miércoles, 27 de marzo de 2019

Domingo IV de Cuaresma (C)


31-3-2019                              DOMINGO IV CUARESMA (C)
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Homilía de audio
Queridos hermanos:
            Hace unos años un sacerdote de una parroquia rural asturiana, explicaba a los niños del catecismo la parábola del hijo pródigo. Después de la explicación pertinente, el sacerdote ya mandó recoger y dio la indicación de que podían marcharse todos para casa. En ese momento uno de los niños más pequeños levantó la mano y preguntó. “Pero ¿qué fue de los ‘gochinos’?” (que significa cerdos). La carcajada fue general.
            Aprovechando esta pregunta del niño quisiera fijarme hoy, al comentar este evangelio, en los personajes de segunda fila del texto leído. Es decir, en la inmensa mayoría de las ocasiones que se habla de esta parábola se explican cosas sobre el hijo pródigo, y/o sobre el padre, y/o sobre el hermano mayor, pero no se habla de los ‘actores secundarios’. Por eso, pregunto y me pregunto: ¿Qué fue de los ‘amigotes’ con los que el hijo pródigo derrochó su fortuna? ¿Qué fue de las ‘malas mujeres’ con las que el hijo pródigo estuvo cuando derrochaba su fortuna? ¿Qué fue del habitante de aquel país que dio trabajo al hijo pródigo? ¿Qué fue de los cerdos? ¿Qué fue de los jornaleros del padre que tenían pan en abundancia? ¿Qué fue de los criados del padre que vistieron al hijo pródigo? ¿Qué fue del ternero cebado? ¿Qué fue de los que tocaban y bailaban en la fiesta organizada por el padre? ¿Qué fue del mozo que explicó al hermano mayor la causa de la fiesta? ¿Qué fue de los amigos del hermano mayor?
            1) ¿Qué fue de los ‘amigotes’ y de las ‘malas mujeres’ con los que el hijo pródigo derrochó su fortuna? Muy fácil: Compartieron las juergas con el hijo pequeño hasta que se acabó el dinero, después de desplumar a éste y de dejarlo tirado, se fueron a buscar a otro incauto. Ya lo decía el Antiguo Testamento en su libro del Eclesiástico: “Hay amigos que acompañan en la mesa y no aparecen a la hora de la desgracia; cuando te va bien, están contigo; cuando te va mal, huyen de ti” (Eclo. 6, 10-11).
En tantas ocasiones nos hemos rodeado o, en la actualidad, nos rodeamos de estas personas: ellos halagan nuestros oídos, nos cizañan contra los que nos quieren bien, no nos dicen la verdad y, cuando las cosas van mal, ‘si te vi, no me acuerdo’. Pero, en otras ocasiones, nosotros mismos hemos podido ser como esas personas que hemos acompañado a otros sólo en la mesa y en las fiestas, y nos hemos ‘evaporado’ en las desgracias y en las pruebas. Sí, en muchas ocasiones hemos podido fallar y, de hecho, fallamos a personas que confiaban en nosotros.
            2) ¿Qué fue de los amigos del hermano mayor? Los amigos del hermano mayor acompañaron a éste y le sirvieron en tantas ocasiones para desahogar. Este hermano mayor era cumplidor y obediente con su padre, mientras que, seguramente, el otro hermano era vago, impertinente con su padre y estaba siempre exigiendo que sus caprichos fuesen satisfechos. Los amigos del hermano mayor le escucharon, cuando éste se quejaba del comportamiento de su hermano pequeño, e igualmente lo oyeron cuando se marchó. Sí, el hermano mayor desahogó su rabia y frustración con estos amigos, cuando su hermano pequeño se llevó la mitad de la hacienda: una hacienda que él no había ayudado a acrecentar. También estos amigos escucharon al hermano mayor, cuando estaba con su padre, ya los dos solos, y murmuraba contra su progenitor. Estos amigos le escucharon, y le permitieron que se desahogara. Quizás en sus palabras estos amigos ahondaron esa herida y le dieron más razones para estar en contra de su padre: echaron más sal a la herida. Estos amigos quizás no trataron de reconciliar al padre y a este hijo mayor, y no le aconsejaron que se sincerara con su padre para que éste le diera todas las explicaciones o simplemente para que dialogaran. Por eso, el hijo mayor le espetó a su padre aquel veneno que llevaba dentro desde hacía tanto tiempo: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.
            En ocasiones, podemos estar rodeados de amigos que no nos hacen ningún bien, pues cizañan nuestra relación con nuestras familias, o con nuestros entornos laborales, o con nuestras amistades. En otras ocasiones, podemos ser uno de esos ‘amigos’ que sólo envenenamos las relaciones de los que nos rodean y parecemos unos ‘profetas de desgracias’.
            3) ¿Qué fue del habitante de aquel país que dio trabajo al hijo pródigo y que no le permitió comer de las algarrobas de los cerdos? Este hombre, probablemente, siguió con sus negocios. Este hombre fue ajeno al drama que se estaba desarrollando ante sus narices y en sus propiedades. Este hombre solo buscaba la productividad y el crecimiento de sus ganancias. Lo demás no le interesaba. Dio trabajo al hijo pródigo y procuró exprimirle al máximo. Cuando este chico se marchó de regreso a la casa de su padre, no lo sintió, pues ‘a rey muerto, rey puesto’. Otro incauto, otro infeliz ocupó el puesto para ser exprimido.
            En tantas ocasiones, tantos dramas se desarrollan a nuestro lado: entre nuestros familiares, entre nuestros vecinos, entre nuestros compañeros de trabajo… y nosotros podemos estar completamente ajenos a ello. Nosotros estamos a lo nuestro. Eso no nos afecta. Ese no es nuestro problema. En otras ocasiones, podemos ser nosotros mismos los actores principales de ese drama y experimentamos la indiferencia de los que pasan a nuestro lado, de los que están con nosotros. Y vivimos esos dramas en medio de la soledad más espantosa. Sólo Dios nos acompaña y sólo Dios es testigo de ello.
            4) ¿Qué fue de los jornaleros y de los criados del padre? Ellos siguieron trabajando, viviendo y comiendo en la hacienda. Siguió sin faltarles pan que llevarse a la boca. Nadie iba a negarles, mientras viviera el padre, el alimento, ni el jornal o sueldo, ni la justa dignidad que todo hombre merece. Ellos siguieron sin comprender el porqué de la actuación de un padre que reparte su herencia con un hijo vago, inmaduro, caprichoso y egoísta. Siguieron sin comprender el porqué de un padre que acoge otra vez a su hijo pequeño y lo trata como tal…, en vez de echarlo a palos o de ponerle a trabajar como un mozo más de la hacienda. Siguieron sin comprender el porqué de un hijo mayor que escupe toda su rabia contra un padre tan bueno. Y quizás unos tomaron partido por el hijo pequeño (decían: era muy jovial y simpático) y en contra del hermano mayor (decían: era un cascarrabias). Otros quizás tomaron partido por el hermano mayor (decían: era un hombre serio, cumplidor y responsable) en contra del hijo pequeño (decían: era un irresponsable y un egoísta). Finalmente, otros envidiaron no tener un padre como éste: atento a los dos hijos: a uno de una manera y a otro de otra.
            ¿En cuál de estas posturas nos vemos nosotros más reflejados?
            5) El qué fue de los cerdos (como preguntaba el niño) y de los otros actores secundarios de la parábola ya os lo dejo para vosotros: para vuestra oración y para vuestra reflexión.

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