Sacerdote de la Archidiócesis de Oviedo (España) Párroco de la UP de san Lázaro del Camino (Oviedo)
jueves, 31 de diciembre de 2015
Domingo segundo después de Navidad (C)
3-1-2016 DOMINGO SEGUNDO DESPUES DE NAVIDAD (C)
(NO pude predicar esta homilía por encontrarme enfermo. Lo haré otro año, según las circunstancias..., y si Dios quiere).
Queridos hermanos:
Seguimos
celebrando estos días de Navidad. El significado de estas fiestas es muy rico y
en cada homilía trato de exponer brevemente algunas ideas de un aspecto de la
Navidad.
Ante
tantos fracasos matrimoniales, de los que hablaba el domingo de la Sagrada
Familia, ante tanto sufrimiento atroz provocado por unos hombres contra otros
hombres, de los que hablaba el día de Navidad… ¿de verdad existe en este mundo
algo que merezca la pena, de verdad tiene sentido seguir celebrando el
nacimiento del Niño Jesús, de verdad
tiene sentido que los cristianos sigamos predicando el evangelio de Jesús y
tratemos de vivirlo en nuestras vidas?
En
este tiempo de Adviento recibí una felicitación navideña de Julita, una
misionera en África. Aquí tenéis la fotografía que me mandó de sí misma. Tiene
en brazos un niño como de unos cuatro o cinco años. Y en su felicitación Julita
cuenta la historia de este niño. Yo os la repito:
“Me gustaría
compartir con todos vosotros la historia de este niño que llevo en brazos: Se
llama FARA lo que quiere decir ‘último’; tiene un hermano mayor y su madre se murió al nacer él. Su padre es
minusválido de nacimiento; tiene las piernas completamente deformes, lo que le
obliga a desplazarse en silla de ruedas.
A
pesar de quedarse solo con sus dos hijos muy pequeños, nunca quiso darlos ni a
la familia de su mujer ni a la suya. Este niño no conoce otra vida que la de
pedir limosna. Los he visto a menudo salir a pedir: el padre en su silla de
ruedas con Fara sentado delante y el mayor, Zaka, cogido a los puños de la
silla por detrás de pie en unas barras que salen de cada lado al interior de
las ruedas. Fara, desde muy pequeño, cuando una persona se le acercaba,
automáticamente tendía el sombrero en el que, supuestamente, se le daba una
limosna. No recuerdo haberles dado gran cosa, pero sí que con frecuencia los
saludaba. Un buen día los niños llegaron a casa junto con otros niños ya más
conocidos. Merendaron con los demás niños un día y otro día. Poco a poco
aceptaron ser bañados, cambiar de ropa, cortar el pelo…, pero la relación no
era demasiado espontanea. Un día cogí a
Fara en brazos y le di un beso, me miró con asombro y le dije ‘¿quieres otro?’ ‘¡Sí!’
A partir de aquel día, en cuanto me veía extendía los brazos para que lo
cogiera y le diese un beso. Se ve que no tenía muchas ocasiones de que una
mujer le diese cariño...
Cuando
un niño como Fara da su sonrisa, su confianza y se acerca sin miedo, es ‘el
regalo’ de los regalos. Ese regalo es para todas las personas que nos
acompañáis en esta misión, si los niños de este barrio vienen a jugar, si
podemos ayudarles en los estudios, si podemos darles la merienda todos los días…,
es que hay gente que está con nosotras, que cree en nuestra pequeña labor y
presencia en medio de esta gente.
GRACIAS. Como cada año, tendremos la Navidad con los pobres del pueblo, con los niños
del barrio y con los enfermos. Con las alumnas cantaremos la misa de Navidad en
el hospital y pasaremos saludando los enfermos con alguna golosina. Pasar estas
fiestas con gente más o menos marginada es
sentirse un poco como aquellos PASTORES que fueron a ver un niño en un pesebre
con sus padres que no comprendían muy bien lo que estaba pasando. Llevar un
poco de alegría y amistad: poco, pero que suene a ‘Navidad’.
Os
damos cita en el pesebre. FELICES FIESTAS, BUENA CELEBRACION, FELIZ AÑO 2016”.
Con
los hechos narrados en las homilías de Navidad y de la Sagrada Familia, con los
hechos narrados por Julita, podemos decir que el evangelio que acabamos de
escuchar se está cumpliendo cada día y cada año entre nosotros. El evangelio
decía así: “La Palabra (Jesús) era la luz
verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el
mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y
los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser
hijos de Dios, si creen en su nombre […] Y la Palabra se hizo carne y
acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo
único del Padre, lleno de gracia y de verdad”.
En efecto, Jesús viene al mundo y una serie de
personas no lo reciben (no lo recibimos). Eso dicen de modo claro nuestras
acciones y nuestras palabras. No recibimos a Jesús a pesar de que Él nos
has creado. No recibimos a Jesús a pesar de que nuestro corazón es su corazón,
nuestra alma es su alma, nuestra vida es su vida, nuestras cosas son sus cosas.
No recibimos a Jesús, porque, como dice el evangelio de hoy, no lo conocemos ni
lo reconocemos: ni en los hombres (nuestros hermanos y sus hermanos), ni en el
mundo que nos rodea, ni presente en el sagrario, ni en su Iglesia.
Sin embargo,
como bien nos dice también el evangelio
de hoy y como nos dice la vida de Julita, la misionera, otros sí que conocieron
y reconocieron a Jesús, sí que le abrieron su casa, su corazón, su alma, su
vida, su ser. Otros sí que creen en Jesús y estas personas sí que son
capaces de contemplar cosas maravillosas: a Dios mismo, a un niño necesitado de
ser abrazado, besado, lavado, cambiado de ropa, alimentado, en definitiva, a un
niño necesitado de ser querido y amado.
Y ahora Jesús nos
dice, como cuando termina la parábola del buen samaritano: “Vete y haz tú lo mismo” (Lc. 10, 37). Sí, en estos días de Navidad (y siempre) vete, y conoce y reconoce a
Jesús como tu Dios, tu Señor y tu Amado. Sí, vete y recibe a Jesús en tu casa.
Ábrele tu corazón, tu alma, tu espíritu, tu cartera, tu salud, tu enfermedad,
tu vejez, tu juventud… Sí, cree en su evangelio, en lo que te dice, en lo que
sabes que está bien; cree en su persona. Sí, en estos días de Navidad (y
siempre) déjate llenar de Jesús, que es la Verdad auténtica y la Gracia
auténtica.
jueves, 24 de diciembre de 2015
Domingo de la Sagrada Familia (C)
27-12-2015 SAGRADA
FAMILIA (C)
En
el día de hoy celebramos la festividad de la Sagrada Familia. Cada año toco
en este día un determinado aspecto de la vida matrimonial, de los hijos, de la
educación, en definitiva, de la familia. En
el día de hoy quisiera hacer alguna referencia al amor esponsal. Y lo haré
tomando como base una carta de amor entre esposos; concretamente una carta que
un esposo dirige a su esposa. Confieso que tengo guardada esta carta desde hace
años y siempre quise utilizarla en la homilía de una boda, pero, o no me
parecía oportuno, o no iba a ser entendida. Ya aviso que es una carta dura, si
se reflexiona un poco. Esta carta fue la ganadora
del III Concurso Antonio Villalba de ‘Cartas de Amor’. No sé si fue tomada de
la realidad o si fue un puro invento. Allá va:
“CARTA
DE AMOR: Estimada
Cristina:
Ayer
recibí una misiva de tu abogado donde me invitaba a enumerar los bienes
comunes, con el fin de comenzar el proceso de disolución de nuestro vínculo
matrimonial. A continuación te remito dicha lista, para que puedas solicitar la
certificación al Notario y tener listos todos los escritos antes de la
comparecencia ante el tribunal.
Como
verás, he dividido la lista en dos partes. Básicamente, un apartado con las
cosas de nuestros cinco años de matrimonio con las que me gustaría quedarme y
otra con las que te puedes quedar tú. Para cualquier duda o comentario, ya
sabes que puedes llamarme al teléfono de la oficina (de ocho a cuatro) o al
móvil (hasta las once) y estaré encantado de repasar la lista contigo.
Cosas a conservar:
-
La carne de gallina que salpicó mis antebrazos cuando te vi por primera vez en
la oficina.
-
El leve rastro de perfume que quedó flotando en el ascensor una mañana, cuando
te bajaste en la segunda planta, y yo aún no me atrevía a dirigirte la palabra.
- El movimiento de cabeza
con el que aceptaste mi invitación a cenar.
-
La mancha de rímel que dejaste en mi almohada la noche que por fin dormimos
juntos.
-
La promesa de que yo sería el único que besaría la constelación de pecas de tu
pecho.
-
El mordisco que dejé en tu hombro y tuviste que disimular con maquillaje porque
tu vestido de novia tenía un escote de palabra de honor.
-
Las gotas de lluvia que se enredaron en tu pelo durante nuestra luna de miel en
Londres.
-
Todas las horas que pasamos mirándonos, besándonos, hablando y tocándonos.
(También las horas que pasé simplemente soñando o pensando en ti).
Cosas
que puedes conservar tú:
-
Los silencios.
-
Aquellos besos tibios y emponzoñados, cuyo ingrediente principal era la rutina.
-
El sabor acre de los insultos y reproches.
-
La sensación de angustia al estirar la mano por la noche para descubrir que tu
lado de la cama estaba vacío.
-
Las náuseas que trepaban por mi garganta cada vez que notaba un olor extraño en
tu ropa.
-
El cosquilleo de mi sangre pudriéndose cada vez que te encerrabas en el baño a
hablar por teléfono con él.
-
Las lágrimas que me tragué cuando descubrí aquel arañazo ajeno en tu espalda.
-
Jorge y Cecilia. Los nombres que nos gustaban para los hijos que nunca llegamos
a tener.
Con
respecto al resto de objetos que hemos adquirido y compartido durante nuestro
matrimonio (el coche, la casa, etc.) sólo comunicarte que puedes quedártelos
todos. Al fin y al cabo sólo son eso: objetos.
Por
último, recordarte el nº de teléfono de mi abogado (...) para que tu letrado
pueda contactar con él y ambos se ocupen de presentar el escrito de divorcio
para ratificar nuestro convencimiento.
Afectuosamente,
Roberto”.
¿Por qué fracasan los matrimonios? Yo he
asistido a muchas bodas; he conocido a muchos novios… y todo es tan
maravilloso…, o lo parece. ¿Por qué fracasan los matrimonios si se quieren
tanto, si todo parece tan color de rosa, si hay tanto ilusión, si les avisas de
posibles y futuros problemas en la relación y dicen que pueden afrontar con
éxito eso que les dices…?
Los matrimonios fracasan por
causas muy diversas. Cada pareja y cada matrimonio es un mundo. Además, lo que hoy se vive de un modo
determinado, el año siguiente puede ser vivido de otro modo o puede no ser
aguantado por uno de ellos o por ninguno de ellos. Lo que se vive de un modo
determinado aquí (en Tapia de Casariego), pueden vivirlo de un modo muy distinto
en otro lugar. Las personas cambian, los tiempos cambian, los lugares cambian,
y el amor, el cariño, la pasión, lo que une a un hombre y a una mujer dura sólo
un tiempo. Algunos dicen: “No hay por qué
atarse para siempre. Eso no es humano, sino que es inhumano”.
Algunos matrimonios y
relaciones entre un hombre y una mujer fracasan… porque nunca tenían que
haberse casado, porque él o ella, o ambos no ‘valen’ para casados con esa persona o
con ninguna persona.
Otros matrimonios y relaciones
fracasan por no poner ambos los medios para profundizar y crecer juntos en su
mutuo amor.
Ah, es muy importante que, a la primera crisis o grieta entre los esposos,
ambos se pongan manos a la obra para reparar el daño causado. En caso
contrario, una pequeña gotera en el tejado, si no se repara, puede hacer que
éste se venga abajo con toda la casa.
¿Cómo puede un matrimonio
crecer al unísono en su mutuo amor? En eso nos puede ayudar la segunda lectura
que acabamos de escuchar. San Pablo hablaba a los cristianos colosenses, pero yo
voy a referirlo hoy de un modo especial a los esposos: San Pablo da unas pautas
concretas, que, si los matrimonios trataran de seguirlas, muchas rupturas no se
producirían. “Vestíos
de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión.
Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro […]
Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada.
Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón […] La palabra de Cristo habite entre vosotros
en toda su riqueza”. Sí, esta última recomendación de
san Pablo es muy importante. Los esposos son seres humanos, limitados y
pecadores. Su matrimonio sólo lo pueden vivir si son ayudados en todo momento
por la Gracia de Dios. Y esta Gracia viene muy especialmente si ambos esposo
procuran vivir la fe y el amor a Dios, tanto individualmente como unidos entre
sí.
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