7-8-2017 DOMINGO XIX TIEMPO ORDINARIO (C)
Seguimos con las homilías sobre las
obras de misericordia:
4.7.- Enterrar a los muertos
- Esta obra de misericordia está
recogida en el libro de Tobías: “enterraba
a mis compatriotas, cuando veía que sus cadáveres eran arrojados por encima de
las murallas de Nínive” (Tb. 1, 17).
En Israel es un mal horrible que
alguien se viera privado de sepultura, por eso se decía: “Hijo mío, por un muerto, derrama lágrimas, y entona un lamento[1], como quien sufre
terriblemente. Amortaja el cadáver en la forma establecida y no descuides su
sepultura” (Eclo. 38, 16). Con esta acción se demuestra que el hombre está
imbuido de la dignidad de Dios, incluso después de muerto. Así, los discípulos
se acercaron a Pilato para pedir su cadáver y darle sepultura y no dejarle sin
más en una fosa común: “Después de esto,
José de Arimatea, que era discípulo de Jesús –pero secretamente, por temor a
los judíos– pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato
se la concedió, y él fue a retirarlo. Fue también Nicodemo, el mismo que
anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe,
que pesaba unos treinta kilos. Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo
envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre
de sepultar que tienen los judíos. En el lugar donde lo crucificaron había una
huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido
sepultado. Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro
estaba cerca, pusieron allí a Jesús” (Jn. 19, 38-42).
- Por otra parte, el entierro de
los difuntos no deja de ser un acto de fe en la resurrección. Sí, para un
cristiano la muerte y la resurrección están indisolublemente unidas. Así se
atestigua en el evangelio: “Les aseguro
que la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los muertos oirán la voz del
Hijo de Dios; y los que la oigan, vivirán […] No se asombren: se acerca la hora
en que todos los que están en las tumbas oirán su voz y saldrán de ellas: los
que hayan hecho el bien, resucitarán para la Vida; los que hayan hecho el mal,
resucitarán para el juicio” (Jn. 5, 25.28-29).
- También es una obra de
misericordia ‘enterrar a los muertos’ que llevamos a cuesta desde hace años:
aquellas personas que nos han hecho daño y nos sigue haciendo daño su recuerdo,
los que nos han traicionado, los que nos han desilusionado. Hay personas que no
nos saludan o a las que nos saludamos. Hay hijos que no se hablan con sus
padres o viceversa, hermanos que no se hablan (hace poco murió un hombre y su
hermano no fue al entierro con el siguiente argumento: ‘si no lo traté en vida,
sería hipócrita que acudiera ahora a su funeral’). Hay acciones mías que no me
perdono ni me perdonaré nunca; esto también es un muerto que me pesa, que me
huele mal, que me quita el sueño.
Repasar los muertos que tengo en mi
corazón y en mi alma, para ‘irlos enterrando’.
5.- Las obras de
misericordia espirituales
Estas obras surgieron con Orígenes
(finales del S. II o principios del S. III), a partir de una interpretación
alegórica del texto de Mateo 25. Esta línea fue seguida por san Agustín y
completada por santo Tomás de Aquino.
5.1.-
Enseñar al que no sabe
- “El Espíritu Santo dijo a Felipe: ‘Acércate y camina junto a su
carro’. Felipe se acercó y, al oír que
leía al profeta Isaías, le preguntó: ‘¿Comprendes lo que estás leyendo?’ Él
respondió: ‘¿Cómo lo puedo entender, si nadie me lo explica?’ Entonces le pidió
a Felipe que subiera y se sentara junto a él” (Hch. 8, 29-31). El
protagonista no es el que enseña, sino el Espíritu Santo que guía a uno y a
otro para llegar a la verdad plena. Uno no sabe y debe ser enseñado. El otro
sabe, pero porque antes también fue enseñado. Así, ante Dios no es más el uno
que el otro.
- En esta obra de misericordia no
se ha de contar en primer lugar con la sabiduría, como pudiera parecer en un
primer momento, sino con la humildad. Humildad, por parte del enseñado, para
reconocer uno sus propias carencias y limitaciones, humildad para poder
dirigirse a otro y preguntarle, humildad para reconocer que el otro, el que
sabe, puede ser menos que yo, o tener menos que yo…, pero de lo que uno va a
preguntar o de lo que uno no sabe, el otro sí que sabe. Así, el “eunuco etíope, ministro del tesoro y alto
funcionario de Candace, la reina de Etiopía” (Hch. 8, 27) y que iba en un
carro, es capaz de dejarse instruir por uno que es más pobre que él, que no
tiene buena ropa, que no tiene carro ni caballo, que va a pie sudoroso y sucio
del polvo del camino.
Asimismo el que sabe y el que va a
instruir debe tener humildad antes que sabiduría para no ponerse ni creerse por
encima del otro. Y aquí nos vienen muy bien las palabras de Jesús: “No os dejéis llamar tampoco ‘maestros’,
porque sólo tenéis un Maestro, que es el Mesías” (Mt. 23, 10). El que
enseña debe saberse mero instrumento del único Maestro y Sabio: Jesús. También
nos ayudará a la hora de enseñar a los demás esta otra máxima de Jesús: “Lo que gratis habéis recibido, dadlo
gratis” (Mt. 10, 8).
Para poder enseñar hay que primero
haber sido enseñado, haber aprendido y también estudiar. Todo esto supone
esfuerzo, diligencia, apertura, escucha, experiencia de vida, oración, lectura,
estudio…
Se puede enseñar al que no sabe
sobre temas religiosos o sobre cualquier otra cosa de utilidad. Esta enseñanza
puede ser a través de escritos o de palabra, por cualquier medio de
comunicación o directamente.
- Termino con dos textos bíblicos
que se refieren a este tema:
“Quien instruye a muchos para que sean justos, brillarán como estrellas
en el firmamento” (Dan. 12,
3b).
“Hermanos
míos, si uno de vosotros se desvía de la verdad y otro lo hace volver, sabed que el que hace volver
a un pecador de su mal camino salvará su vida de la muerte y obtendrá el perdón
de numerosos pecados” (Sant.
5, 19-20).
[1] Preparar bien los funerales los
curas, y la asistencia religiosa de los fieles. Caso de la moto en Taramundi
para echar la tarjeta en un funeral. Javier Col.
Me voy acordar siempre de un hecho que pasó en mi casa,bueno mejor dicho en casa de mis padres.Murió un tío mío,que no era creyente,avisamos al cura,para que lo confesase,y mi tío estaba en las últimas,llego el cura,le puso la unción de los enfermos,y todavía no había salido el sacerdote de la habitación se murió.Yo dije ,estaba esperando el perdón y para todos fue una alegría, y porqué no,un descanso. Creo que los que somos creyentes debemos descansar, en un Camposanto.Yo quiero que me incineren,pero quiero ir a mi dormitorio ,hasta la resurrección.Un abrazo y que Dios nos bendiga.
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