jueves, 14 de noviembre de 2024

Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario (B)

17-11-2024                 DOMINGO XXXIII TIEMPO ORDINARIO (B)

Dn.12, 1-3; Sal. 15; Heb. 10, 11-14.18; Mc. 13, 24-32

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

En la homilía de hoy quisiera comentar estas palabras de Jesús en el evangelio: “El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán”. Es decir, hay cosas que pasan y cosas que no pasan. Las cosas que pasan y no permanecen para siempre son cosas relativas y así hay que tomarlas y vivirlas, pero hay otras cosas que permanecen siempre y han de ser consideradas como absolutas. Básicamente esto es lo que quiere decir Jesús con esta frase: el cielo, la tierra, todo lo creado o fabricado… es pasajero y, por lo tanto, es relativo. Sin embargo, Dios y sus palabras son eternos y, por lo tanto, absolutos. Es decir, estamos entrando de lleno en el problema del relativismo y de lo absoluto o eterno. No pretendo abarcar todos los aspectos de este tema, del que se han escrito multitud de libros. Solamente pretendo hacer algunos apuntes a modo de explicación y de aplicación de las palabras de Jesús y que valgan un poco para nosotros.

- El relativismo es el concepto que sostiene que todos los puntos de vista son igualmente válidos, por lo tanto, toda verdad es relativa a cada individuo. No hay una verdad válida para todos, sino que cada uno tiene y vive ‘su verdad’. En general, las discusiones sobre el relativismo se centran en cuestiones concretas; así, el relativismo gnoseológico (o del conocimiento) considera que no hay verdad objetiva, dependiendo siempre la validez de un juicio de las condiciones en que este se enuncia; o el relativismo moral, que sostiene que no hay bien o mal absolutos, sino dependientes de las circunstancias concretas: lo que es bueno para ti, es malo para mí; lo que es bueno hoy, puede ser malo mañana; lo que es bueno en España, puede ser malo en Australia.

            Voy a seguir explicando un poco más el tema del relativismo utilizando una parábola budista. “Un rey del norte de la India reunió un día a un buen número de ciegos que no sabían qué es un elefante. A unos ciegos les hicieron tocar la cabeza, y les dijeron: ‘esto es un elefante’. Lo mismo dijeron a los otros, mientras les hacían tocar la trompa, o las orejas, o las patas, o los pelos del final de la cola del elefante. Luego el rey preguntó a los ciegos: ‘¿Qué es un elefante?’ Y cada uno dio explicaciones diversas, según la parte del elefante que le habían permitido tocar. Los ciegos comenzaron a discutir, y la discusión se fue haciendo violenta, hasta terminar en una pelea a puñetazos entre los ciegos, que constituyó el entretenimiento que el rey deseaba”.

Este cuento es particularmente útil para ilustrar la idea relativista del hombre. Los hombres corremos el peligro de absolutizar un conocimiento parcial e inadecuado, inconscientes de nuestra intrínseca limitación. Cuando caemos en esta tentación de considerar como absoluta una verdad, que solamente es parcial, entonces podemos adoptar un comportamiento sectario, violento e irrespetuoso en nuestras palabras y obras. Lo lógico sería que aceptásemos la parcialidad y la relatividad de nuestras ideas, no sólo porque eso corresponde a la índole de nuestro pobre conocimiento, sino también en virtud del imperativo ético de la tolerancia, del diálogo y del respeto recíproco.

- Esto último que acabo de decir entra de lleno en las palabras de Jesús: “El cielo y la tierra pasarán”. Pasan las cosas materiales que construimos los hombres: los coches nuevos, se hacen seminuevos, luego viejos y luego van al desguace. La ropa nueva y de moda que compramos, se gasta, se rompe, se pasa de moda, ya no se adapta a nuestro cuerpo cambiante y lo que nos gustaba deja de gustarnos, y queda en el fondo de armario o lo llevamos para Caritas. El dinero se gana y se gasta, y, si se amontona, cuando uno muere, ha de dejarlo aquí todo. En el dinero pongo todos los bienes materiales, los cuales están a nuestra disposición, pero con frecuencia son nuestros amos y nosotros sus esclavos.

Pasan las fiestas, las alegrías, las ilusiones. Llegan los sufrimientos y también pasan con el tiempo. Pasan las modas y las costumbres. Pasan los personajes históricos y famosos, llegan nuevos personajes históricos y famosos que, al cabo de un tiempo, también pasan.

Pasan las ideas sobre política, sobre la sociedad, sobre el arte, sobre el cine, sobre la música, y llegan nuevas ideas…, que también pasan.

Pasan los días, las semanas, los meses, los años, la niñez, la juventud, la salud, las personas que amamos, que nos amaron y que nos cuidaron.

Pasan las propias convicciones: lo que hoy vemos claro, a lo mejor mañana lo vemos de otro modo, puesto que lo que veíamos de una determinada manera hace tiempo, ahora ya tenemos otra opinión de ello. Todo pasa.

- Todo esto que he dicho nos invita al relativismo, a pensar que no hay verdades eternas. Todo dependerá según el color con el que lo mires, o lo que más te convenga en ese momento… Sin embargo, Jesús lo dice muy claramente: “Mis palabras no pasarán”. Y más adelante, en la carta a los Hebreos se dice: Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será para siempre (Hb. 13, 8).

Dios es el único que no pasa, es el único que ama siempre y para siempre, que perdona siempre y para siempre, que es fiel en todo momento, que su sí es un ‘sí’ y no un ‘depende’. Dios mantiene su palabra, sus sentimientos y su voluntad en todo momento: desde que nacemos hasta que morimos, y mientras vivimos cada día de nuestra existencia, pero también antes de nuestro nacimiento (pues nos escogió para la vida desde antes de la creación) y para toda la eternidad.

Dios no puede fiarse de mí, porque le fallo y cambio constantemente, pero yo sí que me puedo fiar de Él en todo momento.

En Dios no hay relativismo alguno. Su voluntad de salvación es firme y estable. Su amor por nosotros es firme y estable. Existe siempre, desde siempre y para siempre, y nosotros, en Él, existiremos para siempre.

Carlos de Foucauld consciente de esto compuso la siguiente oración al Dios absoluto, verdadero y fiel:

“Padre mío,

me abandono a Ti.
Haz de mí lo que quieras.
Lo que hagas de mí te lo agradezco,
estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo.
Con tal que Tu voluntad se haga en mí
y en todas tus criaturas,
no deseo nada más, Dios mío.
Pongo mi vida en Tus manos.
Te la doy, Dios mío,
con todo el amor de mi corazón,
porque te amo,
y porque para mí amarte es darme,
entregarme en Tus manos sin medida,
con infinita confianza,
porque Tu eres mi Padre”
.

Desde estas palabras ahora podemos entender un poco más lo que Jesús nos dice en el evangelio de hoy: “El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán”.

jueves, 7 de noviembre de 2024

Domingo XXXII del Tiempo Ordinario (B)

10-11-2024                             DOMINGO XXXII TIEMPO ORDINARIO (B)

1Rey. 17, 10-16; Salm. 145; Heb. 9, 24-28; Mc. 12, 38-44

Homilía en vídeo

Homilía de audio.

Queridos hermanos:

Nos dice el evangelio: “Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a sus discípulos, les dijo: «Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.»” Vemos que la viuda pobre del evangelio entregó todo lo que tenía de limosna. Entregó todo al templo de Dios, es decir, ella entregó todo a Dios. Asimismo en la primera lectura se nos narra el caso de una viuda con un hijo único, que sólo tenían para comer un poco de harina y un poco de aceite. El profeta Elías pidió a la mujer que le preparase un pan para él, a lo que ella respondió: “Te juro por el Señor, tu Dios, que no tengo ni pan; me queda sólo un puñado de harina en el cántaro y un poco de aceite en la alcuza. Ya ves que estaba recogiendo un poco de leña. Voy a hacer un pan para mí y para mi hijo; nos lo comeremos y luego moriremos.” En este caso, sin embargo, la viuda hizo lo que decía el profeta y le dio de comer primero a él, y luego comieron ella y su hijo.

Estas mujeres entregaron todo a favor de Dios y de los demás. No se pararon en su pobreza, en sus necesidades, sino en quién se lo pedía y a quién se lo daban (a Dios, a un hombre necesitado). Y nosotros, ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar ante Dios y ante los demás? ¿Somos como los ricos del evangelio que damos de lo que nos sobra: de lo que nos sobra de nuestro dinero, de lo que nos sobra de nuestra ropa, de lo que nos sobra de nuestros “cacharritos”, de lo que nos sobra de nuestro tiempo…? Los misioneros u otras personas que van de viaje al tercer mundo y tratan, no sólo a nivel de turismo, con aquellas gentes, en seguida sacan una impresión: Son personas muy pobres, que les falta hasta lo más indispensable, pero que, todo lo que tienen, lo comparten con el recién llegado. Me contaba hace tiempo una misionera que para era común ir a predicar a los poblados y que muchas veces le alcanzaba allí la noche y debía quedarse a pernoctar. En una cabaña en la que vivía la familia entera había un único camastro, ese camastro era para la misionera y todos los demás dormían en el suelo. No había modo alguno para convencerlos de lo contrario. También me contaba esta misionera cómo niño ahorró un tiempo para poder comprar unas galletas y, cuando las compró, en seguida las empezó a repartir entre todos, incluso la misionera debió coger galletas a la fuerza. Aquí, en Oviedo, por el contrario, sé de algún caso en el que una persona invitó a otra a ir a casa, pero al mismo tiempo le dijo que no fuese a media tarde o al anochecer; la razón era ésta: si apare­cía a esas horas, entonces tendría que darle la merienda o la cena, y eso no quería hacerlo.

Vuelvo a repetir la pregunta que más arriba hacía: Y nosotros, ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar ante Dios y ante los demás? ¿A quiénes nos parecemos más nosotros: a los ricos que daban de lo que les sobraba, o a las viudas que entregaban todo lo que tenían?

Me gustaría que hiciéramos una oración en esta semana comparando lo que Dios nos da, por una parte, y lo que nosotros damos a Dios y a sus hijos, por otra parte:

* Dios nos da la vida terrena y espiritual. En ocasiones, nosotros le devolvemos muerte, pues estamos enfadados con diversas personas, que son hijos de Dios, y los tenemos “muertos” en nuestro corazón con rencillas, odios, resentimientos, envidias… Ciertamente, otras veces somos como las dos viudas que nos entregamos por entero a los demás y damos vida, perdón y esperanza a los que nos rodean. El lunes vino una persona a confesarse y de penitencia le puse que hiciera realidad durante unos días ese refrán que dice: “Haz bien y no mires a quién”. Puede ser otra buena tarea para la semana que empieza.

Asimismo, en varios momentos de nuestra vida devolvemos a Dios la muerte espiritual, pues nos separamos de Él, no abrimos nuestro espíritu a su acción maravillosa mediante la oración, la lectura espiritual… y nos volvemos cada vez más incapaces para percibir su presencia en nuestra vida y en la de los demás. Llegamos a tener desconfianza de Él, y negamos, de palabra o de obra, incluso su existencia. Otras veces percibimos cómo nuestro espíritu lo busca y lo ansía y es feliz junto a Él.

* Dios nos entrega este mundo maravilloso con sus estrellas y cielos, con sus montes y mares, con sus animales y plantas. Nosotros ensuciamos el entorno de la Tierra y de la Luna con basura espacial de los restos de satélites y cohetes. Ensuciamos y contaminamos los mares; quemamos los montes y los talamos; maltratamos los animales y extinguimos especies; convertimos el vergel en zonas áridas y desérticas; convertimos las costas de rocas, plantas y playas… en casas y más casas (pelotazo urbanístico).

Podemos, en esta semana que comienza, tratar de reciclar nuestra basura y no ensuciar nuestro entorno con papeles en las calles, con ruido en las calles o en las casas, no maltratando plantas o animales

* Dios nos entrega su amor desinteresado e incondicional. Dios nos acepta tal y como yo somos: viejo o joven, tonto o listo, feo o guapo, rico o pobre, español o rumano, de izquierdas o de derechas, del Madrid o del Barça, pecador o santo, creyente o ateo. Nosotros, en tantas ocasiones, hacemos acepción de personas; miramos nuestro interés y conveniencia; nos mostramos soberbios y arrogantes con Dios y con los demás; amamos y deseamos sólo lo joven, lo listo, lo guapo, lo rico, lo “español” (superior) frente a los que son inferiores… No amamos a Dios y a los demás con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente, con todo nuestro ser y para siempre… como nos pedía el evangelio del domingo pasado.

Podemos, en esta semana, procurar mostrarnos amables con los que son menos amables con nosotros y/o con los que nos son menos simpáticos.

* Dios nos entrega su paciencia. Nosotros somos impacientes con Él, cuando no nos da lo que le pedimos y cuando se lo pedimos. También somos impacientes con los demás.

¿Qué podemos hacer en este ámbito durante la semana?

* Dios se nos da por entero, se nos da siempre, se nos da para siempre. Nosotros le damos sólo las sobras y alardeamos de ello, y exigimos “intereses de usura” de eso que le damos, y exigimos, además, que se nos reconozca. En muchas ocasiones nos parecemos a Caín que ofrecía a Dios los animales más viejos, enfermos o flacos y, cuando Dios miró con más complacencia a Abel por su ofrenda desinteresada, Caín se enojó contra Dios y envidió a su hermano.

* Dios nos da su Hijo santo, vivo y que da vida. Nosotros le devolvemos a su Hijo muerto y cubierto de pecado, de nuestros pecados.

* (Sigue tú agrandando la lista).

miércoles, 30 de octubre de 2024

Homilías semanales EN AUDIO: semana XXX del Tiempo Ordinario

Efesios 2, 19-22; Salmo 18; Lucas 6, 12-19

Homilía san Simón y san Judas

 

 

Efesios 5, 21-33; Salmo 18; Lucas 13, 18-21

Homilía martes XXX del Tiempo Ordinario



Efesios 6, 1-9; Salmo 144; Lucas 13, 22-30

Homilía miércoles XXX del Tiempo Ordinario

Domingo XXXI del Tiempo Ordinario (B)

3-11-2024                   DOMINGO XXXI TIEMPO ORDINARIO (B)

Dt. 6, 2-6; Sal. 17; Hb. 7,23-28; Mc. 12, 28-34

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            Con el mes de Noviembre la Iglesia termina normalmente el año litúrgico. Estos últimos evangelios de San Marcos que vamos a escuchar son como un recordatorio de las cosas más básicas de nuestra religión cristiana.

            - Jesús en el evangelio de san Marcos hoy nos propone lo siguiente para vivir y meditar: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón.... Amarás al próji­mo como a ti mismo”. Como decía San Juan de la Cruz: “En la tarde de la vida seremos examinados en el amor”. Como decía San Juan, quien había reclinado su cabeza sobre el pecho de Jesús, al final de su vida: “Hijitos míos, amaos”, o también: “Dios es amor”.

Un día de invierno, hace ya más de 30 años, fui al colegio de Taramundi, en donde daba clase de religión. En medio de la clase pregunté a los niños: “Vosotros, ¿a quién queréis más a Dios o a este lápiz?” Sostenía entre mis manos un lápiz que cogí de uno de los pupitres. Todos los niños se rieron pensando que ese día el cura estaba muy gracioso y gritaron al unísono: “¡A Dios! ¡A Dios!” Entonces cogí un balón que tenían allí para jugar en el recreo y pregunté de nuevo: “Vosotros, ¿a quién queréis más a Dios o a este balón?” Las carcajadas fueron aún más fuertes y las respuestas también: “¡A Dios! ¡A Dios!” Por tercera vez pregunté (como sabía que casi todos tenían ganado en sus casas): “Vosotros, ¿a quién queréis más a Dios o a una vaca?” Aquí las carcajadas fueron mayúsculas, pensaban que el cura estaba graciosísimo y de nuevo gritaron: “¡A Dios! ¡A Dios!” Por última vez les pregunté: “Vosotros, ¿a quién queréis más a Dios o a vuestros padres?” Aquí ya no hubo risas. Un silencio total cayó sobre la clase y sobre aquellos niños, y el chico mayor, de 12 años, muy serio respondió: “Don Andrés, yo quiero más a mis padres que a Dios”. Los demás niños, medio asentían, medio se sentían culpables por decirle al cura que querían más a sus padres que a Dios.

El creyente es aquél que vive radicalmente y con toda intensidad el tener a Dios como lo único absoluto en su vida, por encima de las cosas, por encima de la naturaleza, por encima de las personas que le rodean. Y a la vez, ese amor a Dios, lo concreta en el amor a las personas que le rodean, en el amor a la naturaleza; porque todo le habla de Dios, porque en todo ello está Dios. En efecto, no se trata si queremos más a ‘mamá’ o a ‘papá’. El amor, tal y como nos lo presenta Jesús en el evangelio de hoy, no es excluyente (o éste o aquél), sino que es incluyente (éste y aquél). Jesús lo pone al mismo nivel: amar a Dios es amar al prójimo, amar al prójimo es amar a Dios.

            AMAR A DIOS es sentir primero que Él nos ama sin merecerlo por nuestra parte; que nos ama, no para que seamos buenos o porque somos buenos, sino... porque nos ama, igual que una madre ama a su hijo… porque lo ama.

AMAR A DIOS es sentir que nos falta el aire cuando Él no está cerca de nosotros (caso de discípulo de la India que le preguntaba a su maestro cómo haría para encontrar a Dios y no le contestaba, hasta que un día lo sumergió en el agua y le dijo: ‘Cuando desees a Dios como el aire lo hallarás’).

AMAR A DIOS es desear ardientemente que llegue el momento de hacer la oración para poder hablar con Él, o desear que llegue la misa dominical para poder comerlo.

AMAR A DIOS es desear la muerte física, porque tras ella nos encontramos con nuestro Dios. Recordad lo de Santa Teresa de Jesús: “Y tan alta vida espero, que muero porque no muero”.

 AMAR A LOS DEMÁS. Un sacerdote que da bastantes cursillos prematrimoniales dice con pena que muchas veces los novios que se van a casar no saben lo que es el amor. Cuando les pregunta qué es el amor, ellos contestan que es pasar­lo bien, no abu­rrir­se juntos, hacer el amor, etc. Y cuando el sacerdote les dicen que amor es limpiar el culo al hijo, o tirar por una silla de ruedas (caso de la novia en accidente que el novio la abandonó), o soportar sus defectos…; en esto abren los ojos como platos y no lo entienden. (Una vez una chica dijo que le aguantaría todo a su novio, pero si un día, cuando le pusiese las lentejas delante, dijese el chico que las hacía mejor su madre, entonces le pondría las lente­jas de sombrero).

            AMAR A LOS DEMÁS es dejar de lado sus ideas, sus defectos y sus virtudes, si tiene razón o no, y quererlo por sí mismo, y no por lo que dice, o por lo que tiene, o...

AMAR A LOS DEMÁS es decírselo. ¿Le decimos: Te quiero, a la mujer, al marido, a los hijos, a los padres? ¿Decimos: Te quiero, con una sonrisa, con unos “buenos días”, a la gente con que nos cruzamos cada día?

AMAR A LOS DEMÁS es no enfadarme cuando estoy al volante de mi coche, cuando estoy en una cola.

AMAR A LOS DEMÁS es hacerles a ellos lo que nos gustaría que nos hiciesen a nosotros.

AMAR A LOS DEMÁS de verdad sólo es posible si amamos a Dios, si Dios nos da su amor para que amemos a los que nos rodean.

            Como dice Jesús en el evangelio: “No hay mandamiento mayor que estos dos”.

Todos los Santos (B)

1-11-2024                               TODOS LOS SANTOS (B)

Ap.7, 2-4.9-14; Slm. 23; 1 Jn 3, 1-3; Mt. 5, 1-12

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Queridos hermanos:

            Hace unos años, al poco tiempo de llegar a las parroquias de Tapia, asistí en los últimos momentos de su vida a un hombre, que sabiendo que se moría, me pidió varias cosas. Una de ellas es que el coro pudiera cantar en su funeral ‘al atardecer de la vida te examinarán del amor’. Es una canción muy bonita y cuya letra está tomada de San Juan de la Cruz. Sí, al atardecer de nuestra vida, una vez fallecidos, Dios nos examinará a todos y cada uno de nosotros de amor: del amor que hemos tenido hacia los hermanos y del amor que hemos tenido hacia Dios.

Todos seremos examinados de amor, pero este amor no se improvisa al final de nuestra vida, sino que ese amor hay que irlo construyendo día a día, hora a hora. Fijaros en las cinco doncellas necias del evangelio. Éstas no cuidaron el aceite de sus lámparas durante su vida[1]. Sí, las doncellas necias quisieron a última hora aprovecharse del aceite que tenían las doncellas prudentes. En el evangelio se nos dice claramente que Jesús no aceptó esta intención de las necias. ¿Por qué? Pues porque este evangelio nos llama a todos a las responsabilidad personal. Sí, cada uno de nosotros somos responsables de nuestros propios actos. El evangelio termina así: “Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: ‘Señor, señor, ábrenos.’ Pero él respondió: ‘Os lo aseguro: no os conozco’”. No podemos decir: ‘¡Qué malo es el esposo que no abrió a las necias!’ Hay que madurar y asumir las consecuencias de las propias decisiones. Basta de echar la culpa al otro, al gobierno, al vecino, a los padres, a Dios… Seamos maduros y responsables de nuestros propios actos. Fueron las doncellas necias quienes no se cuidaron de llevar reserva de aceite; fueron las necias quienes quisieron que las otras les dejaran aceite y así no habría aceite ni para unas ni para otras, es decir, pidieron que las demás taparan su desidia y su pereza.

Voy a contaros un cuento que va en esta línea de asumir responsabilidades: “Llegado el momento de poner un nombre a su primogénito, un hombre y su mujer empezaron a discutir. Ella quería que el niño se llamase igual que el abuelo materno, y él quería ponerle el nombre del abuelo paterno. Finalmente, acudieron al párroco para que solventara la cuestión.

‘¿Cuál era el nombre de tu padre?’, preguntó el párroco al marido. ‘José’, dijo el marido.

‘¿Y cómo se llamaba el tuyo?’, preguntó a la mujer. ‘José’, dijo la mujer.

‘Entonces, ¿cuál es el problema?’, preguntó perplejo el párroco.

‘Verá, Vd., señor cura’, dijo la mujer. ‘Mi padre era un sabio, y el suyo era un ladrón de caballos. ¿Cómo voy a permitir que mi hijo se llame igual que un hombre como ése?’

El párroco se puso a pensar en el asunto muy seriamente, porque se trataba de un problema verdaderamente delicado. No quería que una de las partes se sintiera vencedora y la otra perdedora. Al fin, dijo: ‘Os sugiero lo siguiente: llamad al niño José; luego esperad a ver si llega a ser un sabio o un ladrón de caballos, y entonces sabréis si le habéis puesto el nombre de uno o de otro abuelo’”.

            Si al final de nuestra vida somos un hombre sabio o un ladrón de caballos, será responsabilidad nuestra. Si al final de nuestra vida somos una doncella necia o una doncella prudente, será responsabilidad nuestra. Si al final de la vida somos una cigarra o una hormiga, será responsabilidad nuestra. Si al final de nuestra vida somos invitados a entrar en el banquete del Reino de Dios o somos rechazados, será responsabilidad nuestra. Y esto lo comprendió perfectamente aquel feligrés mío que atendí al poco de llegar a estas parroquias de Tapia. Por eso, me pidió que en su funeral se cantara esta canción de ‘al atardecer de la vida te examinarán del amor’.

Pero alguien puede preguntar, ¿de qué se compone ese “aceite” de las doncellas o ese amor a Dios y a los hombres, a que hace referencia San Juan de la Cruz y que hay que practicar cada día de nuestra vida? Pues se compone de la lectura sosegada y constante de la Palabra de Dios; de la meditación y oración persistente sobre la Palabra de Dios; de la práctica de las buenas obras, en primer lugar, en mi propia casa, con mi propia familia, pero también con los vecinos y con los extraños; de la práctica de la misericordia; de la práctica de la voluntad divina; de la petición invariable de perdón ante Dios por nuestros pecados y ante los hombres por el daño que les causamos; de la confianza absoluta en Dios, tanto ante lo bueno como ante lo malo que nos suceda…

Sí muriéramos ahora mismo y ahora mismo fuésemos examinados de amor. ¿Estaríamos aprobados o suspensos? Pues estamos a tiempo de seguir construyendo ese amor en nosotros y de aumentar y guardar el aceite para nuestras lámparas.

¡Que así sea!


[1] Estas doncellas vivieron la fábula de la cigarra y la hormiga. ¿Recordáis la historia?: La cigarra era feliz disfrutando del verano: El sol brillaba, las flores desprendían su aroma...y la cigarra cantaba y cantaba. Mientras tanto su amiga y vecina, una pequeña hormiga, pasaba el día entero trabajando, recogiendo alimentos.

- ¡Amiga hormiga! ¿No te cansas de tanto trabajar? Descansa un rato conmigo mientras canto algo para ti, le decía la cigarra a la hormiga.

- Mejor harías en recoger provisiones para el invierno y dejarte de tanta holgazanería,  le respondía la hormiga, mientras transportaba el grano, atareada.

La cigarra se reía y seguía cantando sin hacer caso a su amiga. Hasta que un día, al despertarse, sintió el frío intenso del invierno. Los árboles se habían quedado sin hojas y del cielo caían copos de nieve, mientras la cigarra vagaba por campo, helada y hambrienta. Vio a lo lejos la casa de su vecina la hormiga, y se acercó a pedirle ayuda.

- Amiga hormiga, tengo frío y hambre, ¿no me darías algo de comer? Tú tienes mucha comida y una casa caliente, mientras que yo no tengo nada.

La hormiga entreabrió la puerta de su casa y le dijo a la cigarra. - Dime amiga cigarra, ¿qué hacías tú mientras yo madrugaba para trabajar? ¿Qué hacías mientras yo cargaba con granos de trigo de acá para allá?

- Cantaba y cantaba bajo el sol- contestó la cigarra.

- ¿Eso hacías? Pues si cantabas en el verano, ahora baila durante el invierno. 

Y le cerró la puerta, dejando fuera a la cigarra, que había aprendido la lección’.