13-10-2019 DOMINGO XXVIII TIEMPO ORDINARIO (C)
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El Evangelio de hoy nos presenta a 10 leprosos. La lepra era (y es) una enfermedad
terrible: en los afectados se pudre la carne y se cae a pedazos. Es una
enfermedad contagiosa. En los tiempos de Jesús, el leproso se tenía que apartar
de la gente y vivir como un apestado. Los leprosos, al caminar, debían ir
tocando la campanilla para que, al acercarse uno sano, éste pudiese tener
tiempo de apartarse. Los leprosos no podían ir a los pueblos. Si estaban
casados y con hijos, debían salir de su casa… Por eso, ser leproso era de lo
peor que le podía pasar a una persona. Pues bien, Jesús se encuentra con 10 de
estos enfermos y le dicen: “-Jesús,
Maestro, ten compasión de nosotros”. Jesús cura a los 10 enfermos, pero solo
uno vuelve para dar gracias. A los otros… solo les interesaba curarse. Nada
más.
Hay gente que va a
Lourdes o a Fátima para curarse. Tienen mucha fe en Dios o en la Virgen María,
pero… si no les cura, si no se atiende sus peticiones, esa fe se tambalea. Hace
un tiempo fue una familia a Covadonga. La mujer me contaba cómo había
transcurrido el día y me decía que le había pedido a la Santina SALUD. Yo le
dije que era más importante pedir a la Santina la FE. Ella me respondió que lo
que a ella le interesaba era la salud para ella y para su familia.
- ¿Qué es más importante: la SALUD o la FE?
Pues depende a quién preguntemos:
* Si le preguntamos
a Dios, ¿qué nos dirá?
* Si le preguntamos
a un santo, ¿qué nos dirá?
* Si le preguntamos
a nuestros seres queridos… ya difuntos, ¿qué nos dirán?
* Si le preguntamos
a un ateo, ¿qué nos dirá?
* Si le preguntamos
a un anciano con muchos achaques, ¿qué nos dirá?
* Si le preguntamos
a un joven sano y fuerte, ¿qué nos dirá?
* Si le preguntamos
a un enfermo crónico, ¿qué nos dirá?
* Si nos preguntan a
nosotros, ¿qué diremos?
Algunas
respuestas:
Hablando en general,
veo que en el mundo que nos rodea, quienes
no tienen fe, no dan ninguna o poca importancia a no tener fe.
También veo que quienes no tienen salud, dan mucha
importancia a esta falta de salud y desearían mucho recobrarla: poder moverse
como antes, poder dormir como antes, poder comer como antes, no tener dolores,
no tener ese cáncer…
Asimismo veo que quienes tenemos salud, damos poca
importancia (no en teoría, pero sí de hecho) a la salud. Solo le damos la
importancia debida cuando la perdemos. A aquellos que tenemos salud puede
pasarnos como al zapatero del cuento: “Dios
tomó forma de mendigo y bajó al pueblo; buscó la casa del zapatero y le dijo:
‘Hermano, soy muy pobre, no tengo una sola moneda en la bolsa, estas son mis
únicas sandalias y están rotas, si tú me hicieras el favor...’. El zapatero le
dijo: ‘Estoy cansado de que todos vengan a pedir y nadie a dar’. El Señor le
dijo: ‘Yo puedo darte lo que tú necesitas’. El zapatero desconfiado viendo al
mendigo, le preguntó: ‘¿Tú podrías darme el millón de dólares que necesito para
ser feliz?’ El Señor le dijo: ‘Yo puedo darte diez veces eso, pero a cambio de
algo’. El zapatero preguntó: ‘¿A cambio de qué?’ ‘A cambio... a cambio de tus
piernas’. El zapatero respondió: ‘¿Para qué quiero yo diez millones de dólares
si no voy a poder caminar?’ Entonces el Señor le dijo: ‘Puedo darte cien
millones de dólares a cambio... de tus brazos’. El zapatero respondió: ‘¿Para
qué quiero yo cien millones de dólares si ni siquiera voy a poder comer solo?’
Entonces el Señor le dijo: ‘Bueno, puedo darte mil millones de dólares a cambio
de tus ojos’. El zapatero pensó un poco y respondió: ‘¿Para qué quiero yo mil
millones de dólares si no voy a poder ver a mi mujer, a mis hijos, a mis
amigos...?’ Entonces el Señor le dijo: ‘Ah, hermano, hermano, qué fortuna
tienes y no te das cuenta’”.
Sí, en tantas
ocasiones valoramos lo que nos falta y no lo que poseemos. La salud física y
psíquica es muy importante y solo nos damos cuenta de ello cuando nos falta. La salud es un don de Dios y hemos de valorarla
y protegerla. Pero también es verdad que, desde el punto de vista cristiano,
sabemos que la salud no es un bien absoluto ni eterno. En algún momento de
nuestra vida se nos acaba la salud, y en tantas ocasiones he oído a familiares
que estaba dispuestos a perder su salud con tal de que otros seres queridos
quedaran libres de las enfermedades. Pienso en los padres que rezan y desean
que los males de sus hijos les pasen a ellos.
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Volvamos al evangelio de hoy. Se nos narra que solo uno de los leprosos curados
volvió para dar gracias a Jesús por la sanación. A los otros nueve únicamente
les interesaba de Jesús su poder de curación. No les importaba su mensaje, su
evangelio, si era Dios o no era Dios, si era profeta o no era profeta, si iba a
morir en la cruz o no… Solo les importaba quitar esa lacra y esa enfermedad de
encima, y volver a vivir como antes: en medio de su familia, de sus amigos, de
sus idas y venidas…
Pero había un décimo
leproso, y que además no era judío (no era del pueblo escogido), al que le
importaba su curación física, pero también le importaba ser agradecido y
conocer más de la persona a la que debía su salud. Este décimo leproso era un
hombre de fe y, por eso, Jesús le dijo: “-Levántate,
vete; tu fe te ha salvado”. Ahora Jesús le da, no solo la curación, sino y
sobre todo le da la salvación que procede de su fe. La curación física afecta sólo al cuerpo… y hasta que no salga otra
enfermedad o hasta la muerte. Después se acabó. La salvación que Jesús da al
hombre afecta a todo el hombre y pasa más allá de la muerte y dura toda la
eternidad. Por eso, digo que es más importante la fe que la salud. Las dos
cosas son buenas y se han de buscar y desear, pero es mucho más importante la
fe que la salud, porque es mucho más importante Dios que este cuerpo perecedero
que poseemos.
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