2-4-2017 DOMINGO V DE
CUARESMA (A)
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Las lecturas de hoy nos hablan de
muertos y de muerte. Ello nos recuerda una realidad muy presente en nuestra
vida de cada día.
Al leer el periódico de cada día,
unos lo abren primeramente por la sección de economía, otros por la sección de
deporte, otros por la sección de programas de televisión y muchos por la
sección de las esquelas. En éstas se mira la edad que tenían los difuntos y,
cuando se ve habitualmente gente más joven que uno mismo o de edad parecida,
entonces eso recuerda que se está ya en “lista de espera”…
A
veces miramos fotografías antiguas de nuestra boda, de la ordenación
sacerdotal, de primeras comuniones, del colegio o de la universidad, de otros
eventos… y nos fijamos en personas que ya han fallecido y que no están entre
nosotros. Ya no están abuelos, padres, tíos, primos, vecinos, amigos…
Una
de las actividades más frecuentes que hemos de hacer a lo largo del año es ir a
los tanatorios a dar pésames, ir a las iglesias a funerales, y acudir a
cementerios o a columbarios para depositar allí los restos o las cenizas de los
fallecidos.
Por
tanto, repito que el contacto con la muerte es algo habitual y corriente en
nuestra vida ordinaria.
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También el evangelio de hoy nos cuenta
la muerte de Lázaro, un amigo de Jesús, y nos da una serie de datos que
rodearon aquel suceso y que hoy, 2000 años después, se siguen dando:
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Ante la enfermedad grave de Lázaro y la posibilidad real de una muerte
inmediata, se avisa por parte de los familiares a los amigos más íntimos. “Las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo: -‘Señor, tu amigo está
enfermo’.”
-
Una vez que Lázaro falleció, éste fue enterrado y la gente que se enteró
después del entierro acudió, no obstante, ante las hermanas del difunto para
darles el pésame: “Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro
días enterrado […] muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para
darles el pésame por su hermano.”
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Las lágrimas y el desconsuelo forman parte de la gente que tiene un parentesco
con el difunto o de la gente que tiene amistad con el mismo. Así, el evangelio
nos cuenta que los vecinos y amigos estaban consolando a María por la muerte de
su hermano, ya que ésta lloraba. Nos dice el evangelio que Jesús, ante la
muerte de Lázaro y viendo llorar a María, también solloza él y se conmueve. Por
tres veces se dice que Jesús sollozó y lloró de pena ante la muerte de Lázaro.
He de decir, como sacerdote que para mí, éste es uno de los momentos más duros:
Cuando no sabes qué decir o qué hacer a la gente que sufre y llora por el
fallecimiento de un ser querido. Recuerdo que, en junio de 1988, un domingo
había celebrado las Misas por la mañana en el concejo de Taramundi. Comí después
con un matrimonio mayor y me entretuve con ellos en su casa. A media tarde me
vinieron a buscar el médico y el juez de paz de la villa. Querían que los
acompañara, pues un chico de unos 26 años, que se iba a casar en un mes, se
había ahorcado (en los cuatro años que estuve en Taramundi enterré a 8 personas
que se habían suicidado; esto era muy común por aquella zona). Pues bien,
llegamos a un monte, que estaba a una media hora de camino de la casa del chico
ahorcado. Allí colgaba él de un árbol; tenía abundante saliva en la boca. La
saliva ya estaba verde y tenía moscas por su cara y en la comisura de sus
labios. La cuerda estaba hundida en su cuello. La escena era muy desagradable y
fuerte. El chico había salido por la mañana de casa para atender el ganado que
estaba libre en la montaña, pero tardaba en venir para comer. Entonces, un
hermano y su padre salieron a buscarlo y lo encontraron así. No podían moverlo
ni descolgarlo hasta que el médico y el juez de paz hicieran el levantamiento
del cadáver. Eran las 8 de la tarde cuando pudimos bajarlo del árbol. El
hermano y yo lo cogimos por los pies para alzarlo un poco y el padre cortó la
cuerda. Lo metimos en un todo terreno. Ya estaba rígido y no pudimos encogerle
las piernas, que sobresalían por la puerta de atrás del vehículo. Pero lo más
duro estaba por llegar: cuando metimos entre los tres (padre, hermano y yo) al
chico en la casa por la cocina y allí estaba la madre, ésta empezó a dar gritos
y a llorar de modo desconsolado por su querido hijo. En estos momentos lo único
que puedes hacer es estar, tener gestos físicos de cariño y de cercanía y
callar o decir palabras sueltas de consuelo y de fortaleza.
-
Asimismo con ocasión de una defunción, puede haber malos olores, sobre todo si
la persona difunta estaba muy medicada. Cuando Jesús le dice a María que quite
la tapa del sepulcro, con mucho sentido común la hermana le responde: “Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.”
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¿Qué postura hemos de tener las personas de fe ante la muerte? ¿Podemos reaccionar
igual que los que no tienen fe y que los creyentes no practicantes? ¿Qué
respuesta nos da Jesucristo ante la muerte? ¿Nos da Él también el pésame? ¿Sus
palabras son palabras de consuelo, como cualquier amigo o como cualquier
persona de buen corazón? Veamos lo que nos dicen las lecturas de hoy:
-
Ante el sufrimiento y ante la muerte,
los creyentes debemos reaccionar como dice el salmo 129, es decir, volviéndonos
a Dios para suplicarle con entera confianza, para poner en sus manos nuestros
corazones destrozados: “Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor,
escucha mi voz; estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica […] Mi alma
espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el
centinela la aurora”.
- Esta entera confianza en Dios la vemos en las dos hermanas de Lázaro,
las cuales por separado dicen a Jesús lo mismo: (María) “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.”
(Marta) “Señor, si hubieras estado aquí
no habría muerto mi hermano.” Implícitamente hay una especie de reproche:
‘Señor, te habíamos avisado con tiempo. ¿Por qué te entretuviste en venir? ¿Por
qué no viniste enseguida? Podrías haberlo curado, como curaste al ciego de
nacimiento.’ Sin embargo, a continuación de este de reproche, una de las hermanas
afirma totalmente convencida su esperanza en Jesús, en Dios y en la vida
eterna: “Pero aún ahora (que mi
hermano está muerto) sé que todo lo que
pidas a Dios, Dios te lo concederá. […] Sé que (mi hermano) resucitará en la resurrección del último
día.”
Hasta
ahora hemos visto lo que hemos de hacer los creyentes ante el sufrimiento y
ante la muerte. Ahora veamos la respuesta de Dios a estas súplicas y a estas
necesidades de sus hijos:
- Dios, a través del profeta
Ezequiel, nos responde: “Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os
haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío […] Os infundiré mi espíritu, y
viviréis.” Fijaros en la fuerza de esta imagen que nos presenta el profeta:
Será Dios mismo quien venga a nuestros
cementerios, ante nuestros nichos, a donde estén depositados nuestros restos o
cenizas y abrirás las puertas y las losas; escarbará en la tierra y buceará por
el mar, si nuestras cenizas fueron esparcidas por el agua, y nos recogerá con
sus manos y nos hará salir de allí. Y en ese momento nos soplará con su aliento
de vida y viviremos de nuevo, y viviremos para siempre.
-
Y el mismo Jesús dice en el evangelio de hoy: “Yo soy la
resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que
está vivo y cree en mí, no morirá para siempre.” Jesús es la VIDA auténtica. La única manera de beber de esta fuente de
VIDA, tanto si estamos muertos como si estamos vivos, físicamente hablando, es
a través de la fe en Él. Por eso Jesús pregunta a Marta si cree, y cuando
María duda en abrir el sepulcro de Lázaro, porque huele ya mal, Jesús le dice: “¿No te he dicho que si crees verás la
gloria de Dios?” Marta creyó y lo confesó abiertamente: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías,
el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.”
Que Dios Padre nos conceda tener
esta fe. Pidámosela a Él, que es quien nos la puede dar.
La muerte.Todos sabemos que vamos a morir,pero todos nos escapamos de ella aún sabiendo qué,los que creemos en Jesús y más o menos seguimos sus obras,nos encontraremos con Él,cara a cara.Cuanta tristeza de el que no cree,que con la muerte se acaba todo.Pues hubo una muerte que resucitó y nos dejo su espíritu,su cuerpo y sangre.Gracias señor,por ese regalo tan inmenso.Cuando estoy frente al Sagrario,te veo venir hacia mí,sonriendo.Un abrazo para todos y que el Señor nos bendiga.
ResponderEliminar´Nos dice Padre en esta Homilía si ante la muerte de un ser querido reaccionará igual el que tiene fe como el que no la tiene ,pues yo voy a dar mi humilde opinión ,no , no puede ser ni parecida ,los creyentes en JESUCRISTO claro que tenemos pena y mucha,porque el mismo JESÚS lloró por su amigo Lazaro porque la separación duele vaya si duele ,pero ese dolor tiene esperanza y aunque no sabemos cuando tenemos la certeza de volver a encontrarnos y con un amor más purificado y esto amí me da mucha paz ¿Los que no tienen fe ? no lo se pero tiene que ser muy duro y me da pena ,por tanto demos gracias a Dios por este regalo tan grade ,que es la fe , y al mismo tiempo demos ejemplo con nuestras vidas para poder entusiasmar a aquellos que no la tienen .Un fuerte abrazo amig@s
ResponderEliminarMi querido cura de Tapia,
ResponderEliminarCuánta razón llevas en lo referente a hablar con nuestros muertos, yo lo hago con frecuencia y hasta siento su mano protectora. Cuantas veces pido que me echen un cable en tal o cual situación y claro que espero encontrarme con ellos.
Sólo se fueron antes pero volveremos a encontrarnos. Seguro.
Por otro lado, considero que es bueno hablar claro a los niños. No es para llevarlos al tanatorio a merendar pero tampoco se les debe engañar con una cosa que es de las más ciertas de la vida.
Yo estaba con mi padre la tarde que le dio una angina de pecho provocándole la muerte instantánea, rápidamente me quitaron del medio y me llevaron a casa de mi madrina por tres o cuatro días. Yo tenía 7 años. Cuando fueron a buscarme al cabo de estos tres o cuatro día me dijeron que mi padre se había ido al cielo. Aún recuerdo la sensación de ausencia pero no hice más preguntas ni nadie me dio más explicaciones. Todas las tardes me sentaba a la puerta de mi casa mirando al cielo. Al cabo de un tiempo, alguien se percató de mis sentadas y me preguntaron que qué hacía, a lo que yo contesté "nada, espero que venga papa" (en la Cuenca minera se decía papa, no papá). Así era como se explicaban antes las cosas pero ahora que estamos tan preocupados por darles información de todo tipo a los niños, no está de más hacerles conscientes de que esta vida es finita y cómo tal ha de aprovecharse.
Gracias por tu trabajo y buena semana para tod@s