jueves, 14 de agosto de 2025

Domingo XX del Tiempo Ordinario (C)

17-8-2025                   DOMINGO XX TIEMPO ORDINARIO (C)

                                                  Jr. 38, 4-6.8-10; Slm. 39; Hb. 12, 1-4; Lc. 12,49-53

Homilía en vídeo.  

Homilía de audio.  

Queridos hermanos:

La primera lectura de hoy nos habla del profeta JEREMÍAS. Para mí fue él la puerta que me introdujo en la riqueza maravillosa del Antiguo Testamento. Hasta entonces éste había sido un cúmulo de historias, de narraciones, de batallas, de un Dios terrible y extraño, pero, a partir de conocer un poco al profeta Jeremías, descubrí un Dios cercano, cariñoso, amigo de los hombres y que acompañaba a los creyentes de todos los tiempos: los del Antiguo Testamento y los del Nuevo Testamento, los de entonces y los de ahora.

Vamos a conocer y profundizar en algunas cosas del profeta Jeremías:

- Jeremías fue llamado por Dios a realizar una labor profética siendo aún muy joven. Por eso, en un primer momento se resiste y pone excusas a Dios: “¡Ay, Señor! Mira que no sé hablar, porque soy demasiado joven” (Jr. 1, 6). Pero el Señor le deja sin esas excusas, ya que Jeremías no tendrá que profetizar basado en sus fuerzas o conocimientos, sino en la fuerza y en la sabiduría de Dios y, además, le dice cuál va a ser su tarea: “El Señor me dijo: ‘No digas: ‘Soy demasiado joven’, porque tú irás adonde yo te envíe y dirás todo lo que yo te ordene. No temas delante de ellos, porque yo estoy contigo para librarte –oráculo del Señor –’. El Señor extendió su mano, tocó mi boca y me dijo: ‘Yo pongo mis palabras en tu boca. Yo te establezco en este día sobre las naciones y sobre los reinos, para arrancar y derribar, para perder y demoler, para edificar y plantar’” (Jr. 1, 7-10).

- Jeremías era un joven sensible y tímido, pero Dios lo sacó con fuerza de su vida tranquila para ser su voz en medio de las desgracias y de los pecados de su pueblo. Jeremías se sentía en medio de una tempestad, de un huracán que tiraba de sí y lo desgarraba interiormente: Por una parte estaban su propia timidez y sensibilidad que lo impulsaba a lo bueno, a congraciarse con la gente; por otra parte tenía ante sí los pecados e idolatrías de sus coetáneos, que lo herían en lo más profundo de su ser; y, finalmente, estaba Dios que tiraba de él para que fuera su voz, su denuncia ante los judíos.

            - En tantas ocasiones Jeremías tuvo que denunciar los pecados a la cara de sus vecinos: Denunció a los labradores, a los comerciantes, a los sacerdotes, a los falsos profetas, a los gobernantes, a los reyes y se enemistó con todos ellos. En cierta ocasión Jeremías se enfrentó con el profeta Ananías. Dios le había dicho a Jeremías que se pusiera un yugo sobre sus hombros para simbolizar que el pueblo iba a ser esclavizado por extranjeros (Jr. 27, 2). Así lo hizo, pero entonces Ananías “quitó el yugo del cuello de Jeremías y lo rompió” y negó que esto fuera a ser cierto (Jr. 28, 10). A esto respondió Jeremías: “‘¡Escucha bien, Ananías! El Señor no te ha enviado, y tú has infundido confianza a este pueblo valiéndote de una mentira. Por eso, así habla el Señor: Yo te enviaré lejos de la superficie del suelo: este año morirás, porque has predicado la rebelión contra el Señor’. El profeta Ananías murió ese mismo año” (Jr. 28, 15-17). Otro caso de denuncia nos los narra la primera lectura de hoy. Él hablaba en nombre de Dios y muchos tergiversaron sus palabras y lo acusaron de desmoralizar a los soldados que luchaban contra el enemigo. Como castigo a Jeremías lo echaron a un pozo lleno de barro para que se muriera de hambre y sed.

            - Todos los profetas nos han dejado, al lado de sus profecías, algunas experiencias íntimas de su relación con Dios y/o de lo que sentían en su interior. Pero el que más escritos íntimos nos ha dejado ha sido Jeremías. Por ellos podemos conocer lo que él sintió, lo que sintieron otros profetas y cualquier creyente que se relaciona con Dios de un modo serio y profundo:

            a) Jeremías se sentía odiado y repudiado por tanta gente de su pueblo, al que él amaba y para el que buscaba todo bien. Sí, Jeremías buscaba el bien de la gente y ésta reaccionaba con ira y odio: ¡Qué desgracia, madre mía, que me hayas dado a luz, a mí, un hombre discutido y controvertido por todo el país! Yo no di ni recibí nada prestado, pero todos me maldicen […] Yo no me senté a disfrutar en la reunión de los que se divierten; forzado por tu mano, me mantuve apartado, porque tú me habías llenado de indignación (Jr. 15, 10.17).

            b) Pero lo que más le dolió fue el comprobar que sus familiares y sus mismos amigos más íntimos lo habían traicionado: Oía los rumores de la gente: ‘¡Terror por todas partes! ¡Denúncienlo! ¡Sí, lo denunciaremos!’ Hasta mis amigos más íntimos acechaban mi caída: ‘Tal vez se le pueda seducir; lo podremos y nos vengaremos de él (Jr. 20, 10).

            c) Por eso, de sus labios surgió un grito desgarrador, que en tantas ocasiones ha sido imitado por muchos hombres a lo largo de la historia: ¡Maldito el día en que nací! ¡El día en que mi madre me dio a luz jamás sea bendecido! ¡Maldito el hombre que dio a mi padre la noticia: ‘Te ha nacido un hijo varón’, llenándolo de alegría! […] ¿Por qué no me hizo morir en el seno materno? ¡Así mi madre hubiera sido mi tumba y nunca me habría dado a luz! ¿Por qué salí del vientre materno para no ver más que pena y aflicción, y acabar mis días avergonzado? (Jr. 20, 14-15.17-18).

d) Algunas de las consecuencias de ser fiel a Dios fueron su soledad, la incomprensión, el rechazo y el odio de la gente. Al sentirse solo y desamparado, Jeremías se vuelve y se entrega por entero a Dios, y se establece entre los dos un diálogo maravilloso: Cuando encontraba tus palabras, yo las devoraba, tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón (Jr. 15, 16). Y Dios le respondía: Si vuelves a mí, yo te haré volver, y estarás a mi servicio; si separas lo precioso de la escoria, tú serás mi portavoz. Que vuelvan ellos a ti, no tú a ellos. Yo te pondré frente a este pueblo como una muralla de bronce inexpugnable. Lucharán contra ti, pero no te vencerán, porque yo estoy contigo para salvarte y librarte (Jr. 15, 19-20).

            e) Sin embargo, hubo tantos momentos en los que Jeremías dudó, tuvo miedo y quiso abandonar su misión y a Dios. ¡Tú me has seducido, Señor, y yo me dejé seducir! ¡Me has violado y me has podido! Soy motivo de risa todo el día, todos se burlan de mí. Entonces dije: ‘No lo voy a mencionar, ni hablaré más en su Nombre’. Pero había en mi corazón como un fuego abrasador, encerrado en mis huesos: me esforzaba por contenerlo, pero no podía (Jr. 20, 7.9). Por eso, Jeremías fue fiel a Dios durante toda su vida hasta que el último aliento salió de su boca y cerró los ojos para siempre.

            Por todo ello, la Iglesia hoy nos pone estos textos para animarnos en estos tiempos difíciles en los que estamos. Así, en la segunda lectura nos dice San Pablo: “Una nube ingente de testigos nos rodea: por tanto, quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retiramos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús […] No os canséis ni perdáis el ánimo”.

miércoles, 13 de agosto de 2025

Homilías semanales EN AUDIO: semana XIX del Tiempo Ordinario

Deuteronomio 10, 12-22; Salmo 147; Mateo 17, 22-27

Homilía de santa Clara de Asís

 

 

Deuteronomio 31, 1-8; Deuteronomio 32,3-4a.7.8.9.12; Mateo 18,1-5.10.12-14

Homilía martes XIX del Tiempo Ordinario 

 

 

Deuteronomio 34, 1-12; Salmo 65; Mateo 18, 15-20

Homilía miércoles XIX del Tiempo Ordinario

Asunción de María (C)

 15-8-2025                   ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA (B)

                                   Ap. 11,19a;12,1.3-6a.10ab; Slm. 44; 1 Co. 15,20-27a; Lc. 1,39-56

Homilía en vídeo.  

Homilía en audio

Queridos hermanos:

            El rito de la luz y las velas está presente en la liturgia cristiana, en la católica. Por ejemplo, cuando se realiza un bautizo el sacerdote coge una vela y la acerca al cirio pascual, que representa la luz de Cristo, y entrega esa vela encendida al recién bautizado a través de sus padres y padrinos. Es la luz de Cristo la que recibimos. A la hora de morir, en nuestro funeral, también el cirio pascual está presente. Cristo nos da su luz al empezar la vida y al terminar esta vida terrena. Asimismo, en la Vigilia Pascual todos los asistentes a la celebración llevamos en nuestras manos velas para coger el fuego del cirio, que representa a Cristo resucitado.

            Hemos de caminar a lo largo de nuestra vida con esa vela encendida (la luz de Jesús). Esa luz que nos guía e ilumina, esa luz que nos calienta, esa luz que sirve también de guía e iluminación para otros, esa luz que hemos de ir pasando a otros, como a nosotros nos fue entregada.

            Esa luz, que representa a Cristo en nuestras vidas y nuestra fe, sufre muchas veces a la intemperie, le soplan los vientos y en ocasiones casi se apaga (son las dudas y los dolores o las alegrías que nos hacen encerrarnos en nosotros mismo u olvidarnos de Dios; los escándalos de si este cura o esta obispo hizo esto o lo otro; las cosas que no entendemos: si la Virgen es virgen o no, si resucitaremos o todo se acaba aquí…) o se apaga totalmente, como cuando perdemos la fe o la descuidamos. Entonces Cristo Jesús directamente o a través de otras personas vuelve a encendernos esa luz, si nos dejamos.

            Lo mismo que he dicho hasta ahora, sucedió con la Virgen María: Ella recibió la luz de Cristo de manos del arcángel Gabriel. Enseguida, con esa vela encendida, “María se puso de camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel”. Y ésta se alegró grandemente; tanto que hasta la criatura que llevaba en su vientre saltó y también se alegró de oír la voz de María. A lo largo de su vida cuidó María su luz, se sirvió de ella para caminar y la transmitió a otras personas. Vemos cómo María acompañaba a Jesús y, cuando éste fue crucificado, estuvo al lado de sus discípulos, de la Iglesia para animarla, para decir a los cristianos, como en las bodas de Caná: “Haced lo que Él os diga”. Hace muchos años la Virgen transmitió la luz de Cristo a unos cuantos hombres y mujeres, que a su vez la fueron dando a otras personas hasta que alcanzó a todo el mundo. Hoy también hemos de hacer nosotros como la Virgen María entonces.

            -María fue fiel hija de Dios Padre y siempre llevó la luz de Dios con gratitud y con humildad.

-María fue fiel Madre del Dios Hijo y supo ser madre y a la vez no interferir en la misión de Jesús, sino animarle y secundarle. Jesús salió de su vientre, pero no era suyo. De esto han de aprender las madres, los padres, los curas, los maestros… Los demás son libres y tienen su propio camino.

-María fue fiel esposa de Dios Espíritu Santo y, dócil a sus indicaciones, es modelo para todos nosotros.

Pidamos la intercesión de María sobre nosotros para que nos ayude a ser un poco como ella fue y es, y llevemos la luz que Cristo puso en nuestra vela como ella la llevó durante su vida terrena.

AMEN

jueves, 7 de agosto de 2025

Domingo XIX del Tiempo Ordinario (C)

10-8-2025                   DOMINGO XIX TIEMPO ORDINARIO (C)

Sb. 18, 6-9; Slm. 32; Hb. 11, 1-2.8-19; Lc. 12,32-48

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Homilía de audio.  

Queridos hermanos:

            Hace un tiempo estaba dirección espiritual con una persona que me decía: ‘No me extraña que muchas personas no quieran pertenecer a la Iglesia, porque no ven en nosotros, los cristianos, lo que debemos de ser. Por ejemplo, yo sé lo que el Señor me pide y no soy capaz, después de tantos años, de dárselo y de obedecerle en todo lo que me dice’. Pienso que esta frase puede ser suscrita por la inmensa mayoría de nosotros. Sí, nosotros somos en muchas ocasiones como un enorme tapón o muro para que otras personas descubran y sigan la fe en Jesucristo. Sí, muchas veces nos cuesta aceptar, creer y vivir en consonancia y coherencia con el evangelio, por ejemplo, con el que acabamos de escuchar: “No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón […] Estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre […] Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá”.

            Estas palabras fueron pronunciadas hace 2000 años. ¿Cómo hemos de hacer para llevarlas a efecto y a nuestras vidas?  ¿Cómo hemos de hacer para que no se queden en bellas palabras, pero vacías y lejanas de nuestras vidas? ¿Cómo hacerlas realidad para que la vida con Cristo y en la Iglesia sea atractiva para tanta gente que nos rodea?

- El Papa Francisco lo tenía claro y a los jóvenes que participaron en la Jornada Mundial de la Juventud en Brasil (2013) les dijo lo que Dios esperaba de ellos (pero es que Dios también espera esto mismo de todos nosotros). Escuchemos al Papa hablando a los jóvenes argentinos: “Quisiera decir una cosa. ¿Qué es lo que espero como consecuencia de la Jornada de la Juventud? Espero lío […] Quiero lío en las diócesis; quiero que se salga afuera; quiero que la Iglesia salga a la calle; quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos. Las parroquias, los colegios, las instituciones son para salir. Si no salen se convierten en una ONG ¡y la Iglesia no puede ser una ONG! Que me perdonen los obispos y los curas, si alguno después les arma lío a ustedes, pero es el consejo. Gracias por lo que puedan hacer. Miren, yo pienso que en este momento esta civilización mundial se pasó de ‘rosca’, se pasó de ‘rosca’, porque es tal el culto que ha hecho al dios dinero, que estamos presenciando una filosofía y una praxis de exclusión […] Por eso creo que tienen que trabajar. Y la fe en Jesucristo no es broma, es algo muy serio. Es un escándalo que Dios haya venido a hacerse uno de nosotros; es un escándalo, que haya muerto en la cruz; es un escándalo: el escándalo de la cruz. La cruz sigue siendo escándalo, pero es el único camino seguro: el de la cruz, el de Jesús, la encarnación de Jesús. Por favor, ¡no licuen la fe en Jesucristo!, hay licuado de naranja, hay licuado de manzana, hay licuado de banana pero, por favor, ¡no tomen licuado de fe! ¡La fe es entera; no se licua; es la fe en Jesús! Es la fe en el Hijo de Dios hecho hombre que me amó y murió por mí. Entonces hagan lío”.

1) Tenía toda la razón el Papa Francisco al pedirnos que hiciéramos LÍO en el mundo que nos rodeaba, a las personas que nos rodeaban, en las parroquias en las que estábamos, en las diócesis en las que estábamos, en las familias, los pueblos y ciudades en los que estábamos, en nuestros centros de trabajo y de estudio…

2) Pero… ninguno de nosotros podemos hacer LÍO fuera y en lo que nos rodea, si antes no hemos dejado a Dios que haga LÍO en nuestro interior. No. Nadie puede dar lo que no tiene. Hemos de ser honestos con nosotros mismos, con los demás y con Dios. Hemos de probar la medicina de Dios antes de dársela a los demás. En caso contrario, seríamos unos hipócritas o, como decía el Papa Francisco, tendríamos una fe licuada.

3) Una fe licuada es cuando tenemos miedo y no nos fiamos de Dios. “No temas, pequeño rebaño”. Como dice un famoso locutor de radio, no tenemos que ser ‘Mariacomplejines’. Fuera los complejos de nuestra fe y de nuestro ser cristiano. No nos avergoncemos de Dios ni de su evangelio ni de su Iglesia. Reconocemos nuestros errores y pecados. Son los nuestros, pero sabemos bien de quién nos hemos fiado: de Dios. En Él no hay pecados ni errores. Por eso, no debemos temer a nada ni a nadie.

4) Una fe licuada es cuando ponemos nuestro corazón en las cosas materiales y en los reconocimientos humanos, y no en Dios: “Vended vuestros bienes y dad limosna […] Porque donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón”.

5) Una fe licuada es dar poco a Dios y a los hombres, y Jesús nos dijo muy claramente: “Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá”. Por eso, el Papa Francisco, al visitar una favela en Brasil, dijo: Cuando somos generosos en acoger a una persona y compartimos algo con ella —algo de comer, un lugar en nuestra casa, nuestro tiempo— no nos hacemos más pobres, sino que nos enriquecemos. Ya sé que, cuando alguien que necesita comer llama a su puerta, siempre encuentran ustedes un modo de compartir la comida; como dice el proverbio, siempre se puede «añadir más agua a los frijoles». Y lo hacen con amor, mostrando que la verdadera riqueza no está en las cosas, sino en el corazón […] Nadie puede permanecer indiferente ante las desigualdades que aún existen en el mundo. Que cada uno, según sus posibilidades y responsabilidades, ofrezca su contribución para poner fin a tantas injusticias sociales. No es la cultura del egoísmo, del individualismo, que muchas veces regula nuestra sociedad, la que construye y lleva a un mundo más habitable, sino la cultura de la solidaridad; no ver en el otro un competidor o un número, sino un hermano […] Sólo cuando se es capaz de compartir, llega la verdadera riqueza; todo lo que se comparte se multiplica. La medida de la grandeza de una sociedad está determinada por la forma en que trata a quien está más necesitado, a quien no tiene más que su pobreza […] Ciertamente es necesario dar pan a quien tiene hambre; es un acto de justicia. Pero hay también un hambre más profunda, el hambre de una felicidad que sólo Dios puede saciar.

 

¡Señor, danos una fe entera y no permita que vivamos una fe licuada!

miércoles, 30 de julio de 2025

Domingo XVIII del Tiempo Ordinario (C)

3-8-2025                     DOMINGO XVIII TIEMPO ORDINARIO (C)

                                           Ecl. 1,2; 2,21-23; Slm. 89; Col. 3,1-5.9-11; Lc. 12,13-21

Homilía en vídeo.  

Homilía de audio.  

Queridos hermanos:

Jesús se fue convirtiendo, con el paso del tiempo, en un hombre, en un profeta y en un maestro que era referente para toda la gente de Israel: le presentaban enfermos para que los curase, escuchaban sus palabras, le preguntaban todas las dudas, le pedían que les enseñase a orar, y también (como hoy) le pedían que intermediara en problemas de familiares (Marta y María, y en casos de herencias). Como veis, estos problemas de las herencias no suceden sólo ahora, sino que ya hace 2000 años también estaban presentes. Vamos a analizar el caso y veremos las enseñanzas que Jesús deseaba que aprendieran los que le escucharon entonces, pero que igualmente nosotros hoy día podemos y debemos aprender de Él.

            Por lo visto, unos padres murieron. Estos padres tenían dos hijos y ambos debían heredar, bien fuera mitad por mitad, bien fuera un porcentaje uno y otro porcentaje distinto el otro hijo. Pero parecer ser que uno de los hijos se quedó con toda la herencia y no quería dar nada a su hermano. Por eso, el hermano al que no se le había dado su parte se quejó a Jesús diciendo: “Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia”. Jesús, al conocer el caso, podía haber adoptado dos posiciones: 1) ‘¡Qué razón tiene este hombre y tengo que hacer lo posible para que el hermano le entregue, en justicia, lo que es suyo y lo que los padres les dejaron para ambos’. Esto es lo que todos esperábamos que hiciera Jesús: que diera a cada uno lo suyo, pues eso era lo justo. 2) También es cierto que Jesús podía haber dicho: ‘¡Ay, ay, ay! A mí no me metáis en líos de dinero. Yo sólo estoy para las cosas espirituales y de Dios. Paisano, vete al juzgado y denuncia los hechos, y que el juez te dé lo que te corresponde por testamento (si lo hay) o por ley’. Bueno, en este caso podríamos haber dicho que Jesús se había lavado las manos, aunque era correcto el consejo que le daba.

Sin embargo, Jesús no dijo ni lo primero ni lo segundo. Jesús dijo otra cosa que desconcertó entonces al que pedía su parte de la herencia y a los que escucharon sus palabras. En efecto, dijo Jesús: “Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?” Ésta parece que es la segunda respuesta, es decir, que Jesús se desentendía de aquel lío, pero, y aquí está lo importante, añadió: Guardaros de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”. Y Jesús termina el evangelio diciendo que no hay que amasar riquezas para sí, sino ser rico ante Dios. Vamos a profundizar en estas palabras de Jesús:

            1) Lo peor del caso que presentan a Jesús no es que un hermano robe a otro lo que en justicia le debe. NO. Lo peor es que el hermano, que se quedó con toda la herencia, puso por encima del amor a su hermano, por encima de la voluntad de sus padres, por encima de lo que era justo…, puso su codicia y su amor y su apego a las cosas materiales por encima de todo lo demás: Para este hombre eran más importante las cosas materiales que su hermano, las cosas materiales que sus padres, las cosas materiales que la justicia, las cosas materiales que la mala fama que pudiera tener por su comportamiento ante sus vecinos y conocidos, las cosas materiales que la voluntad de Dios.

            2) Pero Jesús también vio en el hermano que se había quedado sin nada, además de la injusticia que le había hecho su hermano de sangre, que en su corazón también había: a) codicia de las cosas materiales, b) rencor y odio contra su hermano, y c) un deseo de utilizar lo más sagrado (la mediación de Jesús y de Dios) para conseguir sus fines y objetivos. Y sus fines eran recobrar las cosas que eran suyas, acrecentar la mala fama de su hermano, y vencer a su hermano y humillarlo cuando tuviera que repartir a la fuerza con él la herencia. Todo esto lo observó Jesús. Por eso dijo refiriéndose a los dos hermanos (al que se había quedado con todo y al que se había quedado sin nada), pero también refiriéndose a todos los que escuchaban sus palabras: “Guardaros de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”.

            3) Todos hemos nacido desnudos y sin poseer nada. Todos moriremos desnudos (bien porque al incinerarnos nos quemen la ropa o mortaja que nos pongan al morir, bien porque esa ropa no nos sirva de nada en la sepultura) y sin podernos llevar nada para allá. Mirad el ejemplo de los faraones: Amontonaban riquezas, se las metían todas en sus tumbas y pirámides hasta que, con el paso del tiempo, se las fueron robando. Por eso, dice la primera lectura: “Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado”. Tantas veces he sido testigo de dinero y bienes logrados por una familia o unos padres, para que los descendientes lo dilapiden en unos pocos años. Por ello, no nos agotemos en ganar y acaparar bienes materiales, pues nuestra vida eterna no depende de nuestros bienes y lo que importa es ser rico ante Dios y no ante los demás.

Hace unos años hubo un accidente ferroviario en Santiago de Compostela; murieron 79 personas. Cada uno tenía sus estudios, sus ilusiones, sus bienes materiales…, pero nada de eso les sirve ahora. Fueron llamados por la muerte cuando menos lo esperaban. Ahora sólo les importa si eran ricos ante Dios y no ante sí mismos o ante los demás. Por eso, en la segunda lectura se nos dice a todos: “Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra […] No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos del hombre viejo, con sus obras, y revestíos del nuevo”.

4) La codicia es el deseo obsesivo e irrefrenable de tener cosas materiales y que éstas sean lo principal en la vida. Se aman las cosas con todo el corazón, con toda la mente, con todo el ser y con toda el alma. Por eso, la codicia, como dice la segunda lectura, es una idolatría, o sea, un falso Dios, que produce frutos terribles:

* ira y rencillas entre los hombres: Necesitamos comer, vestidos, vivienda, descanso, cultura, etc., pero muchas veces queremos más cosas y por las cosas nos peleamos: recuerdo que supe el caso de una mujer que hace unos años se enfadó porque se repartió un plus de productividad en su empresa y a otros se lo dieron y a ella no. Tenía toda la razón, humanamente hablando, pero la codicia le hizo mirar mal, a partir de entonces, a los compañeros, a los jefes, no dormir, murmurar, trabajar a disgusto, etc. O también tenemos ejemplos de tantas familias rotas por las herencias.

* Envidia: la persona que es poseída por la codicia siente envidia de otras personas que tienen cosas materiales, o se enfadan con otras personas que se las pueden quitar.

* Ansiedad, nerviosismo y falta de paz: Se desea un coche mejor, una casa mejor, un abrigo mejor, una bicicleta mejor. Se desea más dinero, por eso se trabaja más horas, se juega a juegos de azar y se procura no gastar y que otros gasten para uno (caso de mi prima y su pretendido novio). El corazón de uno lo ocupan las cosas, nunca se tiene bastante y roban la paz de nuestro ser.

* Afecta a las relaciones familiares y a la educación de los hijos: Por ejemplo, la codicia produce que un padre o una madre no puedan tratar mucho con sus hijos ni los eduquen por estar más pendientes de sus trabajos, de sus éxitos profesionales, de conseguir más bienes materiales que… de sus hijos. Supe de un caso en que un padre reñía a su hijo en medio de una discusión: ‘Todo el día traba­jando para traerte cosas y así me lo pagas’. Y el hijo contestaba: ‘Eso; tú me has dado cosas: ropas, moto, viajes, etc., pero no me has dado cariño. Cuando yo tenía problemas o quería jugar contigo, tú nunca tenías tiempo’.

* La codicia endurece el corazón del hombre contra el hombre.

* La codicia también produce alejamiento de Dios: ‘Trabajo toda la semana y, para un día que puedo dormir, no voy a ir a Misa; además, para ser un buen cristiano no hace falta ir a Misa’. Y éste, que es ‘buen cristiano’, no tiene tiempo para Dios, para escuchar su Pala­bra, para rezarle, para estar con otros cristianos. Ya lo dice Jesús: "No se puede servir a Dios y al dinero. Porque se aborre­cerá a uno y se amará al otro". Dice Jesús: Quien ama al dinero, a las cosas, aborrece a Dios.

            Para terminar os voy a dar dos buenos remedios contra la codicia, son unos remedios infalibles: * Haced pocos gastos superfluos y evitaréis rodearos de tantos ‘cacharritos’: cosas innecesarias. * Dad limosnas y así seréis ricos para Dios, aunque al final de la vida tengáis menos cosas materiales de vuestra propiedad.