viernes, 20 de septiembre de 2019

Domingo XXV del Tiempo Ordinario (C)


22-9-2019                   DOMINGO XXV TIEMPO ORDINARIO (C)
                                                               Am. 8, 4-7; Slm. 112; 1 Tim. 2, 1-8; Lc.16, 1-13
Homilía de vídeo
Queridos hermanos:
            ¿Cómo andáis de dinero? ¿Os gustaría tener más dinero? ¿Os parece que tenéis mucho, poco o suficiente? En vuestra relación con el dinero, ¿quién manda más: él o vosotros? Tenemos que ver esto en un caso práctico: contaba una vez una persona que había unos hermanos que se llevaban muy bien entre sí. Uno que escuchaba preguntó: ‘¿Ya partieron…?’ Quería decir este señor si ya habían fallecido los padres de estos hermanos y si ya habían repartido la herencia, pues, en muchos casos, hermanos que se llevaron siempre muy bien, cuando llegaba el momento de repartir lo que sus padres les habían dejado, se enfadaban y no volvían nunca más a hablarse ni a tratarse[1]. Por eso, al preguntar aquel señor si los hermanos habían ya repartido la herencia y, si aún se llevaban bien entre sí, entonces eso quería decir que su relación había sido probada y había salido vencedora frente a los bienes temporales.
            Jesús sabe todos los problemas que el dinero y las cosas materiales ocasionan en las relaciones humanas y entre las naciones. Por eso, nos propone hoy una parábola para hablarnos de la relación que hemos de tener los hombres con el dinero, con el oro, con las casas, con las tierras, en definitiva, con los bienes materiales.
            Antes de entrar a analizar y profundizar un poco el mensaje de Jesús en el evangelio de hoy quisiera aclarar dos cosas de la parábola, pues, en caso contrario, no vamos a entenderla correctamente:
            1) El administrador, que fue pillado por el amo derrochando sus bienes y despedido por ello, no hizo un último robo a su antiguo jefe cuando dijo a los deudores: “‘¿Cuánto debes a mi amo?’ Éste respondió: ‘Cien barriles de aceite’. Él le dijo: ‘Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta’. Luego dijo a otro: ‘Y tú, ¿cuánto debes?’ Él contestó: ‘Cien fanegas de trigo’. Le dijo: ‘Aquí está tu recibo, escribe ochenta’. Repito que el administrador no robó, simplemente que renunció a la comisión, que legalmente le correspondía. En efecto, en tiempos de Jesús los administradores cobraban comisiones en especie de los negocios que hacían en nombre de sus amos. El administrador fue muy astuto y, renunciando a su comisión, se ganó nuevos amigos que le podían recoger en su casa para que trabajase allí también como administrador.
            2) A continuación Jesús emplea una expresión que llama la atención. Dice así: Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. ¿Por qué Jesús se refiere al dinero con la expresión ‘el dinero injusto’? Pienso que podría tener dos significados: a) Se referiría ‘el dinero injusto’ a aquellos bienes adquiridos de una forma deshonesta: con robo, con engaño, con fuerza. b) Con esta expresión Jesús quiere decir que todo dinero es injusto: el ganado honradamente y el adquirido de mala manera, porque sabe que el dinero y los bienes materiales producen envidias, rencores, separaciones, robos, avaricias, falta de cariño en las familias, etc. Yo soy más partidario de este segundo significado. Me apoyo para ello en que el mismo Jesús, un poco más adelante, dice: Si no fuisteis de fiar en el injusto dinero…”, es decir, que, al poner el adjetivo (‘injusto’) antes del sustantivo (‘dinero’) nos está diciendo más claramente que todo dinero es ‘injusto’. Y, para mayor claridad, añade: “Ningún siervo puede servir a dos amos […] No podéis servir a Dios y al dinero”. Es decir, Jesús contrapone el dinero (‘injusto dinero’) a Dios.
            Algunas conclusiones:
            Por dinero se roba y engaña, y los frutos son perniciosos para los hombres, en primer lugar, para el que roba: Hace ya más de 20 años había dos familias de labradores en un pueblo. Las dos familias tenían dos hijos cada una. Una de las familias sembró en un prado ‘bayicu’ (una especie de hierba que gusta mucho al ganado), pues la comunidad autónoma subvencionaba este cultivo. Vino el funcionario, certificó la siembra y le dio a aquella familia un cheque por valor de 40.000 pts. El padre de familia fue al banco y lo cobró; regresó a casa, se cambió de ropa y con el tractor aró el terreno aquel y sembró patatas, que es lo que deseaba. Luego presumió ante la otra familia de cómo se la ‘había pegado’ a la comunidad autónoma e instó a sus vecinos para que hicieran lo mismo, pero éstos se negaron, porque –decían- que eso era robar. El hombre ‘listo’ se rió de ellos y los tenía por tontos. Llegó el fin de semana siguiente y los hijos del ‘listo’ vinieron ante su padre para pedirle dinero. A cada uno le dio 5.000 pts., de las de entonces, para el fin semana. Estos chicos tenían los estudios básicos. Los hijos de la familia ‘tonta’ tenían estudios universitarios y trabajaban como tales y tenían una independencia económica, y estaban muy bien considerados en sus puestos de trabajo por ser personas responsables y buenos compañeros. Ante esta historia, ¿quién es el tonto y quién es el listo?
            Por dinero se dan las divisiones y envidias en las familias y entre los hombres, como he narrado al inicio de esta homilía. No sólo entre hermanos, sino también entre los matrimonios.
            Por dinero nos separamos de Dios. En muchísimas ocasiones damos más importancia a aquel que a Éste. Por eso Jesús nos dice es que no podemos servir a la vez a Dios y al dinero. Si amamos a uno, aborrecere­mos al otro y viceversa. ¿Por amor a Dios seríamos capaces de perder el dinero que tenemos? Hace años me contaron el caso de chica asturiana que cantaba muy bien. Le ofrecieron cantar en los mejores sitios y ganar mucho dinero. Sólo tenía que hacer una cosa: acostarse con el hombre que movería todos los hilos o, en  caso contrario, éste le arruinaría la carrera musical. Aquella chica no aceptó la proposición y hoy sobrevive dando clases de canto, pero con la conciencia tranquila y con Dios a su lado.
            Y así podríamos ir diciendo mil cosas.
            A la luz de esta parábola y de estas reflexiones, vamos a hacernos una pregunta: ¿son necesarios los bienes materiales y el dinero? Sí, pero tienen que estar a nuestro servicio y al servicio de nuestros hermanos, y no tenemos que estar nosotros al servicio de las cosas materiales y del dinero.

            Jesús quiere que nos quedemos con estas ideas:
¡Sirvamos a Dios antes que al dinero!
Nuestra vida depende de Él y no de los bienes materiales que tengamos.

[1] Conozco algunas familias en que los hermanos, aún antes de morir sus padres, ya están a la greña por lo que van a heredar o porque los padres han dado en vida más a unos que a otros. De hecho, hace un tiempo decía yo a unos padres que mejor hubiera sido tener menos cosas y estar todos mejor avenidos. Y es que resulta muy triste que, estando para morir los padres o en los últimos años de vida, en que necesitarían un poco de tranquilidad, se encuentren en medio de la tormenta perfecta: hagan lo que hagan sus hijos ya están divididos, y con odio y con resentimiento entre sí para siempre.

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