9-6-2019 PENTECOSTES
(C)
- ANTES DE LA VENIDA DEL ESPÍRITU
SANTO.
Hemos
estado escuchando estos días de atrás que los apóstoles y todos los discípulos
de Jesús, tras la muerte de Este, se metieron en los sótanos, en madrigueras,
huyeron lo más lejos que pudieron y procuraron disimular su creencia en Jesús.
Estaban asustados, avergonzados de un Jesús fracasado y derrotado. Se habían
llenado de miedo y de cobardía; estaban igualmente llenos de dudas. ¡Los
milagros de Jesús parecían tan lejanos! Las palabras maravillosas de Jesús eran
como sueños, que habían desaparecido al despertar en la dura realidad.
Estos discípulos se
sentían engañados y también fracasados. Habían abandonado sus trabajos, sus
casas, sus familias y no habían escuchado a la gente ‘prudente’ y no habían
seguido el ejemplo de la gente sensata que se había quedado en casa, rezando a
Dios, pero… en casa. Estos discípulos ya no se fiaban de Dios, pues les había engañado.
Tenían el corazón endurecido y ya no veían a ese Dios como Padre, ya no
escuchaban sus Palabras, ya no entendían nada.
Aquellos
discípulos que aún quedaban en Jerusalén eran personas que irían perdiendo la
fe poco a poco, volverían a sus casas, a sus trabajos, a sus familias… con el
rabo entre las piernas y se volverían unos descreídos. ¡Nadie más iba a
engañarlos de nuevo con palabras bonitas! Ya se conoce el refrán: ‘Gato escaldado, huye del agua’.
Así
es como estaban los discípulos tras la muerte de Jesús. Varios textos del Nuevo
Testamento nos lo indican: “…estando
cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos…” (Jn. 20,
19); “…dos de los discípulos iban (huían) a un pequeño pueblo llamado Emaús…” (Lc. 24, 13).
- VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO.
Nos
dice la primera lectura de hoy: “Al
cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De
repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba
fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron
aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de
cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo…”
Estos
discípulos de Jesús y que estaban en estas condiciones de miedo, de cobardía,
de falta de fe, con dudas y con el corazón endurecido son los que recibieron el
día de Pentecostés el Espíritu Santo. ¿Qué
fue lo que pasó entonces con los discípulos? ¿Siguieron como antes o cambiaron
en algo?
- DESPUÉS DE LA VENIDA DEL ESPÍRITU
SANTO.
Nos
dice la primera lectura que, tras la venida del Espíritu Santo, los discípulos de
Jesús “empezaron a hablar en otras
lenguas”. ¿Qué significa esto? Pues significa
que los discípulos se llenaron de parresía.
¡Vaya ‘palabreja’! ¿Qué significa esta palabra? En el sentido etimológico, parresía significa ‘hablar libremente’,
‘hablar atrevidamente’. Parresía implica no sólo a) la libertad
de expresión, sino también b) la obligación de hablar con la verdad para c) el
bien común, incluso d) frente al peligro individual.
Con la parresía, el que habla usa su libertad y
1) elige la franqueza en vez de la persuasión, 2) elige la verdad en vez de la
falsedad o el silencio, 3) elige el riesgo de muerte en vez de la vida, una
vida tranquila, y la seguridad, 4) elige la crítica en vez de la adulación y 5)
elige el deber moral en vez del auto-interés y la apatía moral.
Quien recurre a la parresía, sostiene una relación creíble
hacia la verdad garantizada por ciertas cualidades morales; así mismo, quien recurre
a la parresía, es un crítico de sí
mismo, de la opinión popular, y de la cultura imperante o circundante; revelar
la verdad lo coloca en una posición de peligro, pero insiste en hablar de la
verdad, pues considera que es su obligación moral, social y/o política.
Cuando
el Espíritu Santo te llena, estás lleno de Dios y de parresía espiritual. Si estás lleno de Dios y de su parresía, entonces:
1) las dudas se desvanecen, porque la
certeza y la verdad de Dios se manifiestan en ti plenamente,
2) los miedos huyen de ti, porque con Él
no temes a nada ni a nadie,
3) los fracasos no importan, pues los
fracasos a los ojos de los hombres son frecuentemente éxitos y victorias a los
ojos de Dios,
4) los que tienen el
corazón endurecido y no ven, ni oyen, ni entienden, de repente… ven, oyen y
comprenden todo, porque su corazón es de
carne y no de piedra, su corazón es de Dios y no solo de hombre,
5) eres libre ante la mentira, ante la ‘prudencia’,
ante la adulación, ante el egoísmo, ante el propio interés,
6) eres valiente para hablar y para
comportarte, sin que te importen las consecuencias de lo que digan los demás de
ti o lo que hagan los demás contigo.
7) tienes la sabiduría de Dios y ves todo
con unos ojos nuevos. Estoy leyendo el libro de Ángeles González Méndez
(Mántaras-Tapia de Casariego), que nos dejó hace menos un año por el cáncer que
padecía. Escribió un libro, que ha sido publicado tras su fallecimiento (con 48
años). En uno de sus párrafos dice: “Cuando
te dicen que tienes CÁNCER todo tu mundo se te viene abajo. De repente, pasas a
tener pasado y presente, el futuro desaparece, pienso que para siempre.
Empiezas a plantearte la vida de otra manera y valoras mucho más, momentos que
antes pasaban desapercibidos” [1]. Sí, lo mismo que el
sufrimiento y la enfermedad te da una sabiduría nueva, Dios también te la da.
Y TODO ESTO FUE LO QUE
PASÓ CON AQUELLOS DISCÍPULOS DE JESÚS, LLENOS DE MIEDO Y DE TERROR.
- ¿TENEMOS CON NOSOTROS EL ESPÍRITU
SANTO?
Cuando
en nuestra vida ordinaria u ocasionalmente hablamos con verdad, por el bien
común y sin importarnos nuestra propia integridad o interés, entonces tenemos
al Espíritu Santo y a su parresía.
Cuando
en nuestra vida ordinaria u ocasionalmente las dudas y los miedos huyen de
nosotros, entonces tenemos al Espíritu Santo y a su parresía.
Cuando
en nuestra vida ordinaria u ocasionalmente nuestro corazón se reblandece y se
abre a las personas que nos rodean, y las vemos, las escuchamos y las
entendemos, entonces tenemos al Espíritu Santo y a su parresía.
Cuando
en nuestra vida ordinaria u ocasionalmente no miramos tanto el triunfar o el
fracasar, cuando somos libres y valientes, cuando no nos dejamos llevar por lo
políticamente correcto y no nos importa lo que los demás digan o piensen de
nosotros, sino la verdad, la justicia y la voluntad de Dios, entonces tenemos
al Espíritu Santo y a su parresía.
Cuando
en nuestra vida ordinaria u ocasionalmente Dios es lo más importante para
nosotros, más que nosotros mismos, entonces tenemos al Espíritu Santo y a su parresía.
Por lo tanto, la parresía no es simplemente la valentía
que procede de la propia fuerza o conocimiento, sino que procede de Dios, que
hace al débil fuerte, al ignorante sabio, al pecador santo,…
[1] GONZÁLEZ MÉNDEZ, A., Sueños de ébano. Flamencos rosas,
Círculo Rojo, 2019, 25.
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