22-1-2017 DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO (A)
Cuando
leemos este evangelio en que Jesús llama a sus primeros discípulos para que lo
sigan y prediquen con él la Buena Nueva del Amor de Dios, habitualmente
explicamos cómo tienen que ser los discípulos de Jesús, qué tienen que hacer,
etc. Sin embargo, hoy quisiera contaros
una historia en que veamos esta realidad del llamamiento de Jesús, no desde
la posición de los misioneros o de los discípulos de Jesús (de los cristianos),
sino desde la postura de los que
tendrían que recibir el mensaje de Jesús. Es una historia que a mí me ha
dejado muy intranquilo y desasosegado. Ahí va la historia:
“Cuentan que, una vez, un misionero llegó a
una tribu de paganos (gente que adoraban a otro dios), que, por otra parte, lo recibieron muy bien, cosa que no siempre pasa
entre los cristianos.
Este misionero comenzó por ganarse las simpatías de aquellas gentes,
tratando de conocerlos bien, antes de anunciarles la Buena Noticia del
Evangelio. Convivió unas cuantas semanas con ellos, acostumbrándose a sus
comidas, escuchando sus cantos, aprendiendo su idioma, y sobre todo tratando de
conocer lo que pensaban y sabían sobre Dios. Y aquí se llevó una tremenda
sorpresa. Aquellas pobres gentes tenían de Dios una imagen temible. Pensaba que
Dios era un ser implacable, que estaba continuamente irritado, que se
disgustaba por cualquier cosa y que exigía sacrificios enormes para quedar
satisfecho. Su Dios no buscaba para nada la felicidad de sus fieles. Ni qué
hablar de la posibilidad de amor. Estaban permanentemente atemorizados,
creyéndose en falta por cualquier descuido o pequeño error en el cumplimiento
de sus minuciosos deberes religiosos. Se podría decir que vivían sometidos a
una oprimente superstición de la que no podían liberarse.
Una vez que nuestro misionero se percató bien de todo lo que les
cuento, pensó que había llegado el momento de iluminar aquellos corazones con
la verdad del Evangelio. Y en una tibia noche de luna creciente pidió la
palabra, junto al fuego de la tribu. A su alrededor cantaban todos los bichos
de la noche. Los perfumes del monte que los rodeaban parecían invitar a la vida
y al amor. El momento no podía ser mejor para entregar el mensaje de un Dios
Padre que tanto amó al mundo que le envío a su propio Hijo, no para condenar el
mundo, sino para que el mundo se salve por Él. Y así, ante los atentos oídos de
aquellas gentes asustadas por lo divino, les fue relatando los sencillos sucesos
de la Encarnación, la Navidad, las parábolas, llegando finalmente al Misterio
pascual, con la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.
Los ancianos de la tribu se ponían la mano en el oído, haciendo
pantalla para no perderse ni una sola palabra. Los hombres sentían que un aire
nuevo, lleno de libertad y alegría, comenzaba a soplar sobre sus vidas. Las
mujeres, desde las puertas de sus chozas, trataban de hacer callar a sus
bulliciosas criaturas para poder atender a aquellas inauditas novedades. Copado
por esta atención colmada de expectativa, el misionero sacó sus mejores
recursos para pintar la bondad de un Dios lleno de amor y de ternura, que luego
de darnos a su propio Hijo cuando aún éramos pecadores, ya nada nos puede negar
siendo como somos ahora sus hijos queridos.
El mensaje dejó francamente estupefactos y llenos de admiración a
aquellas gentes. Les parecían imposibles tantas cosas bellas juntas. Se sentían
renacer a la alegría y a la paz. Ya podrían sentirse seguros en medio de las
tormentas, cuando bramara el huracán o resplandecieran los relámpagos en el
corazón de la noche. Si Dios estaba con ellos, ¿quién podría estar contra
ellos? Porque todo, absolutamente todo lo que Dios permitiera, les había dicho
el misionero, serviría para el bien de aquellos que eran amados por Dios.
Cuando el misionero terminó su mensaje se hizo un profundo silencio,
cargado de preguntas pendientes. Fue el cacique quien, haciéndose eco de lo que
estaba en el corazón de todos, se atrevió a interrogar:
-‘Y ¿cuándo sucedió todo esto tan hermoso que nos viene a contar? ¿Tal
vez en la luna llena pasada? O tal vez hace más tiempo, ¿varias lunas atrás?’ (Se refería a uno a varios
meses atrás).
El misionero se dio cuenta de que sus oyentes desconocían totalmente
la historia y que no tenían noción de todo el tiempo que había transcurrido
desde los sucesos vividos por Cristo de Belén a la Ascensión. Les explicó que
hacía mucho tiempo que todo esto había sucedido. Que era imposible contarlo
sumando lunas llenas (por meses). Que había que
contarlo por soles y primaveras (por años). Cuando finalmente les logró hacer entender que los acontecimientos
hermosos que constituyen la Buena Nueva del Evangelio hacía ya dos mil años que
habían sucedido, y que, por tanto, los árboles más antiguos del monte aún ni
siquiera habían nacido cuando todo esto pasó, sintió que sus oyentes cambiaban
su sonrisa de agradecimiento por una mueca de rabia. Y fue nuevamente el
cacique quien rompió el silencio diciendo:
-‘¡Desgraciados! Hace dos mil
soles que esto ha sucedido ¿y ahora mismo nos lo vienen a contar? Esto es señal
de que ustedes mismos no le dan importancia, o que nunca nos han querido bien.
De lo contrario, hace tiempo que nos habrían buscado por todos los medios para
venir a decirnos cosas que para nosotros son tan fundamentales’”[1].
Yo
me he sentido retratado en esta historia. ¿Y vosotros?
CONCLUSIONES:
1) Si de verdad es algo tan
maravilloso en lo que creemos y lo que vivimos, entonces ¿por qué nos
avergonzamos de ello? ¿Por qué no lo proclamamos a los cuatro vientos? ¿Por qué
no lo vivimos en nuestras vidas? ¿Por qué en nuestra vida diaria luchamos y nos
esforzamos más por lo material, por lo que se acaba y por nuestro ego, y no
tanto por Dios? ¿Recordáis la historia que contaba en la homilía del domingo
pasado[2]?
En efecto para este joven es más importante su cama, su bicicleta, sus
aficiones, su ego, que Jesucristo. Así somos nosotros en tantas ocasiones.
2)
Otro ejemplo: imaginaros que un amigo nuestro va a contraer matrimonio con una
chica, que sabemos que no es la adecuada (por cualquier motivo). No decimos
nada a nuestro amigo; éste se casa y luego salen a luz aquellos problemas y
tienen que separarse y, con el tiempo, nuestro amigo se entera de que nosotros
sabíamos lo que pasaba, pero no le dijimos nada. ¿Cómo reaccionará ante
nosotros? Otro ejemplo, nosotros estamos en paro y sabemos de una empresa que
va a contratar gente. Tenemos amigos que están en paro como nosotros, pero no
compartimos con ellos esta noticia. Con el tiempo nosotros entramos a trabajar
en la empresa y nuestros amigos no, por no saber nada del asunto. Cuando se
enteren de todo el tema y de que nosotros conocíamos esta posibilidad, ¿cómo
reaccionarán? ¿Qué pensarán de nosotros?
Pues
lo mismo pasa con la fe y el evangelio de Jesucristo: conocemos este tesoro, lo
vivimos y nos alegramos con ello, pero no hacemos nada o casi nada por
compartirlo con otros. ¿Qué nos dirán
los que están a nuestro alrededor cuando, al morir, o tiempo antes de morir,
sepan de la existencia de este tesoro y que nosotros no hemos hecho lo
necesario para comunicárselo?
[1] MAMERTO MENAPACE, Cuentos desde la Cruz del Sur, PPC,
Madrid 2002, 49ss.
[2] Aquel joven conocido mío al
que le pregunté por qué no iba a la Misa de los domingos y que me contestó que
trabajaba todos los días de la semana, sábados incluidos, y que tenía que madrugar
para ir al trabajo, y que para un día que podía dormir (el domingo), por
supuesto que no iba a levantarse temprano… Además, ¡para ir a una Misa! ¡Ni
hablar! Y cómo a las pocas semanas de esta conversación le vi un domingo
temprano andando en bicicleta por la carretera y le pregunté que cómo no estaba
durmiendo y me contestó que ¡por qué no iba a practicar su afición favorita: la
bicicleta!
Realmente ésta homilía es de las que te dejan intranquilo, y te hacen pensar. Reconozco mi completa incapacidad para transmitir mi fe a los demás. Sé de muchas personas que han abandonado a Dios, porque el que conocían era tan duro e implacable como el de la tribu, y no quieren saber nada cuando les dices que en realidad Dios es un padre amoroso que les quiere. A otros no les interesa, porque conocer a Dios les obligaría a vivir otro tipo de vida. Y muchos me han dicho que los que más presumimos de ir a la iglesia en realidad no somos tan buenas personas. Pero todo ésto no son más que excusas, porque en realidad, no proclamo a los cuatro vientos la alegría de mi fe en Jesucristo: por comodidad, por cobardía, porque me han hecho daño, y porque en el fondo siento que es verdad que presumimos de fe, y no vivimos de acuerdo con ella. Pienso que intentar vivir en coherencia con lo que creemos, sería la mejor manera de transmitirlo.
ResponderEliminarEl anónimo tiene razón . Si, es verdad que presumimos de tener fe,que somos nosotros los que más hacemos y creemos y que los demás quedan muy por debajo; tenemos fe,pero,no vivimos ni reflejamos lo que de palabra decimos ,no somos coherentes. Si de verdad creemos y nos fiamos de Jesús y de toda su historia, que vivió y murió (en la Cruz) por salvarnos y limpiarnos de todo pecado,para llevarnos con Él a su Reino; tenía que ser nuestra mayor alegría y todo lo demás muy secundario,Y, no es así. (cita). «Quiero ser también intencionado y justo que todos los que se acerquen a mí,asientan tu presencia,Señor». Esto no suele ocurrir,«Se nos nota poco la presencia de Dios» Feliz semana..
ResponderEliminarEsta homilía es un gran aldabonazo en la puerta de mi corazón. Al escucharla lo primero que me vino a la mente fue: Que has hecho y haces con tu fe? Ha dado algun fruto, o simplemente es un título "soy cristiano"; y esto es importante para mi; si en mi vida he visto y experimentado que Jesús vive, que está a mi lado siempre dispuesto a ayudarme y cuidarme, que su misericordia no tiene límites, por eso siempre me perdona y olvida mis infidelidades; esto es algo muy grande, lo mejor que se nos puede ofrecer; así pués si es bueno para mi también ha de serlo pare los demás; esa es la gran noticia que debería a nunciar, especialmente a aquellos que han perdido la esperanza, y viven angustiados.
ResponderEliminarEn el Bautismo he recibido la semilla de la Fé, que con el paso de los años y los cuidados de mis padres, el colegio, la santa Madre Iglesia, ha ido creciendo, y llegado el momento de dar fruto; porque la fe sin obras no sirve para nada. Lo mas fácil es que alguien me pueda decir en algún momento ¿porque no me has dado esta gran noticia antes? porque no me tragiste el consuelo del Señor y su esperanza? porqué te has callado y te lo has guardado para ti, para disfrutarlo tu, para saber que siempre está tu Padre arropándote, animándote a caminar hacia la luz, y que en tu vida ya no hay tinieblas? Hermanos esto es algo que me acusa y preocupa. Bien es cierto que mi vida ha cambiado, que con la yuda del Señor va siendo mas coherente y de acuerdo con lo que creo y digo, pero pienso que siempre es poco. Estoy de acuerdo con el anónimo en que una estupenda forma de anunciar a Jesucristo, es nuestra forma de vivir, y nuestra forma de amar; que se note, que puedan decir: Como se aman!!!
Muchas gracias Andrés, porque siempre nos das ocasión de profundizar y meditar como va nuestra vida de fé. Bendito sea Dios que tanto nos mima. Un abrazo a todos; y a poner a producir nuestros talentos