10-3-2019 DOMINGO I
CUARESMA (C)
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¿Qué es la Cuaresma? Hoy celebramos
el primer domingo de Cuaresma. Ésta dura 40 días: desde el Miércoles de Ceniza
hasta antes de la Misa de la Cena del Señor del Jueves Santo.
La Cuaresma es
un tiempo fuerte para los cristianos.
La Cuaresma es
el tiempo litúrgico por excelencia dedicado a la conversión de nuestras vidas,
lo cual es un medio excelente para prepararnos a la gran fiesta de la Pascua de
Resurrección. La Cuaresma no tiene sentido en sí misma, sino como preludio y
preparación de la fiesta cristiana por antonomasia: la Pascua.
La Cuaresma es
un tiempo para arrepentirnos de nuestros pecados y de nuestra vida tantas veces
vivida de espaldas a Dios, y también es un tiempo para cambiar algo en nosotros
a fin de ser mejores y poder vivir más cerca de Cristo. En efecto, en la
Cuaresma, Jesús nos invita a cambiar de vida.
La Cuaresma es
el tiempo del perdón y de la reconciliación fraterna. Cada día, durante toda la
vida, hemos de arrojar de nuestros corazones el odio, el rencor, la ira, la
envidia, los celos que se oponen a nuestro amor a Dios y a los hermanos.
Para mejor vivir este
tiempo cuaresmal, Dios y su santa Iglesia nos proponen algunos medios que nos faciliten este camino hacia Él:
La lectura de la
Palabra de Dios, especialmente los textos que se leen en las Misas durante
estos cuarenta días tienen una fuerte exigencia para nosotros. Esta lectura
sosegada ha de estar acompañada de la oración.
Además, en la Cuaresma
la Iglesia nos insiste en vivir la austeridad y en hacer penitencia. Y
esto no es por masoquismo, sino por seguir el ejemplo de Jesús, nuestro Señor,
que vivió pobre y austeramente toda su vida.
La participación en
las celebraciones litúrgicas también nos facilitará la vivencia de la
Cuaresma. Así, en la Iglesia se nos presentan varios signos externos que nos
ayudan a vivir y profundizar en este tiempo, por ejemplo, la imposición de
ceniza al inicio de la Cuaresma, practicar el ayuno el Miércoles de Ceniza y el
Viernes Santo, la abstinencia de comer carne los viernes de Cuaresma, y también
el color morado de las casullas de los sacerdotes que ofician la Misa o en los
atriles de los templo. Este color morado es signo de penitencia.
Compartir con el
prójimo nuestros bienes
y haciendo obras concordes con la voluntad del Padre.
Como
veis aquí os propongo algunas pistas para que podáis elaborar un plan para la Cuaresma, al cual siempre aludo por este
tiempo. Cada uno ha de preparar este plan de acuerdo a sus posibilidades y
circunstancias concretas. Es preferible proponerse poco y cumplirlo, que mucho
y dejarlo por el camino. Sería también conveniente que, al final de la
Cuaresma, examinarais el plan en cuanto a su cumplimiento y los frutos
espirituales alcanzados.
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El desierto en la vida del cristiano.
Nos dice el evangelio de hoy que el Espíritu Santo fue llevando a Jesús al
desierto.
Dios
nos invita a todos nosotros a entrar en el desierto, como a los israelitas, un
lugar donde se pasa sed, calor, hay alimañas y peligro de perderse; pero entrar
en el desierto y atravesar es desierto es necesario para llegar a la tierra
prometida: Jesús.
Como
ya podemos barruntar, el desierto no es un lugar geográfico. No tenemos que
irnos al desierto de los Monegros (Huesca), ni al de Tánger u otro parecido. El
desierto es aquella vivencia en la que se da una situación ambivalente: es el
momento propicio para encontrarnos con Dios y sentirlo muy cerca sin cosas
extrañas y superfluas que nos distraigan, pero también el desierto es el
momento de la tentación, de la rebeldía y del pecado. Este fin de semana pasado
estuve en la Casa de Ejercicios de Meres (en las cercanías de Oviedo) dando una
tanda de ejercicios espirituales. Estuvimos allí cerca de 50 personas. Aparte
de las charlas, de la Misa diaria, del tiempo prolongado de oración y silencio,
tenía entrevistas con las personas que acudieron a los ejercicios. Ellas me
contaban cómo lo estaban pasando: Algunas tuvieron ganas de marcharse de allí enseguida,
otras se aburrieron por momentos, otras lo pasaron mal al mirarse interiormente
y no gustarles lo que vieron[1],
y muchas percibieron la gracia de Dios y su amor generoso y desbordante.
Ir al desierto, como
Jesús, significa pasar hambre, sed, ser tentado por el demonio, pero también
significa salir más purificado y percibir mucho más cerca a Dios. Por tanto
–repito– el desierto no es un lugar geográfico, sino que se trata de una
experiencia de conversión, de comunicación con Dios y de lucha.
Hay
varias cosas que debemos tener claras y que yo tengo el deber de decíroslas por
la misión que Cristo me confió como sacerdote:
1) Todo creyente que
quiera llevar una vida auténticamente cristiana ha de pasar necesariamente por
esta situación de desierto, es decir, de luchas, sufrimientos, tentaciones,
pero también de presencia y de cercanía de Dios. Podemos no querer entrar en el
desierto, pero entonces nos quedamos, como los israelitas en Egipto, como
esclavos. Son los que no pueden superar la primera tentación de Jesús. Piensan
que sólo de pan vive el hombre, que lo importante es que tenga uno el estómago
lleno, aunque sea esclavo del demonio, de su propio miedo a sufrir, de su
comodidad.
2)
Dios no nos deja solos en el desierto. Lo mismo que acompañó al pueblo de
Israel, lo mismo que el Espíritu Santo guió a Jesús, así Dios está con
nosotros: confortándonos y guiándonos.
3)
Esta lucha nos llena de alegría y de fe, porque nos esforzamos por algo que
tiene sentido. Esta lucha está llena de agradecimiento, porque todo lo que
consigamos es porque Dios nos lo ha dado. Esta lucha está llena de sentido,
porque caminamos hacia la tierra prometida, es decir, la resurrección de Cristo
y la nuestra, hacia una vida feliz, ya aquí en la tierra y mucho más feliz en el
cielo.
¡Señor,
ayúdanos a serte fieles durante esta cuaresma y no nos dejes caer en la
tentación, y líbranos del mal! Amén.
[1] Hace ya un tiempo, una señora que fue a
ejercicios espirituales, me decía que había mirado su vida anterior y se daba
cuenta cómo había sido: “En mi vida
anterior fui soberbia, falsa, presumida y un poco ‘gilipollas’, perdón por esta
palabra”.
Andrés muchas gracias por tus homilías, me han servido de mucho para mejorar en mi vida como cristiano y han ayudado a mantener firme mi fe. No me conoces, pero quiero que sepas que tus palabras han sido muy importantes para mí. Espero a que llegue el verano para poder escucharlas en la iglesia de nuevo.
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