miércoles, 4 de octubre de 2023

Domingo XXVII del Tiempo Ordinario (A)

8-10-23                       DOMINGO XXVII TIEMPO ORDINARIO (A)

Is. 5, 1-7; Slm. 79; Flp. 4, 6-9; Mt. 21, 33-43

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Homilía de audio

Queridos hermanos:

            El trabajo en el campo y, en  este caso el trabajo en las viñas, era algo muy común en los tiempos de Jesús y entre las gentes a las que él hablaba. Por eso, Jesús para hablarles de Dios utilizaba parábolas en las que la siembra y las viñas estaban muy presentes. De este modo las gentes podían entender mejor a Jesús.

            - Ya adentrándonos en las lecturas de hoy podemos decir que nosotros mismos somos las viñas de Dios. El profeta Isaías tiene experiencia del amor que Dios siente por cada uno de nosotros y lo escribe en una imagen poética muy bella: Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña: Mi amigo tenía una viña en fértil collado. La entrecavó, la descantó, y plantó buenas cepas; construyó en medio una atalaya y cavó un lagar. Así nos ha tratado y trata Dios a todos y cada uno de nosotros. ¿Cómo hemos respondido en tantas ocasiones y cómo respondemos a este amor de Dios? También nos lo dice Isaías: esperó que (la viña) diese uvas, pero dio agrazones, es decir, frutos amargos, que no sirven para nada: tantos jóvenes en estas parroquias que conviven juntos y tienen hijos, pero no contraen matrimonio religioso, a pesar de que… dicen creer en Dios, a pesar de que traen a sus hijos a bautizar, a pesar de que traen a sus hijos al catecismo de 1ª Comunión. Tantos niños que no hacen la 1ª Comunión y la mayoría de los que la hacen…, no vuelven. Tantos jóvenes que no desean confirmarse ni recibir al Espíritu Santo. Tantos feligreses (de nombre) que no pisan la iglesia (más que en funerales, sabatinas y aniversarios), ni oran… Tantos feligreses que damos la espalda a Dios y a su amor con nuestro comportamiento diario. Esto es dar agrazones y no dar uvas. Esto hace que Dios sufra constantemente con nosotros, que somos los creyentes, los cristianos, los católicos, los que creemos en Dios, los que amamos a la Virgen del Carmen, los que ni matamos ni robamos…

            - Nos cuenta Jesús en el evangelio que Dios ha enviado a sus profetas e incluso a su propio Hijo para que los hombres diésemos frutos de verdad y de santidad, y no agrazones. ¿Cómo hemos reaccionado ante estos mensajeros de Dios? Pienso que principalmente hay cuatro formas de reaccionar:

El primer modo es la agresión. Así se nos dice en el evangelio: “Agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo […] Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron.” Cada vez que alguien se mofa de la Palabra de Dios, o de los Sacramentos, o de la Iglesia, o de los cristianos… se está cumpliendo este evangelio. Hace un tiempo vi por televisión cómo en la India se quemaban iglesias católicas, se apaleaban a cristianos y sacerdotes, se destrozaban a palos las imágenes de Cristo crucificado o de la Virgen María… También así se está cumpliendo ese evangelio.

El segundo modo es la indiferencia. Lo que dice la Palabra de Dios o la Iglesia no interesa en manera alguna. Se “pasa” de ello. No interesa la catequesis, el recibir los Sacramentos, la resurrección, la oración… No nos es útil. Recuerdo que hace unos años le preguntaron a un deportista muy famoso en España y en el mundo si era creyente, a lo que respondió que no, que no necesitaba a Dios para nada. Era joven, era famoso, era rico, era el primero en su especialidad en el mundo… ¿Para qué quería a Dios entonces? PARA NADA.

El tercer modo es la pereza. Y para explicar esto me voy a servir de una poesía de Lope de Vega, un escritor que llevó una vida disoluta y hacia el final de su existencia se ordenó sacerdote católico. Dice así la poesía en la cual relata cómo respondió él ante los mensajes que Dios le fue enviando a lo largo de su vida:

"¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?

¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,

que a mi puerta, cubierto de rocío,

pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,

pues no te abrí!; ¡qué extraño desvarío,

si de mi ingratitud el hielo frío

secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:

'Alma, asómate a la ventana,

verás con cuánto amor llamar porfía'!

¡Y cuántas, hermosura soberana:

'Mañana le abriremos', respondía,

para lo mismo responder mañana!"

            Con frecuencia así reaccionamos también nosotros y posponemos día tras día el abrirnos de todo y para siempre a las palabras y requerimientos de amor de nuestro Dios.

            A los que reaccionamos de cualquiera de estos tres modos ante el evangelio de Dios y ante sus mensajeros, Jesús nos dice: Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos. Esto es algo terrible: que Dios pueda quitarnos la fe, los Sacramentos, la Sagrada Escritura, la esperanza y su rostro de nosotros.

            Finalmente, el cuarto modo consiste en la respuesta positiva a las llamadas de Dios. Y a esto os invito al inicio de este curso. Dios nos ama y nos ha cuidado desde antes de nuestro nacimiento. No podemos matar a los mensajeros de Dios o permanecer indiferentes o en la desidia y pereza ante sus palabras. Cada uno de nosotros debe pensar cómo responder a la llamada de Dios.

            Recordad, por favor, las palabras que os dirigí en una homilía de mediados de julio de este año en la que explicaba unas palabras de san Pablo y que repito ahora: “No os engañéis: nadie se burla de Dios. Se recoge lo que se siembra: el que siembra para satisfacer su carne, de la carne recogerá sólo la corrupción; y el que siembra según el Espíritu, del Espíritu recogerá la Vida eterna. No nos cansemos de hacer el bien, porque la cosecha llegará a su tiempo si no desfallecemos” (Ga 6, 7-9).

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