miércoles, 6 de junio de 2018

Domingo X del Tiempo Ordinario (B)


10-6-18                                  DOMINGO X TIEMPO ORDINARIO (B)
Homilía en vídeo
Homilía de audio
Queridos hermanos:
            Celebramos hoy el domingo X del tiempo ordinario. Comenzamos la serie de los domingos ‘verdes’, llamados así por el color de la casulla, cuyo significado es el de… ESPERANZA. Y así estaremos hasta el tiempo de Adviento, a primeros de diciembre.
            En el día de hoy quisiera hacer la homilía mayormente sobre la segunda lectura, es decir, sobre el texto que acabamos de escuchar de la segunda carta que san Pablo escribió a los cristianos de la ciudad griega de Corinto.
* Todos nosotros vamos a morir, somos personas que, desde nuestro nacimiento, estamos caminando hacia la muerte. A medida que pasan los años vemos síntomas de todo esto: las canas van apareciendo, el pelo se va cayendo, aparecen dolores reumáticos, nos cansamos mucho más rápidamente, el tiempo pasa mucho más rápidamente, etc. A esto se refiere san Pablo en la segunda lectura cuando dice que se desmorona nuestra morada terrestre[1] (se refiere a nuestro cuerpo).
            Ante esta situación, ¿qué podemos hacer? Hace un tiempo vi un reportaje en donde se hablaba la gran proliferación de clínicas de estética[2]. En ella quitan las arrugas, reimplantan cabellos en cabezas calvas, quitan grasa sobrante de los cuerpos, etc. Todo ello para ‘ganar’ unos pocos de años en nuestro cuerpo. Pero nosotros sabemos, como dice el refrán castellano, que, aunque la mona se vista de seda, mona se queda. O sea, que aunque podamos aparentar menos edad, nuestra edad es la que es… por mucho peluquín, lifting, maquillajes o demás cosas que hagamos a nuestro cuerpo.
            ¿Cuál debe ser la postura del cristiano ante la muerte que se le va acercando, ante las ‘goteras’ que van apareciendo en nuestro cuerpo? Antes de contestar a esta pregunta me gustaría traer aquí a colación la conversación que hubo el otro día entre unos hermanos, a los que les había fallecido su padre. Estos hombres no eran creyentes, eran ateos. A mí siempre me ha gustado saber lo que pasa en el interior de las personas ateas. Estaban en el tanatorio y en un determinado momento los empleados de la funeraria pidieron a los hijos del fallecido que se acercaran al ataúd, pues iba a proceder a la incineración y antes había que reconocer el cadáver, a fin de cerciorarse de que en el horno iban a meter al cadáver adecuado. Destaparon el ataúd y se produjo el siguiente diálogo entre los hijos: Uno exclamó “Ahí va el paisano”. Otro dijo: “Es verdad. Ahí va”. Un tercero dijo: “Así son las cosas. Ahora nadie le va a preguntar si fue trabajador u holgazán, si anduvo deprisa o despacio, si fue bueno para los demás o si fue malo como un perro”. Después de asentir todos los presentes, hubo un silencio total. Para un ateo… TODO SE TERMINA CON LA MUERTE. La muerte es el muro en el que nos estrellamos todos. DESPUÉS… NO HAY NADA.
* Y ahora de nuevo repito la pregunta: ¿Cuál debe ser la postura del cristiano ante la muerte que se le va acercando? Entiendo que lo primero que debemos hacer es no angustiarnos y aceptar nuestra situación. Somos así, somos perso­nas que estamos destinados a la muerte. Este cuerpo que vemos, que tocamos y que tenemos se morirá un día. Segundo, los cristianos debemos poner nuestra esperanza en otra ‘cosa’ distinta de ese muro en que todo finaliza para los ateos. San Pablo nos descubre esa ‘cosa’ en la que tenemos que poner nuestra esperanza: “Aunque se desmorone la morada terrestre en que acampamos, sabemos que Dios nos dará una casa eterna en el cielo, no construida por hombres”. Tercero, es totalmente necesario que los cristianos cambiemos de perspectiva: no podemos mirar esta vida terrena como la mirarían los hombres sin fe. Para nosotros no debe de haber una vida antes de la muerte y otra vida después de la muerte. No. Se trata de una misma vida. ¿Por qué digo esto? Pues porque para Dios es la misma vida ésta de ahora y la de después de nuestra muerte. No pongamos el acento en la vida, sino en nosotros[3]; no pongamos el acento en la vida, sino en Dios. Quiero decir que lo que importa es Dios y nosotros, y no tanto si nosotros estamos en esta vida terrena o en la vida eterna. Para quien está en Dios y con Dios, esto es lo importante y lo otro (lo de estar en la vida terrena o en la vida eterna) es más accidental.
            * Pero, seguimos preguntando, ¿qué debemos hacer en nuestra vida para que Dios nos dé una casa eterna en el cielo, como dice san Pablo? Fijaros que es la misma pregunta que el joven rico le hizo a Jesús: ‘Maestro, qué tengo que hacer para heredar la vida eterna’.
            Para contestar a esta pregunta nos puede ayudar el evangelio que acabamos de escuchar hace un momento. En la escena María, la madre de Jesús, y algunos parientes habían ido a buscarlo y parece que Jesús les da un desaire[4]. “Y paseando la mirada por el corro, dijo: ‘Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi herma­na, y mi madre’”.
            De aquí podemos sacar las siguientes consecuencias:
            - María no es grande por el hecho de haber sido la madre de Jesús; ello, en sí mismo y aisladamente considerado, no tiene mayor valor para Jesús. Lo que sí tiene valor es que María haya cumplido la voluntad de Dios; aquí está la verdadera maternidad divina de María. Hubo una vez un joven abandonado por sus padres y que luego fue adoptado por un matrimonio. Años más adelante sus padres bioló­gicos le fueron a buscar para llevárselo consigo, pero él ya no quiso ir con ellos. Decía que sus verdaderos padres eran los que le habían atendido, los que no habían dormido por la noche cuando él tenía fiebre, los que le había reñido y querido en el día a día.
            - Finalmente, si nosotros queremos que Dios nos dé una casa eterna en el cielo cuando se acabe este cuerpo que ahora tenemos y tocamos, debemos dejar que se cumpla en nosotros su santa voluntad. Señor, ¿qué es lo que quieres hacer en mí cada día? Hagamos revisión de nuestra vida y, en silencio, preguntemos a Dios si está contento con nosotros, si tenemos que cambiar en algo. Si muriéramos ahora mismo, ¿podría Jesús decirnos que somos su hermano, y su hermana, y su madre, porque en nosotros se está cumpliendo la voluntad de Dios?

[1] “… aun cuando nuestro hombre exterior se vaya desmoronando…”.
[2] Por si no lo sabéis, el gran regalo en Polonia a las niñas que hacen la primera Comunión es que se hagan una operación de estética: en labios, o cejas, o pómulos, o… ¿’Mola’, eh?
[3] Nosotros somos los mismos antes y después de la muerte física. José, Julia, Fernando, Rosa… no se acaban con la muerte. Siguen siendo ellos mismos después de la muerte. Continúa la misma persona.
[4] Una señora conocida mía siempre me decía, al hablar de este pasaje del evangelio que, si un hijo suyo le contestaba así, que le daba un guantazo...

1 comentario:

  1. Ay!!!la muerte.Todos vamos caminando hacia ella,pero todos le huimos.La separación de nuestros seres queridos,los proyectos,esperanzas e ilusiones,no queremos dejarlas.Estamos demasiado arraigados a esta vida.La muerte tenía que ser diferente en el punto de vista de un cristiano,porque sabemos que no es es el fin,sino el principio de una vida eterna junto a Dios.Pero cuando me levanto,veo la lluvia,el sol,las campos,l@s amigas,la llamada de mis hijos,el amor por mis nietos,la preocupación de los que sufren y puedes ayudar.yo no quiero morirme,pero tampoco me asusta la muerte.Me asusta más el no poder encontrarme con Dios.¿Por que realmente en que se parece mi vida en lo que quiere Dios?.Espero que S.Pedro me abra la puerta del cielo aunque sea una habitación apartada,pero que pueda ver a mi Dios. Tenemos que reflexionar mucho,si nuestro cristianismo es conforme a lo que Dios quiera.Un abrazo.

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