25-10-2015 DOMINGO XXX TIEMPO ORDINARIO (B)
SANTA JOSEFINA BAKHITA (I)
Cuando estaba
ejerciendo como sacerdote en la catedral de Oviedo y llegaban estas fechas de
‘Todos los Santos ‘y de ‘Todos los difuntos’, muchos de los feligreses, que
acudían a la catedral de Oviedo a Misa, iban a su pueblos y a donde tenían
enterrados a sus seres queridos. Yo aprovechaba para predicar en el día de
‘Todos los Santos’ sobre la vida y las palabras de los santos. Quería dar a
conocer aquellos santos de mi especial devoción y que tanto bien me hicieron en
mi juventud. En el día de hoy quisiera hablar de santa Josefina Bakhita. No sé si habéis oído hablar de ella. Vamos
allá:
Infancia
Bakhita, que significa
‘afortunada’, es el nombre que se le puso cuando fue secuestrada, ya que por la
fuerte impresión, nunca llegó a recordar su verdadero nombre. Josefina es el
nombre que recibió en el bautismo.
No se conocen datos
exactos sobre su vida, se dice que podría ser del pueblo de Olgossa en Darfur
(Sudán), y que 1869 podría ser el año de su nacimiento. Pertenecía a la tribu
nubia. Sus padres eran paganos, y es de suponer que practicaban las religiones
tradicionales en las que el culto a los antepasados, estrechamente unidos a su
familia terrena, era el centro de toda la vida religiosa y social de la tribu.
Creció junto con sus padres, tres hermanos y dos hermanas, una de ellas su gemela.
Por las poblaciones de la región de Darfur, árabes dedicados a la trata de esclavos
hacían incursiones periódicas entre las tribus negras de África Central y
especialmente entre los nubios del oeste para someterlos a la esclavitud. La
tribu de Bakhita, con frecuencia, era cruelmente sorprendida por estas
incursiones de negreros esclavistas. Cuando tenía unos siete años, contempló
impotente cómo raptaban a su hermana mayor y a otros miembros de su aldea, para
venderlos como esclavos. La captura de su hermana por unos negreros que
llegaron al pueblo de Olgossa, marcó mucho en el resto de la vida de Bakhita,
tanto así que más adelante en su biografía escribiría: “Recuerdo cuánto lloró mamá y cuánto lloramos todos”.
En su biografía
Bakhita cuenta su propia experiencia al encontrarse con los buscadores de
esclavos. “Cuando aproximadamente tenía
nueve años, paseaba con una amiga por el campo y vimos de pronto aparecer a dos
extranjeros, de los cuales uno le dijo a mi amiga: ‘Deja a la niña pequeña ir
al bosque a buscarme alguna fruta. Mientras, tú puedes continuar tu camino, te
alcanzaremos dentro de poco’. El objetivo de ellos era capturarme, por lo que
tenían que alejar a mi amiga para que no pudiera dar la alarma. Sin sospechar
nada obedecí, como siempre hacia. Cuando estaba en el bosque, me percate que
las dos personas estaban detrás de mí, y fue cuando uno de ellos me agarró
fuertemente y el otro sacó un cuchillo con el cual me amenazó diciéndome: 'Si
gritas, ¡morirás! ¡Síguenos!’”. Los mismos secuestradores fueron quienes le
pusieron Bakhita. El cambio de nombre, por parte de los comerciantes de
esclavos, era una estrategia de uso común y tenía sin duda una lógica. La
intención era llevar a la víctima a olvidar sus raíces y el ambiente de la
propia familia. Era un triunfo más en la mano de los raptores: quien da el
nombre a alguien, se vuelve su dueño.
En
esclavitud
En el año 1873 fue
prohibida oficialmente la trata de esclavos en Sudán, que por entonces se
encontraba bajo el dominio turco-egipcio. Pero aquella ley prohibitiva de la
esclavitud era letra muerta, siendo violada por las mismas autoridades locales.
Por aquellos años, para liberar a los nativos de las atrocidades de la esclavitud,
Daniel Comboni, sacerdote italiano y decidido luchador contra la trata de esclavos,
fundó una misión y estableció una colonia antiesclavista en El Obeid, emporio
de los negreros. A pesar de estos intentos, la esclavitud era una triste
realidad aceptada en Sudán. En los mercados esclavistas, que continuaban
funcionando sin ninguna traba, se comerciaba con la mercancía humana. Bakhita,
raptada por negreros cuando aún era niña y vendida varias veces en los mercados
africanos, conoció las atrocidades de una esclavitud que dejó en su cuerpo
señales profundas de la crueldad humana.
Luego de ser
capturada, Bakhita fue llevada a la ciudad de El Obeid, donde fue vendida a
cinco distintos amos en el mercado de esclavos. Nunca consiguió escapar, a
pesar de intentarlo varias veces. Siempre recordará el extenuante viaje de ocho
días hacia esa ciudad, su intento de fuga, que duró un día y una noche, con una
joven compañera de huida. Las dos niñas no distinguían el norte del sur, pero
no pararon; vencieron el miedo, el hambre, la sed, el cansancio y los animales
salvajes. Pero no escaparon a la red traicionera de un pastor que encontraron
en el camino. Las dos niñas le habían pedido ayuda, y aquel hombre en quien las
inocentes niñas confiaron, prometiéndolas que las llevarían a casa de sus
padres, las condujo a un mercado de esclavos donde fueron vendidas a otro
patrón por parte del pastor.
En varios momentos,
además del ya narrado, intentó escapar. En otra ocasión, en el largo camino
hacia los mercados de Norte, estuvo a punto de conseguirlo. Bakhita pudo
escapar de la caravana de esclavos y vagó por el desierto, con gran peligro de
perecer por las fieras. Capturada por otros mercaderes, fue vendida cuando
tenía 13 años a un oficial del ejército turco (su cuarto amo), que la sometió a
durísimos castigos morales y corporales. Este general de la armada turca acampada
en El Obeid destinó a Bakhita al servicio de su madre y su mujer. Este fue para
ella un periodo de torturas y sufrimientos atroces. Las dos mujeres, como
contará la misma Bakhita, no le concedieron un momento de paz y no hubo ni un
solo día que no la flagelasen hasta hacerle sangre. Todo su cuerpo quedó surcado por las cicatrices,
y llegaron a contarse unas 144. Todos los esclavos del patrón turco dormían en
una habitación común, se les encargaban trabajos agotadores y eran tratados y
alimentados mal. Además, Bakhita fue tatuada. El cruel y sádico tatuaje fue
para Bakhita una de las peores torturas, pues consistía en una verdadera
operación a sangre fría, realizándose sobre su piel infinidad de incisiones (en
total 114), que dejaron visibles en el cuerpo de la joven cicatrices que no
desaparecieron en toda su vida. Y para evitar infecciones le colocaron sal
durante un mes. Narra ella misma: “Sentía
que iba a morir en cualquier momento, en especial cuando me colocaban la sal y
me restregaban las heridas en carne viva. Literalmente bañada en mi sangre, me
colocaron en una estera de paja, donde quedé varias horas, totalmente
inconsciente. Cuando desperté, vi a mi lado dos compañeras de destino que
también terminaron siendo tatuadas. Durante más de un mes estuvimos condenadas
a estar echadas, sin movernos, sin ni siquiera un paño para limpiar el pus y la
sangre de las heridas. Puedo decir realmente que fue un milagro de Dios que yo
no muriese, porque Él me tenía destinada para ‘cosas mejores’”, contó en su
biografía.
En 1882, el patrón
turco de Bakhita tuvo que volver a Turquía. Y la joven esclava, junto con otros
esclavos, en el mercado de la capital de Sudán fue puesta en venta una vez más
(su quinta y última compra-venta). Fue adquirida por un comerciante italiano
que también era cónsul de Italia en aquel país de África Central. El agente consular,
Calixto Legnani, fue su quinto amo. Por primer vez desde el día del secuestro,
Bakhita notó con grata sorpresa que nadie, al darle órdenes, usaba ya la fusta;
al contrario, la trataban de manera afable y cordial. El trato que recibía era
humanitario y de afecto. “Esta vez fui
realmente afortunada - escribe Bakhita - porque el nuevo patrón era un hombre bueno y me gustaba. No fui
maltratada ni humillada, algo que me parecía completamente irreal, pudiendo
llegar incluso a sentirme en paz y tranquilidad”. En la casa del Cónsul
Bakhita conoció la serenidad, el cariño y momentos de alegría, aunque siempre
velados por la nostalgia de una familia propia, perdida quizá para siempre.
Permaneció en aquella casa hasta 1884.
En aquel año,
acontecimientos políticos provocaron la salida de los europeos residentes en
Jartum de Sudán. Legnani, ante el avance de los rebeldes mahditas y la
posterior llegada de las tropas de Mahdi a la capital, que fue conquistada y
arrasada en 1885, volvió a Italia. Bakhita se negó a dejar a su amo europeo y
consiguió viajar a Italia con él y con un amigo del cónsul, llamado Augusto
Michieli y que tenía importantes negocios en África.
En
Italia
En Génova los
esperaba la esposa de Michieli, de nombre Turina. Ésta, al enterarse de la
llegada de varios esclavos, pidió que se le entregase uno. Legnani, urgido por
las peticiones de Turina, aceptó que Bakhita se quedase con los Michieli. Con
sus nuevos amos, Bakhita vivió tres años en la casa de su nueva familia, en
Zianigo (en la zona de Mirano Veneto-norte de Italia). Cuando nació la hija del
matrimonio Michieli, Mimmina, Bakhita se convirtió en su niñera y amiga.
Bakhita regresó posteriormente a Sudán, donde Michieli compró un gran hotel, en
Suakin, en el Mar Rojo. Teniendo que regresar Turina Michieli a Italia, Bakhita
tuvo que acompañarla. “Entonces dije en
mi corazón un eterno adiós a África”, escribió en sus memorias.
Con su regreso a
Italia, comenzó un camino hacia la libertad que no estuvo exento de problemas y
dificultades. De hecho, en 1889, la gestión del hotel en Suakin obligó a la
señora de Michieli trasladarse a aquel lugar para ayudar a su marido en la
marcha del negocio, e intentó de nuevo llevarse a la esclava, pero ésta se
negó. Entonces tuvo que intervenir el procurador del rey. La señora de Michieli
se negaba a perderla y siguiendo el consejo de su administrador, Illuminato
Checchini, Turina decidió confiar su hija a las Monjas Canosianas del Instituto
de los Catecúmenos de Venecia, y que Bakhita permaneciese como nodriza de
Mimmina. Y es aquí donde Bakhita conoció a aquel Dios que ya desde niña sentía en
su corazón sin saber quién era. Más tarde escribió: “Viendo el sol, la luna y las estrellas, decía dentro de mí: ¿Quién
será el Dueño de estas bellas cosas? Y sentía grandes deseos de verle, de
conocerle y de rendirle homenaje”.
La reflexión que saco de esto es, muchas veces cuantos caminos hay que recorrer para llegar a conocer a Jesús,cuanto sufrimiento,vejación y desesperación tuvo que pasar Bakhita,para llegar a ver la luz y toda la felicidad,la arrancaron de su familia siendo una niña,torturas, violación hasta el pastor las traiciono por unas ovejas,o unas monedas.Ahora fijaros bien,a nosotros que ya nos ponen al nacer en el camino a Jesús,con el bautismo,muchísimas personas no lo quieren conocer pasan de Él.Otra pregunta que me hago,como el ser ser humano puede llegar a ser tan cruel,les llamaría demonios.Siempre existió la esclavitud,de una manera u otra,pero ahora mismo estamos viviendo,unos momentos,donde el ser humano,engaña a muchas mujeres,para después prostituirlas,donde se hacen guerras para seguir en el poder,a los que vienen en pateras,les cobran un montón y después los abandonan a la deriva,a los que están ahora pasando frío y hambre,porque se escapan de las guerras,y son perseguidos por su religión,(los refugiados).Y no sigo,porqué sino,creo que no dormiría con la conciencia tranquila.¿Que podemos hacer Jesús ,yo sé que Tú,no estás contento,pero quiero que me digas que podemos hacer ante tanta injusticia. Y QUE PUEDO HACER YO?.Un abrazo amigos.
ResponderEliminarY como va de santos....
ResponderEliminarCuenta San Ignacio que paseando a las orillas del rio Cardoner, en Manresa, se sentó y… “mientras estaba allí sentado, se le abrieron los ojos del entendimiento (y quizás del corazón) y empezó a ver todas las cosas nuevas”. Aprender a ver, a mirar. “Señor, enséñame a ver lo que hay detrás de cada cosa, de cada persona”.
Puede ser esta oración la que mejor nos salga después de escuchar el evangelio del Ciego Bartimeo de hoy.
Buena semana para todos amigos.
Como me gusta la figura del ciego Bartimeo.cuantas veces a lo largo de mi vida he gritado interiormente .Sr. que vea!.que tire la capa de mis miedos.de todo lo que me impide verte y como el te siga a lo largo del camino.un saludo para todos
ResponderEliminarCuánto sufrimiento cuanto dolor en la vida de Bakhita. Menos mal que al final encontró el premio, el mas grande "encontrarse con JESÚS". Pienso en su familia su pobre madre ojalá que el SEÑOR también los haya premiado. Lo malo de todo es que aún hoy en el siglo XXI sigue existiendo la esclavitud de muchas maneras. Sabemos que llegan a los países desarrollados para salir de la miseria, pero la mayoría vienen engañados arriesgando sus vidas. Les dicen que encontraran una vida mejor y los que no mueren por el camino ¿con qué se encuentran? Algunas mujeres las obligan a prostituirse viven un infierno ,otros encuentran racismo hambre, frío, calor. Algunos si acaso encuentra trabajo ¿pero cómo?
ResponderEliminarEn cambio el "gran mundo" moderno avanzado sigue callado: yo me pregunto ¿hasta cuándo? DIOS hizo el mundo para que fuera la casa de todos,pero a los pobres les han quitado el derecho a ella.JESÚS ábrenos las conciencias a ver si algún día llega a reinar lo que el SEÑOR quiere para todos sin distinción .UN ABRAZO