23-12-2018 DOMINGO IV DE
ADVIENTO (C)
Estamos
ya en el 4º domingo de Adviento. El martes será ya Navidad y celebraremos la
venida de Jesucristo, el Niño Dios.
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La figura que hoy la Iglesia nos propone para reflexionar es la de la Virgen
María. Se destacan en ella varios aspectos:
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María es la mujer servicial: “María se
puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá”. Iba a
cuidar a su prima Isabel. Cuando una persona se encuentra con Dios, ineludiblemente
se hace más comprensiva con los demás, más pendiente de los demás, más
servicial con los demás. María ‘debía’ ayudar a su prima ya anciana.
*
María es la mujer creyente: “¡Dichosa tú
que has creído!” Severo Ochoa tenía una mujer muy creyente y él la envidiaba
por su creencia. Yo me encontrado con jóvenes que envidian la fe de los
cristianos. Ellos no pueden creer. ¡Dichosos nosotros que aceptamos la
existencia de todo un Dios en nuestra vidas! María siempre ha creído (que es lo
mismo que confiar o fiarse) en que dentro de ella, sin haber hecho el acto
sexual con un hombre, había un niño; ha creído en Dios a pesar de ser
perseguida por Herodes, a pesar de ser abandonado por su Hijo Jesús cuando él
tenía 30 años, a pesar de ver morir a su Hijo en la cruz a los 33 años. Siempre
se ha fiado de su Dios. Por eso es modelo de creyente para todos nosotros.
*
María es la mujer madre. “¡Bendita tú
entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!” Los hombres es una experiencia
que nos perdemos: llevar 9 meses una criatura en el vientre. Me comentaba una
mujer que ser madre era impresionante. Me decía que antes de serlo pensaba que
no podía amar a sus hijos más de lo que ya quería a sus sobrinos; después se
dio cuenta que a sus hijos era con otro amor distinto. ¿Qué experiencia tendría
María de llevar a un hijo que era Dios?
*
María es la mujer fecundada por el Espíritu Santo. “El Espíritu Santo vendrá sobre ti”. Pudo entrar en ella sin encontrar
ninguna traba. Estaba sin pecado. Es verdad que le preguntó, porque Dios
respeta siempre nuestra libertad. Siempre pregunta, siempre pide permiso.
María le dijo sí y El entró a raudales y la llenó: con un esperma que fecundó
su óvulo, con un amor que la hizo más amante, con una humildad con la que se
abajó aún más ante Dios. Por eso decimos que el Espíritu Santo es el esposo de
María. Ella se le entregó totalmente.
Estas notas de María estamos nosotros
llamados a reproducir en nuestra vida: ser serviciales, creyentes y fiarnos de
Dios en todo momento y circunstancia de nuestra vida, tener a Jesús (no en
nuestro vientre, pero sí en nuestro corazón), y dejarnos guiar constantemente
por el Espíritu Santo.
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La última idea que quiero hoy comunicaros es muy sencilla y a la vez muy
importante, pero la voy a ilustrar con un cuento. Se titula ‘el zapatero al
que Jesús visitó tres veces’:
“Martín
era un humilde zapatero de un pequeño pueblo de montaña. Vivía solo. Hacía años
que había enviudado y sus hijos habían marchado a la ciudad en busca de
trabajo.
Martín,
cada noche, antes de ir a dormir leía un trozo de los evangelios frente al
fuego del hogar. Aquella noche se despertó sobresaltado. Había oído claramente
una voz que le decía. ‘Martín, mañana Dios vendrá a verte’. Se levantó, pero no
había nadie en la casa, ni fuera, claro está, a esas horas de la fría noche...
Martín
se levantó muy temprano, barrió y adecentó su taller de zapatería. Dios debía
encontrarlo todo perfecto. Y se puso a trabajar delante de la ventana, para ver
quién pasaba por la calle.
Al
cabo de un rato vio pasar un vagabundo vestido de harapos y descalzo.
Compadecido, se levantó inmediatamente y lo hizo entrar en su casa para que se
calentara un rato junto al fuego. Le dio una taza de leche caliente y le preparó
un paquete con pan, queso y fruta para el camino, y le regaló unos zapatos.
Llevaba
otro rato trabajando cuando vio pasar a una joven viuda con su pequeño, muertos
de frío. También los hizo pasar.
Como
ya era mediodía, los sentó a la mesa y sacó el puchero de la sopa que había
preparado por si Dios se quería quedar a comer. Además, fue a buscar un abrigo
de su mujer y otro de uno de sus hijos y se los dio para que no pasaran más
frío.
Pasó
la tarde y Martín se entristeció, porque Dios no aparecía. Sonó la campana de
la puerta y se giró alegre creyendo que era Dios. La puerta se abrió con algo
de violencia y entró dando tumbos el borracho del pueblo.
–
¡Sólo faltaba este! Mira, que si ahora llega Dios... (se dijo el zapatero)
–
Tengo sed (exclamó el borracho)
Y
Martín acomodándolo en la mesa le sacó una jarra de agua y puso delante de él
un plato con los restos de la sopa del mediodía.
Cuando
el borracho marchó ya era muy de noche. Y Martín estaba muy triste. Dios no
había venido. Se sentó ante el fuego del hogar. Tomó los evangelios y aquel día
los abrió al azar. Y leyó: ‘Porque
tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estaba desnudo y
me vestiste... Cada vez que lo hiciste con uno de mis pequeños, a mí me lo
hiciste...’ Se le iluminó el rostro al pobre zapatero. ¡Claro que Dios
le había visitado! ¡No una vez, sino tres veces! Y Martín, aquella noche, se
durmió pensando que era el hombre más feliz del mundo...”
MORALEJA
DEL CUENTO: Dice Jesús: “Si acogéis a
cualquiera de estos mis hermanos, por pequeño que sea, me acogéis a mí”.
Esto no es un cuento.
En estas Navidades yo os anuncio que vais a recibir la visita de Jesús, estad
atentos y no le despachéis de mala manera o le dejéis de lado.
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