13-1-2019 BAUTISMO DEL
SEÑOR (C)
Is. 42, 1-4.6-7; Slm. 28; Hch. 10,
34-38; Lc. 3, 15-16.21-22
Celebramos
en el día de hoy el Bautismo del Señor.
Y quisiera profundizar un poco en algunos aspectos de este sacramento, pues
a veces damos por supuestas cosas en la vida de fe, que, no es que no sean
aceptadas por algunos cristianos, sino que ¡son ignoradas! Por ejemplo, el otro
día me contaban de una adolescente bautizada, que hizo la primera Comunión, y
que entró en una iglesia en la que en ese momento se estaba rezando el rosario,
y salió disparada del templo, porque aquello le sonaba… “a palabras de una secta satánica” (¡¡!!).
-
Anuncio, catecumenado y catequesis
Bien,
vamos allá. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica que, “desde los tiempos apostólicos, para llegar a ser cristiano se sigue un
camino y una iniciación que consta de varias etapas. Este camino puede ser
recorrido rápida o lentamente. Y comprende siempre algunos elementos
esenciales: el anuncio de la Palabra, la acogida del Evangelio que lleva a la
conversión, la profesión de fe, el Bautismo, la efusión del Espíritu Santo, el
acceso a la comunión eucarística” (número 1229). En efecto, el camino
ordinario para acceder a la Iglesia, a los sacramentos, a la fe en Jesucristo…
debería de ser este: escuchar la Palabra de Dios y que algo se conmoviera en
nuestro corazón y en nuestra alma, que sintiéramos cómo Dios nos abría el
entendimiento y la voluntad para aceptar su mensaje. En ese momento, el oyente
quiere cambiar de vida y dejar que Dios sea su luz y su guía. A partir de aquí,
el oyente se acerca a la comunidad de fe y pide ser admitido dentro de ella. Y
la comunidad inicia un camino con esta persona para instruirle en las verdades
de la fe, en el evangelio, en la familiaridad con Dios, con su Palabra y con
sus sacramentos.
Así
es como se hacía en los primeros siglos de existencia de la Iglesia. Este
proceso, que podía durar varios años o meses, según las circunstancias se
denominaba “catecumenado” (número 1230). Por supuesto, este catecumenado era
realizado por adultos, los cuales se sentían llamados a la fe cristiana,
tomaban la iniciativa de acercarse a la Iglesia y entraban en este proceso.
Con
el paso del tiempo todo cambió. En el proceso anterior se escuchaba el anuncio,
uno sentía su corazón tocado y llamado por Dios a la fe, uno era instruido en
la fe y, finalmente, se recibían los tres sacramentos de iniciación cristiana:
Bautismo, Confirmación y Eucaristía. Más adelante, sin embargo, cuando el
sacramento del Bautismo se impartía habitualmente a los niños (a los bebés), se
hacía un catecumenado postbautismal, también llamado ‘catequesis’. El objetivo
de esta catequesis era lograr lo que antes conseguía el catecumenado, e incluso
lo anterior al catecumenado, es decir, conocer el anuncio del evangelio, abrir
el corazón y el espíritu a la fe, orientar toda la vida conforme a la voluntad
de Dios y de los contenidos evangélicos, la instrucción en los contenidos de la
fe, la familiaridad con Dios y con sus sacramentos, y la participación activa
en la vida de la Iglesia como un miembro corresponsable (número 1231).
- Fe y Bautismo
Uno de los más graves problemas que
tenemos en nuestras Iglesias de Asturias, de España y de Europa occidental es
que tenemos millones de personas ‘con todos los sacramentos’, pero sin fe o con
una fe, que no es la fe de Jesucristo ni la fe de la Iglesia.
En el número 1253 del Catecismo de
la Iglesia Católica se dice muy claramente que “el Bautismo es el sacramento de la
fe (cf Mc 16,16)”. Es decir, solo
podría recibir este sacramento quien confesara y profesara la creencia y la fe
en Jesucristo y su evangelio. “Pero la fe
tiene necesidad de la comunidad de creyentes. Solo en la fe de la Iglesia puede
creer cada uno de los fieles. La fe que se requiere para el Bautismo no es una
fe perfecta y madura, sino un comienzo que está llamado a desarrollarse. Al
catecúmeno o a su padrino se le pregunta: ‘¿Qué pides a la Iglesia de Dios?’ y
él responde: ‘¡La fe!’”. Por ello, “en
todos los bautizados, niños o adultos, la fe debe crecer después del Bautismo.
Por eso, la Iglesia celebra cada año en la vigilia pascual la renovación de las
promesas del Bautismo” (número 1254).
Para que esta fe crezca, se desarrolle, se
profundice, se agrande, se purifique, se haga adulta…, es necesaria la
comunidad eclesial, representada en gran medida por los padres y los
padrinos. El Catecismo lo explica así: “Para que la gracia bautismal pueda
desarrollarse es importante la ayuda de los padres. Ese es también el papel del padrino o de la madrina, que deben ser creyentes
sólidos, capaces y prestos a ayudar al nuevo bautizado, niño o adulto, en su
camino de la vida cristiana (cf CIC can. 872-874). Su tarea es una
verdadera función eclesial. Toda la comunidad eclesial participa de la
responsabilidad de desarrollar y guardar la gracia recibida en el Bautismo”
(número 1255).
- Los padrinos
¿Cuál es la misión de los
padrinos? “Asistir
en su iniciación cristiana al adulto que se bautiza, y, juntamente con los
padres, presentar al niño que va a recibir el bautismo y procurar que después
lleve una vida cristiana congruente con el bautismo y cumpla fielmente las
obligaciones inherentes al mismo” (canon 872 del Código de Derecho Canónico).
¿Cuáles son algunas de las
condiciones que pone la Iglesia para que uno pueda ejercer como padrino en el
sacramento del Bautismo? Nos lo dice el canon 874:
1.- “Que tenga capacidad para esta misión
e intención de desempeñarla”.
2.-
“Que haya cumplido dieciséis años, a no
ser que, por justa causa, el párroco o el ministro consideren admisible una
excepción”.
3.-
“Que sea católico, esté confirmado, haya
recibido ya el santísimo sacramento de la Eucaristía y lleve, al mismo tiempo,
una vida congruente con la fe y con la misión que va a asumir”.
Habiendo
leído todo esto, nos damos cuenta que el padrino (o la madrina) no es aquel que
se encarga del niño, si los padres mueren. Padrino no es el que regala el día
de Reyes. NO.
Padrino es aquel que
vive la fe, que confía en Dios, que está dentro de la Iglesia y participa en la
vida de ella de un modo muy activo. Por eso no vale cualquiera para ser
padrino, pues nadie da lo que no tiene: Si el padrino no tiene fe, no puede dar
fe. Si el padrino no confía en Dios y ora a Dios, no puede enseñar a su ahijado
a confiar en Dios y a orar a Dios. Si el padrino no vive de modo activo en la
parroquia y en la Iglesia, no podrá introducir a su ahijado de un modo eficaz y
convencido en algo en lo que él no está.
Debido a todo lo
anterior, se exigen las condiciones apuntadas más arriba. Aquí la casuística es
mucha: padres que nos traen como padrinos a gente sin bautizar o ya bautizados,
pero sin fe, etc.
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