17-11-2019 DOMINGO XXXIII TIEMPO ORDINARIO (C)
En
estos últimos domingos del año litúrgico la Iglesia nos presenta algunos textos
de Jesús que se refieren a los últimos tiempos y/o a las persecuciones que
sobrevendrán sobre sus discípulos. De este modo, Jesús quería prepararlos para
el martirio, para la muerte violenta que sufrirían tantos de ellos. Entre los
apóstoles, el único que se libró de morir mártir fue san Juan. Pues bien, mi
homilía de hoy trata de prepararnos para el martirio.
En
el evangelio de hoy voy a destacar las siguientes frases y las comentaré un
poco:
- “Esto que contempláis, llegarán días en que
no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida”. Con estas palabras se
refería Jesús a que en el año 70 haría el ejército romano de Jerusalén. Los
judíos admiraban su muros, su templo…, pero todo ello sería destruido y los
judíos dispersados por todo el imperio romano. No se vería un nuevo estado
judío hasta el año 1948. Pues esto mismo lo podemos aplicar a nuestra Iglesia:
templos vacíos, vendidos al mejor postor y utilizados ahora como bares,
discotecas, tiendas, lugares para patinar (aquí, en Asturias)…
Pero lo peor no es
esto, sino que esto es indicio del abandono y de la ruina espiritual y
cristiana de tantos bautizados. Estos días pasados estuve en unos Cursillos de
Cristiandad en Latores y había algunos sudamericanos que vinieron a trabajar
entre nosotros. Comentaban el desconcierto que tienen, porque no puede vivir la
fe en Jesucristo como en sus países. Aquí la fe es de viejos y de niños; para los
jóvenes españoles es una cosa pasada de moda. Y así estas personas tienen que
vivir su fe en la soledad y en la incomprensión de las gentes de su edad.
En
este ambiente y en estas circunstancias tenemos que vivir nuestra fe.
- “Os echarán mano, os perseguirán,
entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante
reyes y gobernadores, por causa de mi nombre”. “Hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os
entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de
mi nombre”.
Pero más nos dice
Jesucristo en este evangelio: no solo se trata de que las parroquias queden
vacías, no solo se trata de que la fe se viva individualmente y sin tener la
apoyatura de una comunidad, de un grupo de personas que se apoyen mutuamente y
en el Señor y en su Evangelio…, sino que incluso estas personas, fieles a
Jesús, van (vamos) a recibir agresiones físicas y morales por parte de los que
no comparten nuestra fe. Nos lo dice Jesús claramente. Así, hoy hay personas en
diversas partes del mundo que no acceden a trabajos dignos por causa de su fe,
que son rechazados por los chicos o las chicas a las que aman o por las
familias de estos por causa de su fe, que no pueden estudiar por causa de su
fe, que tienen que esconder el tesoro de su amor a Jesús, incluso ante sus
propias familias, que mueren por causa de su fe.
Preparando esta
homilía me llamaba Pilar, de la parroquia de san Pablo de la Argañosa, la cual
estuvo en el Cursillo de Latores y, feliz y contenta, está diciendo a todas sus
amigas y a toda persona que quiera escucharla la maravillosa experiencia que
tuvo con Dios y con un grupo de cristianos este fin de semana pasado. Esta
forma de hablar libremente no es posible en otros países y en todos los
ambientes de nuestro país y de nuestra Asturias. Cuento yo muchas veces cómo
hacen ejercicios espirituales en China: en una sala grande se va reuniendo la
gente que acude de día o de noche, pero en grupos muy pequeños o
individualmente, que tienen un espacio pequeño (sin poder moverse, salvo para
hacer sus necesidades) para dormir, comer, orar, escuchar las charlas, que no
pueden hacer ruido ni la policía china ni los vecinos saber lo que allí se
hace, pues los meterían en la cárcel y perderían todo lo que tienen. A pesar de
eso allí están.
También se está
dando en nuestra España y en nuestra Asturias la burla, la mofa, la extrañeza
de alguien que se dice cristiano, que dice que va a Misa, que se confiesa…
Incluso en su propia casa se le dice (el marido a la mujer, la mujer al marido,
el padre al hijo, el hijo al padre…): “¿No
eres tú el que va a Misa? Mira lo que hacen los curas... Mira la riqueza del
Vaticano... Los que van a Misa son los peores... Pues una vez un cura o una
monja dijo o hizo…”
Que nadie se extrañe
de todo esto. Ya nos lo había anunciado Jesucristo y su palabra siempre se
cumple. Si quieres ser cristiano para
que todo te vaya bien, para que te aplaudan, para que te reconozcan, para que
te valoren…, te has equivocado de lugar. No es aquí, no es con Jesús. Mira
el símbolo de los cristianos: es una cruz. Es un Dios insultado, asesinado como
un malhechor, escupido, despreciado, débil, sucio, muerto… Pero, como nos dice Jesús, todo eso no nos lo hacen a nosotros, sino a
Él. ¿Qué tendrá este muerto que a tantos molesta? ¡Pues que está bien vivo!
- “Con vuestra perseverancia salvaréis
vuestras almas”. ¿Entonces qué tenemos que hacer? ¿Protestar y exigir
nuestros derechos? ¿Quejarnos al Defensor del Pueblo o al Tribunal de los
Derechos Humanos de Estrasburgo? Podemos hacer todo esto y mucho más, pero
Jesús nos dice una cosa muy clara. Lo
que tenemos que hacer es PERSEVERAR. Perseverar en nuestra fe, en nuestro amor
a Dios, en nuestra presencia en la Iglesia y en la parroquia, en el frecuentar
los sacramentos, en la oración y la lectura diaria de la Palabra de Dios, en la
paciencia, en la humildad, en huir o no dejar entrar en nosotros el
resentimiento ni la revancha ni el desánimo. Jesús nos dice claramente que, si
perseveramos hasta el final, nos salvaremos. Así nos
lo recuerda san Pablo: “Acuérdate de
Jesucristo, que resucitó de entre los muertos y es descendiente de David. Esta
es la Buena Noticia que yo predico, por la cual sufro y estoy encadenado como
un malhechor. Pero la palabra de Dios no está encadenada. Por eso soporto estas
pruebas por amor a los elegidos, a fin de que ellos también alcancen la
salvación que está en Cristo Jesús y participen de la gloria eterna. Esta
doctrina es digna de fe: Si hemos muerto con él, viviremos con él. Si somos
constantes, reinaremos con él” (2 Tim. 2, 8-12a).
No hay comentarios:
Publicar un comentario