jueves, 10 de junio de 2021

Domingo XI del Tiempo Ordinario (B)

13-6-2021                   DOMINGO XI TIEMPO ORDINARIO (B)

Ez. 17, 22-24; Sal. 91; 2 Co. 5,6-10; Mc. 4, 26-34

Homilía de vídeo

Homilía en audio

Queridos hermanos:

            El evangelio de hoy nos habla del Reino de Dios. Si miramos con atención todo el evangelio, nos damos cuenta que en muchas ocasiones Jesús nos hablaba de un Reino, el de Dios. Para Jesús era tan importante el Reino de Dios que incluso lo puso en una de las peticiones del Padre nuestro: “Venga a nosotros tu Reino” (Mt. 6, 10). Pero, ¿en qué consiste ese Reino? ¿Cómo es? ¿Dónde está? ¿Cómo se llega a él? ¿Cómo se entra en él? ¿Podemos entrar todos o solo algunos?

            Jesús no vino a enseñarnos una nueva religión. No vino a darnos nuevas normas, ni nuevas leyes morales. Entonces, ¿a qué vino? Vino a darnos el Reino de Dios. Pero, ¿qué es este Reino? El Reino de Dios es Dios mismo que viene y se quiere hospedar en nuestra casa, en nuestros pueblos, en nuestras ciudades, en nuestros trabajos, en nuestras familias, en nuestro corazón.

            - Esta es la gran noticia de Jesús: ¡¡Dios está entre nosotros!! Que el Espíritu Santo nos conceda despejar las oscuridades que nos impiden ver el paso de Dios a nuestro lado. Hace un tiempo llegaba de celebrar la Misa un sábado por la tarde en Tapia de Casariego. Al entrar en la iglesia de Tapia para preparar todo para la Misa me fijé que delante del altar de la Virgen del Carmen había un chico rubio, delgado y alto. Estaba arrodillado mirando para el altar. Estaba descalzo. Al verme entrar y andar por el presbiterio me llamó y me dijo (en inglés) que era un hermano franciscano de Lituania. Me enseñó unas sandalias completamente rotas y me pidió que si podía darle algo de calzado. Miré lo que tenía en casa y le ayudé. Luego, antes de la Misa me pidió la bendición. Estuvo en la Misa, en la que no entendía nada. Solo hablaba inglés. Asistió, sin embargo, con gran devoción a la misma. Al terminar, se vino a despedir y ya se marchó. Al día siguiente pensé que, con las prisas (mis prisas del día), ni siquiera se me ocurrió ofrecerle comida o una ducha. Sí, ese domingo por la mañana, al ir a pasear, me acordé de él y de mi falta de hospitalidad, pero lo viví con paz. Ese hermano franciscano dejó paz en mi corazón y confío que también su paso por las parroquias del concejo de Tapia de Casariego haya servido para que Dios las bendijese. Cuando un hombre tiene la paz de Dios, allá por donde va transmite esa paz de Dios. Y eso es el Reino de Dios.

            Por lo tanto, el Reino de Dios no es un lugar, sino una persona que nos trae paz, o una persona a la que ayudamos y eso hace que el Reino de Dios se haga presente.

            - El Reino de Dios es un regalo de Dios, pero al mismo tiempo es una tarea nuestra. Sí, el Reino de Dios tiene esta doble vertiente: 1) don-regalo de Dios y 2) esfuerzo-trabajo nuestro:

1) Es don y regalo de Dios. Por eso, Jesús en el Padre nuestro nos enseña a pedir a Dios que nos lo envíe: “Venga a nosotros tu Reino”.

2) Pero al mismo tiempo debemos esforzarnos en entrar en ese Reino y a la vez debemos esforzarnos en dar ese Reino a los demás. Como ese hermano franciscano de Lituania. Para él era más cómodo quedarse en su país, en su convento. No dormir por ahí, no pasar hambre ni frío. No andar descalzo, pero Dios le trajo hasta nosotros. ¿Para qué? Pues si su viaje solo sirvió para dar un poco de paz a un párroco en Asturias y para hacerle pensar, ya mereció la pena. Al menos, para mí.

Vamos a expresar un poco mejor estas dos ideas (regalo y esfuerzo) con un cuento: “Un joven soñó que entraba en un supermercado recién inaugurado y, para su sorpresa, descubrió que Jesucristo se encontraba detrás del mostrador. ‘¿Qué vendéis aquí?, -le preguntó. ‘Todo lo que tu corazón desee’, respondió Jesucristo. Sin atreverse a creer lo que estaba oyendo, el joven emocionado se decidió a pedir lo mejor que un ser humano puede desear: ‘Quiero tener amor, felicidad, sabiduría, paz de espíritu y ausencia de todo temor. Deseo que en el mundo se acaben las guerras, el terrorismo, el narcotráfico, las injusticias sociales, la corrupción y las violaciones de los derechos humanos’. Cuando el joven terminó de hablar, Jesucristo le dice: ‘Amigo, creo que no me has entendido. Aquí no vendemos frutos; solamente vendemos semillas’”.

            En efecto, Dios viene a nosotros cuando nos trae las semillas del amor, de la felicidad, de la sabiduría, de la paz, de la ausencia de miedos, del final de las guerras, de las injusticias sociales, de la corrupción y de las violaciones de los derechos humanos. Pero somos nosotros mismos, los cristianos y todos los hombres de buena voluntad, quienes hemos de acoger esas semillas que Dios nos da y plantarlas en nuestras casas, en nuestras familias, en nuestros pueblos, en nuestras ciudades, en nuestras naciones, en nuestros corazones. Y entonces pasará lo que nos dice el evangelio de hoy: “El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas”.

¿Cuál son los valores de este Reino de Dios? Nos las dice Jesús en el  llamado ‘Sermón de la montaña’ (Mt. 5-7). Aquí se establecen cuáles son los nuevos valores de este Reino: humildad, desprendimiento, mansedumbre, pureza, misericordia, sufrimiento, persecución, abandono en las manos de la Providencia divina.

Precisamente durante toda esta semana hemos estado leyendo en el evangelio el Sermón de la Montaña y lo seguiremos haciendo durante dos semanas más. Os aconsejo que leáis de corrido estos tres capítulos del evangelio de san Mateo (5, 6 y 7), y meditéis en vuestra oración personal sobre lo que Jesús aquí nos dice. Así sabremos más y mejor cómo es ese Reino que nos anuncia y qué tenemos que hacer para que crezca en nosotros y entre nosotros.

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