jueves, 26 de junio de 2025

San Pedro y san Pablo (C)

29-6-25                                  SAN PEDRO Y SAN PABLO (C)

Hch. 12,1-11; Slm. 33; 2 Tm. 4, 6-8.17-18; Mt. 16, 13-19

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Homilía en audio.  

Queridos hermanos:

            Seguimos en este domingo profundizando en algunos principios de la Doctrina Social de la Iglesia

4. La participación:

Consecuencia característica de la subsidiaridad es la participación, que se expresa, esencialmente, en una serie de actividades mediante las cuales el ciudadano, como individuo o asociado a otros, directamente o por medio de los propios representantes, contribuye a la vida cultural, económica, política y social de la comunidad civil a la que pertenece. La participación es un deber que todos han de cumplir conscientemente, en modo responsable y con vistas al bien común. La participación no puede ser delimitada o restringida a algún contenido particular de la vida social […] Desde esta perspectiva, se hace imprescindible la exigencia de favorecer la participación” (nº 189 del Compendio). La participación en la vida comunitaria no es solamente una de las mayores aspiraciones del ciudadano, llamado a ejercitar libre y responsablemente el propio papel cívico con y para los demás, sino también uno de los pilares de todos los ordenamientos democráticos, además de una de las mejores garantías de permanencia de la democracia. El gobierno democrático, en efecto, se define a partir de la atribución, por parte del pueblo, de poderes y funciones, que deben ejercitarse en su nombre, por su cuenta y a su favor; es evidente, pues, que toda democracia debe ser participativa. Lo cual comporta que los diversos sujetos de la comunidad civil, en cualquiera de sus niveles, sean informados, escuchados e implicados en el ejercicio de las funciones que ésta desarrolla” (nº 190 del Compendio). Esta dimensión de la participación muestra un derecho, pero también muestra un deber. El derecho de participar y el deber de participar.

5. La solidaridad:

“Nunca como hoy ha existido una conciencia tan difundida del vínculo de interdependencia entre los hombres y entre los pueblos, que se manifiesta a todos los niveles[1] […] Junto al fenómeno de la interdependencia y de su constante dilatación, persisten, por otra parte, en todo el mundo, fortísimas desigualdades entre países desarrollados y países en vías de desarrollo, alimentadas también por diversas formas de explotación, de opresión y de corrupción, que influyen negativamente en la vida interna e internacional de muchos Estados” (nº 192 del Compendio). Las nuevas relaciones de interdependencia entre hombres y pueblos deben transformarse en relaciones que tiendan hacia una verdadera y propia solidaridad ético-social, que es la exigencia moral inscrita en todas las relaciones humanas. La solidaridad se presenta, por tanto, bajo dos aspectos complementarios: como principio social y como virtud moral (nº 193 del Compendio).

El mensaje de la Doctrina Social acerca de la solidaridad pone en evidencia el hecho de que existen vínculos estrechos entre solidaridad y bien común, solidaridad y destino universal de los bienes, solidaridad e igualdad entre los hombres y los pueblos, solidaridad y paz en el mundo [….] superando cualquier forma de individualismo y particularismo” (nº 194 del Compendio).

6. Valores fundamentales:

“La Doctrina Social de la Iglesia, además de los principios que deben presidir la edificación de una sociedad digna del hombre, indica también valores fundamentales […] Todos los valores sociales son inherentes a la dignidad de la persona humana, cuyo auténtico desarrollo favorecen; son esencialmente: la verdad, la libertad, la justicia, el amor. Su práctica es el camino seguro y necesario para alcanzar la perfección personal y una convivencia social más humana” (nº 197 del Compendio).

La verdad. Vivir en la verdad tiene un importante significado en las relaciones sociales: la convivencia de los seres humanos dentro de una comunidad, en efecto, es ordenada, fecunda y conforme a su dignidad de personas, cuando se funda en la verdad. Las personas y los grupos sociales cuanto más se esfuerzan por resolver los problemas sociales según la verdad, tanto más se alejan del arbitrio y se adecúan a las exigencias objetivas de la moralidad” (nº 198 del Compendio).

La libertad. “Toda persona humana, creada a imagen de Dios, tiene el derecho natural de ser reconocida como un ser libre y responsable. El derecho al ejercicio de la libertad es una exigencia inseparable de la dignidad de la persona humana. No se debe restringir el significado de la libertad, considerándola desde una perspectiva puramente individualista y reduciéndola a un ejercicio arbitrario e incontrolado de la propia autonomía personal” (nº 199 del Compendio). El valor de la libertad, como expresión de la singularidad de cada persona humana, es respetado cuando a cada miembro de la sociedad le es permitido realizar su propia vocación personal; es decir, puede buscar la verdad y profesar las propias ideas religiosas, culturales y políticas; expresar sus propias opiniones; decidir su propio estado de vida y, dentro de lo posible, el propio trabajo; asumir iniciativas de carácter económico, social y político. Todo ello debe realizarse dentro de los límites del bien común y del orden público y, en todos los casos, bajo el signo de la responsabilidad” (nº 200 del Compendio).

La justicia. La justicia resulta particularmente importante en el contexto actual, en el que el valor de la persona, de su dignidad y de sus derechos, a pesar de las proclamaciones de propósitos, está seriamente amenazado por la difundida tendencia a recurrir exclusivamente a los criterios de la utilidad y del tener […] La justicia, en efecto, no es una simple convención humana, porque lo que es justo no está determinado originariamente por la ley, sino por la identidad profunda del ser humano” (nº 202 del Compendio). Por sí sola, la justicia no basta. Más aún, puede llegar a negarse a sí misma, si no se abre a la fuerza más profunda que es el amor. En efecto, junto al valor de la justicia, la Doctrina Social coloca el de la solidaridad, en cuanto vía privilegiada de la paz” (nº 203 del Compendio).

7. La vía del amor:

            “La caridad, a menudo limitada al ámbito de las relaciones de proximidad, o circunscrita únicamente a los aspectos meramente subjetivos de la actuación en favor del otro, debe ser reconsiderada en su auténtico valor de criterio supremo y universal de toda la ética social (nº 204 del Compendio). Los valores de la verdad, de la justicia y de la libertad, nacen y se desarrollan de la fuente interior de la caridad (nº 205 del Compendio).

            Ninguna legislación, ningún sistema de reglas o de estipulaciones lograrán persuadir a hombres y pueblos a vivir en la unidad, en la fraternidad y en la paz; ningún argumento podrá superar el apelo de la caridad […]En esta perspectiva la caridad se convierte en caridad social y política: la caridad social nos hace amar el bien común y nos lleva a buscar efectivamente el bien de todas las personas, consideradas no sólo individualmente, sino también en la dimensión social que las une” (nº 207 del Compendio).


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jueves, 19 de junio de 2025

Corpus Christi (C)

22-6-2025                                          CORPUS CHRISTI (C)

Gn. 14, 18-20; Slm. 109; 1 Co. 11, 23-26; Lc. 9,11b-17

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Queridos hermanos:

            En este domingo del Corpus y en el siguiente quisiera tratar los principios básicos que sostienen toda la Doctrina Social de la Iglesia. Esta Doctrina Social nos ayudará y enseñará a los católicos a realizar mejor eso que se nos propone como lema de este año: entregar nuestra vida a tantas personas dolientes, heridas, moribundas, solitarias, fracasadas, destrozadas, sin ilusión, sin futuro ni horizontes en sus vidas.

Esos siete principios son los siguientes:

1. El principio del bien común.

2. El destino universal de los bienes.

3. El principio de subsidiaridad.

4. El principio de participación.

5. El principio de solidaridad.

6. El principio de los valores, fundamentalmente estos cuatro: la verdad, la libertad, la justicia, el amor.

7. Finalmente, este último, el amor, es el valor principal, porque ha de ser el que dé UNIDAD a los demás valores.

Podríamos extendernos mucho sobre cada uno de ellos. Sin embargo, únicamente enunciaré algunos puntos de cada principio a fin de que queden claros. Mas no debo extenderme, pues estamos en el marco de una homilía y no en el de una conferencia o en el de una clase de universidad.

1. Principio del bien común:

Para la Doctrina Social de la Iglesia el principio del bien común es el primero de todos los principios: todos los bienes que existen en el mundo son bienes destinados para todos los seres humanos. La idea es clara: Dios creó todo lo que existe para todos los seres humanos, no solo para un grupo de personas. De ahí que el principio del bien común quiere mirar no solamente a un grupo de individuos, sino a todos los individuos; no a unas cuantas personas, sino a todas las personas. Por eso, este principio del bien común es una tarea que nos compete a todos, y de ahí que los bienes que existen sobre la tierra han de llegar a todos los seres humanos. Para nosotros, es un criterio que tiene que estar siempre claro y es el criterio que se exige en la conducción de la vida política; por eso, un político es aquel que debe trabajar el bien común y choca contra este principio cuando busca sus propios intereses, sus propios bienes o el bien particular; los bienes que hay en una nación son para todos y por eso se busca que haya una igualdad en la repartición de los bienes.

En defensa de este bien común debe de existir un sólido ordenamiento jurídico, la prestación de los servicios esenciales para las personas, algunos de los cuales son, al mismo tiempo, derechos del hombre: alimentación, habitación, trabajo, educación y acceso a la cultura, transporte, salud, libre circulación de las informaciones y tutela de la libertad religiosa. El bien común es un deber de todos los miembros de la sociedad: ninguno está exento de colaborar, según las propias capacidades, en su consecución y desarrollo.

La responsabilidad de buscar y construir el bien común compete, además de las personas particulares, también al Estado, porque el bien común es la razón de ser de la autoridad política. Pero el bien común de la sociedad y de los individuos no consiste únicamente en un simple bienestar socioeconómico. Se ha de ir más allá, pues el hombre no es solo materia. Como nos dice Jesús, “no solo de pan viven el hombre” (Mt. 4, 4a).

 

2. Principio del destino universal de los bienes:

El principio del bien común que guía la Doctrina Social de la Iglesia va muy unido al principio del destino universal de los bienes. Este principio nos recuerda a nosotros que todo cuanto existe tiene una dimensión y un destino universales (Gn. 1, 28-29). “Mediante el trabajo, el hombre, usando su inteligencia, logra dominar la tierra y hacerla su digna morada: De este modo se apropia una parte de la tierra, la que se ha conquistado con su trabajo: he ahí el origen de la propiedad individual. La propiedad privada y las otras formas de dominio privado de los bienes aseguran a cada cual una zona absolutamente necesaria para la autonomía personal y familiar, y deben ser considerados como ampliación de la libertad humana [...] al estimular el ejercicio de la tarea y de la responsabilidad, constituyen una de las condiciones de las libertades civiles (nº 176 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia). Sin embargo, “la tradición cristiana nunca ha aceptado el derecho a la propiedad privada como absoluto e intocable. Al contrario, siempre lo ha entendido en el contexto más amplio del derecho común de todos a usar los bienes de la creación entera: el derecho a la propiedad privada como subordinada al derecho al uso común, al destino universal de los bienes (nº 177 del Compendio).

 Por lo tanto, la propiedad privada ayuda a que las personas puedan tener un mínimo de espacio para vivir, para que se respete su libertad; sin embargo, cuando la propiedad privada se excede y viola el principio universal de los bienes, entonces, la propiedad privada ha de estar sujeta al principio universal de los bienes. Dios creó todas las cosas, no para un grupo, sino para todos. De tal manera es así, que hay que buscar caminos para una justa distribución de los bienes y de las riquezas.

3. Principio de la subsidiaridad:

En la búsqueda del progreso y el desarrollo de toda persona humana, de todo ser humano, hay un principio que no se tiene muchas veces en cuenta. Es el principio de la subsidiaridad. Cada ser humano tiene una responsabilidad, ante sí mismo y ante los demás, como cada grupo, como cada sociedad, pero hay limitaciones que nosotros tenemos, y es ahí donde se necesita el apoyo subsidiario. Es imposible promover la dignidad de la persona si no se cuidan la familia, los grupos, las asociaciones, las realidades territoriales locales, en definitiva, aquellas expresiones agregativas de tipo económico, social, cultural, deportivo, recreativo, profesional, político, a las que las personas dan vida espontáneamente y que hacen posible su efectivo crecimiento social. Es este el ámbito de la sociedad civil, entendida como el conjunto de las relaciones entre individuos y entre sociedades intermedias.” (nº 185 del Compendio). “No se puede quitar a los individuos y darlo a la comunidad lo que ellos pueden realizar con su propio esfuerzo e industria, y tampoco es justo quitar a las comunidades menores e inferiores lo que ellas pueden hacer y proporcionar y dárselo a una sociedad mayor y más elevada, ya que toda acción de la sociedad, por su propia fuerza y naturaleza, debe prestar ayuda a los miembros del cuerpo social, pero no destruirlos y absorberlos[1] (nº 186 del Compendio).


[1] Se refiere aquí a los totalitarismos, sean del signo que sean: de izquierdas o de derechas, en nombre de una religión o de otra, o por la acción de las multinacionales económicas que suplen y reemplazan gobiernos o estados.

jueves, 12 de junio de 2025

Santísima Trinidad (C)

15-6-2025                               SANTÍSIMA TRINIDAD (C)

Prov.8, 22-31; Slm. 8; Rm. 5, 1-5; Jn. 16, 12-15

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Queridos hermanos:

            En el día de hoy se celebra el domingo de la Santísima Trinidad y también en este día se celebra el domingo “Pro Orantibus”, es decir, por todos aquellos dedicados a la vida contemplativa: los fieles que están en conventos de clausura o fuera de ellos, y que su misión preferente es la de orar; orar al Dios Uno y Trino, y orar por toda la Iglesia y por todo el mundo.

            Voy a intentar profundizar un poco en algunas ideas que nos lleven a conocer y valorar la vida contemplativa que llevan hombres y mujeres en nuestra Iglesia desde el inicio de ella. Ellos oran por nosotros y por toda la humanidad.

            Cuenta S. Jerónimo de sí mismo que, siendo ya sacerdote y llevando una vida de privaciones, había algo de lo que no podía desprenderse: su biblioteca. Preciosa y valiosa biblioteca. Dice S. Jerónimo que ayunaba de comer manjares exquisitos, pero no podía pasar un solo día sin leer a Cicerón y otros clásicos de la literatura pagana. Hasta tal punto que, si intentaba leer los profetas o los evangelios, le horrorizaba su lenguaje inculto y los despreciaba en su interior. ‘Al no ver la luz, pues tenía los ojos ciegos, no me acaba de convencer que era por culpa de mis ojos y no del sol’, decía S. Jerónimo. Sucedió que, en una Cuaresma, cayó gravemente enfermo. Ya le daban por muerto y comenzaron a prepararle el entierro. En esta situación, S. Jerónimo se vio llevado ante Dios y allí le preguntaron de qué condición era, a lo que él respondió que era cristiano, pero se le replicó que eso era falso, que en todo caso él era ‘ciceroniano’, pues donde estaba su tesoro, allí estaba su corazón. Jerónimo no tenía razones para alegar, y se quedó sin palabras. Aquello era verdad. Sentía que su conciencia le atormentaba por haber buscado la alabanza y la gloria humana, y haberse recreado en ella. Así que comenzó a gritar al Señor y a pedir misericordia. Se le concedió retornar a la vida humana con gran sorpresa de los que ya le tenían por muerto. Fue tal el vuelco que dio a su vida, que puso su corazón y, por tanto, su tesoro en la Sagrada Escritura y ha pasado a la historia de la Iglesia como un gran comentador de la Escritura. A él se debe la traducción al latín de la Biblia; es lo que se conoce como la Vulgata.

            Donde está tu tesoro, allí está tu corazón. Hoy la Iglesia, nuestra Madre,  en su liturgia nos abre su Tesoro. ¿Cuál es el Tesoro de la Iglesia? Es Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Nos lo abre y nos dice: 1) Tu corazón ponlo en el Padre. No busques otros apoyos, otras referencias. Confía en Dios, confía en su Providencia y su amor sobre ti. Él te guía y te acompaña siempre. El Padre del cielo cuida de ti. 2) Tu corazón ponlo en el Hijo. No busques otros señores. Él es nuestro único Señor. Jesús es la perla preciosa, y el tesoro escondido de que nos habla el Evangelio. Solo Él es el camino de la felicidad. 3) Tu corazón ponlo en el Espíritu Santo. No busques la vida en otras partes ni en otras cosas. El Espíritu es Señor y dador de vida. Solo Él puede darte la paz y el gozo verdadero.

            La Iglesia, además de abrirnos su Tesoro, también hoy nos abre su corazón y nos dice: En mi corazón están los hermanos y hermanas contemplativos. Hoy debéis rezar por ellos. Recordadlos y ayudadlos; ellos también necesitan de vuestra oración y cariño. El corazón de nuestra Iglesia diocesana está latiendo con la ofrenda de la vida y con la oración de los contemplativos. En nuestra archidiócesis hay clarisas en Villaviciosa. En Gijón hay agustinas y carmelitas descalzas, y en Oviedo hay benedictinas, salesas, agustinas, pasionistas y carmelitas descalzas. También hay seglares que llevan una vida apartada de oración, de silencio y de trabajo.

Los contemplativos no os olvidamos ante el Señor. No hace mucho le decía una amiga a una monja de clausura: ‘Tú te has ido, nos has dejado. Tú tienes vocación, pero a nosotros ¿qué nos va en ello…?’ Es verdad que se ha ido, pero no se ha alejado.

No os he dejado. Al contrario. Está más cerca, aunque, como el corazón, esté más dentro y, por eso, más escondida. Dios le ha dado esta vocación, porque le ama, porque ama a la Iglesia, porque ama a la humanidad, porque nos ama a nosotros, porque te ama a ti. Os va mucho en ello: la vocación contemplativa pertenece a todos los fieles y es para todos nosotros.

No me he alejado. Cuando un contemplativo está con Jesús en la oración, durante el día o durante la noche, nosotros estamos con él y con Él, como en una mesa de familia que Él, el Señor, preside y en la que nos está regalando su amor. El contemplativo procura servirnos, como una madre sirve a la mesa de sus hijos. Así, en la mesa de su corazón y de su oración estamos todos nosotros –con nuestras vidas, nuestras necesidades, nuestras preocupaciones, dudas, enfermedades, desesperanzas…- para ser presentados y escuchados por el Señor. Y Él, tan bueno, quiere que os sirva amor en abundancia, alegría de Espíritu, paz y paciencia. De este modo, desde el Corazón del Señor un contemplativo llega a nuestro corazón.

No os he dejado. Sí, es verdad, a muchos hermanos los contemplativos no los conocen ni nunca sabremos de ellos, pero han llegado a ser tan importantes que por cada uno y por los  contemplativos ofrecen con Jesús su vida cada día. Nadie debería sentirse solo; siempre, con la oración de los contemplativos, nos echan un cable, nos tienden la mano.

¿Es difícil darse cuenta de esta realidad? A veces sí, porque habitualmente no nos paramos a pensar que nuestro corazón está latiendo y regando nuestro cuerpo. Pero un día nos hacemos una herida y empieza a chorrear sangre y entonces nos percatamos que el corazón nos envía sangre a todo el cuerpo y tenemos vida. Por eso, a veces necesitamos tener heridas en el alma: insatisfacción, decepciones, fracasos, contrariedades, sufrimientos… para levantar nuestro corazón al cielo y saber que nuestra Vida es Dios. Solo Dios. Todo pasa y caminamos hacia Él. Pero estamos sostenidos, somos ayudados; alguien, una hermana o un hermano contemplativo, se acuerdan hoy de mí y puedo seguir caminando con confianza y llevar con paz y hasta con alegría mi cruz de cada día.

Allí donde está nuestro tesoro, allí está nuestro corazón. Fijaos lo que nos dice hoy la Iglesia: allí donde está mi tesoro, es decir, mi Dios Uno y Trino, allí está mi corazón, es decir, los hermanos y hermanas contemplativos. Los hermanos y hermanas contemplativos tenemos nuestro corazón en el Tesoro de la Iglesia, y allí los contemplativos nos tienen a nosotros en el amor del Señor.