5-10-2025 DOMINGO XXVII TIEMPO ORDINARIO (C)
Hab.
1, 2-3; 2, 2-4; Slm. 94; 2 Tim. 1, 6-8.13-14; Lc. 17, 5-10
Queridos
hermanos:
- En las lecturas de hoy escuchamos
el salmo 94, que es el salmo con el que siempre se abre la liturgia de las
horas que recita la Iglesia a diario. Voy a fijarme hoy concretamente en las
siguientes palabras del salmo: “Ojalá escuchéis hoy su voz: ‘No endurezcáis el corazón como
en Meribá, como el día de Masá en el desierto; cuando vuestros padres me
pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras.’”
¿Qué
es eso de Meribá y de Masá? Se nos cuenta en el libro del Éxodo, del Antiguo
Testamento, que Dios liberó por medio de Moisés a los israelitas de la
esclavitud de Egipto. Salieron los israelitas de este país por entre las aguas
del mar Rojo (Éxodo, capítulo 14); enseguida el Señor los alimentó con el maná
y con codornices sin fin (Éxodo, capítulo 16), pero, a pesar de haber visto
tantos regalos y milagros de Dios, los israelitas protestaron pronto contra
Dios. Efectivamente, en el capítulo 17 del Éxodo se nos cuenta el episodio de
la fuente Meribá y de Masá. Leo el texto: “Cuando acamparon en Refidím, el pueblo no tenía
agua para beber. Entonces acusaron a Moisés y le dijeron: ‘Danos agua para que
podamos beber’ […] El pueblo, torturado por la sed, protestó contra Moisés
diciendo: ‘¿Para qué nos hiciste salir de Egipto? ¿Sólo para hacernos morir de
sed, junto con nuestros hijos y nuestro ganado?’ Moisés pidió auxilio al Señor
[…] El Señor respondió a Moisés: ‘Pasa delante del pueblo, acompañado de
algunos ancianos de Israel, y lleva en tu mano el bastón con que golpeaste las
aguas del Nilo […] Tú golpearás la roca, y de ella brotará agua para que beba
el pueblo’. Así lo hizo Moisés, a la vista de los ancianos de Israel. Aquel
lugar recibió el nombre de Masá –que significa ‘Provocación’– y de Meribá –que
significa ‘Querella’– a causa de la acusación de los israelitas, y porque ellos
provocaron al Señor, diciendo: ‘¿El Señor está realmente entre nosotros, o
no?’” (Ex. 17, 1-7).
El pueblo de Israel provocó
y se querelló contra Dios, a pesar
de todo lo que le habían visto hacer en los días anteriores. Dios les había
mostrado su amor liberándoles de la esclavitud, de la muerte, de los duros
trabajos. Dios les había mostrado su amor dándoles de comer maná y codornices.
Dios les iba a mostrar su amor dándoles agua para calmar su sed en el desierto,
pero antes de que pudiera hacerlo, los israelitas protestaron: provocaron
(Masá) a Dios y se querellaron (Meribá) contra Él, como si fuese cualquier
vecino de acera o cualquier vecino de piso. A pesar de todo el amor de Dios manifestado a los israelitas, estos
endurecieron su corazón contra Dios. Por eso el salmo 94 nos advierte hoy: “Ojalá escuchéis
hoy su voz: ‘No ENDUREZCÁIS EL CORAZÓN como en Meribá, como el día de Masá en
el desierto.” Nosotros somos en muchas ocasiones como los israelitas, y endurecemos
el corazón rápida y fácilmente:
* Endurece el corazón el hombre contra Dios cuando no quiere saber
nada de Él y le protesta y le grita y le echa cosas y acontecimientos en cara.
* Endurece el corazón el hombre contra Dios cuando le da la
espalda de hecho y hace su vida sin tenerlo en cuenta. Así, este hombre de
corazón duro y endurecido abandona la lectura de la Palabra de Dios, los
sacramentos, la comunidad eclesial…
* Endurece también el corazón cuando
un marido no hace caso a su mujer por la enfermedad crónica de ésta, y la llama
loca. O si la mujer hace lo mismo o parecido con su marido.
* Endurece el corazón un conductor
en el coche cuando vocifera y hace valer su derecho y su preferencia sobre los
demás.
* Endurece el corazón el hombre
contra sus hermanos y familiares cuando en el reparto de la herencia quiere
apropiarse de lo que le corresponde… y de lo que no le corresponde.
* Endurece el corazón en el tribunal
eclesiástico el marido contra la mujer, y la mujer contra el marido cuando
sueltan por sus bocas todo el resentimiento que llevan.
* Endurece el hombre su corazón cuando
no acoge al otro o cuando lo juzga o cuando murmura contra él o cuando lo
rechaza o cuando se burla de él.
Al cabo del día endurecemos nuestro corazón contra Dios o contra
los hombres en varias ocasiones. Si nos examinamos detenidamente, comprenderemos
la verdad de lo que se dice en la Palabra de Dios y en los ejemplos anteriores.
Seguro que, de una forma u otra, nos hemos visto reflejados.
¿Qué solución queda ante esto? Pienso que la solución es orar al
Señor, el cual, a través del profeta Ezequiel, nos dice: “Os daré un corazón nuevo y os infundiré un
espíritu nuevo; os arrancaré el corazón de piedra y os daré un corazón de
carne” (Ez. 36 25). ¡¡¡Sí, Señor,
arráncanos nuestro corazón de piedra, nuestro corazón endurecido y danos un
corazón de carne para relacionarnos contigo y con los demás!!!
-
¿Cómo y cuándo sé yo que mi corazón de
piedra y endurecido se va transformando en un corazón de carne? Las
lecturas de hoy nos dan algunas claves para percibir este cambio y
transformación:
*
“El justo vivirá por su fe”. Mi
corazón se ablanda y se vuelve más de carne cuando vivo de la fe en Cristo
Jesús, el cual pasa a ser poco a poco el centro de mi vida y de mi pensamiento
(lectura del profeta Habacuc).
*
“No te avergüences de dar testimonio de
mi Señor.” Mi corazón se ablanda y se vuelve más de carne cuando no me
avergüenzo de dar testimonio ante el mundo y ante los hombres de mi condición
de creyente, de cristiano y de miembro activo de la Iglesia católica (lectura
de S. Pablo a Timoteo).
*
Mi corazón se ablanda y se vuelve más de carne cuando tomo parte sin temor
alguno “en los duros trabajos del
Evangelio, según la fuerza de Dios” (lectura de S. Pablo a Timoteo).
*
“Guarda este
precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros.”
Mi corazón se ablanda y se vuelve más de carne cuando guarda las palabras del
Señor, sus enseñanzas y su modo de comportarse como algo precioso y digno de
amar (lectura de S. Pablo a Timoteo).
*
“Auméntanos la fe.” Mi corazón se
ablanda y se vuelve más de carne cuando se ve uno necesitado de mendigar al
Señor más fe y uno pide que se la aumente (evangelio).
*
Mi corazón se ablanda y se vuelve más de carne cuando, siendo dóciles al Señor
y a su Santo Espíritu, uno clama: “Somos
unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer” (evangelio).