domingo, 13 de julio de 2025

Domingo XV del Tiempo Ordinario (C)

13-7-2025                   DOMINGO XV TIEMPO ORDINARIO (C)

                                                          Dt. 30, 10-14; Slm. 68; Col. 1, 15-20; Lc. 10, 25-37

Homilía en vídeo.  

Homilía de audio.  

Queridos hermanos:

            La pregunta que hoy le hacen a Jesús es muy importante y se la tenemos que hacer también nosotros:

            “¿Qué tenemos que hacer para heredar la vida eterna, para ir al cielo?” La contestación que Jesús nos da es esta: amar a Dios con todo el corazón, con todas las fuerzas, con todo el ser y al prójimo como a noso­tros mismos.

            - Primero, y por encima de todo, amar a Dios. Amar a Jesu­cristo con toda nuestra alma. Que nuestro primer pensamiento al despertarnos sea para Él y, antes de dormirnos, también, y durante el día. Que al leer cómo fue maltratado antes de morir, se nos llenen los ojos de lágrimas. Que prefiramos mil veces la muerte, antes que perderle. Voy a poneros un ejemplo ya conocido: Niña salvadoreña que besó la cruz escupida.

            Todo esto significa el amor a Dios, donde yo siempre busco más hacer su voluntad que la mía, aunque hacer la voluntad de Dios signifique mi muerte: Leyenda del “Quo vadis, Domine?”

            - Pero, ¿cuándo sé yo que amo a Dios con todas mis fuerzas? ¿Si me salen lágrimas al pensar en Él? ¿Si digo que prefiero la muerte antes que vivir sin Él? No. Sabemos que amamos a Dios con todas las fuerzas cuando amamos a los hombres que nos rodean. Dice san Juan, el evangelista: “Si no amamos a los hombres que vemos, cómo vamos a amar a Dios a quien no vemos” (1ª Jn. 4, 20).

En el evangelio de hoy nos pone Jesús el ejemplo del buen samaritano. El samaritano era para los judíos como hoy para algunos de nosotros puede ser un ser despreciable y/o dañino. Alguien del que no se espera que nos pueda ayudar; al contrario, alguien del que se puede esperar cualquier daño[1]. Pues bien, a aquel samaritano, al ver al malherido, -dice la traducción- que “le dio lástima”. Esto está mal traducido. Yo tengo lástima cuando veo un gato pillado por un coche o una paloma coja. Pero es muy distinto el ‘tener lástima’ a lo que dice realmente el verbo en griego. El verbo griego dice que al samaritano se le removieron las entrañas. Cuando a una madre le muere un hijo, a esa sí que se le remueven las entrañas y no siente simplemente lástima. Otro ejemplo puede ser el de aquella mujer alemana en la segunda guerra mundial que tenía a un hijo en el ejército alemán del frente ruso. En el año 1944, durante la retirada de los alemanes, los rusos penetraron en Alemania y un soldado ruso entró a pasar la noche en la casa de aquella señora. Ella se le tiró al cuello, lo besó, le quitó las botas y los calcetines, le curó las llagas de los pies, le preparó el baño, le dio de comer y le puso para dormir sábanas limpias. Al día siguiente, después de desayunar, al marchar el soldado ruso le preguntó que por qué hacía todo eso por él si era su enemigo, y la señora le contestó que solo esperaba que, si su propio hijo se encontraba con su madre en Rusia, esta le atendiera como ella le había atendido a él. La madre alemana, al atender al soldado ruso, estaba cuidando a su hijo. Se le conmovieron las entrañas por puro amor de madre.

Desde esta perspectiva podemos entender mucho mejor los sentimientos y la reacción del samaritano: atendió al herido, lo llevó sobre su cabalgadura, mientras él iba de pie, y lo llevó a una posada en donde lo cuidó toda la noche. Al tener que marchar al día siguiente, pidió al posadero que lo cuidara y le dio dos denarios como pago. El jornal entonces de un obrero era de un denario al día. Más o menos como hoy pueden ser 50 €, o 60 €. Vamos a poner que el samaritano entregó al posadero unos 120 € por un hombre que ni conocía. Eso hizo el samaritano.

            Cuanto más amemos a Dios, cuanto más venimos a Misa, cuanto más rezamos…, más tenemos que amar a las personas que nos rodean. En caso contrario, seremos unos farsantes. Dios quiere el bien de todos los hombres y ama a todos los hombres, por tanto, si yo amo a Dios, inmediatamente amo a los hombres, porque son hijos de Dios y hermanos míos.

            Amar al prójimo como a uno mismo significa:

            - No tener envidia del bien de los demás.

            - No murmurar de los demás…, aunque sea verdad.

            - Perdonar TODO el mal que nos hayan hecho.

            - Orar por todos, incluso por los enemigos.

            - Ayudar con nuestras limosnas.

            - Disculpar siempre los fallos de los otros.

            - Sonreír a quien no te sonríe. Saludar a quien no te salu­da.

            Recordar la pregunta: “¿Qué tenemos que hacer para entrar en el cielo?” Jesús nos contesta de modo bien claro en el evangelio de hoy: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos.


[1] En algunas partes de Oviedo la gente pasa con un cierto temor, porque en aquellos lugares existen centros de acogida de inmigrantes menores de 18 años, que son muy conflictivos y que causan problemas a los educadores, a los policías, a los vecinos, a los transeúntes.

 

Homilías semanales EN AUDIO: semana XIV del Tiempo Ordinario

Homilía lunes XIV del Tiempo Ordinario

 

 

Homilía martes XIV del Tiempo Ordinario

 

 

Homilía miércoles del Tiempo Ordinario

 

 

Homilía jueves del Tiempo Ordinario

 

 

Homilía de san Benito 

miércoles, 2 de julio de 2025

Domingo XIV del Tiempo Ordinario (C)

6-7-2025                                 DOMINGO XIV TIEMPO ORDINARIO (C)

                                                 Is. 66, 10-14a; Slm. 65; Gal. 6, 14-18; Lc. 10, 1-12.17-20

Homilía en vídeo

Homilía de audio.  

Queridos hermanos:

            Esta homilía de hoy la voy a titular OPTIMISMO. Esta es la actitud que se desprende de las lecturas que acabamos de escuchar. Pero antes de comenzar con las lecturas de la Palabra de Dios, os voy a narrar un cuento para abrir un poco el camino a lo que el Señor quiere decirnos hoy.

            - El cuento se titula “el árbol de los problemas”. “El carpintero que había contratado para que me ayudara a reparar una vieja granja acababa de finalizar su primer día de trabajo. Su sierra eléctrica se había estropeado, y su viejo camión se negaba a arrancar.

Mientras lo llevaba a su casa, permaneció en silencio. Cuando llegamos, me invitó a conocer a su familia. Mientras nos dirigíamos a la puerta, se detuvo brevemente frente a un árbol pequeño y tocó las puntas de las ramas con ambas manos.

Cuando se abrió la puerta, ocurrió una sorprendente transformación. Su bronceada cara estaba llena de sonrisas. Abrazó a sus dos pequeños hijos y le dio un beso entusiasta a su esposa.

De regreso me acompañó hasta el coche. Cuando pasamos cerca del árbol, sentí curiosidad y le pregunté acerca de lo que le había visto hacer un rato antes.

‘Este es mi árbol de los problemas –contestó-. Sé que no puedo evitar tener problemas en el trabajo, pero una cosa es segura: los problemas no pertenecen a la casa, ni a mi esposa, ni a mis hijos. Así que simplemente los cuelgo en el árbol cada noche, cuando llego a casa, y en la mañana los recojo otra vez. Lo divertido –dijo sonriendo- es que, cuando salgo a recogerlos, no hay tantos como los que recuerdo haber colgado la noche anterior”.

- Como he dicho hace poco en otra homilía, cae enferma la persona que tiene fe y la que no tiene fe, pierde el trabajo la persona que tiene fe y la que no tiene fe, fracasa en su matrimonio la persona que tiene fe y la que no tiene fe, se muere la persona que tiene fe y la que no tiene fe… La diferencia está (o debe de estar) en el modo en que las personas que tenemos fe hemos de llevar todas estas contrariedades y sufrimientos de la vida de cada día.

La fe nos da una razón de ESPERANZA cuando todo va mal, la fe nos da una razón de SENTIRNOS ACOMPAÑADOS cuando la soledad nos rodea o nos sentimos atacados, la fe nos da una razón de ALEGRÍA cuando la tristeza nos aplasta, la fe nos da una razón de CONTINUIDAD cuando vemos que la carretera de nuestra vida se acaba en un precipicio….

- En efecto, las lecturas de hoy, la Palabra de Dios que acabamos de escuchar está llena de esperanza, de compañía, de alegría, de continuidad y eternidad…, de OPTIMISMO.

* Nos dice Jesús: “estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo”. Si mi nombre está escrito en el cielo, junto a Dios, entonces es que la muerte no podrá conmigo para siempre; si mi nombre está escrito en el cielo, junto a Dios, estas dudas que tengo en tantas ocasiones se despejarán y desaparecerán; si mi nombre está escrito en el cielo, junto a Dios, estos sufrimientos se acabarán un día; si mi nombre está escrito en el cielo, junto a Dios, esta vida mediocre que llevo se transformará…

Jesús nos dice: ‘¡Ten esperanza, ten confianza, ten alegría! Que nadie te las quite ni te las ensucie’. La certeza de la fe puede contra todo. Cuando alguien te diga: ‘No es cierto, no hay nada, aprovecha lo que ves y lo que tocas, pues es lo único que existe’. No lo creas; fíate de Dios y de sus Palabras. Dios te ha creado por amor y tu nombre está escrito en el cielo. Cuando en alguna ocasión, Él toca tu corazón con su dedo, sabes que es cierto todo esto que te estoy diciendo. No te conformes con vivir en un pozo, en un charco de barro.

* Nos dice Jesús: “Cuando entréis en una casa, decid primero: ‘Paz a esta casa’”. Quienes llevamos en nuestro interior la fe de Dios, llevamos al mismo tiempo paz. Pero no se trata de nuestra paz, sino de la Paz de Dios. Este regalo de Dios (la Paz) supone ausencia de ira, de odio, de resentimiento, y en un sentido positivo la paz supone serenidad, equilibrio interior, sanación interior, aceptación de la propia realidad y aceptación de los demás.

Sabemos que solo Dios puede darnos esta verdadera paz y que nadie nos la puede arrebatar. La paz humana hay que trabajarla, lucharla, protegerla… La paz de Dios procede solo de Él y puede venir y permanecer en las circunstancias más difíciles para el ser humano. Es esta paz la que un creyente desea. Esta paz, cuando se comparte y se entrega a otras personas, no mengua ni se extingue. Al contrario, la paz de Dios, cuando se comparte, crece aún más en nuestro interior. A esta paz se refiere Jesús cuando habla de ella en el evangelio de hoy.

* Nos dice la Palabra de Dios a través del profeta Isaías: “Como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré Yo”. Años atrás compañeros míos sacerdotes me preguntaban si vivían aún mis padres. Cuando les decía que sí, me contestaban que les cuidara bien, porque, cuando me faltaran ellos, como ellos me habían querido y cuidado, nadie lo iba a hacer. En tantas ocasiones he visto y oído o me han contado que personas ancianas y moribundas clamaban por sus padres, o llamaban ‘papá’ y/o ‘mamá’ a sus hijos o cuidadores, o llamaban a gente con la que habían convivido en su infancia[1]. Era como un volver a la infancia, a aquellos momentos de inocencia, de ingenuidad y de felicidad infantil.

Pues la fuerza de estas experiencias, de un sentimiento de protección materna o de felicidad de la infancia es utilizada por el profeta Isaías para establecer una analogía con el cuidado, la atención y amor con el que Dios nos protege, nos ama, nos acompaña y está a nuestro lado. Y este sentimiento es propio (o debe de ser propio) de las personas que tenemos fe y que tenemos experiencia de Dios: “Como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré Yo”.

- Por todas estas razones (y por muchas más) digo que las lecturas de hoy y la experiencia de fe de todos los días nos deben llevar a los creyentes a vivir en un continuado OPTIMISMO (esperanza, alegría, sentirnos acompañados, eternidad…), aunque pisando la tierra con los pies. No se trata de un angelismo o de un huir de la realidad, sino de sabernos en los brazos amorosos de nuestro Padre Dios.


[1] Mi madre en muchas ocasiones me llamaba Nicanor, que había sido su hermano, ya fallecido y que había estudiado en el seminario para sacerdote.

jueves, 26 de junio de 2025

San Pedro y san Pablo (C)

29-6-25                                  SAN PEDRO Y SAN PABLO (C)

Hch. 12,1-11; Slm. 33; 2 Tm. 4, 6-8.17-18; Mt. 16, 13-19

Homilía de vídeo.  

Homilía en audio.  

Queridos hermanos:

            Seguimos en este domingo profundizando en algunos principios de la Doctrina Social de la Iglesia

4. La participación:

Consecuencia característica de la subsidiaridad es la participación, que se expresa, esencialmente, en una serie de actividades mediante las cuales el ciudadano, como individuo o asociado a otros, directamente o por medio de los propios representantes, contribuye a la vida cultural, económica, política y social de la comunidad civil a la que pertenece. La participación es un deber que todos han de cumplir conscientemente, en modo responsable y con vistas al bien común. La participación no puede ser delimitada o restringida a algún contenido particular de la vida social […] Desde esta perspectiva, se hace imprescindible la exigencia de favorecer la participación” (nº 189 del Compendio). La participación en la vida comunitaria no es solamente una de las mayores aspiraciones del ciudadano, llamado a ejercitar libre y responsablemente el propio papel cívico con y para los demás, sino también uno de los pilares de todos los ordenamientos democráticos, además de una de las mejores garantías de permanencia de la democracia. El gobierno democrático, en efecto, se define a partir de la atribución, por parte del pueblo, de poderes y funciones, que deben ejercitarse en su nombre, por su cuenta y a su favor; es evidente, pues, que toda democracia debe ser participativa. Lo cual comporta que los diversos sujetos de la comunidad civil, en cualquiera de sus niveles, sean informados, escuchados e implicados en el ejercicio de las funciones que ésta desarrolla” (nº 190 del Compendio). Esta dimensión de la participación muestra un derecho, pero también muestra un deber. El derecho de participar y el deber de participar.

5. La solidaridad:

“Nunca como hoy ha existido una conciencia tan difundida del vínculo de interdependencia entre los hombres y entre los pueblos, que se manifiesta a todos los niveles[1] […] Junto al fenómeno de la interdependencia y de su constante dilatación, persisten, por otra parte, en todo el mundo, fortísimas desigualdades entre países desarrollados y países en vías de desarrollo, alimentadas también por diversas formas de explotación, de opresión y de corrupción, que influyen negativamente en la vida interna e internacional de muchos Estados” (nº 192 del Compendio). Las nuevas relaciones de interdependencia entre hombres y pueblos deben transformarse en relaciones que tiendan hacia una verdadera y propia solidaridad ético-social, que es la exigencia moral inscrita en todas las relaciones humanas. La solidaridad se presenta, por tanto, bajo dos aspectos complementarios: como principio social y como virtud moral (nº 193 del Compendio).

El mensaje de la Doctrina Social acerca de la solidaridad pone en evidencia el hecho de que existen vínculos estrechos entre solidaridad y bien común, solidaridad y destino universal de los bienes, solidaridad e igualdad entre los hombres y los pueblos, solidaridad y paz en el mundo [….] superando cualquier forma de individualismo y particularismo” (nº 194 del Compendio).

6. Valores fundamentales:

“La Doctrina Social de la Iglesia, además de los principios que deben presidir la edificación de una sociedad digna del hombre, indica también valores fundamentales […] Todos los valores sociales son inherentes a la dignidad de la persona humana, cuyo auténtico desarrollo favorecen; son esencialmente: la verdad, la libertad, la justicia, el amor. Su práctica es el camino seguro y necesario para alcanzar la perfección personal y una convivencia social más humana” (nº 197 del Compendio).

La verdad. Vivir en la verdad tiene un importante significado en las relaciones sociales: la convivencia de los seres humanos dentro de una comunidad, en efecto, es ordenada, fecunda y conforme a su dignidad de personas, cuando se funda en la verdad. Las personas y los grupos sociales cuanto más se esfuerzan por resolver los problemas sociales según la verdad, tanto más se alejan del arbitrio y se adecúan a las exigencias objetivas de la moralidad” (nº 198 del Compendio).

La libertad. “Toda persona humana, creada a imagen de Dios, tiene el derecho natural de ser reconocida como un ser libre y responsable. El derecho al ejercicio de la libertad es una exigencia inseparable de la dignidad de la persona humana. No se debe restringir el significado de la libertad, considerándola desde una perspectiva puramente individualista y reduciéndola a un ejercicio arbitrario e incontrolado de la propia autonomía personal” (nº 199 del Compendio). El valor de la libertad, como expresión de la singularidad de cada persona humana, es respetado cuando a cada miembro de la sociedad le es permitido realizar su propia vocación personal; es decir, puede buscar la verdad y profesar las propias ideas religiosas, culturales y políticas; expresar sus propias opiniones; decidir su propio estado de vida y, dentro de lo posible, el propio trabajo; asumir iniciativas de carácter económico, social y político. Todo ello debe realizarse dentro de los límites del bien común y del orden público y, en todos los casos, bajo el signo de la responsabilidad” (nº 200 del Compendio).

La justicia. La justicia resulta particularmente importante en el contexto actual, en el que el valor de la persona, de su dignidad y de sus derechos, a pesar de las proclamaciones de propósitos, está seriamente amenazado por la difundida tendencia a recurrir exclusivamente a los criterios de la utilidad y del tener […] La justicia, en efecto, no es una simple convención humana, porque lo que es justo no está determinado originariamente por la ley, sino por la identidad profunda del ser humano” (nº 202 del Compendio). Por sí sola, la justicia no basta. Más aún, puede llegar a negarse a sí misma, si no se abre a la fuerza más profunda que es el amor. En efecto, junto al valor de la justicia, la Doctrina Social coloca el de la solidaridad, en cuanto vía privilegiada de la paz” (nº 203 del Compendio).

7. La vía del amor:

            “La caridad, a menudo limitada al ámbito de las relaciones de proximidad, o circunscrita únicamente a los aspectos meramente subjetivos de la actuación en favor del otro, debe ser reconsiderada en su auténtico valor de criterio supremo y universal de toda la ética social (nº 204 del Compendio). Los valores de la verdad, de la justicia y de la libertad, nacen y se desarrollan de la fuente interior de la caridad (nº 205 del Compendio).

            Ninguna legislación, ningún sistema de reglas o de estipulaciones lograrán persuadir a hombres y pueblos a vivir en la unidad, en la fraternidad y en la paz; ningún argumento podrá superar el apelo de la caridad […]En esta perspectiva la caridad se convierte en caridad social y política: la caridad social nos hace amar el bien común y nos lleva a buscar efectivamente el bien de todas las personas, consideradas no sólo individualmente, sino también en la dimensión social que las une” (nº 207 del Compendio).


[1] Aquí se encuentran las extraordinarias posibilidades de los medios de comunicación, de la informática y de los intercambios comerciales.