sábado, 29 de julio de 2023

Domingo XVII del Tiempo Ordinario (A)

30-7-23                        DOMINGO XVII TIEMPO ORDINARIO (A)

1 Re. 3, 5.7-12; Slm. 118; Rm. 8, 28-30; Mt. 13, 44-52

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Queridos hermanos:

Os recuerdo que el texto de san Pablo a los Corintios dice así: “El amor es paciente, es servicial; el amor no tiene envidia, no hace alarde, no es arrogante, no obra con dureza, no busca su propio interés, no se irrita, no lleva cuentas del mal, no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1ª Co 13,4-7).

3.- Sanando la envidia.

“En el amor no hay lugar para sentir malestar por el bien de otro. La envidia es una tristeza por el bien ajeno, que muestra que no nos interesa la felicidad de los demás, ya que estamos exclusivamente concentrados en el propio bienestar. Mientras el amor nos hace salir de nosotros mismos, la envidia nos lleva a centrarnos en el propio yo[1]. El verdadero amor valora los logros ajenos, no los siente como una amenaza, y se libera del sabor amargo de la envidia. Acepta que cada uno tiene dones diferentes y distintos caminos en la vida. Entonces, procura descubrir su propio camino para ser feliz, dejando que los demás encuentren el suyo[2] (n. 95).

4.- No hace alarde ni es arrogante.

Hacer alarde “indica la vanagloria, el ansia de mostrarse como superior para impresionar a otros con una actitud pedante y algo agresiva. Quien ama, no sólo evita hablar demasiado de sí mismo, sino que además, porque está centrado en los demás, sabe ubicarse en su lugar sin pretender ser el centro” (n. 97). Tampoco el verdadero amor es arrogante. “Literalmente expresa que (el que ama) no se ‘agranda’ ante los demás, e indica algo más sutil. No es sólo una obsesión por mostrar las propias cualidades, sino que además se pierde el sentido de la realidad. Se considera más grande de lo que es, porque se cree más ‘espiritual’ o ‘sabio’ […] Es decir, algunos se creen grandes porque saben más que los demás, y se dedican a exigirles y a controlarlos, cuando en realidad lo que nos hace grandes es el amor que comprende, cuida, protege al débil” (n. 97). “A veces ocurre lo contrario: los supuestamente más adelantados dentro de su familia, se vuelven arrogantes e insoportables. La actitud de humildad aparece aquí como algo que es parte del amor, porque para poder comprender, disculpar o servir a los demás de corazón, es indispensable sanar el orgullo y cultivar la humildad[3] […] En la vida familiar no puede reinar la lógica del dominio de unos sobre otros, o la competición para ver quién es más inteligente o poderoso, porque esa lógica acaba con el amor” (n. 98).


[1] El gran pecado es el EGO. Nuestro apellido es “egocéntrico”. Galileo decía que el centro del universo es el sol, Ptolomeo que era la tierra, Jesús que era Dios. Se equivocaron. El centro del universo soy YO. El envidioso tiene terror de que alguien le arrebate ese centro. Si logramos “descentrarnos”, todo estará solucionado.

[2] Alégrate de los dones de los otros. Reconoce y acepta los dones de los demás, a los demás como son, a ti como eres.

[3] Ejemplo de Mireya con otros niños monaguillos.

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