15-12-2019 DOMINGO III
ADVIENTO (A)
Estamos
ya en el tercer domingo de Adviento. A esta celebración se le denomina “el
domingo de la alegría”. La alegría es un signo de felicidad, pero ¿de dónde
procede la felicidad? ¿Quién es feliz?
¿Cómo podemos ser felices?
-
Hace un tiempo recibí un correo electrónico con un archivo adjunto. Dicho
archivo decía así: “En cierta ocasión, durante un seminario para
matrimonios, le preguntaron a una mujer: -'¿Te hace feliz tu esposo?
¿Verdaderamente te hace feliz?’ En ese momento el esposo levantó ligeramente el
cuello en señal de seguridad; sabía que su esposa diría que sí, pues ella jamás
se había quejado durante su matrimonio. Sin embargo, la esposa respondió con un
rotundo: - 'No, no me hace feliz'. Y
ante el asombro del marido continuó: - 'Él no me hace feliz. ¡Yo soy feliz! El que yo sea feliz o no, eso no depende de
él, sino de mí. Yo soy la única persona de quien depende mi felicidad.
Yo determino ser feliz en cada situación y en cada momento de mi vida, pues, si
mi felicidad dependiera de alguna
persona, cosa o circunstancia sobre la faz de esta tierra, yo estaría en serios problemas. Todo
lo que existe en esta vida cambia continuamente: el ser humano, las riquezas,
mi cuerpo, el clima, los placeres, etc. Y así podría decir una lista
interminable. A través de toda mi vida he aprendido algo: he decidido ser feliz y lo demás lo llamo
'experiencias': amar, perdonar, ayudar, comprender, aceptar, escuchar,
consolar. Hay gente que dice: -
No puedo ser feliz, porque estoy enfermo, porque no tengo dinero, porque hace
mucho calor, porque alguien me insultó, porque alguien ha dejado de amarme,
porque alguien no me valoró. Pero lo
que no sabes es que PUEDES SER FELIZ, aunque estés enfermo, aunque haga
calor, aunque no tengas dinero, aunque alguien te haya insultado, aunque
alguien no te amó, o no te haya valorado. ¡¡¡SER FELIZ ES UNA ACTITUD ANTE LA VIDA QUE
CADA UNO DECIDE!!!’”
- En una sola homilía no se puede
tratar con detenimiento la
Palabra de Dios que acabamos de escuchar u otros temas, pero
sí que quiero decir algunas palabras, que pueden servirnos de orientación. Este
texto que acabamos de escuchar es propio de los ‘libros de autoayuda’, que son
seguidos por mucha gente y a la vez muy criticados por otra gente. No voy a
entrar en ese debate ahora mismo, pero sí quiero hacer un pequeño análisis del
texto antes leído:
1) Hay partes con las que estoy de acuerdo y otras con las que no.
2) No estoy de acuerdo en que la felicidad del ser humano depende
exclusivamente de uno mismo, sin tener en cuenta a los demás que están
alrededor o a las circunstancias que nos rodean.
3) Por otra parte, sí estoy de acuerdo en que, si mi felicidad depende solo
y exclusivamente de las circunstancias y de las personas que me rodean, mal me
iría.
4) Desde el punto de vista cristiano y evangélico la crítica más fuerte
que hago a toda la filosofía de la autoayuda (reconociendo una serie de valores
positivos) es que dicha concepción de la vida dice que… todo depende de uno
mismo. NO. Para el cristiano el origen de todo bien, de toda alegría, de toda
felicidad, de toda seguridad… es Dios y no uno mismo.
- Cuando en el evangelio de hoy
Jesús responde a los mensajeros de Juan Bautista, les dice así: “los ciegos ven y los inválidos andan; los
leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los
pobres se les anuncia la Buena Noticia”.
Todas estas afirmaciones son fuente de alegría y de felicidad para los
beneficiarios de estos bienes y para quienes son testigos de ellos. Pero… ¿de
dónde o de quién vienen todos estos regalos? Es el salmo 145 quien nos lo
desvela: “El Señor mantiene su
fidelidad perpetuamente, hace justicia a los oprimidos, (el Señor) da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos. El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se
doblan, el Señor ama a los justos, el Señor guarda a los peregrinos. (El Señor) Sustenta al huérfano y a la viuda”. Sí, es el Señor quien nos
regala todos los bienes, quien nos da la alegría y quien nos hace felices. Por
eso, la respuesta que hemos dado tras cada estrofa del salmo ha sido ésta: “Ven,
Señor, a salvarnos”. Por lo tanto, no
soy yo quien me salvo, ni quien fabrico mi alegría, ni quien soy feliz por mí
mismo… Es el Señor el origen y la fuente
de todo esto.
Celebramos en estas semanas el
Adviento, es decir, celebramos al Señor que viene a salvarnos. No esperamos que
nos salve y que nos dé la felicidad ni la alegría un hombre, o unas ideas, o
unos bienes materiales, ni siquiera yo mismo. Sino que todo esto lo esperamos
únicamente de Dios y de su Hijo Jesucristo, cuyo nacimiento esperamos y
anunciamos.
- Siendo seminarista escuché por
primera vez un dicho, que entonces no descubrí en toda su profundidad, pero
hoy, pasados ya unos cuantos años, veo más claro cada día. Le decía yo a un
sacerdote que me aburría en la oración, que no la hacía bien, que perdía el
tiempo. Y decía todo esto, porque no sentía nada en la oración. A estas
palabras mías el sacerdote me contestó con el siguiente dicho: “Hay que buscar al Jesús del caramelo y no al
caramelo de Jesús”. ¿Por qué digo esto ahora? Muy sencillo: porque, aunque
siga ciego, inválido, sordo, pobre, preso, hambriento… he de saber que lo más
importante no es que me sean quitadas todas estas enfermedades o todos los
problemas, sino que lo más importante es el mismo Jesús. Y aquí sí que estoy
totalmente de acuerdo con esta parte del texto leído al principio de la
homilía: “Hay gente que dice: - No puedo ser
feliz, porque estoy enfermo, porque no tengo dinero, porque hace mucho calor,
porque alguien me insultó, porque alguien ha dejado de amarme, porque alguien
no me valoró. Pero lo que no sabes es
que PUEDES SER FELIZ, aunque estés enfermo, aunque haga calor, aunque no
tengas dinero, aunque alguien te haya insultado, aunque alguien no te amó, o no
te haya valorado”. Sí, puedo ser feliz, porque es Dios mi
felicidad, mi alegría, mis ojos, mis piernas, mis oídos, mi riqueza, mi
libertad, mi pan…
¡Qué pena tan grande sería que
lucháramos toda nuestra vida por tener los ‘caramelos’ de Jesús o de quien sea,
y no por tener al Jesús de todos los ‘caramelos’!
¡Ven, Señor Jesús!
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