27-10-2019 DOMINGO XXX TIEMPO ORDINARIO (C)
Acabamos
de escuchar la parábola del fariseo y del publicano.
El fariseo es un hombre fiel a las normas
religiosas en grado sumo: 1) Aunque sólo estaría obligado a ayunar una vez al
año, él lo hace dos veces a la semana. En estos dos días a la semana el fariseo
no come ni bebe nada, ni agua siquiera. 2) El fariseo paga el diezmo de todo lo
que tiene. 3) Además, el fariseo no roba, no es adúltero, no comete
injusticias. Realmente este fariseo es una ‘joya’ y una maravilla de ‘hombre
religioso’.
El publicano, en cambio, es un traidor a
su patria y a sus compatriotas por colaborar con el ejército invasor, con los
romanos. Es un ladrón y un usurero; es una sanguijuela de los pobres, huérfanos
y viudas; es avaro y estafador. El publicano se da cuenta que, ante Dios, tiene
las manos vacías y manchadas.
Sin embargo y a
pesar de todo lo dicho anteriormente, quien
obtiene el favor y la salvación de Dios es el publicano y no el fariseo. ¿Por
qué? (¡¡¡!!!) ¿Qué mal ha hecho el fariseo? El fariseo no miente sobre su
observancia y sobre su fidelidad a la religión. ¿Qué ha hecho, en cambio, el
publicano para obtener el favor de Dios?
- Vamos a examinar
un poco más a fondo la oración y la vida del fariseo: En realidad, el fariseo no hace una oración de agradecimiento
a Dios por la fe que Este le ha dado, sino que su oración es un enunciar sus
propios méritos (ayunar, pagar diezmos y dar limosnas, cumplir los
mandamientos…), pues las obras que hace van más allá de los exigido por la
Moisés, y Dios TIENE LA OBLIGACION de recompensarle por ello. Su religiosidad
se convierte en un ‘autobombo’, que le hace despreciar a los demás, porque los
demás están por debajo de él. Su religiosidad le llena de orgullo y de soberbia
ante los demás y… ante Dios.
Por otra parte,
cuando hablamos y actuamos los gestos
son importantes. Fijaros en los gestos del fariseo: en el templo se pone
muy cerca de Dios, pues tiene derecho a ello y trata a Dios casi de un igual a
igual; el fariseo se planta firme ante Dios y con la cabeza bien alta y con la
mirada firme; el fariseo mira a los demás por encima del hombro… En realidad, el fariseo no se reconoce
culpable de nada, ni necesitado de nada ni de nadie, ni siquiera de la
salvación de Dios. Y esto es precisamente lo que le cierra el corazón de Dios,
al cual no necesita para nada. Cuando reñimos a Dios, cuando nos enfadamos
con Dios, cuando nos enfrentamos a Dios, cuando exigimos a Dios y le pasamos
factura por lo que Dios hace mal (¿?), NUESTRO COMPORTAMIENTO Y ACTITUD ES LA
DEL FARISEO DE ESTE EVANGELIO.
- Veamos qué pasa
con el publicano y cómo es su
postura física en el momento de orar. Este se queda en la parte de atrás del
templo, pues tiene vergüenza de acercarse a Dios; está con los ojos bajos; y se
golpea el pecho constantemente. Y es que el publicano, al entrar en contacto
con Dios, se siente urgido a una conversión radical de vida. Tiene que cambiar
de vida. Es lo que Dios le está diciendo en lo profundo de su corazón. El
publicano habla a Dios con humildad y de inferior a superior. El publicano confiesa la necesidad que
tiene del perdón, del amor y de la salvación de Dios: “¡Oh Dios, ten compasión de este pecador!” Y es este hombre, el
publicano, quien recibe la salvación de Dios. ESTE PUBLICANO NOS ESTÁ
DICIENDO CÓMO DEBE SER NUESTRA ORACIÓN ANTE DIOS Y NUESTRA POSTURA CORPORAL.
Al dar Dios su paz
al publicano y no al fariseo, se cumplen así las palabras de la primera
lectura: “Los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no
descansa”. También se cumplen
las palabras de la Virgen María ante su prima Isabel: “Dios dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los
poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes, y a
los ricos los despide vacíos” (Lc. 1, 51s). Finalmente, se cumplen las
palabras de Jesús en este evangelio de hoy: “Todo el que se
enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.
Por lo tanto, para alcanzar la salvación de Dios y su favor hemos
de aprender del publicano y no del fariseo:
* Ante Dios nadie hay inocente. Todos
tenemos algún pecado o más bien muchos pecados. Hace unos años, un domingo iba
yo hacia las 10 menos cuarto de la mañana para orar en la catedral antes de
celebrar la Misa de 11. Había algunos chicos que regresaban de la juerga
nocturna y uno de ellos me dice al verme: “Cura, soy un pecador”. Y a
continuación añade: “Yo no creo en Dios”. Solo se siente pecador quien cree en
Dios y quien tiene una relación de fe y de amor con Dios. Si esto no es así, no
existen los pecados; únicamente se ve que uno tiene fallos o errores. Pecador
es aquella persona que actúa contra el plan de Dios y lo hace de modo
consciente, tanto porque tiene certeza de la existencia de Dios, como de su
voluntad y actúa contra ella. Repito, por tanto, el hombre creyente sabe que,
ante Dios, uno siempre falla, pues Él es el único Santo y uno es pecador.
* Si el hombre
creyente se ve pecador (como el publicano), entonces se puede reconocer
necesitado del perdón de Dios, de la salvación de Dios, del amor misericordioso
de Dios. El hombre creyente y pecador se
sitúa siempre en humildad ante Dios.
* El hombre creyente pecador no mira por
encima de los hombros a los demás hombres, porque él no es mejor que ellos.
Si los demás pecan, él también. Si los demás necesitan de Dios, él también. Por
ello el hombre creyente pecador no juzga ni condena.
* El hombre creyente pecador tiene actos y
gestos de humildad y de confianza ante
Dios. No ve denigrante arrodillarse ante un sacerdote para pedir perdón,
ante un sagrario para orar a su Amado.
¡Cuánto me
impresionan las personas que hacen la genuflexión ante el sagrario o se arrodillan
en el banco para orar o hacen la señal de la cruz en la calle o en el templo!
¡Cuánto me
impresiona siempre ver a personas arrodillarse para recibir el Sacramento de la
Penitencia! Hace un tiempo estuve enfermo de gripe en la cama y vino un joven a
confesarse y a hacer dirección espiritual. Él sentado en una silla y yo echado
en la cama y tapado hasta el cuello. Al terminar y estirar yo la mano, desde la
cama, para darle la absolución, el joven estiró su cabeza para que mi mano
tocara su cabeza y sentir así el perdón de Dios.
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