21-8-2016 DOMINGO XXI TIEMPO ORDINARIO (C)
Seguimos con las homilías sobre las
obras de misericordia:
5.4.- Perdonar al que nos ofende
- Cuando en el Antiguo Testamento
apareció el precepto del “si sucede una
desgracia, tendrás que dar vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano
por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, contusión
por contusión” (Ex. 21, 23-25), supuso un gran adelanto. Pues antes, lo que
existía era la venganza incontrolada, la fuerza bruta sobre la persona más
débil, la pura arbitrariedad. Esta norma fue la primera regulación sobre la
ofensa recibida. Pero se quedó muy corta en comparación con el mensaje de Jesús
en el Sermón de la Montaña: “Vosotros
habéis oído que se dijo: ‘Ojo por ojo y diente por diente’ […] Vosotros habéis
oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo’ y odiarás a tu enemigo. Pero yo os
digo: Amad a vuestros enemigos, rogad por vuestros perseguidores; así seréis
hijos del Padre que está en el cielo, porque Él hace salir el sol sobre malos y
buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si vosotros amáis
solamente a quienes os aman, ¿qué recompensa merecéis? ¿No hacéis lo mismo los
publicanos? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de
extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?” (Mt. 5, 38.43-47).
No se puede negar que el amor a los
enemigos desde un punto de vista humano es seguramente la prescripción más
exigente de Jesús, siendo considerado desde antiguo como el signo distintivo de
la vida y conducta cristianas. “Quien no
ama a quien lo odia no es cristiano” (Segunda carta de Clemente, 13s). De
aquí se sigue, como dice santo Tomás de Aquino, que el perdón de los enemigos
pertenece a la perfección de la caridad. Además, así cumplimos con el precepto
del Padrenuestro: “perdona nuestras
ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt. 6,
12).
Jesús nos dio ejemplo de esto en su
vida: “Padre, perdónalos, porque
no saben lo que hacen” (Lc. 23, 34).
- Hace un tiempo leí un libro que
os recomiendo. Se titula: “El arte de
bendecir” y lo escribió un suizo, Pierre Pradervand. Está publicado en la
editorial Sal Terrae. ¿Cómo empezó Pierre a escribir este libro de “El arte de bendecir”? Pues resulta que
un día en su trabajo fue despedido. Oigamos la narración de Pierre: “Durante las semanas y meses que siguieron,
empecé a experimentar un rencor violento, y aparentemente imposible de
desarraigar, contra las personas que me había puesto en aquella situación
imposible. Al despertarme por la mañana, mi primer pensamiento era para
aquellas gentes. Mientras me duchaba, al comer, al andar por la calle, al
dormirme por la noche, me atenazaba aquel pensamiento obsesivo. El
resentimiento me roía las entrañas y me envenenaba. Sabía que me estaba
haciendo daño a mí mismo, y a pesar de mis oraciones, aquella obsesión me
chupaba la sangre como una sanguijuela. Pero un día, una frase de Jesús se me
clavó en el ser: ‘Bendecid a los que os persiguen’ (Mt. 5, 44). De repente,
todo se me hizo claro. Así, comencé a bendecir a los que me había hecho daño:
los bendije en su salud, en su alegría, en su abundancia, en su trabajo, en sus
relaciones familiares y en su paz, en sus negocios, etc. La bendición consiste
en querer todo el bien posible para una persona o personas, su pleno
desarrollo, su dicha profunda, y quererlo desde el fondo del corazón con total
sinceridad. Esta bendición transforma, cura, eleva, regenera, centra
espiritualmente, y desembaraza nuestro ser de pensamientos negativos,
condenatorios o críticos. Al comienzo bendecía sólo con mi voluntad, pero con
una sincera intención espiritual. Poco a poco las bendiciones se desplazaron de
la voluntad al corazón. Bendecía a las personas a lo largo de todo el día:
mientras me limpiaba los dientes, mientras hacía footing, cuando iba a correos
o al supermercado, mientras lavaba los platos o me iba durmiendo. Los bendecía
uno a uno, en silencio, mencionando su nombre. Seguí esta disciplina y a los
tres o cuatro meses me encontré bendiciendo a las personas por la calle, en el
autobús, en las aglomeraciones. Bendecir se fue convirtiendo en uno de los
mayores gozos de mi vida. No he recibido ningún ramo de rosas de mi antiguo
empresario ni la más mínima expresión de afecto ni la menor excusa por su
parte. Pero he recibido rosas de la vida, a manos llenas”. Con este ejemplo
aprendemos: El odio hiere sobre todo al que lo genera. En tantas ocasiones, la
persona odiada, o no se entera, o no le da importancia… Pero el que odia siente
cómo si una alimaña le fuera destrozando por dentro y no le deja en paz ni de día
ni de noche. El que odia se vuelve un amargado, un murmurador constante, pues
siempre tiene algo que hablar en contra de los demás. El que odia se aísla a sí
mismo y genera más ira a su alrededor y en los que están a su lado. Por el
contrario, el que perdona revive y siente como si una losa muy pesada es
arrojada fuera de él.
Después de ‘colgar’ la homilía en el blog, pusieron el siguiente comentario-testimonio: “No siempre resulta fácil perdonar, aunque quieras. Querer perdonar y no poder es terrible; te destroza por dentro. Recuerdo una ocasión en la que, por más que lo intentaba, era incapaz de perdonar a una persona, ni siquiera pidiendo ayuda a Dios. Después de mucho rogar y suplicar, se me ocurrió que quizá, en vez de pedir a Dios que me diera perdón para esa persona, tenía que pedirle que me diera humildad para mí, porque quería perdonar, pero también quería tener la razón. En cuanto humillé mi amor propio, y dejó de importarme quién era el culpable y quién tenía la razón, llegó el perdón”.
Después de ‘colgar’ la homilía en el blog, pusieron el siguiente comentario-testimonio: “No siempre resulta fácil perdonar, aunque quieras. Querer perdonar y no poder es terrible; te destroza por dentro. Recuerdo una ocasión en la que, por más que lo intentaba, era incapaz de perdonar a una persona, ni siquiera pidiendo ayuda a Dios. Después de mucho rogar y suplicar, se me ocurrió que quizá, en vez de pedir a Dios que me diera perdón para esa persona, tenía que pedirle que me diera humildad para mí, porque quería perdonar, pero también quería tener la razón. En cuanto humillé mi amor propio, y dejó de importarme quién era el culpable y quién tenía la razón, llegó el perdón”.
5.5.- Sufrir con paciencia los
defectos del prójimo
- La tradición sapiencial del
Antiguo Testamento subraya con fuerza que, ante hermanos que irritan al sabio, “más vale ser paciente que valiente,
dominarse que conquistar ciudades” (Prov. 16, 32). Job es el paradigma del
hombre paciente: “desnudo salí del
vientre de mi madre y desnudo volveré allá. El Señor me lo dio, el Señor me lo
quitó; bendito sea el nombre del Señor” (Job 1, 21). En la misma línea y
mucho más allá se manifiesta Jesús, quien, lejos de ser implacable con los pecadores, es tolerante, ya que “vuestro Padre celestial hace salir su sol
sobre buenos y manos” (Mt. 5, 45). ¿De dónde procede esta paciencia? Pues
san Pablo nos dice que procede del amor: “el
amor es paciente […] y todo lo soporta” (1 Co. 13, 4.7). Así, quien ama
soporta pacientemente al que es fastidioso, antipático, aburrido, lento…[1]
Asimismo, esta realidad debe propiciar la reflexión sobre uno mismo para
descubrir en nosotros aquello que también es molesto e insoportable para
nosotros mismos, y que puede serlo también para otros, ya que Dios mismo en
Cristo nos ha soportado pacientemente amándonos de forma incondicional: “sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos
a otros como Dios os perdonó en Cristo”
(Ef. 4, 32).
- Sin embargo, se ha de tener en
cuenta que las obras de misericordia no se deben tomar de modo aislado, sino
que se han de interrelacionar siempre entre sí. En efecto, esta obra de caridad
está totalmente conectada con todas las anteriores (enseñar al que no sabe, dar
consejo al que lo necesita, corregir al que se equivoca, perdonar al que nos
ofende, consolar al triste), es decir, esta obra de caridad (sufrir con
paciencia los defectos del prójimo) nunca ha de ser tomada como algo pasivo o
como una sinónimo de la resignación. El sufrir el carácter o los hechos de los
otros, es y debe de ser un primer paso para actuar enseguida con las otras
obras de misericordia. Porque lo amamos, llevamos con paciencia su forma de ser
y de actuar, pero, también porque lo amamos, queremos ayudarle a salga de ese
pozo y de ese círculo vicioso que lo destruye y que destruye toda relación
personal que comienza. Como actuaría una madre o Dios mismo, así tendremos
nosotros que actuar.
[1] Esto está en línea con el amor al
enemigo, de lo que se habló más arriba.
Muy buenos dias .... Que bella historia la que nos cuentas y que bellas tus palabras .....sabes mi abuela siempre decía antes de responder o actuar tómate unos minutos y piensa cómo actuaría Jesus ante esta situación .... Y así no te equivocaras ....no es fácil lo sé pero si lo intentamos de su mano lo lograremos
ResponderEliminarMi nuera ha dañado mucho el corazón de esta familia que la recibió con amor y como otra hija más ... Nacio El Niño y el cambio fue muy cruel ... Yo le digo a mi hija no te enojes ni guardes rencor con ella ..pues ella está bien y tú te enfermas de odio ... Reza para que ella cambie o se de cuenta y aprende para no actuar así jamás ....
Le daré a leer tu homilia gracias Andrés ! Que el Señor los benfifa
Creo que una de las cosas más bonitas que tiene el ser humano,es saber perdonar ,es algo tan bello
ResponderEliminarque te ríes sola,te da una felicidad como si estuvieses flotando y pensando que Dios está feliz mucho más.Otra cosa muy importante es saber pedir perdón, a mí no me importa. Me acuerdo de una vez, por Fin de Año,llamé a una persona pidiéndole perdón,realmente no sé , quién lo tenía que pedir, pero yo no estaba a gusto con esa situación. Pero pensé, Año Nuevo,vida nueva. Tengo otro montón de defectos, pero perdonar y pedir disculpas no me cuesta trabajo hacerlo, me hace sentir bien . Un abrazo y que Dios nos dé fuerza para perdonar.
No siempre resulta fácil perdonar aunque quieras. Querer perdonar y no poder es terrible, te destroza por dentro. Recuerdo una ocasión en la que, por más que lo intentaba, era incapaz de perdonar a una persona, ni siquiera pidiendo ayuda a Dios.
ResponderEliminarDespués de mucho rogar y suplicar, se me ocurrió que quizá en vez de pedir a Dios que me diera perdón para esa persona, tenía que pedirle que me diera humildad para mí, porque quería perdonar, pero también quería tener la razón.
En cuanto humillé mi amor propio, y dejó de importarme quien era el culpable y quien tenía la razón, llegó el perdón.
Gracias por esta reflexión Me ha dado mucha luz.
EliminarPreciosa homilia, que nos enseña a ser felices en tu amos como cristianos. Jesus nos dijo: Yo soy la Verdad y la Vida, y así si seguimos sus consejos encontraremos La Paz, la armonía, y por tanto la felicidad.
ResponderEliminarTambién me ha llamado la atención el comentario del anónimo, al poner la solución en la "humildad" para uno mismo.
Pido al Espíritu Santo que me regale sus siete dones, y a la Virgen que me acompañe en mi caminar para llegar a su hijo Jesucristo.