17-11-2024 DOMINGO XXXIII TIEMPO
ORDINARIO (B)
Dn.12, 1-3; Sal. 15; Heb. 10, 11-14.18; Mc. 13, 24-32
Homilía en vídeo.
Homilía de audio.
Queridos hermanos:
En la homilía de
hoy quisiera comentar estas palabras de Jesús en el evangelio: “El cielo y la tierra pasarán, mis palabras
no pasarán”. Es decir, hay cosas que pasan y cosas que no pasan. Las cosas
que pasan y no permanecen para siempre son cosas relativas y así hay que
tomarlas y vivirlas, pero hay otras cosas que permanecen siempre y han de ser
consideradas como absolutas. Básicamente
esto es lo que quiere decir Jesús con esta frase: el cielo, la tierra, todo lo
creado o fabricado… es pasajero y, por lo tanto, es relativo. Sin embargo, Dios
y sus palabras son eternos y, por lo tanto, absolutos. Es decir, estamos entrando de lleno en el problema
del relativismo y de lo absoluto o eterno. No pretendo abarcar todos los
aspectos de este tema, del que se han escrito multitud de libros. Solamente
pretendo hacer algunos apuntes a modo de explicación y de aplicación de las
palabras de Jesús y que valgan un poco para nosotros.
- El relativismo
es el concepto que sostiene que todos los puntos de
vista son igualmente válidos, por lo tanto, toda verdad es relativa
a cada individuo. No hay una verdad válida para todos, sino que cada uno tiene
y vive ‘su verdad’. En general, las discusiones sobre el relativismo se centran
en cuestiones concretas; así, el relativismo gnoseológico (o del conocimiento)
considera que no hay verdad objetiva, dependiendo siempre la validez de un juicio de las condiciones en que este se enuncia; o
el relativismo moral, que sostiene que no hay bien o mal absolutos, sino
dependientes de las circunstancias concretas: lo que es bueno para ti, es malo
para mí; lo que es bueno hoy, puede ser malo mañana; lo que es bueno en España,
puede ser malo en Australia.
Voy
a seguir explicando un poco más el tema del relativismo utilizando una parábola
budista. “Un rey del norte de la India
reunió un día a un buen número de ciegos que no sabían qué es un elefante. A
unos ciegos les hicieron tocar la cabeza, y les dijeron: ‘esto es un elefante’.
Lo mismo dijeron a los otros, mientras les hacían tocar la trompa, o las
orejas, o las patas, o los pelos del final de la cola del elefante. Luego el
rey preguntó a los ciegos: ‘¿Qué es un elefante?’ Y cada uno dio explicaciones
diversas, según la parte del elefante que le habían permitido tocar. Los ciegos
comenzaron a discutir, y la discusión se fue haciendo violenta, hasta terminar
en una pelea a puñetazos entre los ciegos, que constituyó el entretenimiento
que el rey deseaba”.
Este cuento es
particularmente útil para ilustrar la idea relativista del hombre. Los hombres
corremos el peligro de absolutizar un conocimiento parcial e inadecuado,
inconscientes de nuestra intrínseca limitación. Cuando caemos en esta tentación
de considerar como absoluta una verdad, que solamente es parcial, entonces
podemos adoptar un comportamiento sectario, violento e irrespetuoso en nuestras
palabras y obras. Lo lógico sería que aceptásemos la parcialidad y la relatividad
de nuestras ideas, no sólo porque eso corresponde a la índole de nuestro pobre
conocimiento, sino también en virtud del imperativo ético de la tolerancia, del
diálogo y del respeto recíproco.
- Esto último
que acabo de decir entra de lleno en las palabras de Jesús: “El cielo y la tierra pasarán”. Pasan
las cosas materiales que construimos los hombres: los coches nuevos, se hacen
seminuevos, luego viejos y luego van al desguace. La ropa nueva y de moda que
compramos, se gasta, se rompe, se pasa de moda, ya no se adapta a nuestro
cuerpo cambiante y lo que nos gustaba deja de gustarnos, y queda en el fondo de
armario o lo llevamos para Caritas. El dinero se gana y se gasta, y, si se
amontona, cuando uno muere, ha de dejarlo aquí todo. En el dinero pongo todos
los bienes materiales, los cuales están a nuestra disposición, pero con
frecuencia son nuestros amos y nosotros sus esclavos.
Pasan las
fiestas, las alegrías, las ilusiones. Llegan los sufrimientos y también pasan
con el tiempo. Pasan las modas y las costumbres. Pasan los personajes
históricos y famosos, llegan nuevos personajes históricos y famosos que, al
cabo de un tiempo, también pasan.
Pasan las ideas
sobre política, sobre la sociedad, sobre el arte, sobre el cine, sobre la
música, y llegan nuevas ideas…, que también pasan.
Pasan los días,
las semanas, los meses, los años, la niñez, la juventud, la salud, las personas
que amamos, que nos amaron y que nos cuidaron.
Pasan las
propias convicciones: lo que hoy vemos claro, a lo mejor mañana lo vemos de
otro modo, puesto que lo que veíamos de una determinada manera hace tiempo,
ahora ya tenemos otra opinión de ello. Todo pasa.
- Todo esto que
he dicho nos invita al relativismo, a pensar que no hay verdades eternas. Todo
dependerá según el color con el que lo mires, o lo que más te convenga en ese
momento… Sin embargo, Jesús lo dice muy claramente: “Mis palabras no pasarán”. Y más adelante, en la carta a los
Hebreos se dice: “Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será para siempre”
(Hb. 13, 8).
Dios es el único
que no pasa, es el único que ama siempre y para siempre, que perdona siempre y
para siempre, que es fiel en todo momento, que su sí es un ‘sí’ y no un
‘depende’. Dios mantiene su palabra, sus sentimientos y su voluntad en todo
momento: desde que nacemos hasta que morimos, y mientras vivimos cada día de
nuestra existencia, pero también antes de nuestro nacimiento (pues nos escogió
para la vida desde antes de la creación) y para toda la eternidad.
Dios no puede
fiarse de mí, porque le fallo y cambio constantemente, pero yo sí que me puedo
fiar de Él en todo momento.
En Dios no hay
relativismo alguno. Su voluntad de salvación es firme y estable. Su amor por
nosotros es firme y estable. Existe siempre, desde siempre y para siempre, y
nosotros, en Él, existiremos para siempre.
Carlos de
Foucauld consciente de esto compuso la siguiente oración al Dios absoluto,
verdadero y fiel:
“Padre mío,
me abandono a Ti.
Haz de mí lo que quieras.
Lo que hagas de mí te lo agradezco,
estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo.
Con tal que Tu voluntad se haga en mí
y en todas tus criaturas,
no deseo nada más, Dios mío.
Pongo mi vida en Tus manos.
Te la doy, Dios mío,
con todo el amor de mi corazón,
porque te amo,
y porque para mí amarte es darme,
entregarme en Tus manos sin medida,
con infinita confianza,
porque Tu eres mi Padre”.
Desde estas
palabras ahora podemos entender un poco más lo que Jesús nos dice en el
evangelio de hoy: “El cielo y la tierra
pasarán, mis palabras no pasarán”.