó en su búsqueda; lo encontró muerto: congelado,
agarrado con fuerza, con las dos manos a la cuerda, y colgado a solo DOS METROS
DEL SUELO... El alpinista no fue capaz de cortar la cuerda y simplemente
confiar en Dios”.
Este alpinista, como Acaz, era religioso y
rezaba a Dios, pero no confiaba en Dios ni se fiaba de Él; por eso, hemos de
decir que el alpinista no creía en Dios. Su fe alcanzaba sólo su cabeza y sus
labios, pero no llegaba ni a su corazón ni a su espíritu. Cuando llegaban
situaciones en las que había que cortar la cuerda (las seguridades que todos
tenemos: una casa, unos bienes materiales, unas razones, una fama…), entonces
no lo hacía. Por eso, por no haber confiado en Dios, por no haberle escuchado,
por no haber cortado la cuerda…, aquel hombre murió congelado a solo dos metros
del suelo.
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En contrapartida tenemos el caso de san
José, que nos presenta el evangelio que acabamos de escuchar:
* San José era el
novio de María.
* A él no le fue
anunciado el embarazo de su novia por obra del Espíritu Santo.
* Lo tuvo que
descubrir él solo. Debió de ser un golpe muy duro para san José: él que estaba
totalmente enamorado de su novia; él que siempre había confiado en María; él
que habría puesto la mano en el fuego por María…, y ahora se veía traicionado
por ella. Porque, si ella estaba embarazada, se debía únicamente a que le había
engañado con otro hombre, se había acostado con otro hombre…
* Pero, en medio de
esta tremenda desilusión y de este gran sufrimiento, san José no actuó con
precipitación ni despecho. La semana pasada, el 13 de diciembre, celebrábamos a
santa Lucía. Ella fue comprometida en matrimonio por su madre con un chico.
Cuando Lucía logró que su madre deshiciera aquel compromiso, pues quería
dedicarse por entero a Dios, el novio fallido la denunció ante las autoridades
romanas por ser cristiana[1], y Lucía fue martirizada:
la intentaron quemar viva, le arrancaron los ojos, y la decapitaron,
finalmente. Sin embargo, san José no quiso reaccionar contra María con despecho
ni con venganza. Dice el evangelio que José “era
justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto”.
* Cuando todo se
aclara, san José acepta la nueva situación de María y confía en Dios y en su
novia. San José ya no se queja ni duda. Simplemente dice SÍ.
* Desde ese momento san José ya no vivirá más
para sí mismo, sino que vivirá para María y para su Hijo, para Dios y para los
hombres.
*
San José ha descubierto su misión en la vida y está dispuesto a llevarla a
cabo.
*
San José cortó la cuerda que le sustentaba en el precipicio de la vida, porque
confió en Dios, y vivió y nos hizo vivir a nosotros por medio del Niño nacido
en Belén.
Conclusiones:
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Satanás, si le preguntamos si creía en Dios, nos dirá que sí. El problema es
que no basta con creer en Dios; hay que fiarse de Dios. Y Satanás no lo hizo.
Acaz y el montañero eran creyentes, pero no se fiaban de Dios. Los que estamos
aquí somos creyentes, pero hemos de dar un paso más: fiarnos de Dios.
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No basta con cortar la cuerda una vez. Cada día tenemos que estar cortando la
cuerda, fiándonos de Dios. Cuando nos levantamos y salimos de casa con frío y
cansancio para venir a Misa los domingos, es una forma de cortar la cuerda, de
fiarse de Dios.
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Voy a regalar a cada feligrés por Reyes un cuchillo para cortar cuerdas. Pero ¡¡¡hay
que usarlo!!!
[1] Este novio contaba con
administrar la gran dote de Lucía, pues era muy rica, pero, al deshacerse el
compromiso, se quedaba sin ese dinero, sin esas tierras, sin esas posesiones, y
reaccionó con rencor.
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