29-1-17 DOMINGO IV TIEMPO
ORDINARIO (A)
¡Cuánto
me gustan las cartas de san Pablo! ¡Qué riqueza hay en ellas! Ved qué gozada en
el siguiente texto, que está tomado de la segunda lectura de hoy: “Fijaos en vuestra asamblea, hermanos, no
hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos
aristócratas; todo lo contrario, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para
humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar
el poder. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que
no cuenta para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en
presencia del Señor […] Y así -como dice la Escritura- ‘el que se gloríe, que
se gloríe en el Señor’”. Realmente
en nuestras Misas no hay gente demasiado importante a los ojos del mundo.
La mayoría “peinamos” canas y calvas. Tantas veces nos dicen que a la Misa y a
la Iglesia sólo vienen aquellos que no tienen estudios universitarios, pues los
que están más formados no se dejan embaucar como pardillos por los curas. Por lo visto, esto mismo pasaba al inicio
del cristianismo, según nos narra san Pablo en esta carta; es decir,
mayoritariamente se apuntaban a seguir a Jesucristo los esclavos y lo más bajo
de la sociedad romana.
Miremos
ahora para nosotros… No somos los más listos, ni los más ricos, ni los más
poderosos, ni los más sanos. Tampoco somos los más santos o los más buenos.
¡Dejamos tanto que desear en nuestra vida y en nuestro comportamiento diario!
Por eso, como dice san Pablo, ninguno de
nosotros podemos gloriarnos, o sea, presumir o alardear delante de Dios o de
los demás. Por ello, san Pablo cierra el párrafo de su carta con una cita
del Antiguo Testamento: “Y así -como dice
la Escritura- ’el que se gloríe, que
se gloríe en el Señor’.” Investigando en la Biblia he descubierto que estas
palabras están tomadas del profeta Jeremías (uno de mis preferidos). Y veo que
el texto completo del profeta Jeremías citado por san Pablo dice así: “Así habla el Señor: Que el
sabio no se gloríe de su sabiduría, que el fuerte no se gloríe de su fuerza, ni
el rico se gloríe de su riqueza. El que se gloría, que se gloríe de esto: de
tener inteligencia y conocerme. Porque yo soy el Señor, el que practica la
fidelidad, el derecho y la justicia sobre la tierra. Sí, es eso lo que me
agrada, –oráculo del Señor–” (Jer. 9, 22-23).
Efectivamente, no podemos ni debemos gloriarnos de saber, porque siempre hay quien
sabe más que nosotros y porque no sabemos más que un poquito en un universo de
saber. Recuerdo que, cuando estaba haciendo mi tesis doctoral en Roma, me dijo
un sacerdote mayor que mi tesis sería como la cabeza de un alfiler en medio del
universo. Vamos… que no me creyera nada ni nadie por ser doctor en Derecho
Canónico.
Tampoco
podemos ni debemos gloriarnos en nuestra fuerza, porque siempre habrá
alguien más fuerte que nosotros mismos y, además, esta fuerza nuestra se va
perdiendo con el paso del tiempo. ¡Cuántas veces me decía gente que apenas
podía caminar o que se fatigaba de subir dos peldaños de una escalera: ‘Ay, con
lo que yo corría y andaba y subía y bajaba…!’ O ante una gripe o un virus
gastrointestinal quedamos “para el arrastre”. ¡Y es que somos tan poca cosa…!
Y
del mismo modo no podemos gloriarnos de nuestra riqueza, porque siempre hay
gente más rica que nosotros. Leía hace un tiempo en una revista que “el
Pocero”, el que hizo es macrociudad en el pueblo de Seseña (creo que en la
provincia de Toledo) de unas 13.000 viviendas estaba en un gran apuro
financiero, pues acabó las viviendas justo cuando surgió la crisis inmobiliaria
en España y, o no vendía lo que construyó, o los pisos que había vendido sobre
el papel, la gente ya no podía hacer frente a ello por las subidas del tipo de
interés bancario y por la pérdida de sus trabajos. Total: “el Pocero” tenía una
deuda millonaria con los bancos, pues pidió créditos para construir la
urbanización y vendió nada y los intereses corrían y los plazos de pago
también. Asimismo, ¡cuánta gente perdió millones de sus ahorros de años en dos
meses (hacia 2008) de caída de las bolsas mundiales!
Entonces,
¿en qué hemos de gloriarnos, Señor, si no lo hemos de hacer ni en nuestra
sabiduría, ni en nuestra fuerza, ni en nuestra riqueza? Y nos contesta el
Señor por medio de san Pablo: “El que se gloríe, que se gloríe en el
Señor.” En efecto,
sólo el Señor merece la pena. Sólo el Señor nos ama y nos acepta tal y como
somos: ricos o pobres, jóvenes o viejos, tontos o listos, sanos o enfermos, santos
o pecadores, fuertes o débiles.
La persona que tiene experiencia auténtica de Dios sólo se gloría de la sabiduría que procede
de Dios. Con Dios descubrimos de verdad lo que vale en toda ocasión y
circunstancia. Con Dios priorizamos realmente lo que es importante y no nos
perdemos en tonterías. Con Dios no admitimos la vana y vacía gloria que nos
procuramos unos hombres a otros.
La persona que tiene experiencia auténtica de Dios sólo se gloría de la riqueza que procede de
Dios. La otra riqueza puede perderse, puede ser robada o apolillarse y,
además, hay que dejarla aquí al salir de este mundo. ¿No veis cómo los faraones
de Egipto se enterraban con todas sus riquezas y éstas eran robadas con el paso
de los siglos y a ellos no les aprovechaban en nada, pues estaban podridos y
deshechos? Hace un tiempo salía en los medios de comunicación que un hombre, al
que le habían tocado 25 millones de euros en una lotería, estaba dispuesto a
regalarlos a quien le curara de un aneurisma. Veis, este hombre sabe que, en
caso de enfermedad, no se puede uno gloriar en la riqueza de oro, petróleo,
dólares, euros, diamantes, casas, coches… que ofrece este mundo.
La persona que tiene experiencia auténtica de Dios sólo se gloría en la fuerza que procede de
Dios. Así hicieron tantos mártires a lo largo de la historia, como san
Lorenzo, como san Pedro y san Pablo, como santa Eulalia de Mérida, etc. Dios no
nos da fuerza bruta para avasallar a los demás, sino fortaleza interior y un
sentido a nuestra vida para luchar por Él y por los demás.
Por todo esto dice san Pablo, el cual sí que tenía auténtica
experiencia de Dios: “El que se gloríe, que se gloríe en el Señor”.
Amen !
ResponderEliminarMaravillosa homilia !!!!
Que bonito,lo necio del mundo lo ha escogido Dios,para humillar a los sabios,Y lo deébil del mundo lo ha escogido Dios,para humillar el poder.Cada día que pasa estoy más enamorada de nuestro Dios.Como se nota que cuanta más falta de todo tiene una persona,más necesita a Dios,su fe es más fuerte,
ResponderEliminar¿por qué? Porque necesita quién le escuche,quién le anime,quién lo cuide.El es el tesoro de todos,pero sobre todo de los más pobres y excluidos de la sociedad.Nos pide que nuestra mano y nuestro corazón,sea la ayuda que a través nuestro,les envía Dios. No debemos gloriarnos de nada, fallamos en todo.Solo lo debemos hacer,en dar ayuda,y que nuestra voz hable.Padre Andrés genial¡¡¡.
Un abrazo, y que Dios nos bendiga