30-10-2016 DOMINGO XXXI TIEMPO ORDINARIO (C)
En estos días cercanos a la
festividad de “Todos los Santos”, habitualmente solía predicar vidas de santos
–antes de venir a Tapia de Casariego-. En esta ocasión quiero rescatar la vida
de uno de estos santos, pero que no está canonizado oficialmente, aunque para
mí sí que está en el cielo. En este santo se hizo vida la primera lectura de
hoy y él hizo vida esta lectura de hoy para todos los que estuvieron a su
alrededor: “Amas a todos los seres y no
aborreces nada de lo que has hecho (…) Tú tienes compasión de todos, porque
todos, Señor, te pertenecen y amas todo lo que tiene vida (…) Por eso, a los
que pecan los corriges y reprendes poco a poco, y les haces reconocer sus
faltas, para que apartándose del mal crean en ti, Señor”. Esto Dios lo hizo
con Zaqueo, de quien nos habla hoy el evangelio, y también con Julio Figar (de
quien voy a hablaros durante varios fines de semana) y con todos nosotros.
El P. Julio Figar, O.P. fue un fraile dominico asturiano. Yo oí hablar
de él poco después de mi ordenación sacerdotal, hacia 1985 o 1986. Cada vez que
leo cosas de Julio u oigo sus charlas noto que el Espíritu Santo corre por todo
mi ser y noto que Dios está más presente en mí. Deseo que esto mismo pase con
vosotros en las homilías que haré sobre Julio Figar.
- Julio era agresivo y no tenía experiencia de Dios. Veamos un poco
de los inicios de Julio. Nadie nace santo sin más. Hay un proceso en él… y en
todos. En la década de 1970 hubo una gran cantidad de sacerdotes que se
secularizaron y de seminaristas y novicios que abandonaron los centros
vocacionales. En la misma tesitura estaba Julio. Él era un novicio de los
dominicos y e
l Señor se valió de un retiro de la
Renovación Carismática para salvar su
vocación como dominico y como sacerdote. Él estaba en el 2º Curso de Filosofía.
Julio era en aquel momento un joven al estilo de la época: agresivo, de gran
dureza, todo le parecía mal y protestaba por todo. Junto a otros cinco
compañeros de curso hacía continuas huelgas por parecerles clases y profesores
anticuados y abstractos. Todos los detalles de la vida del convento de
Alcobendas eran inaguantables para ellos. Se decidieron entonces a pedir
permiso para vivir algunos años fuera del convento. Con este motivo alquilaron
un piso donde querían ellos fundar una comunidad alternativa para demostrar a
todos cómo se podía y se debía vivir en auténtica comunidad de fraternidad y
trabajo.
- Dios sale al encuentro de Julio y lo cura. Pocos días antes de
pasarse al piso otro compañero, llamado Julio Recio, le invitó a un retiro
carismático. Recio era un diácono que estaba igualmente a punto de perder su
vocación. Iban por la calle haciendo una “oración” que era también un desafío: “Señor, ésta es la última oportunidad que te
damos”. En una carta de 1976 lo contaba Julio de la siguiente manera: “…te puedo decir que los dos íbamos a la
desesperada y que puse toda mi esperanza en aquel Dios que tantas maravillas
hacía en los demás. Desde lo hondo solamente tenía una palabra para ese Dios
desconocido: ¡Ayúdame, Señor! Y el Señor me escuchó. El viernes por la noche me acerqué con la humildad de que era capaz a
que un grupo de hermanos oraran por mí. En pocas palabras les resumí mi
problema y puse en las manos del Señor mi angustia. Lo que luego sucedió no se
podrá nunca escribir, porque no hay palabras para explicar el amor de Dios;
sólo decirte que sentí que el Señor se
acercaba a mí suavemente llenándome de amor. De algún modo me parecía estar tocando a Dios. Luego una paz profunda
que nunca jamás había experimentado. Cuando vi a Recio le dije: ‘¡El Señor
me ha liberado!’ y comencé a saltar de gozo por las calles… Al día siguiente en
la efusión del Espíritu volví a sentir con fuerza la mano poderosa del Señor”.
“Y
ahí empezó todo, con la marca y el sello del Señor. En el convento se tornó
todo diferente. La gracia y el Amor de Dios hacen libres; y me hicieron libre,
completamente libre, para decidir. Sólo estaba condicionado por una
experiencia: la del Amor de Dios; pero esto me daba seguridad para tomar
cualquier decisión. Me puse completamente en las manos del Señor para que se
cumpliera su voluntad plenamente. Es curioso que constataba los problemas que
antes me habían influenciado, pero de una manera diferente. Eran los mismos,
pero diferentes, pues los contemplaba desde la paz profunda. El Señor me hizo
ver muy pronto y muy claro que ya no había razón para irme. Yo estaba curado.
Había encontrado la estabilidad interior. Sólo quedaba comunicar mi decisión al
“resto de Israel” (los
otros cinco compañeros). Aunque en ningún
momento perdí la paz, fue para mí triste y para ellos doloroso. Escuché de
todo: que si estaba loco, que qué iba a hacer yo solo, que si me daba miedo el
mundo, etc. Para ellos era ya insoportable el quedarse. Para mí comenzaba una
etapa de gozo. Y se fueron al piso los cinco con intención de crear algo...”
Tiempo después de su experiencia de
conversión escribía: “Hoy puedo decir que
quiero a esta comunidad (Alcobendas)
con toda el alma, y a cada una de las personas como algo muy sagrado, como
hijos de Dios para los que hay un plan como en mí, maravilloso: el plan de
Dios. Por esta experiencia puedo relativizar tantas cosas, perdonar otras y
comprender todas”.
Muchas veces se le oyó a Julio
decir que esta experiencia ahondada por los años es lo que ha predicado siempre
en sus charlas y homilías. Experimentó que el Señor vive, que actúa, que ama,
que salva. Entonces descubrió la fuerza y la presencia del Espíritu de Jesús. Y
el Señor le hizo su testigo, su predicador, su apóstol, proclamando en adelante
con una fuerza enorme y una convicción absoluta la resurrección de Jesucristo.
Al actuar el Señor dentro de él ha dado paz y consuelo a un número incalculable
de gente. “Consolad, consolad a mi
pueblo” (Is. 40, 1). Estas palabras del profeta, que él vivía y pronunciaba
con mucha frecuencia, definen muy bien la actuación de Julio: El Señor no le eligió para reñir a su
pueblo ni para denunciar a nadie. De esto quedó curado para siempre. Es clara
esta constatación: si hubiera seguido en la protesta y en la denuncia agresiva
no hubiera hecho otra cosa que aumentar un poquito más el odio entre los
hombres, sin haber salvado nada ni a nadie.
Así siguió su vida de estudio con
gran ilusión por la Teología
con la meta puesta en el sacerdocio. Poco antes de ordenarse sacerdote escribía
a una persona cercana a la muerte: “Cuando vea a Dios dígale esto: - que yo le
amo y que no puedo vivir sin Él; -que no me abandone nunca; - que tenga
misericordia de mis pecados; - dígale también que deseo ser instrumento dócil
para ejercer el sacerdocio entre mis hermanos; - que puede hacer de mí lo que
quiera, pero que no me quite nunca su Santo Espíritu; - dígale que a veces
siento miedo y que me creo abandonado; - pero sobre todo dígale que quiero ser
santo y que deseo amarle con todo mi corazón, mi mente, mi ser; - y al final me
queda lo más importante: ‘Gracias por el don del Sacerdocio’”.
Julio
fue ordenado sacerdote el 31 de marzo de 1979.
No hay comentarios:
Publicar un comentario