9-12-2018 DOMINGO II DE
ADVIENTO (C)
- La
primera idea que hoy quiero comentar se refiere a la carta de san Pablo a los
Filipenses. La primera vez que el apóstol se acercó a la ciudad de Filipo fue
un sábado y en un arroyo en donde varias mujeres estaban lavando la ropa. Por
lo tanto, fueron las mujeres quienes recibieron el primer anuncio sobre
Jesucristo en esta ciudad. Este arroyo se convirtió después en un lugar
habitual en el que los cristianos se reunían, conversaban y oraban. Por otra
parte, según nos cuenta el libro de Hechos de los Apóstoles 16, 15, Pablo se
hospedó en casa de Lidia, una mujer (nuevamente una mujer) que era comerciante
en púrpura. Ella y toda su familia acogieron la predicación de Pablo y se
bautizaron.
Además,
esta carta a los Filipenses es una carta de amistad. Es la primera que Pablo
escribe desde la cárcel y, a pesar de esto, la carta está llena de alegría, la
cual el apóstol la comunica sin tasa a los discípulos. Sí, desde la cárcel, les
habla de los grandes beneficios que Dios nos concede en todo momento.
Uno de
los problemas más grandes que tenemos los hombres en general hoy, y los
cristianos en particular es la soledad. En esta época de las comunicaciones y
de la globalidad… el hombre se encuentra muy solo. Por eso, cuando encontramos un amigo de verdad,
encontramos un tesoro. Un amigo con el cual compartir, que nos escuche y al
que escuchemos, que no nos dé siempre y en todo la razón, pero con el que
podamos hablar de todo sin sentirnos juzgados, sino escuchados y aceptados tal
y como somos. Encontrar a esta persona en nuestras vidas es encontrar un tesoro
y es convertirnos en seres privilegiados, ya que esto no es habitual.
En la fe
pasa lo mismo. Lo hablaba todavía esta semana pasada con una persona: qué
difícil es encontrar otro creyente como nosotros con el cual compartir la fe.
No tenemos con quien hablar de nuestra fe, de nuestras experiencias más
personales con Dios y con los demás…, pues tenemos miedo de que se rían de
nosotros, o que no nos entiendan, o que nos tomen por locos. Por eso, vivimos
la fe de modo aislado y sin ninguna comunidad de referencia. Esta es una de las más grandes carencias
que tiene nuestra Iglesia de Asturias: la falta de comunidades y de personas de
referencia para poder compartir y vivir la fe. Muchas veces que se ha
intentado, han fracasado de modo estrepitoso por problemas de convivencia y de
relación, o por no sentirse comprendidos, o por experimentar que aquello no
ayudaba interiormente.
En esta
situación resalta mucho más esta carta de Pablo a los Filipenses, en la que
rezuma la amistada humana y espiritual por todas las letras de la carta: “Siempre
que rezo por vosotros, lo hago con gran alegría. Porque habéis sido
colaboradores míos en la obra del Evangelio, desde el primer día hasta hoy […]
Testigo me es Dios del amor entrañable con que os quiero, en Cristo Jesús”.
Tenemos
que ir preparando la carta a los Reyes Magos. Yo para este año que comienza
quisiera pedirle para todos y cada uno de nosotros el regalo de una verdadera amistad, de una verdadera comunidad en la
que pudiéramos vivir el amor mutuo, la fe en Jesús y el compartir nuestras
vidas, ilusiones, desilusiones, creencias… Sí, que la amistad y la comunidad
fraterna que Pablo tuvo en Filipos la tengamos nosotros también aquí.
- La
segunda idea que hoy quiero predicaros nos está indicada por el evangelio que
acabamos de escuchar. Únicamente podremos tener esa verdadera amistad y esa
auténtica comunidad de fe si hacemos caso a la predicación de Juan Bautista: “Preparad
el camino del Señor, allanad sus senderos; los valles serán rellenados, los
montes y colinas serán rebajados; lo torcido será enderezado, lo escabroso será
camino llano. Y toda carne verá la salvación de Dios”.
En
efecto, si pensamos que el origen del
problema y la culpa de que no haya verdaderas amistades y verdaderas
comunidades cristianas están en el otro, o en los otros, nos equivocamos
totalmente. Si estas realidades no existen, se debe primeramente a nosotros y
no a los otros. No puedo modificar el comportamiento de los otros, pero sí
que puedo modificar mi propio comportamiento. Voy a contaros un cuento que
ilustra muy bien esto. “Una chica en China se casó y fue a vivir a casa de su
marido. No le iban bien las cosas con la suegra. No aguantando más fue a ver a
un sabio y le pidió algo para deshacerse de la suegra. Este sabio le dio unas
hierbas y le dijo que fuera echando 2 o 3 cada día en su comida para que
muriera envenenada al cabo de unos meses. El hombre sabio también le dijo que,
para que no sospecharan de ella, tenía que procurar portarse bien con la
suegra, así pasaría la cosa como una muerte natural o algo parecido. La chica
siguió las instrucciones del sabio al pie de la letra y resultó que, al ver la
suegra que su nuera era mejor con ella, también esta mujer dulcificó su
carácter y fue habiendo un mayor entendimiento entre las dos y esto aumentaba
de día en día. Al cabo de dos o tres meses la chica fue a ver al sabio para decirle
que ahora amaba a la suegra, que ésta había cambiado y que no quería
envenenarla. El sabio respondió que la suegra no había cambiado, que la había
cambiado era ella y esto había hecho cambiar a la suegra. También le dijo que
las hierbas que le había dado no eran venenosas, sino un reconstituyente”.
¿Qué hizo esta chica joven respecto
de su suegra? Enderezó lo torcido procurando ver la parte buena de la madre de
su marido. Las piedras de los gestos, de las palabras que le parecían mal de su
suegra las fue dejando de lado y, al final, hubo un camino llano en donde se
hablaba y nada le parecía mal. Los montes de las distintas opiniones o razones
que se alzaban como insalvables entre nuera y suegra fueron arrancados mirando
más lo que tenían en común que lo que las separaba, y en lo que pensaban
distinto procuraron escuchar y ver las cosas desde la perspectiva y la
experiencia de la otra persona y descubrieron que, en tantas ocasiones, tenían
razón o los pensamientos diversos no eran razones tan insalvables. Al final,
sin obstáculos, el camino del amor mutuo quedó listo y pudieron recorrerlo
juntas naciendo entre ellas una verdadera amistad y comunidad de familia.
Esto
es el verdadero Adviento: todos los esfuerzos que hacemos para salvar las
distancias, los malos caminos, las murallas que tenemos con otras personas y
con Dios mismo. Si esto lo hacemos bien, como nos indica Juan Bautista en el
evangelio de hoy, entonces será Navidad, llegará la Navidad y el Niño Jesús
nacerá entre nosotros, nacerá en nosotros.
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