21-7-2019 DOMINGO
XVI TIEMPO ORDINARIO (C)
Ya
sabéis que utilizo las homilías de los domingos del verano para dar una catequesis
sobre diversos temas importantes y/o de actualidad en nuestra fe cristiana.
Para este año se me ha ocurrido tratar EL CREDO APOSTÓLICO. Utilizaré para ello
el Catecismo de la Iglesia Católica.
Cuando
estuve en Roma para licenciarme en Derecho Canónico, en los años 1988-1990,
sucedió la caída del Muro de Berlín y del comunismo en los países del Este. Nos
contaron el caso de los católicos de Checoslovaquia, que no podían salir de su
país desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (1945). Con la caída del
comunismo los últimos gobiernos de este signo político tuvieron que levantar un
poco la mano y permitieron que los católicos hicieran una peregrinación en tren
hasta Roma. Entre los viajeros había infiltrados muchos agentes del gobierno
que espiaban a los peregrinos, a fin de reconocer a los líderes y luego actuar
contra ellos a su vuelta a Checoslovaquia. Sin embargo, todos los agentes
fueron reconocidos, porque, a las personas desconocidas para los peregrinos y
que se hacían pasar por católicos, se les hacía recitar el Credo en latín. Por
supuesto que los agentes no lo sabían y enseguida quedaban señalados y
aislados, por lo que tenían que bajar del tren inmediatamente.
El Credo ha sido (y es) señal de
identidad de los cristianos desde los primeros años de existencia de la Iglesia.
Esta “quiso recoger lo esencial de su fe
en resúmenes orgánicos y articulados destinados sobre todo a los candidatos al
bautismo […] ‘Este resumen de la fe encierra en pocas palabras todo el
conocimiento de la verdadera piedad contenida en el Antiguo y el Nuevo
Testamento’ (San Cirilo de Jerusalén)” (n. 186 del Catecismo).
El Credo resume la fe que profesamos los
cristianos. El Credo “es la
recopilación de las principales verdades de la fe. De ahí el hecho de que sirva
de punto de referencia primero y fundamental de la catequesis” (n. 188).
Este Credo lo recitamos en las Misas más importantes, en las celebraciones del
Bautismo, de la 1ª Comunión y de la Confirmación.
Párrafo
1º: “Creo en Dios”.
- Creer en Dios es el fundamento de nuestra fe. Creemos en un solo
Dios, ya que no adoramos a otros dioses. No adoramos, ni nos salvarán, ni nos
perdonarán otros dioses distintos del único Dios. No creemos ni adoramos a las
cosas materiales (joyas, oro, casas, coches, tierras…). No creemos ni adoramos
a otras personas humanas, por muy fuertes, grandes, bellas, sanas, jóvenes o
por muchas capacidades que tengan (jugadores de fútbol, cantantes, amigos, familiares…).
No creemos ni adoramos ideologías, doctrinas, por muy bellas que sean. No
creemos ni adoramos nuestro EGO... Solo creemos y adoramos a Dios, el único
Dios. A Él lo amamos con todas nuestras fuerzas, porque ‘creer’ en Él supone
amar a este Dios (nn. 199-201).
- ¿Cómo y por qué podemos conocer, adorar, creer y amar a Dios? No
porque seamos inteligentes, no porque lo hayamos encontrado por casualidad,
sino porque ha sido el mismo Dios el que
se ha revelado a nosotros. ‘Revelar’ significa que Dios se ha mostrado al
hombre, se ha acercado al hombre, se ha abajado al hombre. Y de este modo el
hombre ha podido conocerlo, adorarlo, creer en Él y amarlo (nn. 206-207).
- El hombre creyente (y no creyente) es pequeño ante Dios. “Ante la presencia atrayente y misteriosa de
Dios, el hombre descubre su pequeñez. Ante la zarza ardiente, Moisés se quita
las sandalias y se cubre el rostro (cf. Ex
3,5-6) delante de la santidad divina. Ante la gloria del Dios tres veces santo,
Isaías exclama: ‘¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios
impuros!’ (Is 6,5). Ante los
signos divinos que Jesús realiza, Pedro exclama: ‘Aléjate de mí, Señor, que soy
un hombre pecador’ (Lc 5,8)”
(n. 208).
- Dios es. Esta es una experiencia extraordinaria: cuando un hombre siente
y percibe a Dios, exclama maravillado: ‘Dios es’. Es una sorpresa absoluta. El
hombre que tiene una experiencia de Dios se da cuenta que conocía a Dios de
oídas, de libro, en teoría, pero ahora sabe que ES verdad, siente que ES
verdad. Pero Dios es tan grande, pertenece a otra dimensión de tal manera que
no puede ser aprehendido, ni comprendido. Se sabe de Él y se le percibe como
Alguien que ha sido desde siempre, y que será para siempre. Dice el salmo 102: “Ellos[1]
perecen, mas tú quedas, todos ellos como la ropa se desgastan [...] pero tú
siempre el mismo, no tienen fin tus años”.
- Desde esta
perspectiva se comprende perfectamente que santa Teresa de Jesús haya compuesta
esta poesía: “Nada te turbe, / Nada te
espante. Todo se pasa, / Dios no se muda. La paciencia, / Todo lo
alcanza; Quien a Dios tiene, / Nada le falta: Sólo Dios basta” (n. 227).
Párrafo 2º:
El Padre.
- Hemos sido
bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. “El
misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida
cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos
los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina […] Toda la historia de
la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los
cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela a los
hombres, los aparta del pecado y los reconcilia y une consigo” (n. 234). “La Trinidad es un misterio de fe en sentido
estricto, uno de los misterios escondidos en Dios, que no pueden ser conocidos
si no son revelados desde lo alto […] La intimidad de su Ser como Trinidad
Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón e incluso a la fe de
Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y el envío del Espíritu Santo”
(n. 237).
- Al designar a Dios con el nombre de ‘Padre’, el lenguaje de la fe
indica principalmente dos aspectos: 1) que Dios es el origen primero de todo y 2)
que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus hijos. Esta
ternura paternal de Dios puede ser expresada también mediante la imagen de la
maternidad. El lenguaje de la fe se sirve así de la experiencia humana de los
padres que son en cierta manera los primeros representantes de Dios para el
hombre. Pero esta experiencia dice también que los padres humanos son falibles
y que pueden desfigurar la imagen de la paternidad y de la maternidad. Nadie es
padre como lo es Dios (cf. n. 239).
[1] Los hombres, los
reinos, los imperios, las ciudades, las cosas…
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