19-2-17 DOMINGO VII TIEMPO
ORDINARIO (A)
Seguimos este domingo profundizando
en el Sermón de la Montaña y Jesús nos sigue explicando aquello que Dios nos da
y aquello que Dios espera de nosotros.
Por ejemplo, en el evangelio de hoy
Jesús nos dice: “amad
a vuestros enemigos y rezad por
los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace
salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos”.
¿Qué
es lo que Dios nos da (a propósito de este evangelio)? Pues Dios nos da su
amor, a pesar de que en tantas ocasiones somos enemigos suyos, pues le hacemos
la contra, no amamos a nuestros enemigos (sus hijos), ni siquiera a nuestros
amigos y familiares. Dios no nos trata a nosotros como nosotros tratamos a los
demás. Sí, Dios nos da el sol y la lluvia, la vida y el regalo de la creación,
el perdón y la paciencia…, y todo esto a pesar de nuestras maldades y
mediocridades.
¿Qué
es lo que Dios espera de nosotros? Pues lo que nos dice el evangelio y que
hemos puesto un poco más arriba (que amemos a nuestros enemigos y que recemos
por los que nos persiguen). Pero para centrarnos en aquello que Jesús quiere
decirnos con estas palabras es necesario que no pensemos o escuchemos esto en
abstracto, sino en concreto. Por lo tanto, vamos a pensar en una persona o en
unas personas que son nuestros enemigos, o que nos tienen por enemigos suyos, o
que nos han hecho algún mal, o que ya no tratamos. Poned las expresiones que
queráis, pero es importante que en nuestra mente y en nuestro corazón pongamos
a esta persona o personas: la exmujer, el exmarido, el compañero de trabajo, el
suegro/a, el examigo, el hermano/a o primo, el jefe… Pongamos delante de nosotros
a esa persona o persona que odiemos, o a la que tengamos resentimiento por el
motivo que sea. Ahora pensemos de nuevo ese mal que nos ha hecho en un momento
o durante tanto tiempo. Pensemos en esas palabras o insultos que nos dijo.
Sintamos cómo se reaviva y crece ese enemigo en nuestro interior. Dejémoslo ahí
y contemplemos todo el daño que nos hizo
y que nos hace.
Para ser honestos sería bueno y
necesario que ahora dirigiésemos nuestra mirada y nuestro pensamiento para el
mal que hemos hecho a lo largo de nuestra vida a otras personas: las hemos
ofendido con nuestras palabras, con nuestras acciones, con nuestros silencios,
con nuestras omisiones. Hemos sido en tantas ocasiones egoístas con otros.
Hemos sido soberbios, tercos, difamadores, impacientes, violentos, poco
generosos, nos hemos reído y burlado de otros…, sin importarnos el daño que les
podíamos causar. Pensemos también en las veces en que hemos sido desobedientes
a Dios, en que hemos sido perezosos para con las cosas de Dios, en que hemos usado
el nombre de Dios en vano, en que hemos usado a Dios a nuestra conveniencia y
luego lo hemos dejado arrinconado… Pensemos en que siempre Dios ha estado y
está dispuesto a perdonarnos y lo sigue haciendo. Dejémoslo ahí y contemplemos todo el bien que Dios nos hizo
y que nos hace, y lo mucho que nos quiere.
Ahora, una vez realizadas las dos
acciones anteriores, volvamos a escuchar las palabras de Jesús: “amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que
seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y
buenos, y manda la lluvia a justos e injustos”.
Sabe muy bien el Señor que la
inmensa mayoría del mal que los hombres reciben durante su vida no proviene de
las enfermedades, ni de los terremotos, ni de los accidentes fortuitos… NO. La
inmensa mayoría del mal que los hombres reciben durante toda su vida proviene
de otros hombres. “Homo homini lupus”
es una frase que ya empleaban los romanos y que significa: el hombre es el lobo
del hombre o el hombre es un lobo para el hombre. Las guerras, los insultos,
las maledicencias, los robos, los asesinatos, los odios, los egoísmos… y todo
lo que queráis poner provienen del hombre. Esto lo sabía perfectamente Jesús.
¿Cómo hemos de reaccionar ante el mal que hay en el mundo, ante el mal que se
nos hace? (También lo hacemos nosotros, por supuesto. Nosotros también somos
hombres. Sí nosotros también somos ese “Homo
homini lupus” para otros).
Nosotros podemos reaccionar con
violencia con más violencia, a la murmuración con más murmuración, al desprecio
con más desprecio, a la soberbia con más soberbia, al robo con más robo, a la
mentira con más mentira… Así estaríamos haciendo aquello del “ojo por ojo, diente por diente”.
Asimismo podemos reaccionar a la violencia, a la murmuración, al desprecio, a
la soberbia, al robo, a la mentira… con distancia o alejamiento o una mera
resistencia pasiva. Pero también se puede (y los cristianos debemos) reaccionar
al modo de Jesús, tal y como nos lo dice en este evangelio de hoy: “amad
a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de
vuestro Padre celestial”.
Cuando salió la Exhortación Apostólica Postsinodal del Papa Francisco sobre el
amor conyugal Amoris Laetitia,
encontré una cita textual de Martín Luther King que decía así: “La persona que más te odia, tiene algo
bueno en él; incluso la nación que más odia, tiene algo bueno en ella; incluso
la raza que más odia, tiene algo bueno en ella. Y cuando llegas al punto en que
miras el rostro de cada hombre y ves muy dentro de él lo que la religión llama
la ‘imagen de Dios’, comienzas a amarlo ‘a pesar de’. No importa lo que haga,
ves la imagen de Dios allí. Hay un elemento de bondad del que nunca puedes
deshacerte [...] Otra manera para amar a tu enemigo es ésta: cuando se presenta
la oportunidad para que derrotes a tu enemigo, ése es el momento en que debes
decidir no hacerlo [...] Cuando te elevas al nivel del amor, de su gran belleza
y poder, lo único que buscas derrotar es los sistemas malignos. A las personas
atrapadas en ese sistema, las amas, pero tratas de derrotar ese sistema [...]
Odio por odio sólo intensifica la existencia del odio y del mal en el universo.
Si yo te golpeo y tú me golpeas, y te devuelvo el golpe y tú me lo devuelves, y
así sucesivamente, es evidente que se llega hasta el infinito. Simplemente
nunca termina. En algún lugar, alguien debe tener un poco de sentido, y ésa es
la persona fuerte. La persona fuerte es la persona que puede romper la cadena
del odio, la cadena del mal [...] Alguien debe tener suficiente religión y
moral para cortarla e inyectar dentro de la propia estructura del universo ese
elemento fuerte y poderoso del amor” (n. 118 de Amoris Laetitia).
Esto
es difícil y hasta imposible, si Dios no nos asiste y ayuda con su fuerza y con
su Espíritu. Pidamos a Dios que nos dé esa fuerza y su Espíritu para lograrlo,
pues nosotros somos muy débiles y pequeños.
Esta homilía es para leer cada mañana antes de salir de casa!. Gracias a que la acabo de leer voy a hacer una llamada que no me apetece nada!. Siempre llegas a punto Andrés. Me tengo que quedar con la reflexión que dices " cuánto mal hice y hago a Dios "?. Siempre veo lo menos bueno de los demás, vamos, de algunos..., espero tener presente estas reflexiones que nos cuentas.
ResponderEliminarUn abrazo
Araceli
Que difícil es querer a los que nos hicieron daño,o nos caen mal por la causa que sea.También reconocer nuestra culpa pensando que siempre tenemos la razón. Jesús nos manda querer y perdonar a nuestros enemigos,no guardar rencor,ni odio ,ni rabia.La única forma de construir un mundo más humano y pacífico es el amor por los demás.Donde hay amor hay paz.Así que vamos a pedirle al Señor que nos ayude a dejar nuestras rencillas y rencores.Señor que así sea. Un abrazo.
ResponderEliminar
ResponderEliminarQue buena reflexión nos hizo hoy en su homilía ¡que difícil es llevarla a cabo!
pero tenemos que intentarlo, pedirle a Dios que nos ayude a perdonar y pensar
¡cuantas veces nosotros hemos hecho daño a los demás sin saberlo!
Que el señor nos ayude a perdonar y no ser rencorosos. Que Dios lo bendiga D.
Andrés y gracias por ayudarnos a reflexionar que a veces se nos olvida.