12-3-17 DOMINGO
II CUARESMA (A)
En este segundo domingo de Cuaresma
quiero, como otras Cuaresmas, exponer un examen de conciencia.
No quisiera que este examen de
conciencia fuera una especie de losa sobre nosotros. No. La miseria humana, en
cristiano, va siempre acompañada de la misericordia de Dios. Sólo a través de
los ojos y del corazón de Dios el hombre puede y debe mirar sus propios
pecados. Él nos los descubre, y al mismo tiempo nos los perdona. Pero yo no
puedo cambiar y caminar hacia Dios si no veo dónde estoy de verdad, y esto me
lo hace ver Dios con su luz admirable y con la paz maravillosa que nos concede
su perdón.
¿He sentido envidia hacia
alguien por las cosas que tenía, por su carácter más simpático o por su saber
más grande que el mío, por su físico; de tal manera que me alegraba de sus
fallos o cuando las cosas le iban mal, y me entristecía cuando las cosas le
salían bien? El sentimiento de la envidia en muchas ocasiones no es buscado por
nosotros, pero es algo que surge en nuestro interior y nos da mucha vergüenza.
En determinados momentos la envidia que sentimos es fruto de la tentación a fin
de quitarnos la paz.
¿He sentido celos ante otras
personas porque ellas son más valoradas que yo, más tenidas en cuenta que yo,
más apreciadas que yo? ¿He sentido celos porque a los demás se les reconoce
enseguida lo ‘poco’ que hacen, y a mí no se me reconoce todo lo que hago (al
cuidar a unos padres, al hacer las tareas de casa, en el lugar de trabajo…)?
¿He hecho juicios en mi
interior acerca de otras personas, descalificando las actuaciones de los
otros, como si todo o casi todo lo de ellos fuese malo? El juicio interior
supone ponerse en una posición de superioridad y desde ahí considerar como
negativo lo que los demás dicen, hacen o dejan de decir y/o de hacer.
¿He murmurado contra alguien,
bien iniciando yo la conversación o siguiendo lo comenzado por otros? ¿He
sacado los defectos de los demás a la luz pública? La murmuración presupone un
juicio previo. El juicio queda en mi interior, mientras que la murmuración sale
al exterior por la lengua. Lo malo o negativo que veo en los demás, ¿soy capaz
de decírselo al interesado o interesada? La mayoría de las veces no, entonces
¿por qué lo digo?: ¿Porque me interesa de verdad esa persona y que mejore; por
pasar el rato; por despecho; por quedar por listo o gracioso ante quien estoy
murmurando? Si no soy capaz de decir lo negativo al interesado, entonces es
mejor que me calle o en todo caso que se lo diga a Dios rezando por esa
persona. Lo peor de la murmuración no es lo que decimos, que en muchas
ocasiones es cierto, sino el ‘tonillo’ con el que decimos esas cosas, es decir,
no hay caridad. Y la verdad que no va acompañada de la caridad-amor, no es la
verdad de Cristo. Yo no he descubierto nunca a Dios diciéndome las cosas, ni a
mí ni a nadie, restregándolas por las narices. Dios me muestra las cosas, mi
verdad, mis defectos, pero lo hace con tanto amor, que veo lo que me dice, lo
acepto y mi amor hacia Él crece más. Aprendamos a hacerlo así y, si no lo
hacemos así, es que estamos murmurando.
¿He difamado, es decir, he
dicho cosas negativas de los demás que son falsas, bien porque exagere lo que
digo o porque no me cercioro y aseguro de la veracidad de lo que escucho sobre
los otros y ‘alegremente’ lo suelto sin más? CUANTO DAÑO HACE LA LENGUA,
NUESTRA LENGUA. Ya leemos en la epístola del apóstol Santiago que “la lengua ningún hombre es capaz de
domarla: es dañina e inquieta, cargada de veneno mortal; con ella bendecimos al
que es Señor y Padre; con ella maldecimos a los hombres creados a semejanza de
Dios; de la misma boca salen bendiciones y maldiciones”. “Todos faltamos a menudo, y si hay alguno
que no falte en el hablar, es un hombre perfecto, capaz de tener a raya a su
persona entera”.
¿Soy una persona mal hablada
con frecuentes tacos, con blasfemias, con palabras soeces o hirientes (‘cada
día te pareces más a tu madre…’, ‘cállate, gorda…’); buscando siempre el
insulto, el dejar mal a los otros, el decir la palabra graciosa, aunque sea a
costa de los demás?
¿He mentido a alguna persona,
a mi familia, en el trabajo para no quedar mal, por aprovecharme de otros, por
venganza, etc.? ¿He dicho medias verdades por las mismas motivaciones? Cuando
Jesús fue condenado a muerte por los judíos del Sanedrín, para ello utilizaron
sus propias palabras. Le preguntaron si Él era el Hijo de Dios y Jesús contestó
que sí, que lo era. Y esto le ocasionó su muerte. Podía haber dicho una mentira
piadosa. Total esa mentira piadosa le hubiera permitido vivir más años, curar a
muchos enfermos, hacer muchos milagros, enseñar mejor a los apóstoles, asentar
mejor la Iglesia que quería fundar, anunciar mejor el mensaje de Dios Padre.
Pero no, Él dijo siempre la verdad, aún a costa de ser muerto, aún a costa del
fracaso de su misión entre nosotros. Y su verdad le llevó a la cruz, y esta
cruz, fracaso entonces, es salvación para todos nosotros.
¿He sido impaciente con los
demás y conmigo mismo? Él impaciente es aquél que no tiene paz en su corazón y
por eso ‘salta’ con frecuencia. Estoy impaciente cuando no soy capaz de esperar
con sosiego y tranquilidad que llegue el ascensor al que he llamado, a que el
semáforo se ponga en verde, a que te atiendan en el médico, o que atienden en
el supermercado a la persona que está por delante de mí. Estoy impaciente
cuando no me pongo en el lugar de los otros y quiero que ellos hagan las cosas
como yo las hago y en el tiempo en que yo las hago. No aguanto los fallos de
los demás, pero los míos propios… tampoco.
¿He tenido ira, rabia, enfados
hacia alguna persona (familiar, amigo, en el trabajo, etc.), y he manifestado
esta ira externamente con expresiones hirientes o soeces, con voces, o incluso
también en mi interior?
¿Tengo rencor hacia alguna
persona, de tal modo que no hablo con esa persona, ni la perdono de ningún modo
y, cuando la veo o surge una conversación sobre ella, siempre se nota mi
inquina contra ella? ¿Llevo mi ‘agenda’ de los agravios que me han hecho los
demás y las fechas en que me las han hecho y ante quien me las han hecho? ¿Hay
alguien a quién no salude ni tenga intención de hacerlo? ¿Soy una persona vengativa;
las cosas que me han hecho las tengo bien guardadas y presentes, y ante la más
pequeña oportunidad se las ‘restriego’ en la cara o suelto mi ‘veneno’ ante
otras personas?
¿He tenido pereza para
levantarme, para acostarme, para hacer los estudios, el trabajo, mis oraciones,
asistencia a la Misa, etc.? Perezoso es aquel que hace las cosas que le gustan,
y las que no, las va dejando siempre de lado: el cesto de la plancha, los
azulejos, tareas en el trabajo, escribir cartas, visitar a personas, enfermos.
Con frecuencia la pereza va asociada al egoísmo, pues saco tiempo para las
cosas que me gustan y me interesan, pero las otras cosas quedan las más de las
veces sin hacer o a medio hacer.
¿He perdido el tiempo? Tenía
diversas cosas que hacer y las he ido dejando de lado para hacer lo que me
gusta: ver la Tv, hablar por teléfono, leer una novela, dar la lengua con
alguien… y mientras tanto las cosas sin hacer.
¿He tenido gula, es decir, me
dominan las apetencias y los gustos por encima de mi voluntad: domina el dulce
sobre mi voluntad, domina el alcohol sobre mi voluntad, domina el café sobre mi
voluntad, domina el tabaco sobre mi voluntad…? Seguramente que en muchas
ocasiones pensamos como el gallego: ‘perdono o mal que me fai, por o ben que me
sabe’. Tengo gula cuando como entre horas por el simple hecho de picar, o como
nada más de lo que me gusta, o no como jamás lo que no me gusta, o protesto por
la comida, o como o bebo con ansia, etc.
¿He sido egoísta en el trato
con los demás preocupándome tan solo de lo que me venía bien a mí, pasando o
dejando de lado las necesidades de los otros? ¿Soy de los que cojo el mando de
la TV y no lo suelto en modo alguno, y todo el mundo tiene que ver el programa
que a mí me gusta? ¿Al sentarme en el coche o en casa escojo el mejor puesto…
sin pensar en los otros? ¿Pienso en los otros, en lo que les gusta a los otros,
en lo que les viene bien a los otros, o nada más me veo a mí mismo y mis
apetencias y mis necesidades?
¿He faltado a la pobreza
cristiana con gastos superfluos en cosas que no son del todo necesarias
(ropas, tabaco, cafés, revistas, consumiciones, CD, bisutería, viajes, etc.)?
¿Compro cosas baratas que no necesito o que ya poseo más que suficientemente?
Al comprar pregunto a mi gusto, a los demás… ¿y a Dios? Porque El tendrá algo
que decir, sobre todo si me confieso cristiano y deseo que su Voluntad se
cumpla en mí. Un cristiano no puede caer en el consumismo igual que otra
persona que le dé igual vivir en su Santa Voluntad o no. ¿Tengo codicia y ansío
poseer cosas materiales? ¿Doy limosnas a la Iglesia o a ONGs o a familias
necesitadas (es bueno aquí comparar cuánto gasto para mí al mes y cuánto doy en
limosnas para los demás al mes; se verá que la diferencia es mucha)? La limosna
es lo que yo llamo el dinero de Dios. Es suyo y yo he de administrarlo según su
Voluntad y no según mi capricho. El dinero de la limosna nunca puede quedarse
en mi bolsillo. Si no lo doy yo directamente, entonces debo de buscar a
organizaciones o personas que busquen donde entregarlo y que conocen mejor que
yo diversas necesidades de otros hombres. ¿Tengo mi corazón pegado a cosas mías
(coche, ropa, objetos), personas, opiniones, mi físico, etc.? Para entender la
pobreza cristiana se ha de partir de que sólo Dios es nuestra riqueza, porque
es lo totalmente Absoluto, lo demás es relativo (Mt. 10, 37). ¿He
robado, es decir, me ha apropiado de cosas que no son mías? Me apropio de cosas
que no son mías, robo, cuando en el hospital en el que trabajo cojo tiritas,
esparadrapos, tijeras... y lo llevo para mi casa o para mis familiares. Robo
cuando en el colegio donde trabajo cojo hojas, bolígrafos... y los llevo para
mi casa. Robo en el trabajo llegando tarde y saliendo temprano. Robo en el
trabajo al no pagar lo justo y debido a mis empleados y no reconocerles sus
derechos. El hecho de que lo hagan los demás no quiere decir que está
justificado que lo haga yo. También robo si no dedico el tiempo y las
cualidades que Dios me da en el servicio de los demás; o cuando le robo su
gloria y me apropio de lo que es de Él: “No
se gloríe el sabio en su sabiduría, ni el rico en su riqueza, ni el soldado en
su fuerza. El que se gloríe que se gloríe en el Señor” (Jr. 9, 22-23).
¿He
sido desobediente en mi casa, con mi familia, con Dios, con la Iglesia,
con mi director espiritual, con las normas de tráfico, con las cosas que me
piden muchas veces por favor; y soy más bien de los que siempre hace lo que les
da "la realísima gana"? La obediencia no es simplemente hacer sin más
lo que me digan o me pidan, también hay que mirar el modo y las maneras en que
lo hago. Por ejemplo, si realizo las cosas que se me piden pero con protestas,
interiores o exteriores, entonces no estoy obedeciendo. Yo nunca he visto ni he
leído que, cuando Dios Padre indicó a su Hijo que fura a la Cruz, por el perdón
de los pecados de los hombres, Jesús obedeciera pero diciendo: “¡Vaya, hombre!
¡Siempre me toca a mí!” ¿A quién tengo que obedecer yo? Pues en primer lugar a
Dios, a mis padres, a mis hijos, a mi marido, a mi mujer...
¿He faltado a la castidad con
pensamientos, deseos, miradas, actos impuros (solo o acompañado); he respetado
mi cuerpo y el de los demás por ser Templo del Espíritu de Dios, me he
mantenido alejado de aquello que me tentara en este punto como TV, revistas,
conversaciones, etc.?
¿He tenido el pecado de la vanidad de tal
manera que estoy demasiado pendiente de mi aspecto físico, de la moda, y al
final soy un esclavo de ello? Hay personas que son incapaces de salir
desconjuntadas de casa o de no salir a la calle con prendas que no son de
marca. Hay personas que visten o se acicalan de una determinada manera, pero no
por convencimiento o gusto propio, sino por obtener el parabién de la gente con
la que están.
¿He tenido soberbia
al considerarme superior a otros, al considerarme inferior y esto me hacía
sufrir, puesto que no me acepto tal y como soy? ¿Me ando siempre quejando de la
sociedad, de los demás, de mí mismo? ¿"Engordo" cuando los demás
hablan bien de mí, y me entretengo después pensando y "repensando" lo
que se dijo bueno de mí? ¿Me enfada el que los demás hablen mal de mí, sea
mentira o verdad, y "despotrico" contra ellos y busco rápidamente el
justificarme? ¿Me cuesta admitir mis errores? ¿Me cuesta pedir perdón? ¿Hablo
de mí mismo (mal o bien) con frecuencia, me pregunten o no? ¿Hago o dejo de
hacer cosas, digo o dejo de decir cosas por el qué dirá la gente, de tal manera
que soy un esclavo de lo que piensen los demás? Veamos algunos de los
frutos de la soberbia: En las
relaciones con el prójimo, el amor propio y la soberbia nos hace susceptibles,
inflexibles, impacientes, exagerados en la afirmación del propio yo y de los
propios derechos, fríos, indiferentes, injustos en nuestros juicios y en
nuestras palabras. Nos deleita en hablar de las propias acciones, de las luces
y experiencias interiores, de las dificultades, de los sufrimientos, aun sin
necesidad de hacerlo. En las prácticas de piedad nos complace en mirar a los
demás, observarlos y juzgarlos; nos inclinamos a compararnos y a creernos mejor
que ellos, a verles defectos solamente y negarles las buenas cualidades, a
atribuirles deseos e intenciones poco nobles, llegando incluso a desearles el
mal. El amor propio y la soberbia hacen que nos sintamos ofendidos cuando somos
humillados, insultados o postergados, o no nos vemos considerados, estimados y
obsequiados como esperábamos.
¿He faltado en el amor al prójimo
hacia los enfermos, ancianos, familiares, marginados, etc.? ¿Tengo verdadera preocupación por las
necesidades materiales, morales y espirituales de las personas que me rodean,
de la gente que vive en Asturias, en España, en Europa, en el mundo? ¿Considero
a las demás personas como hermanos míos al ser hijos todos del mismo Padre?
¿He tenido falta de confianza en
Dios buscando yo siempre el encontrar solución a todo y rápida; y cuando no
salía tal y como era mi deseo me enfadaba con Dios o me descorazonaba con Él? No tengo confianza en Dios cuando las cosas
positivas o negativas que me suceden me afectan sobremanera. No quiere decir
con esto que tengamos que ser insensibles a las circunstancias que acontecen a
nuestro alrededor, pero sí es cierto que nuestra seguridad total está en Dios y
no tanto en que las cosas me salgan bien o mal.
¿He dejado mis oraciones de
lado, o las he hecho con rutina y sequedad? ¿He sido fiel a lo que el Señor me
iba mostrando o pidiendo en ellas?
¿He faltado a la Misa de los
domingos, o he asistido a ella con rutina, falta de fervor, de mala gana y
distracciones?
¿He realizado alguna lectura espiritual para alimentar mi ser y
abrirme a otras experiencias y a otros horizontes que puedan acercarme más a Dios?
Se podían sacar muchas más cosas,
pero de momento yo creo que con esto vale para tener una guía más o menos
exhaustiva.
Buenos días !!!!!nos has dejado mucho por pensar !! Una muy buena guía para realizar a conciencia
ResponderEliminarMuchas gracias
Ay Andrés como te echo de menos...como recuerdo aquellas confesiones.Un abrazo
ResponderEliminarMenudo examen de conciencia,tenemos para pensar toda la cuaresma,y no sé, si nos llegará.Padre Andrés,le pido día para confesarme,pero tiene que ser toda la mañana.Una reflexión perfecta para saber como es nuestro cristianismo.Estamos en tiempo de alegría ,tiempo de renovación,de perdonar,de escuchar,de comprender,total de conversión.Un abrazo y pidamos al Señor ayuda para poder llevarlo a cabo.
ResponderEliminarMuchas gracias por este examen de conciencia tan completo y exaustivo, estupendo para ayudarnos a hacer una buena confesión; a mi me recuerda a cuando hago una limpieza a fondo en casa, siempre encuentro algun rincon que se me había pasado por alto en la anterior;y cuando lo descubro me meto a fondo para que quede reluciente. Así pués este examen me empuja a rebuscar en mi interior, y entregarle a Jesucristo todo aquello que le impide ser el dueño de mi corazón.
ResponderEliminarUn gran abrazo y santa Cuaresma