miércoles, 18 de mayo de 2022

Domingo VI de Pascua (C)

22-5-2022                              DOMINGO VI DE PASCUA (C)

 Hch. 15, 1-2.22-29; Slm. 66; Ap.21, 10-14.22-23; Jn. 14, 23-29

Homilía de vídeo

Homilía en audio

Queridos hermanos:

            Estamos en el sexto domingo de Pascua. Faltan solo 15 días para terminar la Pascua, es decir, la fiesta que celebramos los cristianos por la resurrección de Cristo.

            En el evangelio de hoy Jesucristo nos dice: “La paz os dejo, mi paz os doy”. Pero, ¿qué es la paz? Humanamente hablando se puede decir que la paz puede ser definida en un sentido positivo y en un sentido negativo. En sentido positivo, la paz es un estado de tranquilidad y quietud; en cambio, en sentido negativo, la paz es la ausencia de guerra o violencia. Pero no nos conformamos con lo que se nos dice de la paz a nivel humano. Queremos saber qué es la paz a nivel de la fe: desde el evangelio y desde la doctrina de la Iglesia.

- Vamos en primer lugar a hablar sobre la paz exterior y en las relaciones entre los hombres. Como nos dice el Concilio Vaticano II, “la paz no es la mera ausencia de la guerra, ni se reduce al solo equilibrio de las fuerzas adversarias, ni surge de una hegemonía despótica” (GS 78a). Para el Concilio la paz es “obra de la justicia” (GS 78a). Pero sobre todo “la paz es también fruto del amor, el cual sobrepasa todo lo que la justicia puede realizar” (GS 78b). Por lo tanto, para los cristianos no puede haber paz solo cuando no hay guerras o cuando no hay violencia. Desde ese punto de vista podríamos decir que en España estamos en paz, o también en Asturias. Pero no nos basta con esto. Solo puede haber verdaderamente paz en España, en Asturias (también en el resto del mundo) cuando exista justicia para todos y haya amor entre nosotros. En caso contrario, la paz que tenemos es claramente imperfecta.

Desde esta perspectiva la paz exterior ha de ser construida por los hombres. Sí, cuando procuramos suprimir toda agresividad o violencia en los actos, cuando procuramos suprimir la violencia verbal, cuando procuramos suprimir todos los robos y engaños…, no cabe duda de que estamos construyendo la paz. Además, construimos la paz cuando respetamos y fomentamos los derechos de todos los hombres, los de lejos y los de cerca. ¿Qué derechos? Vamos a tomarlos de la encíclica Pacem in terris de Juan XXIII (1963), concretamente de los números 11-13 de este documento: “11…el alimento, el vestido, la vivienda, el descanso, la asistencia médica y, finalmente, los servicios indispensables que a cada uno debe prestar el Estado. De lo cual se sigue que el hombre posee también el derecho a la seguridad personal en caso de enfermedad, invalidez, viudedad, vejez, paro y, por último, cualquier otra eventualidad que le prive, sin culpa suya, de los medios necesarios para su sustento. 12. El hombre exige, además, por derecho natural el debido respeto a su persona, la buena reputación social, la posibilidad de buscar la verdad libremente y, dentro de los límites del orden moral y del bien común, manifestar y difundir sus opiniones y ejercer una profesión cualquiera, y, finalmente, disponer de una información objetiva de los sucesos públicos. 13. También es un derecho natural del hombre el acceso a los bienes de la cultura. Por ello, es igualmente necesario que reciba una instrucción fundamental común y una formación técnica o profesional de acuerdo con el progreso de la cultura en su propio país. Con este fin hay que esforzarse para que los ciudadanos puedan subir, sí su capacidad intelectual lo permite, a los más altos grados de los estudios, de tal forma que, dentro de lo posible, alcancen en la sociedad los cargos y responsabilidades adecuados a su talento y a la experiencia que hayan adquirido”.

            - Pero también Jesús quiere darnos la paz interior. Esta paz no la tenemos por tres motivos principalmente: por miedo, por culpa y por el sentimiento de no sentirse amado.

Es Jesús quien puede darnos realmente esta paz interior. Es Jesús quien nos quita verdaderamente el miedo. Nos lo dice en el evangelio de hoy: Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Igualmente nos lo dice en otros momentos de su vida: Que no tiemble vuestro corazón (Jn. 14, 1).

Es Jesús quien nos quita la culpa mediante el perdón de nuestros pecados. Al morir en la cruz, Jesús asumió todos nuestros pecados y culpas: las del pasado, las del presente y las del futuro, las de los hombres de todos los tiempos y lugares.

Es Jesús quien nos quita el sentimiento de no sentirnos amados. Ya en el evangelio del domingo pasado nos lo decía claramente cuando nos dio el mandamiento nuevo: “que os améis unos a otros; como yo os he amado(Jn. 13, 34). Jesús nos ama, tanto directamente como a través de otras personas. Veamos un ejemplo de esto último con la siguiente historia: Un misionero atendía a unos leprosos en una isla del Pacífico. Y le sorprendió que, entre tantos rostros muertos y apagados, hubiera alguien que hubiera conservado unos ojos claros y luminosos que aún sabían sonreír y que se iluminaban con un ‘gracias’ cuando le ofrecían algo. Entre tantos cadáveres ambulantes, solo aquel hombre se conservaba humano. Cuando el misionero preguntó qué era lo que mantenía a ese leproso tan unido a la vida, alguien le dijo que observara su conducta por las mañanas. Y vio que, apenas amanecía, aquel hombre acudía al patio que rodeaba la leprosería se sentaba enfrente del alto muro de cemento que la rodeaba. Y allí esperaba. Esperaba hasta que, a media mañana, tras el muro, aparecía durante unos cuantos segundos un rostro, una cara de mujer, vieja y arrugadita, que sonreía. Entonces el hombre comulgaba con esa sonrisa y sonreía también. Luego el rostro de la mujer desaparecía y el hombre, iluminado, tenía un alimento para seguir soportando una nueva jornada y para esperar que al día siguiente regresara el rostro sonriente. Era –después le explicaría el leproso al misionero- su mujer. Cuando le arrancaron de su pueblo y le trasladaron a la leprosería, la mujer le siguió hasta el poblado más cercano. Y acudía cada mañana para continuar expresándole su amor.

En conclusión: cuando nos sentimos amados, la paz inunda nuestro corazón. Cuando nos sentimos perdonados, la paz llena nuestro ser. Cuando Dios nos quita el miedo a los complejos, a nosotros mismos, a los demás, al futuro, a la muerte…, la paz desborda nuestro espíritu. Por todo ello, vamos a terminar esta homilía con las mismas palabras de Jesús y le pedimos que se hagan realidad en nosotros:

“La paz os dejo, mi paz os doy”. ¡Que así sea!

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