20-11-2016 JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO (C)
Con la homilía de hoy termino estas
predicaciones sobre Julio Figar.
- La fuerza de la
Palabra de Dios en Julio. La Palabra es la espada del
Espíritu y Julio no quería suavizar en nada la gravedad del corte. Una vez,
recién ordenado sacerdote, un fraile mayor que él y Julio mismo dieron dos días
ejercicios espirituales a 70 chicas de 3º de BUP. La predicación fue
directísima. Nada de los temas socorridos del momento como por ejemplo: la
responsabilidad, padres de hijos, chicos y chicas, aborto, divorcio o algo
semejante, sino que se predicó directamente la muerte de Cristo, nuestra muerte
en todo, conversión, el don del Espíritu Santo, etc. Al segundo día dejaron a
las chicas unas horas para que expresaran sus opiniones o testimonios. Les
pusieron perdidos… Una se levantaba y decía: “porque yo he vivido hasta ahora, ¿no?” Otra: “Sí, yo admito que el Señor me ayude, pero soy yo, yo, yo”. Llegó
la cosa a tal punto que a las chicas les empezó a dar lástima de los dos
frailes. En un momento que pudo, sin embargo, Julio le dijo por lo bajo al
fraile mayor: “te das cuenta lo que hace la Palabra de Dios”. Al
subir después de la media hora de descanso el fraile mayor tenía pensado
suavizar un poco las cosas y decirles que esto hay que entenderlo así o así…
Julio le dijo: “déjame hablar a mí”.
Julio cogió la 1ª a los Corintios, capítulo 2: “Yo no he venido a predicar con palabras de sabiduría humana…”. En
vez de suavizar, agudizó todavía mucho más la dureza de la Palabra. Durante
tres cuartos de hora el silencio se cortaba con un cuchillo. En algún momento
el fraile mayor pensó que las chicas se les iban. Pero no fue así, todo lo
contrario. El Señor obró maravillas y siguieron todavía después de varios años.
La finalidad de la predicación de
Julio era la liberación de las gentes. Hay mucha gente que no está liberada.
Pero el hecho de predicar la liberación no libera a la gente; al contrario,
cuando predicamos la liberación donde no hay liberación la gente queda
frustrada y es posible que se aumente su desesperación. Entonces de lo que se
trata es de dar a las gentes un poder para ser liberados. Jesús no
vino a traernos una nueva doctrina, sino un poder para ser sanados, para ser
liberados; pero este poder no lo tenemos en nosotros mismos. Julio prescindió
casi por completo de dar consejos, de hacer psicología o pedagogía, incluso de
consolar a la gente; él iba derecho a pedir al Señor ese poder para que la
gente que acudía a él fuera liberada. Entraba con la gente en oración y el Señor, sin quitar los problemas,
derramaba su paz. La mayoría de los problemas humanos vividos en el Señor,
dejan de ser problemas.
Finalmente, otra de las
características de la predicación de Julio era hacerla desde la pobreza de
espíritu: Desaparición de la persona del predicador convertido en puro
instrumento para que no hubiera ningún impedimento a la acción del Espíritu.
Julio estaba bien convencido de la imposibilidad de convertir y liberar a nadie
por las solas fuerzas humanas. Imposible. El Señor es el único dueño de los
corazones y la Palabra
sólo convierte cuando va acompañada por la acción del Espíritu en el interior
de los corazones. Julio oraba con
muchísima frecuencia: “Señor no permitas
que te robemos tu gloria”. Y es que el predicador tiene el peligro de
referir los frutos a la fuerza o al atractivo de su personalidad. Él tuvo
problemas con esto, porque la gente le daba mucha gloria y demasiados elogios.
Y el Señor no cede su gloria a nadie. Y es bueno que así lo haga. Pero el
Señor defendió a Julio de una manera admirable dándole el don de una gran
pobreza interior. De tal forma que todo su gran éxito humano no llegó nunca a
afectarle el corazón. Tampoco le afectaron demasiado las críticas. Una
vez en Lanzarote al acabar una charla de Julio alguien le dijo: “Me ha defraudado Vd. Lo único que siento es
cómo está Vd. engañando a la gente”. Y siguió con su discurso sobre métodos
orientales de oración. Julio ni se inmutó. No se dejaba conmover ni por los
racionalismos, ni por ningún tipo de ideología. Él sabía que no debía entrar en
discusión y alimentar así los mecanismos de defensa de mucha gente.
- La muerte de Julio. El 28 de diciembre de 1981 hacia las tres de la
tarde, viniendo de Ocaña a Madrid, el P. Julio Figar tuvo un accidente que le
costó la vida. Venía a un cursillo sobre oración. En una curva peligrosa, en el
Km. 41, tal vez por la abundante lluvia caída todo el día, el coche patinó y,
dando vueltas sobre sí mismo, invadió la calzada contraria en el momento que
pasaba un camión que le arrolló. Allí mismo hay un puesto de la
Cruz Roja. Los que estaban de servicio
fueron testigos del accidente y ellos mismos le trasladaron a la Clínica 1º de Octubre de
Madrid. Allí ingresó con una relativa gravedad a las 16,20 horas. Tenía rotas
dos vértebras y un hematoma grande, pero apenas perceptible al exterior, detrás
de la oreja derecha. Viajaba solo.
Esta primera tarde reconoció a
algunas personas y aunque no podía hablar daba signos de presencia apretando
las manos de los que le saludaban. Le pusieron en la habitación 237, ya que no
parecía su situación de extrema gravedad. Se quedó con él por la noche Beatriz,
una chica del grupo Rosa de Sarón (de la Renovación Carismática),
que es enfermera. Hacia las cuatro de la mañana su situación se agravó y
Beatriz se dio cuenta de que se iba. Llamó a médicos y enfermeras que le
trasladaron a la UVI
y le entubaron, ya en situación crítica. Al llegar por la mañana temprano,
Beatriz entre lágrimas y sollozos contó lo que había pasado y llena de emoción
repetía sin cesar: “Se me ha muerto
Jesucristo entre mis brazos. Me he pasado toda la noche besándole los pies.
¡Qué impotencia, Dios mío, que impotencia!”
Permaneció varios días clínicamente
muerto, si bien seguía respirando con ayuda de aparatos. En estos días acudió
al hospital una multitud de personas que terminaban, por lo general, en la
capilla del 7º piso haciendo oración por grupos o asistiendo a alguna
Eucaristía. El Señor fue dando paz a los corazones y se comenzó a vislumbrar el
misterio de una muerte tan temprana y tan absurda a los ojos de los hombres.
Incluso sus padres y sus dos hermanas se contagiaron del ambiente reinante y de
la paz de todos. Su madre el segundo día dijo: “noto una fuerza mágica dentro de mí que me da mucha paz”. Así
hasta las ocho de la mañana del día 1 de Enero en que falleció. Tenía 27 años
de edad y le faltaban algunos meses para cumplir los tres años como sacerdote.
Fueron centenares de personas las
que acudieron a visitar su lecho de muerte. Nunca se vio un cadáver tan
querido, tan tocado, tan besado, tan contemplado… pasándole rosarios, estampas,
etc. Su madre dijo en un momento de especial aglomeración: “nos le rompen, nos le rompen”.
Por eso mucha gente ha comentado:
Julio ha muerto, pero su espíritu está entre nosotros. Y la verdad es que esta
palabra “espíritu” se podía poner con mayúscula, porque el que actuó en Julio
no fue su espíritu, sino el Espíritu de Cristo. Otras han hablado de la
necesidad de heredar y continuar el espíritu de Julio. Y desde la fe mucha
gente se ha visto sorprendida por una fuerte presencia espiritual de Julio. La
muerte de una persona santificada por el Señor, se puede interpretar sin duda
en términos de resurrección y de presencia consoladora, sobre todo cuando
suceden hechos reales de cambios de vidas y se percibe que algo nuevo ha
brotado entre nosotros. Y esto no por los méritos de nadie, sino por un aumento
de la Misericordia
del Señor.
Lo que está claro es que la fe mueve montañas.Cuando tenemos la presencia de Dios, por medio de otras personas que nos la transmiten , nos pasa algo tan especial en nuestro corazón en nuestra mente, en todo nuestro cuerpo, que no quieres que esos momentos se acaben. El padre Andrés es otra transmisión de fuerza,porque vive lo que dice, lo siente profundamente.Y Julio vivió pocos años,pero lo que transmitió quedó.Un abrazo.Y que Dios nos bendiga.
ResponderEliminarSeño . Hoy te pido por medio de Julio que los problemas que me acucian en estos momentos,o que yo hago problemas,los viva en Ti,para que dejen de serlo y recobre la paz.un saludo afectuoso
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ResponderEliminarExtraordinaria la vida y la muerte de este joven sacerdote; a mi lo que mas me llama la atención es, su humildad, su pobreza de espíritu, la certeza absoluta de que todo era obra del Espíritu Santo, que era Dios Quien actuaba a través de el, quién era solamente un mero instrumento del que el Señor se servía para tocar los corazones, para liberarlos y darles la paz. Y esto a su vez le proporcionaba una total libertad; así pues se centraba en predicar la Palabra de Dios, sin importarle las "alabanzas" o las críticas.
Esto para mi es algo muy grande porque creo que quien mas o quien menos, a todos nos gusta que nos echen incienso, y robamos la gloria a Dios, que es el único que la posee.
Yo hoy quiero pedirle al Señor a través de Julio, que me conceda esa humildad y pobreza de espíritu. Muchas gracias y feliz semana