miércoles, 24 de diciembre de 2025

Sagrada Familia (A)

28-12-2025                                        SAGRADA FAMILIA (A)

Eclo. 3, 2-6.12-14; Slm. 127; Col. 3, 12-21; Mt.2, 13-15.19-23

Queridos hermanos:

            En el día de hoy celebramos la festividad de la Sagrada Familia. En este año quisiera fijarme un poco en los esposos.

            Hace un tiempo un joven soltero y sin compromiso me decía que la Iglesia tiene que cambiar en muchas cosas, pues se está quedando atrás y sola. Le pedí que me pusiera algún ejemplo de estos cambios que ha de hacer la Iglesia e inmediatamente me habló de las parejas y de los matrimonios. Me contaba el caso de sus hermanos: dos varones y una chica. Todos ellos con pareja. Su hermano mayor llevó un noviazgo “por el libro”, se casó por la Iglesia y su matrimonio… es un auténtico desastre. Me decía este joven que, si su hermano hubiera convivido con su novia, se hubieran podido conocer más y mejor antes de llegar al matrimonio y quizás no estarían como están ahora. Me comparó este matrimonio canónico y fracasado con la relación de pareja que lleva su otro hermano con una chica y las cosas van bastante mejor entre ellos. Lo que pasa es que, como yo conozco un poco las tres relaciones de sus hermanos, le hice ver las contradicciones y las tensiones de las convivencias de sus otros dos hermanos que están sin casar, ni por lo civil, ni por la Iglesia. El joven me acabó reconociendo esto. Parece que hoy día casarse por la Iglesia no es garantía de que el matrimonio y la convivencia conyugal “funcione”, pero… casarse por lo civil o convivir como pareja de hecho tampoco es garantía de conocerse mejor y de que la relación “funcione”. Hay que ir profundizar más que lo que este joven hacía –desde mi punto de vista- sobre la vida de pareja.

            Hace poco leí en un periódico una carta de una mujer que pasaba por dificultades conyugales. Decía la carta: Querido marido de más de media vida juntos: Sin necesidad de acuerdo previo, desde siempre coincidimos, primero en enamorarnos fulminantemente y luego en esas menudencias que ensamblan la vida. Coincidimos en política, en religión, en dedicación a nuestra casa y a nuestros hijos, en cuidar uno de otro cuando hemos estado enfermos y… ¡vive Dios que no nos han faltado sustos de salud! Juntos hemos disfrutado de los pequeños triunfos y juntos, codo con codo, hemos sufrido, padecido y luchado, contra la variada injusticia que nos tocó en el lote. No hemos sido una idílica pareja de esas que nunca discuten. Hemos discutido, nos hemos enfadado y nos hemos amigado; en fin, lo normal, hemos vivido. Sin embargo, ahora estás imposible. Sentadas las grandes bases, sin problemas irresolubles, te veo sonreír y hablar amablemente… pero no conmigo. Mi presencia te agobia, mi ausencia te disgusta. Rechazas mis iniciativas, te niegas a acompañarme (porque no te encuentras bien, me dices) y, a continuación, sí que te encuentras bien para ir a ver a cualquiera que yo no haya mencionado. Si hay verdura, quieres pasta. Si hay pasta, quieres arroz. Si hay sopa, quieres puré. Si te pregunto qué quieres, contestas que cualquier cosa. Si dispongo “cualquier cosa”, apareces con algo nuevo que tú has ido a buscar. Si hablas con los hijos, no haces de correa de transmisión. Si yo hablo con ellos, te molestas si no comento nada. ¿Te muestras correcto? Sí. Correcto y distante, correcto y despegado. ¿Hablas conmigo? Sí, sin entablar conversación alguna. Si muestro interés por las cosas que tienes que hacer, me contestas con vaguedades o si alguna vez me contestas algo concreto… luego me reprochas que no lleve una memoria exacta de lo que has dicho. Si me acerco a ti, retrocedes porque te parece que te mando o que te fiscalizo. Si procuro mantenerme distante, acaba escapándosete algún suspiro como de pena. Si te pregunto, me contestas algo bien críptico y abstruso, que me suma en la indignación o en la tristeza… Tiene que bastarte esta muestra para comprender porqué digo que estás imposible”.

            ¡Qué preciosa es la vida matrimonial, pero al mismo tiempo qué difícil y cuántos sinsabores aporta a tantos hombres y a tantas mujeres! Seguro que todos, los maridos y las mujeres, tienen miles de razones para quejarse -¡y con razón!- de lo mal que se comporta su cónyuge. Cuando el párroco de La Corte (Oviedo) me llama para hablar un día a los novios que se preparan para el matrimonio, al llegar a la sala veo en la pizarra que hay una serie de palabras escritas el día anterior en que el párroco les pregunta qué actitudes deben existir en un matrimonio y cuáles no. Leo siempre lo que han dicho los novios en dos columnas: amor, respeto, cariño, comprensión, fidelidad,/ malos humores, gritos, rencores, etc. Y siempre me fijo que falta una actitud muy importante: el perdón. Sí, en toda relación humana, y sobre todo en toda relación de pareja-matrimonio el perdón debe de estar siempre presente, pues uno, otro o los dos comenten errores y fallos, y el otro debe siempre perdonar.

            La buena relación entre los esposos no se consigue durante el noviazgo llegando su cenit en el momento de la celebración de la boda. No. Dicha relación es fruto de toda la vida. Constantemente hay que estar luchando, ambos y codo con codo, por esta relación. Hace tiempo leí una frase de un autor cristiano (Tertuliano), que hablando de los esposos escribía así: “¡Qué vinculación la de dos fieles que tienen la misma esperanza, el mismo deseo, la misma disciplina, el mismo Señor! Dos hermanos comprometidos en el mismo servicio: no hay división de espíritu ni de carne; realmente son dos en una misma carne. Juntos oran, juntos se acuestan, juntos cumplen la ley del ayuno. Uno y otro se enseñan, uno y otro se exhortan, uno y otro se soportan. Juntos están en la Iglesia de Dios, juntos toman parte en el banquete de Dios, juntos pasan las angustias, las persecucio­nes, las alegrías. No se ocultan nada el uno al otro, todo es compartido, sin que por eso sea carga el uno para el otro...” En esta misma línea me ha emocionado la actuación de San José en el evangelio de hoy. Cuando Dios le avisa para que huya ante Herodes, que quiere matar a su hijo, San José coge a su hijo y a su mujer y se las lleva al extranjero a fin de protegerlos. Cuando años más adelante Dios le avisa que puede regresar, San José vuelve a coger a su hijo y a su mujer y los trae de vuelta a Israel, pero temiendo que el hijo de Herodes aún busque al niño para matarlo, lleva a éste y a su mujer a una aldea remota de Galilea: Nazaret. San José es padre que protege a su hijo. San José es esposo que protege y cuida de su esposa.

            En esta Misa pido a San José y a la Virgen María, verdaderos esposos según la voluntad de Dios, que protejan y cuiden de todos los esposos y de todas las parejas de la tierra, y que les enseñen que el amor esponsal verdadero es olvidarse de sí mismo para darse al otro por entero.

martes, 23 de diciembre de 2025

Homilías semanales EN AUDIO: semana IV de Adviento y Octava de Navidad

1º Samuel 1, 24-28; 1º Samuel 2,1.45.6-7.8abcd; Lucas 1, 46-56

Homilía 22 de diciembre

 

 

Malaquías 3,1-4.23-24; Salmo 24; Lucas 1,57-66

Homilía 23 de diciembre 

Navidad (A)

25-12-2025                                        NAVIDAD (A)

Is. 52, 7-10; Slm. 97; Hb. 1, 1-6; Jn. 1, 1-18

Queridos hermanos:

            Seguimos otro día más hablando sobre el Símbolo de la Fe, y hoy hablaremos un poco de Jesús y de su Madre, María.

Párrafo 2º: …concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nació de santa María Virgen.

- Concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. Han pasado muchos años desde el primer pecado de los hombres, desde que los hombres perdieran la amistad con Dios propia del paraíso, desde la promesa de salvación de Dios al género humano (Gn. 3, 15). Con la Anunciación del ángel Gabriel a la Virgen María se inaugura el cumplimiento de las promesas divinas de salvación de los hombres.

“María es invitada a concebir a aquel en quien habitará ‘corporalmente la plenitud de la divinidad’ (Col 2, 9). La respuesta divina a su ‘¿cómo será esto, puesto que no conozco varón?’ (Lc 1, 34) se dio mediante el poder del Espíritu: ‘El Espíritu Santo vendrá sobre ti’ (Lc 1, 35)” (n. 484).

- Jesús nació de la Virgen María.

* María estaba predestinada por Dios para ser la Madre de su Hijo. “Desde toda la eternidad, Dios escogió para ser la Madre de su Hijo a una hija de Israel, una joven judía de Nazaret en Galilea, a ‘una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María’ (Lc 1, 26-27)” (n. 488).

“A lo largo de toda la Antigua Alianza, la misión de María fue preparada por la misión de algunas santas mujeres. Al principio de todo está Eva: a pesar de su desobediencia, recibe la promesa de una descendencia que será vencedora del Maligno (cf. Gn 3, 15) y la de ser la madre de todos los vivientes (cf. Gn 3, 20). En virtud de esta promesa, Sara concibe un hijo a pesar de su edad avanzada (cf. Gn 18, 10-14; 21,1-2). Contra toda expectativa humana, Dios escoge lo que era tenido por impotente y débil (cf. 1 Co 1, 27) para mostrar la fidelidad a su promesa: Ana, la madre de Samuel (cf. 1 S 1), Débora, Rut, Judit, y Ester, y muchas otras mujeres” (n. 489).

* Inmaculada Concepción. “A lo largo de los siglos, la Iglesia ha tomado conciencia de que María ‘llena de gracia’ por Dios (Lc 1, 28) había sido redimida desde su concepción. Es lo que confiesa el dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado en 1854 por el Papa Pío IX: «... la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda la mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano» (Pío IX, Bula Ineffabilis Deus: DS, 2803)” (n. 491).

“Los Padres de la tradición oriental llaman a la Madre de Dios ‘la Toda Santa’ (Panaghia). Por la gracia de Dios, María ha permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida” (n. 493).

* “Hágase en mí según tu palabra...”

“Al anuncio de que ella dará a luz al ‘Hijo del Altísimo’ sin conocer varón, por la virtud del Espíritu Santo (cf. Lc 1, 28-37), María respondió por ‘la obediencia de la fe’ (Rm 1, 5), segura de que ‘nada hay imposible para Dios’: ‘He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra’ (Lc 1, 37-38). Así, dando su consentimiento a la palabra de Dios, María llegó a ser Madre de Jesús y, aceptando de todo corazón la voluntad divina de salvación, sin que ningún pecado se lo impidiera, se entregó a sí misma por entero a la persona y a la obra de su Hijo. Ella, como dice san Ireneo, ‘por su obediencia fue causa de la salvación propia y de la de todo el género humano’. Lo que ató Eva por su falta de fe lo desató la Virgen María por su fe” (n. 494).

* La maternidad divina de María.

“Llamada en los Evangelios ‘la Madre de Jesús’ (Jn 2, 1; 19, 25), María es aclamada bajo el impulso del Espíritu como ‘la madre de mi Señor’ desde antes del nacimiento de su hijo (cf Lc 1, 43). En efecto, aquel que ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios [Theotokos] (cf. Concilio de Éfeso, año 649: DS, 251)” (n. 495).

* La virginidad de María.

“Desde las primeras formulaciones de la fe (cf. DS 10-64), la Iglesia ha confesado que Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María únicamente por el poder del Espíritu Santo, afirmando también el aspecto corporal de este suceso: Jesús fue concebido sin semilla de varón, por obra del Espíritu Santo” (n. 496).

“Los relatos evangélicos (cf. Mt 1, 18-25; Lc 1, 26-38) presentan la concepción virginal como una obra divina que sobrepasa toda comprensión y toda posibilidad humanas. La Iglesia ve en ello el cumplimiento de la promesa divina hecha por el profeta Isaías: ‘He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo’ (Is 7, 14)” (n. 497).

* María, la ‘siempre Virgen’.

“La profundización de la fe en la maternidad virginal ha llevado a la Iglesia a confesar la virginidad real y perpetua de María (cf. Concilio de Constantinopla II: DS, 427) incluso en el parto del Hijo de Dios hecho hombre. La liturgia de la Iglesia celebra a María como la Aeiparthénon, la ‘siempre-virgen’” (n. 499).

“A esto se objeta a veces que la Escritura menciona unos hermanos y hermanas de Jesús (cf. Mc 3, 31-55; 6, 3; 1 Co 9, 5; Ga 1, 19). La Iglesia siempre ha entendido estos pasajes como no referidos a otros hijos de otra María; en efecto, Santiago y José ‘hermanos de Jesús’ (Mt 13, 55) son los hijos de una María discípula de Cristo (cf. Mt 27, 56) que se designa de manera significativa como ‘la otra María’ (Mt 28, 1). Se trata de parientes próximos de Jesús, según una expresión conocida del Antiguo Testamento (cf. Gn 13, 8; 14, 16;29, 15; etc.)” (n. 500).

* La maternidad virginal de María en el designio de Dios.

“La virginidad de María manifiesta la iniciativa absoluta de Dios en la Encarnación. Jesús no tiene como Padre más que a Dios (cf. Lc 2, 48-49)” (n. 503).

“Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María porque él es el Nuevo Adán (cf. 1 Co 15, 45) que inaugura la nueva creación […] Jesús, el nuevo Adán, inaugura por su concepción virginal el nuevo nacimiento de los hijos de adopción en el Espíritu Santo por la fe. La participación en la vida divina no nace ‘de la sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino de Dios’ (Jn 1, 13)” (nn. 504s).

“María es a la vez virgen y madre porque ella es la figura y la más perfecta realización de la Iglesia: La Iglesia [...] se convierte en Madre por la palabra de Dios acogida con fe, ya que, por la predicación y el bautismo, engendra para una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. También ella es virgen que guarda íntegra y pura la fidelidad prometida al Esposo” (n. 507).

jueves, 18 de diciembre de 2025

Domingo IV de Adviento (A)

21-12-2025                             DOMINGO IV ADVIENTO (A)

Is. 7, 10-14;Slm. 23; Rm. 1, 1-7; Mt. 1, 18-24

Homilía en vídeo.  

Homilía de audio.  

Queridos hermanos:

            Seguimos otro día más hablando sobre el Símbolo de la Fe, y continuamos con Jesús. Dios visita la tierra y se uno, como nosotros.

Artículo 3. Jesucristo fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nació de santa María Virgen.

Párrafo 1º: El Hijo de Dios se hizo hombre.

            - ¿Por qué el Hijo de Dios, la segunda Persona de la Santísima Trinidad se hizo hombre?

1) Nos dice san Juan en una de sus cartas: El Padre envió a su Hijo para ser salvador del mundo (1 Jn. 4, 14). “Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida; muerta, ser resucitada. Habíamos perdido la posesión del bien, era necesario que se nos devolviera. Encerrados en las tinieblas, hacía falta que nos llegara la luz; estando cautivos, esperábamos un salvador; prisioneros, un socorro; esclavos, un libertador. ¿No tenían importancia estos razonamientos? ¿No merecían conmover a Dios hasta el punto de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza humana para visitarla, ya que la humanidad se encontraba en un estado tan miserable y tan desgraciado? (San Gregorio de Nisa, Oratio catechetica, 15: PG 45, 48B)” (n. 457).

            2) El Verbo se encarnó para que nosotros conociésemos así el amor de Dios: ‘Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna’ (Jn 3, 16)” (n. 458).

            3) El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: ‘Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí’ (Jn 14, 6). Y el Padre, en el monte de la Transfiguración, ordena: ‘Escuchadle’ (Mc 9, 7)” (n. 459).

            4) El Verbo se encarnó para hacernos ‘partícipes de la naturaleza divina’ (2 Pe 1, 4): ‘El Hijo Unigénito de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, asumió nuestra naturaleza, para que, habiéndose hecho hombre, hiciera dioses a los hombres’ (Santo Tomás de Aquino, Oficio de la festividad del Corpus)” (n. 460).

            - La Encarnación. La fe en la verdadera Encarnación del Hijo de Dios es el signo distintivo de la fe cristiana. Pero, ¿qué significa ‘Encarnación’ o que Jesús Dios se haya hecho hombre o haya tomado nuestra carne? Vamos a profundizar sobre esto. Creo que reflexionamos muy poco sobre el significado de esta gran verdad:

En cierta ocasión un hombre paseaba por el campo. Sin darse cuenta cayó en una zanja bastante profunda. Al caer se lastimó en una pierna, se rozó la espalda y la cara, pero no se rompió ningún hueso. Se levantó e intentó salir de la zanja, mas era demasiado profunda para él y no tenía dónde agarrarse e ir subiendo. Después de muchos intentos fallidos, se dio cuenta de que no era capaz de salir de allí por sí mismo. Empezó a gritar para que alguien lo sacara de la zanja. Al cabo de unas horas y cuando ya había perdido la esperanza de ser rescatado, se asomó una persona al borde de la zanja y vio al hombre caído. Esta persona quiso sacarlo del hoyo en que estaba. Fue a buscar una cuerda para echársela, para que se agarrara a ella y entonces el que estaba fuera de la zanja tiraría con fuerza hasta sacarlo fuera. Cuando estaban en esta operación, se acercó otra persona, se asomó y vio lo que estaba pasando. Esta tercera persona, en vez de tirar otra cuerda para que la agarrara el hombre caído, saltó él mismo dentro de la zanja y puso al que había caído sobre sus hombros y así lo pudo sacar de la zanja.

            Este ejemplo nos hace ver gráficamente las distintas maneras que tenemos de ayudar a los demás: 1) Podemos hacerlo desde arriba, sin mancharnos, sin exponernos al peligro; es cuando echamos la cuerda a los que están hundidos. 2) Podemos ayudar a los demás participando de la suerte del otro, sentir lo que él siente, pasar por lo que él pasa, elegir salir de nuestra comodidad y seguridad, quedarnos en su lugar para que el otro salga; es el que se tira a la zanja y lo pone sobre sus hombros para que suba.

            Alguien podrá preguntar, pero ¿qué pasa con el hombre que se tiró en la zanja para sacar al otro? ¿Se quedó él allí? ¿Cómo salió? Pues bien, en esa zanja se quedó ese hombre para siempre y así, cuando alguien más cae en la zanja, él está para subirlo sobre sus hombros y sacarlo de allí. Ese hombre que está tirando en la zanja es Jesús. Él nos saca a todos los que vamos cayendo a lo largo de los siglos y a lo largo de nuestra vida.

Recuerdo que en 1989 estaba en clase de Derecho Canónico en la Universidad Gregoriana de Roma. Nos impartía la clase un jesuita español y, no sé cómo vino a cuento, pero nos narró la siguiente experiencia: hacía unos años unos jesuitas jóvenes se habían marchado del convento en Barcelona y habían ido a vivir a uno de los barrios más marginales y pobres de la ciudad. Desde allí, en una vivienda como la de la gente que habitaba allí, ayudaban a todos y compartían la suerte de todos ellos: en la comida, en el frío, en la inseguridad ciudadana, en las calles sin asfaltar, etc. En cierta ocasión, los jesuitas jóvenes acudieron a una reunión de jesuitas en el centro de Barcelona y criticaron abiertamente la comodidad de los mayores y el no vivir el evangelio con radicalidad. Ellos sí que lo estaban haciendo. En aquellos momentos este sacerdote jesuita que nos daba la clase en Roma les dijo: ‘No, vosotros no sois iguales ni vivís igualmente que los del barrio marginal de Barcelona’. Ellos dijeron que sí y contestaron de un modo muy alterado. Entonces este jesuita les replicó: ‘No, porque si os ponéis enfermos, nosotros os vamos a recoger y os vamos a traer a un hospital del centro de Barcelona y vosotros vais a aceptar. Si ya no queréis estar más en ese barrio y queréis otro destino de jesuita, el superior nuestro os dará ese nuevo destino... Sin embargo, esas personas y esos niños de ese barrio, si se ponen enfermos, no tienen opción de ir a buenos hospitales o de comprar mejores medicinas. Si quieren salir de ese barrio para otro ‘destino’, no van a poder hacerlo y van a tener que quedarse en su barrio. Por lo tanto no sois iguales que ellos ni compartís por entero su destino’.

            Lo que les estaba diciendo el jesuita mayor es que, aunque pareciera otra cosa, ellos, los jóvenes jesuitas, estaban ayudando a los que estaban caídos en la zanja… desde arriba, echándoles una cuerda, y no tanto desde el fondo de la zanja.

            Una vez hecha esta introducción con estos dos ejemplos, voy a entrar ya en el tema de la Encarnación. Dios pudo habernos salvado a base de varita mágica, a base de milagros, a base de ‘perdones’ desde arriba, desde su cielo, pero sin mancharse ni arrugarse. A Dios no le hacía falta compartir nuestra suerte para salvarnos, para sacarnos de la zanja, para llevarnos a su cielo. Sin embargo, Dios eligió participar de nuestra suerte, de nuestra caída en la zanja, de nuestra naturaleza humana. Esto último es lo que se llama ENCARNACION. Es decir, Dios se hizo hombre como nosotros. En las fiestas de Navidad celebramos que Jesús, el Hijo de Dios, nace entre nosotros, pero también celebramos que Jesús, el Hijo de Dios, se hizo hombre como nosotros.

            En efecto, Encarnación significa que Jesucristo tiene una naturaleza humana y otra Divina, y que su Persona, la Persona de Jesús es Divina. Por ello, cuando nace Jesús, nace en cuanto Dios y en cuanto hombre. Nace Jesús, nace la Persona Divina de Jesús. Esto es imposible de comprender para la mente humana: ¡Dios no puede nacer!, PERO NACE.

            Encarnación significa que Él, que es rico y fuente de todos los bienes y de todas las riquezas, se hace pobre y miserable por nosotros; Encarnación significa que Él, que está arriba, se abaja por nosotros; Encarnación significa que Él, que está en los Cielos, viene a la tierra; Encarnación significa que Él, que es santo, se deja tocar por nuestra suciedad, por nuestro egoísmo, por nuestra soberbia…, por nuestro pecado.

            Encarnación significa que María es la Madre de Dios, porque es la Madre de Jesús, de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. No sólo es Madre de la naturaleza humana, sino también de la Persona Divina.

            Encarnación significa que en la cruz muere, no sólo la naturaleza humana de Jesús, sino también la Persona Divina de Jesús. Por ello decimos que en la cruz muere Dios. Si no fuera así, entonces su Encarnación no sería auténtica, sino más bien un añadido a la Persona Divina, que se quita cuando se quiere. Para Jesús su naturaleza humana no es simplemente una especie de traje de actor que se puso para venir a representar una obra de teatro aquí a la tierra durante 33 años.

            Esta Encarnación se ve reflejada en los textos del evangelio donde si dice: “El niño crecía y se fortalecía; estaba lleno de sabiduría, y gozaba del favor de Dios” (Lc. 2, 40). “Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en aprecio ante Dios y los hombres” (Lc. 2, 52). O los pasajes en los que se ve a Jesús con miedos, lágrimas, angustias, dolido, con furor, comiendo, bebien­do, alegre, etc. Jesús tuvo que aprender todo como nosotros: a leer, escribir, hablar, comer, trabajar, andar, etc. Él no nació aprendido. Él fue aprendiendo, descubriendo en sí su Naturaleza Divina, su misión. Como nosotros que nos vamos haciendo a medida que transcurre la vida.

            Pues bien, si Cristo nació y vivió en línea encarnacional, así tenemos nosotros que hacerlo. Habitualmente no tenemos hilo directo con Dios, con mensajes en sueños o apariciones milagrosas. Dios nos habla por medios terrenales y sensi­bles: por otros hombres, por la Biblia, por la Iglesia, por los sacramentos. Dios se nos comunica en nuestro dolor, alegría, enfermedad, estado (casado, viudo, soltero, monja, etc.), en las circunstancias de paro o de trabajo. Y nosotros hemos de usar habitualmente esos medios terrenales y sensibles para comunicarnos con Él.