jueves, 6 de diciembre de 2018

Domingo II de Adviento (C)


9-12-2018                              DOMINGO II DE ADVIENTO (C)
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Homilía en audio.
Queridos hermanos:
            - La primera idea que hoy quiero comentar se refiere a la carta de san Pablo a los Filipenses. La primera vez que el apóstol se acercó a la ciudad de Filipo fue un sábado y en un arroyo en donde varias mujeres estaban lavando la ropa. Por lo tanto, fueron las mujeres quienes recibieron el primer anuncio sobre Jesucristo en esta ciudad. Este arroyo se convirtió después en un lugar habitual en el que los cristianos se reunían, conversaban y oraban. Por otra parte, según nos cuenta el libro de Hechos de los Apóstoles 16, 15, Pablo se hospedó en casa de Lidia, una mujer (nuevamente una mujer) que era comerciante en púrpura. Ella y toda su familia acogieron la predicación de Pablo y se bautizaron.
            Además, esta carta a los Filipenses es una carta de amistad. Es la primera que Pablo escribe desde la cárcel y, a pesar de esto, la carta está llena de alegría, la cual el apóstol la comunica sin tasa a los discípulos. Sí, desde la cárcel, les habla de los grandes beneficios que Dios nos concede en todo momento.
            Uno de los problemas más grandes que tenemos los hombres en general hoy, y los cristianos en particular es la soledad. En esta época de las comunicaciones y de la globalidad… el hombre se encuentra muy solo. Por eso, cuando encontramos un amigo de verdad, encontramos un tesoro. Un amigo con el cual compartir, que nos escuche y al que escuchemos, que no nos dé siempre y en todo la razón, pero con el que podamos hablar de todo sin sentirnos juzgados, sino escuchados y aceptados tal y como somos. Encontrar a esta persona en nuestras vidas es encontrar un tesoro y es convertirnos en seres privilegiados, ya que esto no es habitual.
            En la fe pasa lo mismo. Lo hablaba todavía esta semana pasada con una persona: qué difícil es encontrar otro creyente como nosotros con el cual compartir la fe. No tenemos con quien hablar de nuestra fe, de nuestras experiencias más personales con Dios y con los demás…, pues tenemos miedo de que se rían de nosotros, o que no nos entiendan, o que nos tomen por locos. Por eso, vivimos la fe de modo aislado y sin ninguna comunidad de referencia. Esta es una de las más grandes carencias que tiene nuestra Iglesia de Asturias: la falta de comunidades y de personas de referencia para poder compartir y vivir la fe. Muchas veces que se ha intentado, han fracasado de modo estrepitoso por problemas de convivencia y de relación, o por no sentirse comprendidos, o por experimentar que aquello no ayudaba interiormente.
            En esta situación resalta mucho más esta carta de Pablo a los Filipenses, en la que rezuma la amistada humana y espiritual por todas las letras de la carta: Siempre que rezo por vosotros, lo hago con gran alegría. Porque habéis sido colaboradores míos en la obra del Evangelio, desde el primer día hasta hoy […] Testigo me es Dios del amor entrañable con que os quiero, en Cristo Jesús.
            Tenemos que ir preparando la carta a los Reyes Magos. Yo para este año que comienza quisiera pedirle para todos y cada uno de nosotros el regalo de una verdadera amistad, de una verdadera comunidad en la que pudiéramos vivir el amor mutuo, la fe en Jesús y el compartir nuestras vidas, ilusiones, desilusiones, creencias… Sí, que la amistad y la comunidad fraterna que Pablo tuvo en Filipos la tengamos nosotros también aquí.
            - La segunda idea que hoy quiero predicaros nos está indicada por el evangelio que acabamos de escuchar. Únicamente podremos tener esa verdadera amistad y esa auténtica comunidad de fe si hacemos caso a la predicación de Juan Bautista: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; los valles serán rellenados, los montes y colinas serán rebajados; lo torcido será enderezado, lo escabroso será camino llano. Y toda carne verá la salvación de Dios.
            En efecto, si pensamos que el origen del problema y la culpa de que no haya verdaderas amistades y verdaderas comunidades cristianas están en el otro, o en los otros, nos equivocamos totalmente. Si estas realidades no existen, se debe primeramente a nosotros y no a los otros. No puedo modificar el comportamiento de los otros, pero sí que puedo modificar mi propio comportamiento. Voy a contaros un cuento que ilustra muy bien esto. Una chica en China se casó y fue a vivir a casa de su marido. No le iban bien las cosas con la suegra. No aguantando más fue a ver a un sabio y le pidió algo para deshacerse de la suegra. Este sabio le dio unas hierbas y le dijo que fuera echando 2 o 3 cada día en su comida para que muriera envenenada al cabo de unos meses. El hombre sabio también le dijo que, para que no sospecharan de ella, tenía que procurar portarse bien con la suegra, así pasaría la cosa como una muerte natural o algo parecido. La chica siguió las instrucciones del sabio al pie de la letra y resultó que, al ver la suegra que su nuera era mejor con ella, también esta mujer dulcificó su carácter y fue habiendo un mayor entendimiento entre las dos y esto aumentaba de día en día. Al cabo de dos o tres meses la chica fue a ver al sabio para decirle que ahora amaba a la suegra, que ésta había cambiado y que no quería envenenarla. El sabio respondió que la suegra no había cambiado, que la había cambiado era ella y esto había hecho cambiar a la suegra. También le dijo que las hierbas que le había dado no eran venenosas, sino un reconstituyente”.
            ¿Qué hizo esta chica joven respecto de su suegra? Enderezó lo torcido procurando ver la parte buena de la madre de su marido. Las piedras de los gestos, de las palabras que le parecían mal de su suegra las fue dejando de lado y, al final, hubo un camino llano en donde se hablaba y nada le parecía mal. Los montes de las distintas opiniones o razones que se alzaban como insalvables entre nuera y suegra fueron arrancados mirando más lo que tenían en común que lo que las separaba, y en lo que pensaban distinto procuraron escuchar y ver las cosas desde la perspectiva y la experiencia de la otra persona y descubrieron que, en tantas ocasiones, tenían razón o los pensamientos diversos no eran razones tan insalvables. Al final, sin obstáculos, el camino del amor mutuo quedó listo y pudieron recorrerlo juntas naciendo entre ellas una verdadera amistad y comunidad de  familia.
            Esto es el verdadero Adviento: todos los esfuerzos que hacemos para salvar las distancias, los malos caminos, las murallas que tenemos con otras personas y con Dios mismo. Si esto lo hacemos bien, como nos indica Juan Bautista en el evangelio de hoy, entonces será Navidad, llegará la Navidad y el Niño Jesús nacerá entre nosotros, nacerá en nosotros.

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