jueves, 15 de abril de 2021

Domingo III de Pascua (B)

18-4-2021                              DOMINGO III DE PASCUA (B)

Hch. 3, 13-15.17-19; Sal. 4; 1 Jn. 2, 1-5; Lc. 24, 35-48

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Queridos hermanos:

            Estamos celebrando la Pascua, es decir, el tiempo en que celebramos la resurrección de Cristo Jesús. En tantas ocasiones los sacerdotes hablamos de estos temas desde el punto de vista teológico, desde el punto de vista doctrinal… Pero también es conveniente en ocasiones, en vez de hablar, escuchar lo que los cristianos ‘de a pie’ dicen o preguntan sobre el tema de resurrección o sobre el tema de después de la muerte.

            En la parroquia de Taramundi, hacia 1986, teníamos allí un grupo de reflexión de adultos sobre la fe y tratábamos diversas cuestiones. Pues bien un día una señora, madre de tres hijos entre 25 y 32 años, me preguntó lo siguiente: ‘Señor cura, ¿Vd. cree que en el cielo nos conoceremos?’ Yo sorprendido por la pregunta, porque nunca me lo había planteado, después de pensarlo un poco le respondí que sí, pues en el cielo ya no tendremos ninguna de las limitaciones que aquí padecemos, seremos como Dios y conoceremos como Él conoce. Entonces la señora me replicó que no creía que en el cielo nos conociéramos. Le pedí explicaciones de esta postura suya y me dijo que ella tenía tres hijos; que a los tres los había educado en los principios de la religión católica; que ninguno iba a la Misa dominical; que, según la Iglesia, faltar a Misa un domingo era pecado mortal, pues se conculcaba el tercer mandamiento de la Ley de Dios al no santificar las fiestas; que no le parecía que sus hijos fueran a cambiar; que, cuando ella muriera, contaba ir al cielo y que lo primero que haría sería ir buscando a sus seres queridos ya fallecidos para estar todos juntos. A medida que pasaran los años y sus otros familiares fueran muriendo iría ella a recibirlos para traerlos a la parte del cielo donde estaba ella y el resto de familiares para que estuvieran todos juntos. Si con el paso de los años sus hijos no subían al cielo, porque sus pecados contra el precepto dominical lo impidieran, entonces ella no podría ser feliz en el cielo sabiendo que sus hijos estaban para toda la eternidad en el infierno. Conclusión de esta señora: en el cielo no nos conoceremos.

            Otra duda que plantean en ocasiones algunas personas es la siguiente: si en el cielo, después de la resurrección, ¿tendremos cuerpos como ahora o seremos simplemente espíritus?

Más preguntas: Si resucitamos, ¿lo haremos con el cuerpo que teníamos a los 80 años, cuando nos morimos, o más bien con el cuerpo de los 40 años, o con el de los 20 años?

Otra duda: Si alguien se quedó sin pierna a lo largo de su vida o le fue trasplantado el corazón o el hígado de otro, ¿resucitará con pierna o sin ella, con su propio corazón o con el del otro?

            De todo esto, de la resurrección sabemos poco o casi nada. Algunos datos se nos dan en el evangelio de hoy:

            - Cuando los discípulos vieron a Jesús resucitado, creían ver a un fantasma. ¿Por qué? Porque había visto cómo le habían pegado, azotado, crucificado, asesinado, atravesado con una lanza y enterrado en un sepulcro, y ahora… lo veían vivo, y ¡eso no podía ser! ¡Tenía que ser un fantasma! Por eso, los discípulos se alarmaron y tenían dudas en su interior. Y Jesús, para demostrarles que era Él, les dio dos clases de pruebas: físicas y del entendimiento.

            - En cuanto a las pruebas físicas, 1) Jesús les muestra las manos y los pies. ¿Por qué? Porque sus manos y sus pies estaban horadados por los clavos que lo sujetaron a la cruz. 2) Además, les dijo: “palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo”. Pero los discípulos seguían dudando y perplejos, por lo que Jesús les da otra prueba física y 3) es que les pide de comer, y come delante de ellos un trozo de pez asado. Este acto de comer, por parte de Jesús, nos suscita una nueva duda: Los que hayan resucitado, ¿necesitan alimentarse como los que estamos aquí, en esta vida terrena?

            - En cuanto a las pruebas del entendimiento, Jesús les habla del porqué de su muerte y de su resurrección. Pero los discípulos no pueden entender este “porqué” sin la ayuda de Dios, por eso Jesús “les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras”. No se está hablando aquí de un entendimiento puramente intelectual, sino y sobre todo espiritual. Mucha gente escucha el evangelio o la Biblia, y se queda igual que si no la hubiera escuchado. Otras personas pueden entender intelectualmente las cosas que se le dicen, pero, cuando el Espíritu Santo nos toca en lo más profundo de nuestro ser, entonces nos pasará como a los discípulos de Emaús que exclamaron: “¿No nos ardía el corazón cuando nos explicaba las Escrituras?” (Lc. 24, 32). Porque una cosa es que comprendamos intelectualmente algo por nosotros mismos o porque nos lo explique un sacerdote u otra persona, y otra muy distinta es cuando es Dios mismo el que nos da el sentido de sus Palabras o de los acontecimientos de la vida que nos suceden o que suceden a nuestro alrededor. Cuando es Dios mismo quien habla en nuestro interior, entonces “arde nuestro corazón”.

            ¿Son más importantes las pruebas físicas o las del entendimiento? Pues son estas últimas y ello por dos razones.

La primera porque nos lo dice el mismo Señor en el evangelio: en la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro, a fin de que los hermanos del rico no vinieran al infierno, este pide a Abrahán que Lázaro, ya difunto, se presente en la tierra para que se conviertan. Es decir, la prueba física sería suficiente para que creyeran: “No, padre Abrahán, si se les presenta un muerto, se convertirán”. Pero la respuesta de Abrahán es esta: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas (si no escuchan la Escritura y creen en ella), tampoco harán caso aunque resucite un muerto” (Lc 16, 30-31).

La segunda razón de por qué las pruebas del entendimiento son más importantes que las pruebas físicas es porque nosotros solo podemos creer por aquellas y no por estas; en efecto, nosotros, los que ahora estamos en este templo de san Lázaro, no hemos visto a Jesús comer pez asado, ni hemos visto sus pies y manos horadados, ni hemos palpado su carne y sus huesos. Si nosotros creemos, es porque el Espíritu Santo nos ha abierto el entendimiento para aceptar el hecho de la muerte y resurrección de Cristo.

 

P.D.- Alguien puede decir: ‘Oye, y todas las preguntas e interrogantes que has planteado durante la homilía, han quedado sin responder. Dinos las respuestas’. Ahí van las respuestas: ‘No lo sé’. En tantas ocasiones, la labor de un sacerdote ha de ser, no solo resolver dudas, sino, y sobre todo, suscitar inquietudes y ganas de profundizar en la verdad de Dios. También es cierto que tales dudas e interrogantes no pueden ser solventadas hasta que Dios mismo, aquí o allá, no las aclare.

1 comentario:

  1. Creo que esas dudas las responde perfectamente Santo Tomás de Aquino en sus tratados. Quien desee saber las respuetas, no tiene más que leer a ese gran santo.

    Un saludo don Andrés!

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