14-7-2019 DOMINGO XV TIEMPO ORDINARIO (C)
La pregunta que hoy le hacen a Jesús
es muy importante y se la tenemos que hacer también nosotros:
“¿Qué
tenemos que hacer para heredar la vida eterna, para ir al cielo?”
La contestación que Jesús nos da es esta: amar a Dios con todo el corazón, con
todas las fuerzas, con todo el ser y al prójimo como a nosotros mismos.
- Primero, y por encima de todo,
amar a Dios. Amar a Jesucristo con toda nuestra alma. Que nuestro primer
pensamiento al despertarnos sea para Él y, antes de dormirnos, también, y
durante el día. Que al leer cómo fue maltratado antes de morir, se nos llenen
los ojos de lágrimas. Que prefiramos mil veces la muerte, antes que perderle.
Voy a poneros un ejemplo ya conocido: Niña
salvadoreña que besó la cruz escupida.
Todo esto significa el amor a Dios,
donde yo siempre busco más hacer su voluntad que la mía, aunque hacer la
voluntad de Dios signifique mi muerte: Leyenda
del “Quo vadis, Domine?”
- Pero, ¿cuándo sé yo que amo a Dios
con todas mis fuerzas? ¿Si me salen lágrimas al pensar en Él? ¿Si digo que
prefiero la muerte antes que vivir sin Él? No. Sabemos que amamos a Dios con todas las fuerzas cuando amamos a los
hombres que nos rodean. Dice san Juan, el evangelista: “Si no amamos a los hombres que vemos, cómo vamos a amar a Dios a quien
no vemos” (1ª Jn. 4, 20).
En
el evangelio de hoy nos pone Jesús el ejemplo del buen samaritano. El
samaritano era para los judíos como hoy para algunos de nosotros puede ser un ser
despreciable y/o dañino. Alguien del que no se espera que nos pueda ayudar; al
contrario, alguien del que se puede esperar cualquier daño[1].
Pues bien, a aquel samaritano, al ver al malherido, -dice la traducción- que “le dio lástima”. Esto está mal
traducido. Yo tengo lástima cuando veo un gato pillado por un coche o una
paloma coja. Pero es muy distinto el ‘tener lástima’ a lo que dice realmente el
verbo en griego. El verbo griego dice que al samaritano se le removieron las
entrañas. Cuando a una madre le muere un hijo, a esa sí que se le remueven las
entrañas y no siente simplemente lástima. Otro ejemplo puede ser el de aquella
mujer alemana en la segunda guerra mundial que tenía a un hijo en el ejército
alemán del frente ruso. En el año 1944, durante la retirada de los alemanes,
los rusos penetraron en Alemania y un soldado ruso entró a pasar la noche en la
casa de aquella señora. Ella se le tiró al cuello, lo besó, le quitó las botas
y los calcetines, le curó las llagas de los pies, le preparó el baño, le dio de
comer y le puso para dormir sábanas limpias. Al día siguiente, después de
desayunar, al marchar el soldado ruso le preguntó que por qué hacía todo eso
por él si era su enemigo, y la señora le contestó que solo esperaba que, si su
propio hijo se encontraba con su madre en Rusia, esta le atendiera como ella le
había atendido a él. La madre alemana, al atender al soldado ruso, estaba
cuidando a su hijo. Se le conmovieron las entrañas por puro amor de madre.
Desde
esta perspectiva podemos entender mucho mejor los sentimientos y la reacción
del
samaritano: atendió al herido, lo llevó sobre su cabalgadura, mientras él iba
de pie, y lo llevó a una posada en donde lo cuidó toda la noche. Al tener que
marchar al día siguiente, pidió al posadero que lo cuidara y le dio dos
denarios como pago. El jornal entonces de un obrero era de un denario al día.
Más o menos como hoy pueden ser 50 €, o 60 €. Vamos a poner que el samaritano
entregó al posadero unos 120 € por un hombre que ni conocía. Eso hizo el
samaritano.
Cuanto más amemos a Dios, cuanto más
venimos a Misa, cuanto más rezamos…, más tenemos que amar a las personas que
nos rodean. En caso contrario, seremos unos farsantes. Dios quiere el bien de
todos los hombres y ama a todos los
hombres, por tanto, si yo amo a Dios, inmediatamente amo a los hombres, porque
son hijos de Dios y hermanos míos.
Amar al prójimo como a uno mismo
significa:
- No tener envidia del bien de los
demás.
- No murmurar de los demás…, aunque
sea verdad.
- Perdonar TODO el mal que nos hayan
hecho.
- Orar por todos, incluso por los
enemigos.
- Ayudar con nuestras limosnas.
- Disculpar siempre los fallos de
los otros.
- Sonreír a quien no te sonríe.
Saludar a quien no te saluda.
Recordar la pregunta: “¿Qué tenemos que hacer para entrar en el
cielo?” Jesús nos contesta de modo
bien claro en el evangelio de hoy: Amar a Dios sobre todas las cosas y al
prójimo como a nosotros mismos.
[1] En algunas partes de Oviedo la
gente pasa con un cierto temor, porque en aquellos lugares existen centros de
acogida de inmigrantes menores de 18 años, que son muy conflictivos y que
causan problemas a los educadores, a los policías, a los vecinos, a los
transeúntes.
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