16-6-2019 SANTISIMA
TRINIDAD (C)
En
el día de hoy se celebra el domingo de la Santísima Trinidad y también en este
día se celebra el domingo “Pro
Orantibus”, es decir, por todos aquellos dedicados a la vida contemplativa:
los fieles que están en conventos de clausura o fuera de ellos, y que su misión
preferente es la de orar; orar al Dios Uno y Trino, y orar por toda la Iglesia
y por todo el mundo.
Hace
un tiempo acudí a un monasterio de clausura de la archidiócesis para hacer
dirección espiritual con una religiosa. Esta me comentó que el día de la
Santísima Trinidad era el día de la vida contemplativa y que lo mencionara en
la homilía. A lo que yo le contesté que mejor preparaba ella ese día la
“homilía” y yo la predicaría adaptándola en lo que estimare oportuno. Sin
cambiar casi nada de lo que me ha remitido, aquí está el resultado:
“Cuenta S. Jerónimo de sí mismo que, siendo
ya sacerdote y llevando una vida de privaciones, había algo de lo que no podía
desprenderse: su biblioteca. Preciosa y valiosa biblioteca. Dice S. Jerónimo
que ayunaba de comer manjares exquisitos, pero no podía pasar un solo día sin
leer a Cicerón y otros clásicos de la literatura pagana. Hasta tal punto que, si
intentaba leer los profetas o los evangelios, le horrorizaba su lenguaje
inculto y los despreciaba en su interior. ‘Al no ver la luz, pues tenía los
ojos ciegos, no me acaba de convencer que era por culpa de mis ojos y no del
sol’, decía S. Jerónimo. Sucedió que, en una Cuaresma, cayó gravemente enfermo.
Ya le daban por muerto y comenzaron a prepararle el entierro. En esta
situación, S. Jerónimo se vio llevado ante Dios y allí le preguntaron de qué
condición era, a lo que él respondió que era cristiano, pero se le replicó que
eso era falso, que en todo caso él era ‘ciceroniano’, pues donde estaba su
tesoro, allí estaba su corazón. Jerónimo no tenía razones para alegar, y se
quedó sin palabras. Aquello era verdad. Sentía que su conciencia le atormentaba
por haber buscado la alabanza y la gloria humana, y haberse recreado en ella.
Así que comenzó a gritar al Señor y a pedir misericordia. Se le concedió
retornar a la vida humana con gran sorpresa de los que ya le tenían por muerto.
Fue tal el vuelco que dio a su vida, que puso su corazón y, por tanto, su
tesoro en la Sagrada Escritura y ha pasado a la historia de la Iglesia como un
gran comentador de la Escritura. A él se debe la traducción al latín de la
Biblia; es lo que se conoce como la Vulgata.
Donde
está tu tesoro, allí está tu corazón. Hoy la Iglesia, nuestra Madre, en su liturgia nos abre su Tesoro. ¿Cuál es el Tesoro de la
Iglesia? Es Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Nos lo abre y nos dice: 1) Tu
corazón ponlo en el Padre. No
busques otros apoyos, otras referencias. Confía en Dios, confía en su
Providencia y su amor sobre ti. Él te guía y te acompaña siempre. El Padre del
cielo cuida de ti. 2) Tu corazón ponlo en el Hijo. No busques otros señores. Él es nuestro único Señor. Jesús es
la perla preciosa, y el tesoro escondido de que nos habla el Evangelio. Solo Él
es el camino de la felicidad. 3) Tu corazón ponlo en el Espíritu Santo. No busques la vida en otras partes ni en otras
cosas. El Espíritu es Señor y dador de vida. Solo Él puede darte la paz y el
gozo verdadero.
La Iglesia, además de abrirnos su
Tesoro, también hoy nos abre su corazón
y nos dice: En mi corazón están los hermanos y hermanas contemplativos. Hoy
debéis rezar por ellos. Recordadlos y ayudadlos; ellos también necesitan de
vuestra oración y cariño. El corazón de nuestra Iglesia diocesana está latiendo
con la ofrenda de la vida y con la oración de los contemplativos. En nuestra
archidiócesis hay monjas carmelitas en Valdediós, monjas dominicas en Cangas de
Narcea, clarisas en Villaviciosa. En Gijón hay agustinas y carmelitas
descalzas, y en Oviedo hay benedictinas, salesas, agustinas, pasionistas y
carmelitas descalzas. También hay seglares que llevan una vida apartada de
oración, de silencio y de trabajo.
Los contemplativos no
os olvidamos ante el Señor. No hace mucho me
decía una amiga: ‘Tú te has ido, nos has dejado. Tú tienes vocación, pero a
nosotros qué nos va en ello…’ Es verdad que
me he ido, pero no me he alejado.
No os he dejado.
Al contrario. Estoy más cerca, aunque, como el corazón, esté más dentro y, por
eso, más escondida. Dios me ha dado esta vocación, porque me ama, porque ama a
la Iglesia, porque ama a la humanidad, porque os ama a vosotros, porque te ama
a ti. Os va mucho en ello: mi vocación os pertenece y es para vosotros.
No me he alejado.
Cuando estoy con Jesús en la oración, durante el día o durante la noche,
vosotros estáis aquí, conmigo y con Él, como en una mesa de familia que Él, el
Señor, preside y en la que nos está regalando su amor. Yo procuro serviros, como
una madre sirve a la mesa de sus hijos. Así, en la mesa de mi corazón y de mi
oración estáis vosotros –con vuestras vidas, vuestras necesidades, vuestras
preocupaciones, dudas, enfermedades, desesperanzas…- para ser presentados y
escuchados por el Señor. Y Él, tan bueno, quiere que os sirva amor en
abundancia, alegría de Espíritu, paz y paciencia. De este modo, desde el
Corazón del Señor llego a vuestro corazón.
No os he dejado.
Sí, es verdad, a muchos hermanos no los conozco ni nunca sabrán de mí, pero han
llegado a ser tan importantes que por cada uno y por todos ofrezco con Jesús mi
vida cada día. Nadie debería sentirse solo; siempre, con nuestra oración, os
echamos un cable, os tendemos la mano.
¿Es
difícil darse cuenta de esta realidad? A veces sí, porque habitualmente no nos
paramos a pensar que nuestro corazón está latiendo y regando nuestro cuerpo.
Pero un día nos hacemos una herida y empieza a chorrear sangre y entonces nos
percatamos que el corazón nos envía sangre a todo el cuerpo y tenemos vida. Por
eso, a veces necesitamos tener heridas en el alma: insatisfacción, decepciones,
fracasos, contrariedades, sufrimientos… para levantar nuestro corazón al cielo
y saber que nuestra Vida es Dios. Solo Dios. Todo pasa y caminamos hacia Él.
Pero estamos sostenidos, somos ayudados; alguien, una hermana o un hermano
contemplativo, se acuerdan hoy de mí y puedo seguir caminando con confianza y
llevar con paz y hasta con alegría mi cruz de cada día.
Allí donde está
nuestro tesoro, allí está nuestro corazón. Fijaos
lo que nos dice hoy la Iglesia: allí donde está mi tesoro, es decir, mi Dios
Uno y Trino, allí está mi corazón, es decir, los hermanos y hermanas
contemplativos. Los hermanos y hermanas contemplativos tenemos nuestro corazón
en el Tesoro de la Iglesia, y allí os tenemos a vosotros, nuestros hermanos, en
el amor del Señor”.
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