jueves, 24 de octubre de 2019

Domingo XXX del Tiempo Ordinario (C)


27-10-2019                 DOMINGO XXX TIEMPO ORDINARIO (C)
                                     Eclo. 35,12-14.16-18; Slm. 33; 2 Tim. 4, 6-8.16-18; Lc. 18, 9-14
Homilía en vídeo
Homilía de audio
Queridos hermanos:
            Acabamos de escuchar la parábola del fariseo y del publicano.
El fariseo es un hombre fiel a las normas religiosas en grado sumo: 1) Aunque sólo estaría obligado a ayunar una vez al año, él lo hace dos veces a la semana. En estos dos días a la semana el fariseo no come ni bebe nada, ni agua siquiera. 2) El fariseo paga el diezmo de todo lo que tiene. 3) Además, el fariseo no roba, no es adúltero, no comete injusticias. Realmente este fariseo es una ‘joya’ y una maravilla de ‘hombre religioso’.
El publicano, en cambio, es un traidor a su patria y a sus compatriotas por colaborar con el ejército invasor, con los romanos. Es un ladrón y un usurero; es una sanguijuela de los pobres, huérfanos y viudas; es avaro y estafador. El publicano se da cuenta que, ante Dios, tiene las manos vacías y manchadas.
Sin embargo y a pesar de todo lo dicho anteriormente, quien obtiene el favor y la salvación de Dios es el publicano y no el fariseo. ¿Por qué? (¡¡¡!!!) ¿Qué mal ha hecho el fariseo? El fariseo no miente sobre su observancia y sobre su fidelidad a la religión. ¿Qué ha hecho, en cambio, el publicano para obtener el favor de Dios?
- Vamos a examinar un poco más a fondo la oración y la vida del fariseo: En realidad, el fariseo no hace una oración de agradecimiento a Dios por la fe que Este le ha dado, sino que su oración es un enunciar sus propios méritos (ayunar, pagar diezmos y dar limosnas, cumplir los mandamientos…), pues las obras que hace van más allá de los exigido por la Moisés, y Dios TIENE LA OBLIGACION de recompensarle por ello. Su religiosidad se convierte en un ‘autobombo’, que le hace despreciar a los demás, porque los demás están por debajo de él. Su religiosidad le llena de orgullo y de soberbia ante los demás y… ante Dios.
Por otra parte, cuando hablamos y actuamos los gestos son importantes. Fijaros en los gestos del fariseo: en el templo se pone muy cerca de Dios, pues tiene derecho a ello y trata a Dios casi de un igual a igual; el fariseo se planta firme ante Dios y con la cabeza bien alta y con la mirada firme; el fariseo mira a los demás por encima del hombro… En realidad, el fariseo no se reconoce culpable de nada, ni necesitado de nada ni de nadie, ni siquiera de la salvación de Dios. Y esto es precisamente lo que le cierra el corazón de Dios, al cual no necesita para nada. Cuando reñimos a Dios, cuando nos enfadamos con Dios, cuando nos enfrentamos a Dios, cuando exigimos a Dios y le pasamos factura por lo que Dios hace mal (¿?), NUESTRO COMPORTAMIENTO Y ACTITUD ES LA DEL FARISEO DE ESTE EVANGELIO.
- Veamos qué pasa con el publicano y cómo es su postura física en el momento de orar. Este se queda en la parte de atrás del templo, pues tiene vergüenza de acercarse a Dios; está con los ojos bajos; y se golpea el pecho constantemente. Y es que el publicano, al entrar en contacto con Dios, se siente urgido a una conversión radical de vida. Tiene que cambiar de vida. Es lo que Dios le está diciendo en lo profundo de su corazón. El publicano habla a Dios con humildad y de inferior a superior. El publicano confiesa la necesidad que tiene del perdón, del amor y de la salvación de Dios: “¡Oh Dios, ten compasión de este pecador!” Y es este hombre, el publicano, quien recibe la salvación de Dios. ESTE PUBLICANO NOS ESTÁ DICIENDO CÓMO DEBE SER NUESTRA ORACIÓN ANTE DIOS Y NUESTRA POSTURA CORPORAL.
Al dar Dios su paz al publicano y no al fariseo, se cumplen así las palabras de la primera lectura: “Los gritos del pobre atravie­san las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansa”. También se cumplen las palabras de la Virgen María ante su prima Isabel: “Dios dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes, y a los ricos los despide vacíos” (Lc. 1, 51s). Finalmente, se cumplen las palabras de Jesús en este evangelio de hoy: Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.
Por lo tanto, para alcanzar la salvación de Dios y su favor hemos de aprender del publicano y no del fariseo:
* Ante Dios nadie hay inocente. Todos tenemos algún pecado o más bien muchos pecados. Hace unos años, un domingo iba yo hacia las 10 menos cuarto de la mañana para orar en la catedral antes de celebrar la Misa de 11. Había algunos chicos que regresaban de la juerga nocturna y uno de ellos me dice al verme: “Cura, soy un pecador”. Y a continuación añade: “Yo no creo en Dios”. Solo se siente pecador quien cree en Dios y quien tiene una relación de fe y de amor con Dios. Si esto no es así, no existen los pecados; únicamente se ve que uno tiene fallos o errores. Pecador es aquella persona que actúa contra el plan de Dios y lo hace de modo consciente, tanto porque tiene certeza de la existencia de Dios, como de su voluntad y actúa contra ella. Repito, por tanto, el hombre creyente sabe que, ante Dios, uno siempre falla, pues Él es el único Santo y uno es pecador.
* Si el hombre creyente se ve pecador (como el publicano), entonces se puede reconocer necesitado del perdón de Dios, de la salvación de Dios, del amor misericordioso de Dios. El hombre creyente y pecador se sitúa siempre en humildad ante Dios.
* El hombre creyente pecador no mira por encima de los hombros a los demás hombres, porque él no es mejor que ellos. Si los demás pecan, él también. Si los demás necesitan de Dios, él también. Por ello el hombre creyente pecador no juzga ni condena.
* El hombre creyente pecador tiene actos y gestos de humildad  y de confianza ante Dios. No ve denigrante arrodillarse ante un sacerdote para pedir perdón, ante un sagrario para orar a su Amado.
¡Cuánto me impresionan las personas que hacen la genuflexión ante el sagrario o se arrodillan en el banco para orar o hacen la señal de la cruz en la calle o en el templo!
¡Cuánto me impresiona siempre ver a personas arrodillarse para recibir el Sacramento de la Penitencia! Hace un tiempo estuve enfermo de gripe en la cama y vino un joven a confesarse y a hacer dirección espiritual. Él sentado en una silla y yo echado en la cama y tapado hasta el cuello. Al terminar y estirar yo la mano, desde la cama, para darle la absolución, el joven estiró su cabeza para que mi mano tocara su cabeza y sentir así el perdón de Dios.

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