8-9-2019 SANTINA DE COVADONGA (C)
Cant. 2, 10-14; Lc.
1, 46-55; Ap. 11, 19a; 12, 1.3-6a.10ab; Lc. 1, 39-47
Seguimos
otro día más hablando sobre el Símbolo de la Fe. Dice el Credo: “Nació de Santa María Virgen, padeció bajo
el poder de Poncio Pilato”. Entre una afirmación y otra hay 33 años de vida
de Jesús. Es lo que se conoce como su vida oculta y su vida pública. Pues bien
de eso vamos a hablar hoy un poco.
Párrafo
3º: Los misterios de la vida de Cristo.
- “Respecto a la vida de Cristo, el Símbolo de la Fe no habla más que de
los misterios de la Encarnación (concepción y nacimiento) y de la Pascua
(pasión, crucifixión, muerte, sepultura, descenso a los infiernos,
resurrección, ascensión)” (n. 512).
“Muchas
de las cosas respecto a Jesús que interesan a la curiosidad humana no figuran
en el Evangelio. Casi nada se dice sobre su vida en Nazaret, e incluso una gran
parte de la vida pública no se narra (cf. Jn 20, 30). Lo que se ha escrito en los Evangelios lo ha sido
‘para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo
tengáis vida en su nombre’ (Jn
20, 31)”
(n. 514). “Los evangelios fueron escritos
por hombres que pertenecieron al grupo de los primeros que tuvieron fe (cf. Mc 1, 1; Jn 21, 24) y quisieron compartirla con otros” (n. 515). El
hombre de hoy busca en la vida de Jesús qué fue verdad y que fue inventado o
exagerado. Al hombre le hubiera gustado saber más cosas de Jesús: qué ropa
usaba, qué comidas le gustaban, qué horario tenía, quiénes fueron sus amigos en
Nazaret, si se enamoró alguna vez antes de los 30 años, qué aficiones tenía,
por qué no vino en pleno siglo XX o XXI cuando había más medios para anunciar
mundialmente su mensaje… Pero los evangelistas escribieron otras cosas…
-
Los misterios de la infancia y la vida
oculta de Jesús. Antes de la venida de Jesús, los profetas anunciaron su
llegada. Todo Israel esperaba al salvador del mundo. “Al celebrar anualmente la liturgia
de Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando
en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan
el ardiente deseo de su segunda Venida (cf. Ap 22, 17)” (n. 524).
“Jesús
nació en la humildad de un establo, de una familia pobre (cf. Lc 2, 6-7); unos sencillos pastores
son los primeros testigos del acontecimiento. En esta pobreza se manifiesta la
gloria del cielo (cf. Lc 2, 8-20)[1]”
(n. 525).
“La Epifanía es la manifestación de
Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo. La Epifanía
celebra la adoración de Jesús por unos ‘magos’ venidos de Oriente (Mt 2, 1) En estos ‘magos’,
representantes de religiones paganas de pueblos vecinos, el Evangelio ve las
primicias de las naciones que acogen, por la Encarnación, la Buena Nueva de la
salvación” (n. 528). En estos magos, en estos extranjeros al pueblo de
Israel estábamos ya representados todos nosotros.
“La
Huida a Egipto y la matanza de los inocentes (cf. Mt 2, 13-18) manifiestan la oposición
de las tinieblas a la luz: ‘Vino a su Casa, y los suyos no lo recibieron’ (Jn 1, 11). Toda la vida de Cristo
estará bajo el signo de la persecución. Los suyos la comparten con él (cf. Jn 15, 20)” (n. 530).
Vida
oculta.
“Jesús compartió, durante la mayor parte
de su vida, la condición de la inmensa mayoría de los hombres: una vida
cotidiana sin aparente importancia, vida de trabajo manual, vida religiosa
judía sometida a la ley de Dios, vida en la comunidad. De todo este período se
nos dice que Jesús estaba ‘sometido’ a sus padres y que ‘progresaba en
sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres’ (Lc 2, 51-52). Con la
sumisión a su madre, y a su padre legal, Jesús cumple con perfección el cuarto
mandamiento. Es la imagen temporal de su obediencia filial a su Padre
celestial. La sumisión cotidiana de Jesús a José y a María anunciaba y
anticipaba la sumisión del Jueves Santo: ‘No se haga mi voluntad...’ (Lc 22, 42). La obediencia de Cristo
en lo cotidiano de la vida oculta inauguraba ya la obra de restauración de lo
que la desobediencia de Adán había destruido (cf. Rm 5, 19)” (nn. 531-532). La
obediencia de Jesús nos muestra el camino para una vida también de obediencia.
- Los misterios de la vida pública de Jesús.
El
Bautismo de Jesús.
El comienzo (cf. Lc 3, 23) de
la vida pública de Jesús es su bautismo por Juan en el Jordán. “El bautismo de Jesús es la aceptación y la
inauguración de su misión de Siervo doliente. Se deja contar entre los
pecadores (cf. Is 53, 12) […]
El Espíritu que Jesús posee en plenitud desde su concepción viene a ‘posarse’
sobre él (Jn 1, 32-33). De él
manará este Espíritu para toda la humanidad. En su bautismo, ‘se abrieron los
cielos’ (Mt 3, 16) que el
pecado de Adán había cerrado” (n. 536).
Las
tentaciones de Jesús.
“Los evangelios hablan de un tiempo de
soledad de Jesús en el desierto inmediatamente después de su bautismo por Juan.
Jesús permanece allí durante cuarenta días. Al final de este tiempo, Satanás le
tienta tres veces tratando de poner a prueba su actitud filial hacia Dios.
Jesús rechaza estos ataques” (n. 538). “La
tentación de Jesús manifiesta la manera que tiene de ser Mesías el Hijo de
Dios, en oposición a la que le propone Satanás. Por eso Cristo ha vencido al
Tentador en beneficio nuestro:
‘Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras
flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado’ (Hb 4, 15). La Iglesia se une todos
los años, durante los cuarenta días de la
Gran Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto” (n. 540).
El
Reino de Dios.
“‘Después que Juan fue preso, marchó
Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: El tiempo se ha cumplido
y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva’ (Mc 1, 15). La voluntad del Padre es
elevar a los hombres a la participación de la vida divina. Lo hace reuniendo a
los hombres en torno a su Hijo, Jesucristo. Esta reunión es la Iglesia, que es
sobre la tierra el germen y el comienzo de este Reino. Cristo es el corazón
mismo de esta reunión de los hombres como ‘familia de Dios’. Los convoca en
torno a él por su palabra, por sus señales que manifiestan el Reino de Dios,
por el envío de sus discípulos. Sobre todo, él realizará la venida de su Reino
por medio del gran Misterio de su Pascua: su muerte en la Cruz y su
Resurrección. A esta unión con Cristo están llamados todos los hombres” (nn.
541-542).
En el Prefacio de la
Misa de Jesucristo, Rey del Universo, se define y describe al Reino de Jesús
como un Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de
amor y de paz. Un Reino que es eterno y universal, pero también un Reino que no
es de este mundo. Este Reino es don de Dios, pero también tarea nuestra. Veamos
esto último:
*
Reino de Verdad. No más mentiras, no más esconder lo que somos, en lo que
creemos y en lo que ponemos nuestra esperanza. No más maquillajes ni pantallas.
No más miedo a las consecuencias de la Verdad. No más vivir el reino de la
mentira, el reino de Satanás y de la apariencia. Nosotros no somos, no sabemos,
pero nosotros, los ignorantes, somos los que buscamos a Dios y su Reino de la
Verdad. Hace poco me decía una persona que alguien, cuando hablaba con ella,
siempre era para criticar, y esa persona le dijo que, por favor, dejase de
hacerlo, que todos tenemos nuestros fallos y que hablando mal de los otros no
se mejoraba nada ni se cambiaba nada. Esa persona que criticaba no volvió a
criticar con la persona que me lo contaba, pero… tampoco le volvió a hablar
más. Esto es una consecuencia de querer estar en este Reino de Verdad. He de
practicar la verdad, decir la verdad y educar en la verdad a los que están a mi
alrededor, a pesar de las consecuencias y precisamente asumiendo las
consecuencias, como Cristo, que fue crucificado por decir la verdad[2].
*
Reino de Vida. Apoyando aquello que construye y hace bien a los demás; lo que
sana y lo que cura. He de revisar si mi comportamiento en casa, en el trabajo,
en la calle produce “muerte” o produce “Vida”. He de practicar la vida y educar
en la vida a los que están a mi alrededor.
*
Reino de santidad y de gracia. Lucho por este Reino cuando me esfuerzo por
acercarme a mi Señor Jesucristo, cuando dejo que la oración fluya en mí, cuando
participo con frecuencia en los sacramentos: confesión, Santa Misa, Unción de
los enfermos (debemos pedirla), Confirmación. Hace un tiempo estuve en un
Cursillo de Cristiandad en Covadonga. Había allí varias personas, de diferentes
edades (de 19 a 81 años) sin recibir este sacramento del Espíritu Santo. El
encuentro con el Señor en el Cursillo posibilitó que estas personas sintieran
aún más la necesidad de recibir este Santo Espíritu, que sana, que ayuda, que
da vida, que perdona, que fortalece, que nos acerca a Dios… He de luchar por
llegar a la santidad de vida, por estar en gracia el mayor tiempo posible,
porque ello hace que el Reino esté más presente en esta sociedad tan necesitada
de Dios.
* Reino de
justicia, de amor y de paz.
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